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Capítulo 1: La llamada que lo cambió todo

Kassidy se dejó caer sobre el asiento con la mirada perdida. Esperaba la salida de su vuelo a Londres en el aeropuerto internacional McDonald—Cartier de Ottawa, pero no podía dejar de pensar en la imagen que hace un par de horas se convirtió en una de sus más grandes decepciones.

 ¡Qué había hecho! ¿Por qué no lo abofeteó? Y sobre todo, ¿por qué después aún no se enrollaba en posición fetal y lloraba hasta desfallecer? 

Cuando escuchaba a sus compañeras de trabajo o algún conocido, imaginaba lo qué sucedería si ella se llegara a encontrar en una situación similar, pero no, esta vez no reaccionó como dijo tantas veces que lo haría, en absoluto. Solo se quedó allí, de pie, observando cómo un hombre desnudo le devoraba la boca y mantenía sus manos muy ocupadas en la entrepierna de su novio; Roger Cole. Jamás olvidaría esa escena que parecía ir en cámara lenta, ni esos sonidos de éxtasis que jamás hizo con ella. Lo más absurdo de todo fue ella misma, porque lo único que salió de su boca fue lo menos esperado: 

—Roger, acepté la propuesta de Sinergy. Salgo esta noche… Buena vida. 

Con una sonrisa estudiada y, ante los ojos desorbitados de su novio y su acompañante, dejó sus llaves sobre la mesa del pasillo y luego, cerró con elegancia la puerta del lugar que compartieron por tres años. Tres años de una relación que pasó por tantas etapas.

«Buena Vida. Una frase un tanto absurda, pero muy digna, eso sin duda, para terminar una relación y decidir tan pronto sobre mi futuro», se repitió por segunda vez, mientras sentía que el título de la infidelidad seguía parpadeando en neón frente a ella al acomodarse dentro del taxi.

Estaba acostumbrada a tomar decisiones importantes en segundos, pues de eso dependía el éxito en lo que hacía para vivir, así que, ¿por qué en su vida sería distinto? Simplemente hizo lo de siempre: evaluó el escenario y eligió su mejor opción. Y ahora que pasaba esto y lo veía con más claridad, sin preverlo se convirtió en el momento idóneo para aceptar. 

Hacía meses le había llegado una excelente propuesta para ser el enlace de una empresa experta en adquisiciones en Suecia, pero la dejó de lado debido al exceso de trabajo y en menor medida por él. Acababan de regresar a la ciudad, con la idea de que ese fuese su hogar definitivo y para complacer al padre de Roger, que no había dejado de pedírselo a ambos en los años que llevaban fuera terminando sus carreras universitarias. 

Kassidy era consciente de su apariencia, su delgadez, su voz delicada e incluso un tanto infantil, que hacía que las personas creyeran que, a pesar de tener veinticinco años, era una pequeña y frágil princesita sobre la cual podía pasar cualquiera. El concepto la hacía reír, pues todo el que la llegaba a conocer, sino aprendía a lidiar con su carácter y su obsesivo sentido de urgencia, reemplazaba aquella imagen de inmediato por una muy distinta. Alguna vez oyó a alguien nombrarla avasalladora y le gustó. Su aspecto aparente era una gran arma a la hora de las negociaciones y eso fue lo que le hizo ver el dueño de esta empresa cada vez que intentaba convencerla de unirse a su equipo.

En el trayecto al aeropuerto hizo las llamadas pertinentes coordinando el viaje. Debía hacer escala en Londres y de allí partiría a Suecia, tenía un par de semanas para instalarse y desde allá, cerraría un par de acuerdos pendientes para no quedar como una irresponsable con su jefe antes de abandonarlo.

Le envió un escueto mensaje a su asistente y amigo, Josh, prometiéndole comunicarse lo más pronto posible para organizar juntos su nueva agenda. Ya tendrían tiempo para hablar con calma sobre el cambio y sus detalles, solo esperaba que aceptara quedarse a su lado.

Llamó a su única amiga, Candace y aunque no le brindó detalle alguno sobre lo sucedido con Roger, se atrevió a pedirle que le enviara sus pertenencias ante la premura de su viaje. Después de recibir un par de reclamos por su inesperada partida, le deseó buena suerte y la tranquilizó, prometiendo hacer lo que le pedía. Kassidy sabía que podía contar con ella y ya lo habían hecho en ocasiones anteriores, así que tendría unos días para procesarlo todo ce manera correcta antes de contárselo. Ellas se conocían desde los catorce años, y a pesar de las circunstancias que las obligaron a separarse por un tiempo, habían logrado encontrar la forma de estar pendientes la una de la otra.

Realizó los trámites en el aeropuerto como en piloto automático. No sabía cuánto tiempo había pasado exactamente, pero se sentía con la cabeza embotada. 

Regresó de sus cavilaciones al sentir una mano sacudiendo suavemente su hombro y miró con desconcierto a una mujer mayor que le regresaba la mirada con curiosidad, pero que le sonrió antes de decir: 

—Cariño, tu móvil no ha dejado de sonar desde hace rato. Puede ser importante. —Señaló con su dedo hacia el bolso que Kassidy sostenía en sus piernas. La observó con una mirada vacilante, a ella y al libro que mantenía en sus rugosas manos, decidiendo al final continuar con su lectura.

—Lo siento —respondió apenada. Ni siquiera se había percatado del fuerte sonido. Miró el identificador, perpleja al leer el nombre. 

—¡Kassy! —gimió la gruesa voz al otro lado—, te necesito. 

—¡Kilian! ¿Qué pasa? —Su desesperación se desató al no escuchar nada más. No había sentido tal desconcierto y angustia mezcladas antes de volver a escuchar esa voz, ahora quebrantada—. ¿Estás bien?

Su mundo se paralizó por completo a la espera de su respuesta. 

—¿Señorita Evans? —preguntó una mujer, perturbándola aún más por el cambio repentino—. El señor Fox está muy nervioso y me ha pedido hablar con usted. Soy una enfermera que trabaja en el Montfort Hospital y le llamo desde la sala de urgencias. 

—¿Sala de urgencias? ¿Él está…? —Fuera de sí, se dio cuenta de que la enfermera terminó la llamada y guardó el aparato en el bolsillo de su abrigo con manos temblorosas y a la vez, se maldijo por haberlo hecho sin obtener más información. Lo sacó de nuevo y marcó al mismo número, uno que hace tiempo había borrado, pero no respondieron. 

—¿Todo bien, querida? —indagó la señora a su lado, justo cuando Kassidy se puso de pie, visiblemente afectada. 

—No lo sé, señora, no lo sé. Pero debo irme. —Con un gesto se despidió de ella y salió corriendo en busca de un taxi para llegar al hospital. 

Al subir, llamó a Mary, el ama de llaves de Kilian y tampoco contestó, intentó con Candace, con quien había hablado hacía nada y no tuvo éxito. Así que solo podía esperar y rogó al cielo porque los veinticinco minutos que la separaban de él dejaran de estar llenos de ansiedad y que solo fuese un malentendido, porque si algo le pasaba…

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