Cuatro parejas más, aparte de ellos salieron del club entre risas y besos y no tardaron más de diez minutos en salir de la circunvalación en dirección a una de las mejores zonas de la ciudad.—Julián, Martha dice que abrirá la cava especial de los Villanegra —exclamó una de las mujeres que Livia reconoció como una de las congresistas del partido de oposición al gobierno—. Mejor vámonos para allá. —¿Quieres ir? —le preguntó Julián al oído, mientras le acariciaba el brazo con ternura.—Como desees —respondió Livia dándole un beso en la mejilla y es que no sabía cómo avanzar más rápidamente con él. Cada vez que se le acercaba de manera insinuante, él le sonreía y le besaba la mano. Miró a Martha frente a ella en la limusina —solo dos parejas más iban en ella—, y la sonrisa que le dedicó la hizo enfurecer.—Iremos a tu casa, Martha. Avísale a los demás —dijo el hombre besando el hombro descubierto de Livia y volviendo a cubrir el lado de su pierna que quedaba a la vista—. Te quiero toda
El vaso con whisky que lo había acompañado la última hora y que rellenó varias veces, se convirtió en cientos de fragmentos una vez que chocó contra la pared. No podía comprender lo que sucedía y las respuestas ambiguas de sus contactos lo estaban volviendo loco. Gritó, lleno de frustración e impotencia por no haber logrado nada después de una semana de intensa búsqueda.Goran lo miró sin inmutarse, pero podía olfatear la preocupación de Marco desde donde estaba, y con buena razón. Era él el encargado de la seguridad de Livia esa noche y le aseguró que tenían controlado el perímetro y el interior de la mansión de los Villanegra, dos veces. La salida de Lucía diez minutos después que la suya respaldaba su inocencia, ella había regresado a Londres, pero Franco sabía que la vería de nuevo para escuchar sus reproches. En los videos de los alrededores no distinguieron vehículos o movimientos extraños el resto de la noche. Observaron las grabaciones por enésima vez y examinaron cuadro a c
El hombre se movió con esos ademanes exquisitos adquiridos en el viejo continente de los que se vanagloriaba con frecuencia y se sentó en la mesa del bar, mostrando su repugnancia por el líquido derramado sobre la mesa proveniente del vaso frío que acababa de alzar.—Ya estoy aquí —dijo con altanería y Franco sonrió al advertir su nerviosismo.—Quiero que asistan a la reunión.—No sé a quiénes se refiere al hablar en plural, señor.—Deja la formalidad, George. Eres como un padre para mí, pero…—No lo soy, señor. Soy su empleado y aunque yo lo he querido como un hijo… —Lo miró con intensidad y eso lo puso nervioso—, sé cuál es mi lugar y a quién le debo lealtad.—No te burles de mi confianza, ¿estamos? Sé que harías cualquier cosa por mi tía Viv, incluso traicionarme.—Yo…—Fue ella, ¿verdad?—No sé de lo que habla. —Bien. Quiero que vaya a…—La Duquesa Viviana no se encuentra en el país, señor Baumann. Y no estará presente en su reunión. Comentó el otro día que desde hace un tiempo e
A Livia le parecía insólito que todos actuaran como si nada, como si del salón de al lado no se hubiesen llevado dos cuerpos inertes de los hombres con los que compartieron negocios y vivencias durante años. Ella misma recordaba a ambos y aunque la habían traicionado y quisieron acabar con ella, no podía dejar de sentirse culpable por haberles arrebatado sus vidas. Le temblaban las manos desde que Darío y Franco le entregaron las cabezas que le habían prometido. Marco la miraba desde el otro lado del salón sin perder detalle de cada uno de sus torpes movimientos. Los demás bebían, bailaban y disfrutaban de la noche, de las reasignaciones de territorio y de las ganancias que implicaban para ellos la salida del juego de Pietro Catalano. Esperó impaciente la llegada de Franco, pero este los había agasajado con una fiesta por todo lo alto y se quedó a solas con Darío Galo y sus hombres de seguridad. Ella temía que quisiera tomar represalias en contra del colombiano, o peor aún, contra
Los golpes sobre la madera la pusieron alerta, pero fue el dolor en el tobillo la que hizo que gimiera al querer moverse de prisa. Se encontró sobre la mullida alfombra blanca de la habitación de invitados de Elías y suspiró con fuerza, al darse cuenta que era la primera noche en mucho tiempo en la que dormía por más de cuatro horas seguidas. Miró el reloj digital a su izquierda, estaba sobre la mesita de noche y al principio no pudo entender que al marcar las cuatro se refería al pasado meridiano, hasta que identificó la luz que lo corroboraba. Había dormido demasiado.—¿Livy? Livy, ¿estás bien?—¿Abril? —preguntó, sintiéndose aletargada y con deseos de seguir durmiendo.El rostro de su amiga apareció en la hendidura que dejó al entreabrir la puerta y su sonrisa fue suficiente para hacerla llorar.—¡Livy! ¿Por qué lloras? —preguntó Abril, yendo hasta ella y recostándose a su lado para abrazarla.—No sé. —Lo que sentía en ese momento no lo podía explicar, porque estaba feliz, pero no
Franco exhaló con fuerza en cuanto vio a Livia entrar a la capilla del cementerio del brazo de Elías. A decir verdad, no esperaba que fuera, aunque mentiría si dijera que no se sintió bien saber que estaba allí, sin importar que fuese a metros de él. Evitó mirarlos una vez iniciada la liturgia exequial, pero le fue imposible. Cada tanto, sus ojos la buscaban como si no pudiesen escapar de su influjo, como si la única fuente de la paz que necesitaba la tuviese ella. Sin embargo, sabía que no era así. Livia era sinónimo de problemas, caos y para bien de ambos, debían permanecer lejos uno del otro.No le sorprendió para nada ver repleto el lugar pues su tía había sido una mujer con muchas conexiones a pesar de su mal carácter. Sonrió al pensar en que si era verdad lo que muchos creían, debía estarlo maldiciendo en ese momento por someterla a un rito católico, pero se había comprometido en al menos cumplir su promesa de cremarla después. Era un momento extraño para él, pues había perdi
Livia presionó el botón del piso que la llevaría frente a él con insistencia. La furia que le corría por las venas y que le impedía respirar con normalidad, en lugar de disminuir, aumentaba segundo a segundo con solo recordar los comentarios que escuchó a sus espaldas en la cafetería de la empresa. Las risas contenidas de esos hombres le provocaron un deseo irrefrenable de hacerlo sufrir lentamente cuando mencionaron a quién tenía en su oficina y lo que podrían estar haciendo en esos momentos. Lo había esperado por horas en la estúpida cita del lunes que tuvo que agendar con su secretaria, Patricia, como si fuese cualquier otro empleado, y no tuvo la mínima cortesía de avisar que no se presentaría en los siguientes dos días. Se sentía estúpida y manipulada por haberse compadecido de él por la pérdida de su tía y la situación de su madre, de la que no sabía nada hasta que Viviana la ocultó en la misma casa por unos días. Y ahora, él volcaba todo ese supuesto sufrimiento sobre Bárbar
Lo escuchó tras de sí mientras ella corría al baño. Ni siquiera le dio tiempo de cerrar la puerta antes de caer de rodillas frente al inodoro y expulsar todo lo que había desayunado obligada por Elías, junto al té de jengibre que pidió en la cafetería minutos antes de salir. Bebida que tomó como medida de precaución para no hacer justo lo que hacía en ese momento.Sintió algo frío en su frente y se dio cuenta que Franco deslizaba un paño húmedo, apartándole el mechón de cabello rebelde que siempre le caía sobre los ojos. Le ofreció un vaso con agua que no le dio tiempo a agradecer, porque al mismo tiempo él se sentó a su lado en el piso y empezó a acariciarle la espalda de arriba abajo en un movimiento que la relajó de manera inmediata. —¿Estás bien?—Sí, seguro algo me cayó mal —dijo sin atreverse a mirarlo.—¿Mal? —preguntó alterado—. No creo que… Bueno, —Lo escuchó aclararse la garganta un momento y luego dijo—: Seguro fue eso. Tienes que ir al médico. Es más, vamos ahora. Del sa