Kassidy Kassidy no tenía idea de qué hora era, pero no importaba, somnolienta como estaba, acudió a la puerta por los golpes incesantes en ella y se dio cuenta hasta después de levantarse que Kilian no estaba a su lado en la cama.No sabía qué pensar, pero no tuvo mucho tiempo para analizar la situación, puesto que del otro lado era él quien tocaba.—No me di cuenta de que... —Al ver hacia abajo, a lo que colgaba de su brazo se quedó sin palabras y casi por instinto colocó sus manos por instinto como si el bebé se pudiera dar cuenta que ella iba solo con una camiseta blanca de Kilian encima.—Lo siento, no quiso dormir con Candace —dijo elevando la silla de bebé para auto sin necesidad.Ella se dio la vuelta, mordiéndose la lengua para no preguntar si pretendía quedarse allí con los dos, porque era evidente e innecesario, pero lo confirmó cuando se fue hasta la cocineta para tomar un poco de agua y lo observó desde allí, concentrado en preparar un espacio cómodo para el bebé. —Creo
KassidyFueron dos semanas maravillosas donde desde el alba hasta el anochecer sonrió casi todo el tiempo. Cada uno de esos días acompañado de una sorpresa nueva y un detalle más romántico que el anterior por parte de Kilian. Había sido como un sueño, como ese cuento de hadas caribeñas a la orilla del mar con su príncipe azul personalizado, vestido a veces con guayaberas y otras veces bronceándose frente a ella para su deleite personal.Tampoco se le hizo tan complicado a Kassidy el relacionarse con Dylan como supuso en un principio, pues el pequeñín la había conquistado con su sonrisa inocente y la emoción que mostraba cada vez que se le acercaba. Fue todo un desafío aprender a cambiarle los pañales, pero de acuerdo a los expertos Kilian y Candace, lo había logrado con una nota algo decente. Sin embargo, al poco tiempo Kassidy se percató de que Candace no sabía disimular su molestia cuando Dylan emitía fuertes gorjeos y se agitaba más que con ella y aunque eso los hacía reír a todo
La brisa sacudió su largo cabello castaño y su fuerza cubrió su rostro mientras trataba de concentrarse en la lectura, lo que no la interrumpía tanto como las intervenciones de Mary o Candace. En algún momento hasta llegó a creer que ambas se turnaban para hacerla perder el sentido del párrafo, aunque tampoco ayudaban las risas contagiosas o los gritos que provenían de unos metros más allá.—¡Mamá!, ¡Tío Carlos destruyó el castillo! —Calma, Dylan, pídele que no lo haga. Dile «por favor» y dejará de hacerlo. ¿No es cierto, tío? —dijo ella por enésima vez en tono cansado. Su amigo se comportaba como un chiquillo más, aunque de nada le servía llamarle la atención, porque minutos después sabía que lo haría de nuevo. Escuchó su risa, acompañada de la burla de los niños y tuvo que cubrirse con el libro para que no la viesen riendo también.—¡Mamá!, ¡Dylan haló mi cabello! —¡No es cierto! ¡No fui yo, fue tío Carlos! —Violet, sabes que no está bien decir mentiras. Discúlpate con tu herman
Kassidy es una exitosa analista de inversiones. Una mujer que ha luchado desde muy pequeña por lo que quiere después de perder a sus padres y quedar en manos de una tía lejana. Por accidente o por culpa del destino, llegó a la casa de los abuelos de Kilian Fox, el que con el tiempo creyó que era el amor de su vida, pero jamás tuvo el valor de confesarlo. Después de muchos malentendidos, decidió alejarse de él y eligió iniciar una relación con Roger. De este último, descubre un secreto que nunca imaginó y por ello, ahora corre peligro.Kilian lleva el negocio que le heredó su difunto abuelo y ha logrado expandirse de forma vertiginosa. Su vida profesional se mantiene en auge y a la vista de todos por la constante compañía femenina de la cual goza. En apariencia siguió su camino, pero los más cercanos saben que jamás la olvidó.Un accidente y una sorpresa inesperada provocan su reencuentro, empujando a ambos a admitir lo evidente. Sin embargo, las elecciones que han hecho en todos estos
Kassidy se dejó caer sobre el asiento con la mirada perdida. Esperaba la salida de su vuelo a Londres en el aeropuerto internacional McDonald—Cartier de Ottawa, pero no podía dejar de pensar en la imagen que hace un par de horas se convirtió en una de sus más grandes decepciones. ¡Qué había hecho! ¿Por qué no lo abofeteó? Y sobre todo, ¿por qué después aún no se enrollaba en posición fetal y lloraba hasta desfallecer? Cuando escuchaba a sus compañeras de trabajo o algún conocido, imaginaba lo qué sucedería si ella se llegara a encontrar en una situación similar, pero no, esta vez no reaccionó como dijo tantas veces que lo haría, en absoluto. Solo se quedó allí, de pie, observando cómo un hombre desnudo le devoraba la boca y mantenía sus manos muy ocupadas en la entrepierna de su novio; Roger Cole. Jamás olvidaría esa escena que parecía ir en cámara lenta, ni esos sonidos de éxtasis que jamás hizo con ella. Lo más absurdo de todo fue ella misma, porque lo único que salió de su boca f
Al llegar a su destino, Kassidy bajó corriendo y preguntó en recepción por él con un nudo enorme en su garganta. No fue necesaria una respuesta. Al voltear, lo vio caminar hacia ella con los ojos inflamados y sus mejillas llenas de lágrimas. Creyó que el corazón se le saldría del pecho y lo que le dijo a continuación la desconcertó hasta el punto de marearse: —¡Mi hijo, Kassy!, mi hijo puede morir —sollozó Kilian, abrazándola fuertemente al instante, como si el tiempo no hubiese transcurrido desde la última vez que hablaron, hace tres años. —¿Tu hijo? Kilian, dime qué... —Escuchó su propia voz temblando. Intentó separarse, pero él no la soltó. No sabía que su amigo, su confidente desde la adolescencia se hubiese casado o mucho menos tenido un hijo. Hablaba con Mary continuamente y no le dijo nada. Se sentía en otra dimensión. A pesar de lo que le estaba revelando, su cuerpo se revolucionó como acostumbraba al tenerlo tan cerca, abarcándola casi por completo, pero antes de que él l
Mary era la única persona a la que Kassidy no lograba eludir por más que quisiera. Con ella se mostraba como era, pues tenía la habilidad de despojarla de su armadura, su arrogancia, su fuerza y hasta su mordaz ingenio, que usaba para defenderse y convertirla en la niña que había acogido años atrás, con una simple mirada.No podía contra esa mujer, quien con el tiempo se convirtió en su resguardo, su calma, su dirección y por quien gracias a sus consejos, no desfalleció al trazarse objetivos que muchos tildaron de ambiciosos, pero que ella había apoyado sin dudar y los logró. Vivía agradecida, porque la hubiese incluido en su vida sin tener ninguna obligación. Así que suspiró vencida y dijo: —Bien, te lo diré, pero antes, dime lo que pasa aquí. Lo mío no tiene importancia en este momento, hablaremos luego sobre el tema, ¿te parece? —Me parece justo. —Entonces, se dispuso a describir el preludio de esa fatal noche, extrayendo antes un pequeño pañuelo de su bolso—: Esta tarde, Kilian
KilianKilian Fox a sus veintisiete años era uno de los hombres más exitosos en el mundo de la tecnología automotriz; seguro de sí mismo, agradable, elegante, seductor y muy bien conservado, sin llegar a ser un muñeco de revista. Cualidades que también lo convertían en uno de los hombres más apetecibles de la ciudad, pero también uno de los más difíciles de atrapar. Sin embargo, en ese momento de su vida, todo ello no le servía para nada. Hubiese ofrecido su fama y su fortuna entera a cambio de evitar la incertidumbre y el dolor por los que atravesaba esa noche. Sentado al lado de esa cama de hospital, observaba a Anna Petrova entubada, inerte. Unas pocas horas antes, esa hermosa mujer contaba con una existencia plena, una carrera exitosa en el mundo del modelaje y ahora pendía de un hilo, un milagro. Lo más lamentable, era esa frágil vida inocente unida a la suya. Se le hacía muy difícil asimilar lo acontecido esa noche. Deseaba poder borrarla o por lo menos, haber actuado de maner