La brisa sacudió su largo cabello castaño y su fuerza cubrió su rostro mientras trataba de concentrarse en la lectura, lo que no la interrumpía tanto como las intervenciones de Mary o Candace. En algún momento hasta llegó a creer que ambas se turnaban para hacerla perder el sentido del párrafo, aunque tampoco ayudaban las risas contagiosas o los gritos que provenían de unos metros más allá.—¡Mamá!, ¡Tío Carlos destruyó el castillo! —Calma, Dylan, pídele que no lo haga. Dile «por favor» y dejará de hacerlo. ¿No es cierto, tío? —dijo ella por enésima vez en tono cansado. Su amigo se comportaba como un chiquillo más, aunque de nada le servía llamarle la atención, porque minutos después sabía que lo haría de nuevo. Escuchó su risa, acompañada de la burla de los niños y tuvo que cubrirse con el libro para que no la viesen riendo también.—¡Mamá!, ¡Dylan haló mi cabello! —¡No es cierto! ¡No fui yo, fue tío Carlos! —Violet, sabes que no está bien decir mentiras. Discúlpate con tu herman
Kassidy es una exitosa analista de inversiones. Una mujer que ha luchado desde muy pequeña por lo que quiere después de perder a sus padres y quedar en manos de una tía lejana. Por accidente o por culpa del destino, llegó a la casa de los abuelos de Kilian Fox, el que con el tiempo creyó que era el amor de su vida, pero jamás tuvo el valor de confesarlo. Después de muchos malentendidos, decidió alejarse de él y eligió iniciar una relación con Roger. De este último, descubre un secreto que nunca imaginó y por ello, ahora corre peligro.Kilian lleva el negocio que le heredó su difunto abuelo y ha logrado expandirse de forma vertiginosa. Su vida profesional se mantiene en auge y a la vista de todos por la constante compañía femenina de la cual goza. En apariencia siguió su camino, pero los más cercanos saben que jamás la olvidó.Un accidente y una sorpresa inesperada provocan su reencuentro, empujando a ambos a admitir lo evidente. Sin embargo, las elecciones que han hecho en todos estos
Kassidy se dejó caer sobre el asiento con la mirada perdida. Esperaba la salida de su vuelo a Londres en el aeropuerto internacional McDonald—Cartier de Ottawa, pero no podía dejar de pensar en la imagen que hace un par de horas se convirtió en una de sus más grandes decepciones. ¡Qué había hecho! ¿Por qué no lo abofeteó? Y sobre todo, ¿por qué después aún no se enrollaba en posición fetal y lloraba hasta desfallecer? Cuando escuchaba a sus compañeras de trabajo o algún conocido, imaginaba lo qué sucedería si ella se llegara a encontrar en una situación similar, pero no, esta vez no reaccionó como dijo tantas veces que lo haría, en absoluto. Solo se quedó allí, de pie, observando cómo un hombre desnudo le devoraba la boca y mantenía sus manos muy ocupadas en la entrepierna de su novio; Roger Cole. Jamás olvidaría esa escena que parecía ir en cámara lenta, ni esos sonidos de éxtasis que jamás hizo con ella. Lo más absurdo de todo fue ella misma, porque lo único que salió de su boca f
Al llegar a su destino, Kassidy bajó corriendo y preguntó en recepción por él con un nudo enorme en su garganta. No fue necesaria una respuesta. Al voltear, lo vio caminar hacia ella con los ojos inflamados y sus mejillas llenas de lágrimas. Creyó que el corazón se le saldría del pecho y lo que le dijo a continuación la desconcertó hasta el punto de marearse: —¡Mi hijo, Kassy!, mi hijo puede morir —sollozó Kilian, abrazándola fuertemente al instante, como si el tiempo no hubiese transcurrido desde la última vez que hablaron, hace tres años. —¿Tu hijo? Kilian, dime qué... —Escuchó su propia voz temblando. Intentó separarse, pero él no la soltó. No sabía que su amigo, su confidente desde la adolescencia se hubiese casado o mucho menos tenido un hijo. Hablaba con Mary continuamente y no le dijo nada. Se sentía en otra dimensión. A pesar de lo que le estaba revelando, su cuerpo se revolucionó como acostumbraba al tenerlo tan cerca, abarcándola casi por completo, pero antes de que él l
Mary era la única persona a la que Kassidy no lograba eludir por más que quisiera. Con ella se mostraba como era, pues tenía la habilidad de despojarla de su armadura, su arrogancia, su fuerza y hasta su mordaz ingenio, que usaba para defenderse y convertirla en la niña que había acogido años atrás, con una simple mirada.No podía contra esa mujer, quien con el tiempo se convirtió en su resguardo, su calma, su dirección y por quien gracias a sus consejos, no desfalleció al trazarse objetivos que muchos tildaron de ambiciosos, pero que ella había apoyado sin dudar y los logró. Vivía agradecida, porque la hubiese incluido en su vida sin tener ninguna obligación. Así que suspiró vencida y dijo: —Bien, te lo diré, pero antes, dime lo que pasa aquí. Lo mío no tiene importancia en este momento, hablaremos luego sobre el tema, ¿te parece? —Me parece justo. —Entonces, se dispuso a describir el preludio de esa fatal noche, extrayendo antes un pequeño pañuelo de su bolso—: Esta tarde, Kilian
KilianKilian Fox a sus veintisiete años era uno de los hombres más exitosos en el mundo de la tecnología automotriz; seguro de sí mismo, agradable, elegante, seductor y muy bien conservado, sin llegar a ser un muñeco de revista. Cualidades que también lo convertían en uno de los hombres más apetecibles de la ciudad, pero también uno de los más difíciles de atrapar. Sin embargo, en ese momento de su vida, todo ello no le servía para nada. Hubiese ofrecido su fama y su fortuna entera a cambio de evitar la incertidumbre y el dolor por los que atravesaba esa noche. Sentado al lado de esa cama de hospital, observaba a Anna Petrova entubada, inerte. Unas pocas horas antes, esa hermosa mujer contaba con una existencia plena, una carrera exitosa en el mundo del modelaje y ahora pendía de un hilo, un milagro. Lo más lamentable, era esa frágil vida inocente unida a la suya. Se le hacía muy difícil asimilar lo acontecido esa noche. Deseaba poder borrarla o por lo menos, haber actuado de maner
Kassidy Pequeños rayos del sol se filtraban entre las cortinas cuando Kassidy abrió los ojos y decidió levantarse e ir al baño. Al salir, buscó ropa en el armario. La mantenía allí por si decidía quedarse un fin de semana con su amiga. Candace hacía lo mismo en la que hasta la noche anterior era su casa. Justo en el momento de salir de su habitación y caminar por el pasillo, una de las puertas dobles de la entrada se abrió y se encontró a Candace vestida con ropa deportiva y una toalla sobre el cuello. El edificio donde vivía contaba con un gimnasio bien equipado, así como otras áreas recreativas. Era un buen lugar para vivir y de no haberse mudado con Roger, habría elegido hacerlo allí y cumplir el plan de vivir juntas que nunca pudieron realizar una vez graduadas. —Me baño mientras preparas nuestro desayuno, pequeña víbora —dijo Candace socarrona, golpeándole el hombro con el suyo al pasar a su lado—. Y no te olvides de nuestra conver
Kassidy El día estaba radiante, pero seguía frío debido al invierno, así que ambas se acomodaron dentro del auto con rapidez para disfrutar de la calefacción. —¿No me vas a ayudar a empacar? —Kassidy miró a su amiga con un poco de angustia. No es que tuviera miedo de Roger, pero no quería estar a solas con él y mucho menos discutir. —¿Empacar yo? Me tomé la atribución de llamar a Josh desde temprano. Él está haciendo las maletas por ti. Solo vamos en función de supervisoras. ¿Sabes? Para ser un genio en los negocios, te hace falta aprender a delegar funciones —dijo divertida y se puso en marcha. —Sé hacerlo, ridícula, pero esto se trata de un asunto personal, delicado y, Josh tiene una vida. Es fin de semana —contestó incómoda. —Como si Josh no muriera por saber qué tipo de lencería usas. Además, tú eres parte de su vida… Aunque debo reconocerlo; a veces compadezco a ese apetecible y desperdiciado dios griego —terminó con un lamento. —Deja en paz a Josh, porque tiene una par