Esta noche

La música se escuchaba embotada desde el lugar donde estaban. Su madre le acariciaba el cabello con esa delicadeza tan suya que lo hacía relajarse y que solo las manos de Livia habían logrado reproducir el mismo efecto sobre él.

—Háblame de ella —le pidió en tono divertido.

—No, aún no tenemos nada en concreto —dijo sin abrir los ojos, pero con una sonrisa pugnando por salir de sus labios—. Mejor dime cómo te sientes.

—Franco, no. No quiero hablar de mí. Siempre estas angustiándote y eso me hace infeliz.

—Mamá… sabes que no puedo venir tanto como quisiera. El que no respondas mis llamadas me preocupa —dijo sincero.

Esta vez abrió los ojos y le dio un beso sobre las heridas de las muñecas que ya empezaban a sanar. Las costras de las rodillas ya estaban mejor, pero en su rostro seguían los vestigios del impacto de la caída.

—El día que saliste de esta casa, ¿qué me prometiste?

—Que viviría mi vida —recordó él con un nudo en la garganta. Se aflojó el corbatín para poder respirar mejor
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