«Cuando yo nací, ella ya arrancaba suspiros, y andaba en distintos caminos buscando el amor» Axel.
New York, Estados Unidos.
Cinco años después.
Una fuerte lluvia azotaba las calles de New York, las gotas de agua bañaban los ventanales de la casa de Lola, aquella triste mañana de invierno.
Gruesas lágrimas caían por el rostro de María Dolores, contemplaba frente al espejo aquel moretón que el puño de su esposo dejó sobre su pómulo como regalo de aniversario.
Un nudo se le formó en el estómago a aquella mujer que estaba por cumplir treinta y nueve años, y que cinco de ellos se esfumaron en el aire. En ese tiempo de matrimonio, lo único que había conseguido eran: humillaciones, maltrato, y varios kilos de más.
Una mezcla de rabia e impotencia le recorrió la sangre. Ansiaba gritar, llorar, desahogarse, volver a ser la Lola del pasado, aquella mujer llena de sueños, ilusiones, y deseosa de conseguir el verdadero amor: Ese que había inspirado a tantos músicos a plasmar en sus letras tantas canciones románticas, a los escritores redactar aquellas historias que te llevaban a soñar con esos amores intensos, apasionados, que te hacían perder la razón. Ese sentimiento, Lola aún lo desconocía, y a pesar de la adversidad aún creía que existía.
Se colocó la chompa impermeable, tomó el paraguas y salió de su casa en dirección a la estación del tren, viajaba todos los días desde su residencia en Queens hasta Manhattan en donde estaba la floristería en la que trabajaba.
Cuando subía al tren, sonreía al observar a las parejas de novios jóvenes darse besos, suspiraba y miraba con ilusión a las parejas de ancianos que tomados de la mano transitaban frente a su trabajo, y entraban a una cafetería a platicar como en su época de romance. Lola gracias a eso, no permitía que su corazón se llenara de amargura, por el contrario, siempre esbozaba una amplia sonrisa, aunque por dentro estuviera marchitándose como las hojas secas de las plantas a las que tanto cuidaba.
María Dolores llegó a la floristería y de inmediato entró al vivero, se quitó la chompa, y la colgó en un perchero en el patio para que escurriera el agua, enseguida se puso a podar unas hojas secas de varias margaritas.
—¿Por qué estás triste? —cuestionó a la plantita al verla marchita. Tenía por costumbre hablar con las matas, decía que eran seres vivos, y que la escuchaban—, imagino que te sientes tan sola, y por eso te estás secando por dentro —declaró suspirando, rememorando las crueles palabras que gritó Ricardo en la mañana:
«Si hubiera sabido que en vez de ayuda te ibas a convertir en una carga, jamás te habría hecho el favor de casarme contigo, y ya deja de tragar como una cerda, estás obesa»
—Deberías divorciarte —dijo la voz de una mujer, que había estado observando a Lola en profundo silencio.
María Dolores se sobresaltó, y de inmediato colocó un mechón de su negra cabellera en su pómulo.
—No volvería a ver a Emma —respondió Lola, y su corazón se estrujó en su pecho.
Rose, negó con la cabeza, bufó y se aproximó a su amiga, sin pedirle permiso, le retiró el cabello hacia atrás, y apretó los dientes.
—No comprendo cómo puedes seguir casada con un hombre como ese, es un patán —declaró presionando sus labios, arrugando el ceño.
Lola inclinó su rostro para regar a una de las plantas, deglutió con dificultad la saliva.
—Lo intenté —murmuró—, pero mi hija, fue a parar al hospital, no deseo que Emma sufra, su corazón es débil, necesitamos reunir el dinero para su operación —informó—. He estado pensando vender la casa que era de mi abuela.
—Ni así te estuvieras muriendo de hambre —advirtió Rose—, conserva esa residencia, te puede servir para más adelante, es tu único patrimonio. ¿Está deshabitada? —cuestionó.
Lola inhaló profundo, con la mirada apagada observó a su jefa.
—Desde que falleció mi madre, nadie ha pisado esa casa —informó.
—Deberías rentarla, y ese dinero usarlo para tu salud, tu problema hormonal es algo grave —recriminó Rose—, tu rostro se ve hinchado, estás subiendo de peso, y tu piel se ve pálida y seca.
Varias lágrimas rodaron por las mejillas de Lola, su jefa y Emma eran las únicas personas a las que le importaba, el corazón de María Dolores se iba marchitando como las hojas secas de las plantas que tanto cuidaba. Cuando miraba a los esposos de sus vecinas o conocidas desvivirse por ellas, una profunda grieta se iba abriendo en su alma.
Para Ricardo, Lola, era invisible.
—Es una buena idea —balbuceó y limpió con el dorso de su mano las lágrimas—, pero tendría que viajar a Ecuador, y no tengo dinero —resopló—. Sabes bien que todo lo que gano se lo doy a Ricardo, a él no le alcanza el sueldo, y tenemos muchos gastos, la enfermedad de Emma es muy costosa —bufó.
Rose, rodó los ojos debajo de sus lentes, resopló indignada, pero no dijo nada, entonces miró su reloj.
—Voy al banco, te encargo la floristería —informó.
Lola asintió y prosiguió con sus tareas.
*****
En horas de la tarde, cuando el sol empezaba a ocultarse por el horizonte: Alex Vidal, alto, imponente, elegante, salió del elevador, y se quitó los lentes para el sol, varias de las chicas que trabajaban en su empresa le brindaron una cálida sonrisa, que él correspondió con amabilidad.
Ingresó a su oficina, abrió dos botones de su impecable leva, tomó asiento, esperando que Oliver, su amigo, y abogado ingresara. Un par de minutos después, la puerta se abrió, y el joven de cabello oscuro, y ojos pardos entró.
—Buen día —saludó a su amigo, tomó asiento en una silla frente al enorme y lujoso escritorio tallado en madera de cedro—. Está todo listo para finiquitar la compra de la residencia en Cuenca, Ecuador —declaró.
Alex sonrió, y su mirada brilló, elevó una de sus cejas.
—Ricardo Benítez, ¿no pidió más dinero por la propiedad?
Oliver soltó una risilla.
—Por supuesto, es ambicioso, pero no sabe que pensamos construir un hotel —informó, y sacó de su elegante portafolio de piel unos documentos—. Revisa, fírmalos —solicitó—. Benítez quiere un anticipo para firmar.
El joven Vidal miró a los ojos a su amigo y compañero de trabajo.
—Encárgate de eso —ordenó—, dale el diez por ciento, ni un centavo más, hasta que tengamos las escrituras en nuestras manos.
—Tranquilo —respondió Oliver—, yo sé hacer mi trabajo. —Ladeó los labios—. Hoy en la noche nos vemos para festejar en el lugar de siempre —indicó poniéndose de pie—. Te presentaré a un par de chicas…—Mojó sus labios—, divinas.
Alejandro perfiló una sonrisa, asintió con la cabeza.
—Ahí estaré —aseguró.
Minutos más tarde, Alex empezó a buscar unos documentos importantes, removió varios folders en los cajones del escritorio, y de pronto de uno de ellos cayó una fotografía de él y Jacqueline, en un viaje que habían hecho al Caribe.
La mirada del joven Vidal se ensombreció por completo, tomó aquella foto y la rompió en miles de pedazos, tal como quedó su corazón luego de la traición. Las primeras semanas se había sumido en la profunda depresión, y después sus amigos empezaron a llevarlo a clubes nocturnos, fiestas privadas, en donde se intercambiaban parejas, y también aprendió varias cosas de la sumisión y el masoquismo. A lo largo de esos años intentaba comprender el comportamiento de las damas, y qué era lo que las motiva a encontrar placer en esas prácticas.
Cogió sus cosas y se dirigió al club donde lo esperaban sus amigos, instantes después se abrió paso en medio de las personas que miraban embelesados a la chica que esa noche bailaba en el tubo. El joven buscó con sus ojos la mesa de sus amigos, sonrió al ver que tenían la mejor, con vista privilegiada al escenario.
Enseguida se aproximó a ellos, y saludó con Oliver y Jack, tomó asiento y empezó a mirar el espectáculo.
—Esta noche puedes escoger a la mejor chica —se dirigió Jack a Alex y señaló con su mano a la mujer—. Es de las mejores, además es bien obediente, con ella podrás practicar lo que desees —susurró bebiendo de su copa de whisky.
Alex clavó su mirada en el cuerpo perfecto de la bailarina: Alta, delgada, bien proporcionada, esbelta, con la piel dorada, lozana, y tersa, era una mujer hermosa, perfecta para muchos, pero para él, sería una más.
Y así sucedió, luego de que la joven finalizó el show, se dirigió con Alex a la lujosa suite que poseía en uno de los edificios de su propiedad. El joven encendió las luces, a baja intensidad, tanto que la chica no podía distinguir con claridad el lujo del lugar. Sin decir más, Alejandro la llevó a una alcoba. Los faros se encendieron mostrando unas luces rojas, entonces la chica observó sobre la cama, el arnés y las ataduras para inmovilizarla, y a un lado la fusta de cuero negro.
Antes de proceder, Alex leyó el expediente de la joven, indagando que no poseyera alguna enfermedad contagiosa, y luego le hizo firmar un acuerdo, en el cual la chica aceptaba aquel juego y sobre todo no divulgaría nada de lo sucedido en ese sitio.
La mujer sin ningún prejuicio firmó, pues la suma de dinero que Alex le entregaría era muy alta.
Entonces se quitó la ropa, se dejó atar a la cama, y sintió sobre su piel como él al principio le acariciaba con la fusta, luego la chica sacudió su cuerpo al sentir el primer latigazo.
—Deseo saber: ¿Por qué a las mujeres les encanta el maltrato? —inquirió él murmurando sobre los labios de la mujer. —¿Te gusta? —indagó.
Para asombro del joven Vidal, ella asintió, y pidió más, y con eso Alex confirmaba sus teorías que a lo largo de estos años se había hecho sobre las mujeres.
Para Alejandro Vidal, las damas poseían un gen o alguna extraña condición que las volvía locas por los hombres que las hacían sufrir. Había comprobado que mientras más lágrimas derramaban por un caballero, más lo amaban, por más que intentaba descifrar las causas, no las encontraba.
Y luego de dos horas de servicios de placer que esa joven recibió y proporcionó, se marchó del apartamento, y Alex volvió a sentirse solo, con aquel vacío en su alma que las noches de sexo no lograban aplacar.
*****
Lola miraba con impaciencia su reloj, era tarde y su esposo no llegaba, estaba cansada de lo mismo, de pasar noches en vela, esperando a que él apareciera ebrio. Lo que le preocupaba es que solía ser agresivo en ese estado y asustaba a Emma, y María Dolores procuraba que la niña viviera en un ambiente tranquilo.
La pobre mujer se levantaba cada vez que escuchaba un auto, se asomaba a la ventana, pero nada, él no aparecía, el cansancio le ganó, y se quedó dormida.
Un par de horas después se sobresaltó al sentir unas manos acariciando sus muslos, despertó de golpe y se encontró con la oscurecida mirada de su marido, el olor a licor inundó la alcoba, y aquel perfume barato de mujer se coló por las fosas nasales de María Dolores.
—Lo-li-ta —susurró balbuceando—. Eres tan apetitosa.
Lola no dijo nada, no deseaba provocarlo, porque sabía que sería peor, con suavidad, retiró la mano de él.
—Es mejor que descanses —murmuró ella con voz suave.
—Siempre tan preocupada por mi bienestar —lo dijo en tono de burla, se tiró sobre el colchón, y para suerte de Lola, se quedó dormido.
****
Al día siguiente Lolita servía el desayuno de la pequeña Emma, siempre pendiente que la niña comiera sano.
—¿A qué hora llegó mi papá? —indagó la niña de cabello castaño, ojos verdes, piel blanca, facciones suaves.
—Un poco tarde, cariño, tenía mucho trabajo en la factoría —mintió Lola, aunque cada vez le era más difícil engañar a la niña, ya había cumplido diez años.
—Llegó ebrio, ¿cierto? —averiguó Emma.
Lola, quien lavaba los sartenes que utilizó en el desayuno, resopló al escuchar el interrogatorio de su hija.
—Solo un poco —informó y giró para verla—. Apúrate no tarda en llegar el bus escolar.
Emma se puso de pie y sin pensar un segundo abrazó a su mamá, la mirada de la niña se cristalizó.
—Espero que nunca nos separemos —decretó.
Lola sintió un nudo en la garganta. Ansiaba tanto ser libre, y retomar su vida, pero Emma era su motor, y no podía abandonarla. Ricardo se había negado a que la reconociera como suya, y María Dolores sabía que en el caso del divorcio, él al ser el padre biológico de la niña se quedaría con ella. Consideraba que a la pequeña le esperaría un futuro devastador al lado de un hombre como Ricky.
«...No fue fácil para ella ver que el mundo no era como lo soñó. Conocer el amargo sabor del sufrimiento...» Axel.Días después.Alex Vidal no veía la hora de terminar con aquella junta, esa noche se festejaba el cumpleaños de sus hermanas gemelas, y él no había tenido tiempo de comprarle un regalo.A sus veinte y ocho años, era el director general del grupo hotelero Vidal Espinoza y asociados, una de las cadenas de hoteles más importantes de América.Solicitó unos minutos de receso, se dirigió a su despacho, se quitó el impecable blazer y luego sacó una botella de agua del refrigerador. Bebió varios sorbos mientras buscaba en su agenda el número de teléfono de la floristería en la cual semanas antes,
«...Señora de las cuatro décadas, permítame descubrir, que hay detrás de esos hilos de plata, y esa grasa abdominal, que los aeróbicos no saben quitar...» Ricardo Arjona.Lola cuando el ascensor llegó a la planta baja salió como alma que lleva el diablo, resopló al ver que el guardia de la entrada principal, no estaba.—Lo que me faltaba —gruñó intentando normalizar su respiración. —¿En dónde se habrá metido este sujeto? —susurró, y empezó a caminar por uno de los pasillos del lobby.De pronto escuchó voces:«No debe tardar en salir, la mujer que contratamos acaba de informar que ya están por bajar; tengan todo listo para el secuestro, pediremos una gran suma por el rescate del jefe»El corazón de Lola em
«Junto a ti no existe el tiempo, me acaricias al hablar. Te encontre justo el momento, en que tenias que llegar. Hace tanto que te espero. No te lo voy a negar» Patricio Arellano.Alex Vidal le contaba a Oliver lo sucedido la noche anterior, omitió lo sucedido con Lola en el elevador.—Valiente, mujer —dijo con asombro—. Otra en su lugar habría huido.La mirada de Alejandro cambió, ladeó los labios al recordarla.—Es diferente.—¿Y cómo es? —indagó con curiosidad el joven. —¿Es bonita?Alex se aclaró la garganta.—Tiene una sonrisa muy linda —comentó y de inmediato cambió el tema para mirar los planos del hotel que estaban po
Lola palideció por completo, sintió sus piernas flaquear, y le faltó la respiración, se recargó en el barandal, y este debido a los años crujió y antes de que ella cayera al piso, los fuertes brazos de Alex la sostuvieron por la cintura.María Dolores se estremeció, inhaló aquel aroma a cedro, y cuero que no podía olvidar. Alex se reflejó en esos profundos pozos negros, la miró con atención, y también recordó el sabor a cereza que tenían los labios de aquella mujer.Lola se separó de inmediato y caminó hasta la sala.—Lo que usted me dice, debe ser un error —comentó—. Yo recibí esta casa como parte de una herencia, mi esposo no tenía derecho sobre esta propiedad.Alex buscó en su correo el contrato de compr
Al día siguiente, Lola no había podido conciliar el sueño, su principal preocupación: la salud y la seguridad de Emma. Sus ojos estaban enrojecidos en hinchados, lo que ganaba en la floristería no le alcanzaría para pagar una renta, en Estados Unidos era demasiado costoso. Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados, ni tampoco iba a esperar que Alex se hiciera cargo de ambas, así que se puso de pie y se metió a la ducha, luego de unos minutos salió envuelta en una bata, salió descalza en busca de la lavandería, necesitaba poner a lavar sus prendas y las de Emma, no tenían que más ponerse. Al no encontrar el lugar, empezó a tocar cada una de las puertas de las alcobas para preguntarle a Alex, entonces antes de tocar la madera de una, un quejido escuchó de una de las habitaciones, supo que ahí era, y que el joven se encontraba adolorido. Entonces tocó tres veces.
María Dolores negó con la cabeza, y se aclaró la garganta. —Deme unos minutos, y alístense, lo voy a llevar a conocer un lugar —informó. Alex elevó ambas cejas, y asintió. —¿Qué sitio es? —indagó con curiosidad. —Es una sorpresa. —Sonrió Lola, con esa particular forma que tenía que hacerlo, tan espontánea, y natural. Se puso de pie y se dirigió a la alcoba. Emma se encontraba en la terraza de la habitación, Lola contempló a su hija y notó en la mirada de la niña: paz, esa que no tenían desde hacía mucho tiempo. —¿Cómo te sientes, cariño? —indagó con dulzura, le acarició la mejilla. —Tranquila —contestó, y siguió mirando la ciudad—. Todo se ve hermoso desde aquí. —Así es —respondió Lola—, hay una vista impresionante, pero te te
Al día siguiente, Emma y Lola se colocaban la ropa nueva que habían adquirido la noche anterior en el centro comercial. Esa había sido la atracción a la que Alex se refería, él sabía bien, que no había mayor placer para las mujeres que ir de compras, y aunque Lola, no quiso aceptar que él gastara en ellas; sin embargo, cuando notó la mirada iluminada de su hija accedió. En aquella tiendas las habían tratado como a unas reinas, la asesora que le tocó a Lola, le hizo caer en cuenta que no estaba gorda como le repetía Ricardo, si bien era cierto que poseía unos kilos de más, con la ropa que le recomendó se logró resaltar sus curvas, en especial su estrecha cintura. Lola suspiró frente al espejo, ese día se colocó unos pantalones de mezclilla de bas
Lola y Emma habían recogido sus cosas del apartamento de Alex, y se mudaron al de ellas. Con el dinero que Rose le prestó compró algunos víveres, en especial los que requería la niña, pues la dieta de ella, era especial. Miraban una película en la televisión de la habitación, cuando el sonido del timbre las sobresaltó a ambas. Lola lucía un conjunto de dormir de dos piezas, short y blusa de tiras de satín, se colocó la bata encima y fue hasta la puerta. Observó por la mirilla, y el corazón le dio un vuelco, ahí estaba Alex, con sus rizos rubios alborotados, su impresionante altura y presencia, todo él estremecía de pies a cabeza a Lola, entonces su mano temblorosa se posó sobre la perilla de la puerta, y la abrió. —Hola, Lola —dijo Alex—. Te traje algunos víveres, imagino que la alacena está vacía. —Frunció el ceño, al percibir el aroma a café que provenía de la cocina