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Nada más que ceniza

Los golpes sobre la madera la pusieron alerta, pero fue el dolor en el tobillo la que hizo que gimiera al querer moverse de prisa. Se encontró sobre la mullida alfombra blanca de la habitación de invitados de Elías y suspiró con fuerza, al darse cuenta que era la primera noche en mucho tiempo en la que dormía por más de cuatro horas seguidas.

Miró el reloj digital a su izquierda, estaba sobre la mesita de noche y al principio no pudo entender que al marcar las cuatro se refería al pasado meridiano, hasta que identificó la luz que lo corroboraba. Había dormido demasiado.

—¿Livy? Livy, ¿estás bien?

—¿Abril? —preguntó, sintiéndose aletargada y con deseos de seguir durmiendo.

El rostro de su amiga apareció en la hendidura que dejó al entreabrir la puerta y su sonrisa fue suficiente para hacerla llorar.

—¡Livy! ¿Por qué lloras? —preguntó Abril, yendo hasta ella y recostándose a su lado para abrazarla.

—No sé. —Lo que sentía en ese momento no lo podía explicar, porque estaba feliz, pero no
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