La música se escuchaba embotada desde el lugar donde estaban. Su madre le acariciaba el cabello con esa delicadeza tan suya que lo hacía relajarse y que solo las manos de Livia habían logrado reproducir el mismo efecto sobre él.—Háblame de ella —le pidió en tono divertido.—No, aún no tenemos nada en concreto —dijo sin abrir los ojos, pero con una sonrisa pugnando por salir de sus labios—. Mejor dime cómo te sientes. —Franco, no. No quiero hablar de mí. Siempre estas angustiándote y eso me hace infeliz. —Mamá… sabes que no puedo venir tanto como quisiera. El que no respondas mis llamadas me preocupa —dijo sincero. Esta vez abrió los ojos y le dio un beso sobre las heridas de las muñecas que ya empezaban a sanar. Las costras de las rodillas ya estaban mejor, pero en su rostro seguían los vestigios del impacto de la caída.—El día que saliste de esta casa, ¿qué me prometiste?—Que viviría mi vida —recordó él con un nudo en la garganta. Se aflojó el corbatín para poder respirar mejor
Livia se concentró en sentir la tibieza de su lengua y se olvidó un poco de la advertencia que le había hecho la tía abuela de Franco. Saboreó sus labios y se atrevió a morder uno justo antes de que él se alejara riendo. Ella le acarició la entrepierna con disimulo y él saltó hacia atrás sorprendido, pero sin borrar la sonrisa ladina que lo acompañaba cuando la miraba. Le causaba gracia que siendo un hombre tan apasionado le fuese posible turbarlo con tanta facilidad.—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó al mismo tiempo en el que se estacionó un autobús de lujo al inicio del camino que llevaba a la salida de la carretera.—Clara nos trajo en su Van, aunque tu tía envió por nosotros.—No, yo envié un auto por ustedes —dijo confuso, mirando hacia el interior de donde se desarrollaba la fiesta—. En fin, deben dejar las llaves con George. Nadie conduce en esta fiesta.—¿Por qué? —Sus amigas habían llegado a su lado junto a tres hombres que no había visto antes, pero reconoció a Efraín al lado
Otra chica uniformada como la del autobús dejó una pila de mullidas toallas sobre la mesa del centro y todos tomaron la suya para secarse. Livia se dio cuenta que esa casa no tenía ningún detalle personal, parecía deshabitada y eso podía implicar un enorme problema si Franco había decidido cambiar de lugar los documentos que necesitaba.—Si quieren beber no habrá problema, pero con la comida tendremos que esperar a que pase la tormenta. Se suponía que los demás se encargarían, pero… —Efraín lo dijo mostrando una botella de whisky en cada mano. —No hay problema, podemos preparar algo —dijo Abril solícita, ocasionando que los demás estallaran en risas. —Claro, te ayudo —Franco se ofreció sin mirarlos y eso los silenció. Livia mentiría si no admitiera que eso le calentó el pecho con agradecimiento por haber apoyado a su amiga. —Será mejor que vayas tú. —Clara la empujó, pero ella negó repetidas veces—. No importa si solo es para que le pongas aderezo a los panes —se burló. Las tres c
Confirmar sus sospechas frente a sus amigos no fue tan humillante como creyó, y verla palidecer ante su descubrimiento tampoco le brindó la satisfacción que esperaba. Así que sopesó sus opciones, a sabiendas de que las implicaciones de las mismas podían ofrecerle lo que quería de Livia más pronto de lo que deseaba, e hizo lo que nadie podría imaginar en una situación como esa.Sonrió de esa forma que desde su adolescencia había practicado frente al espejo y se acercó despacio al círculo formado por los que fueron sus mejores amigos por tantos años. Se colocó de cuclillas frente a una Livia desencajada mientras a su alrededor escuchó justo lo que necesitaba:—¡Eso, Franco! —Marion la pelirroja se reía al lado de su objetivo y se daba aire con la mano—. ¡Ay, mi madre!, le dan pan a quien no tiene dientes. —¡Enséñale! —gritó Marco desde la puerta acristalada que daba al patio. Ahora solo vestía un pantalón de chándal pues el resto de su ropa yacía empapada en un rincón y había rechazado
Franco colocó un brazo para cubrirse los ojos y cuando estaba por rodearla con el otro ella se puso de pie y apagó la lámpara de techo. Él encendió una pequeña y más tenue cerca de su cama, agradeciéndole el gesto con una sonrisa.—Es sobre la propuesta que te hice hace unos días, Livia. ¿Ya lo pensaste?—Contraté a Efraín. Mi padre confía en él y me parece que conoce lo suficiente sobre mi situación como para aconsejarme de manera efectiva —dijo mientras abría una de las puertas. —Es la siguiente. —Franco señaló la otra puerta y escuchó que ella iba al baño sin cerrar la puerta. Eso también lo hizo reír. Por norma, las mujeres con las que había estado iban a hurtadillas y jamás había visto a una que orinara frente a él sin pudor. Era… nuevo para él, pero lo interpretó como que no quería interrumpir su conversación, así que dijo lo que tenía atravesado desde entonces—: Es evidente que le gustas y hará lo que sea por quedarse contigo. Si te descuidas, terminarás cediéndole el control
Livia no era capaz de ponerse de pie y menos de mirarlo a la cara. Era el peso de la vergüenza y la repulsión de sentirse utilizada lo que no le permitía enfrentarlo y reconocer que, de nuevo, había caído en el juego nauseabundo de sus padres, ese del que juró alejarse años atrás.Franco se sentó a la orilla de la cama y encendió un cigarrillo sin dejar de mirarla. La música del piso inferior había cambiado a baladas desde hacía un buen rato y las risas habían menguado considerablemente.—Tengo una propuesta que hacerte —dijo expeliendo humo en forma de aros perfectos.Livia guardó silencio y continuó revisando los detalles de cada fotografía que por momentos se difuminaban por las lágrimas que luchaban por salir, pero que ella se empeñaba en seguir reteniendo. Ya había dado un espectáculo deplorable frente al hombre con el que acababa de tener sexo y quien tenía suficientes razones como para haberla asesinado en venganza desde hace mucho.—Livia, necesito que me mires. —Se sentó a su
Franco tardó todo un minuto en reaccionar antes de salir de la habitación. Marion detuvo su avance a mitad de las escaleras para preguntarle algo, pero se sentía tan perdido que solo pudo ver cómo se movían sus labios sin poder entender lo que decía. Quiso esquivarla, pero ella colocó ambas manos en su pecho y lo empujó para impedirlo.—¡Vístete, Franco! Algo no va bien —La pelirroja le apuntó al bóxer y Franco se dio cuenta de que ni siquiera se había vestido.—¿Dónde están todos? —preguntó al mirar al salón y solo reconocer a dos parejas: una que se besaba sobre los muebles mientras se quitaba la ropa y la otra que mantenía relaciones en el piso.—La mayoría se fueron a dormir hace un rato y esos están hasta arriba. Efraín…, ya sabes. —¿Dónde está García? —Esperaba verlo aparecer desde la cocina mientras decidía si bajar del todo o subir para cambiarse.—De eso te estoy hablando. Marco está en el autobús, salió a medio vestir en cuanto Elías llegó y Efraín no está. ¿Fuiste tú?—¿Qu
El temblor de su cuerpo era incontrolable. Su ropa empapada no se lo hacía más sencillo y el constante goteo de su cabello no le permitía que mermara su deseo por golpear a la escuálida mujer que le lanzó un baldazo de agua fría para despertarla. No estaba segura de si le habían inyectado algo o si el contenido del plato que le ofreció la misma mujer era lo que le había provocado ese letargo, pero su cuerpo no respondía a las órdenes que le daba para buscar una salida.El cerdo italiano que la llevó consigo le juró que la había salvado de una muerte inminente, y que la amistad que mantuvo con su padre desde adolescentes era el motivo para haberla salvado. Sin embargo, esa cueva donde la mantenía cautiva no era un lugar adecuado para una invitada y el trato que le estaban dando tampoco parecía demasiado solícito.Livia aspiró el aire viciado del lugar donde la tenían. Miró a su alrededor y la tenue luz de una lámpara de gas le mostró un colchón sucio y un cubo oxidado en la esquina de