Cautiva

El temblor de su cuerpo era incontrolable. Su ropa empapada no se lo hacía más sencillo y el constante goteo de su cabello no le permitía que mermara su deseo por golpear a la escuálida mujer que le lanzó un baldazo de agua fría para despertarla.

No estaba segura de si le habían inyectado algo o si el contenido del plato que le ofreció la misma mujer era lo que le había provocado ese letargo, pero su cuerpo no respondía a las órdenes que le daba para buscar una salida.

El cerdo italiano que la llevó consigo le juró que la había salvado de una muerte inminente, y que la amistad que mantuvo con su padre desde adolescentes era el motivo para haberla salvado. Sin embargo, esa cueva donde la mantenía cautiva no era un lugar adecuado para una invitada y el trato que le estaban dando tampoco parecía demasiado solícito.

Livia aspiró el aire viciado del lugar donde la tenían. Miró a su alrededor y la tenue luz de una lámpara de gas le mostró un colchón sucio y un cubo oxidado en la esquina de
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