Capítulo 6

Al día siguiente, Lola no había podido conciliar el sueño, su principal preocupación: la salud y la seguridad de Emma. Sus ojos estaban enrojecidos en hinchados, lo que ganaba en la floristería no le alcanzaría para pagar una renta, en Estados Unidos era demasiado costoso. 

Sin embargo, no podía quedarse de brazos cruzados, ni tampoco iba a esperar que Alex se hiciera cargo de ambas, así que se puso de pie y se metió a la ducha, luego de unos minutos salió envuelta en una bata, salió descalza en busca de la lavandería, necesitaba poner a lavar sus prendas y las de Emma, no tenían que más ponerse. 

Al no encontrar el lugar, empezó a tocar cada una de las puertas de las alcobas para preguntarle a Alex, entonces antes de tocar la madera de una, un quejido escuchó de una de las habitaciones, supo que ahí era, y que el joven se encontraba adolorido. 

Entonces tocó tres veces. 

—Adelante —dijo Alex. 

María Dolores observó como intentaba ponerse la pomada para la quemadura en la parte superior de la espalda, fruncía los labios y se quejaba al tocarse. 

—Permítame ayudarle —expresó ella sin dudarlo. 

Alex la miró frente a él, al natural, contempló sus ojeras y el rojo en sus ojos, Lola sin decir nada untó la pomada en sus dedos y con delicadeza empezó a masajear en las heridas. 

—¡Auh! —se quejó él. 

—Resista —solicitó ella—, tendré más cuidado. 

Lola sintió en sus dedos la suave, firme piel de él, no sabía como se había bañado, pero el aroma que desprendía de su piel era seductor, por otro lado, Alex percibía la candidez de las manos de ella. María Dolores frotaba con delicadeza la espalda del joven, luego se colocó frente a él para colocarle la pomada en el pectoral. 

El joven aprovechó para contemplar sus carnosos labios, y Lola al sentir su mirada percibió un cálido estremecimiento recorrer su ser. Elevó sus ojos y enfocó su mirada en esos profundos pozos azules. Ambos se miraron en silencio, él mojó sus labios y María Dolores se vio tentada a probarlos, estuvo a punto de hacerlo, de no ser por la voz de la pequeña Emma que la llamaba desde el pasillo, eso la obligó a alejarse de él. 

—Deseo saber en dónde queda la lavandería —solicitó. 

Alex presionó los labios, inhaló profundo, recordó que madre e hija no tenían ni qué ponerse. 

—Es por la cocina —informó. 

—Gracias —dijo ella con una sonrisa. —¿Puedo pedirle otro favor?

Alejandro le brindó una sonrisa. 

—Claro. 

—¿Me deja utilizar su cocina? 

Alex asintió. 

—Lola —mencionó y la mujer sintió su cuerpo vibrar al escuchar en los labios de Alex su nombre—, no necesitas pedirme permiso, siéntete como en tu casa, no te preocupes por el desayuno, lo pedimos a un restaurante. 

María Dolores negó con la cabeza, y sus ojos se cristalizaron. 

—Muy amable —expresó y lo miró a los ojos—. Permítame cocinar para usted, me agrada hacerlo. 

Alejandro se sintió halagado con aquel detalle, asintió, enseguida Lola abandonó la alcoba del joven, y fue a atender a Emma. 

Alex tomó su móvil e hizo una llamada importante. 

****

Instantes después el delicioso aroma que provenía de la cocina activó el estómago de Alex, luego de ponerse con dificultad una camisa y unos pantalones vaqueros apareció en la cocina. 

No avanzó, se quedó estático en la cocina, escuchando la melodiosa voz de Lola, entonando una canción. 

—Para volver a amar debo sentir que vivo, y no andar huyendo. Para poderte dar lo que un día fue mío, y hoy ya no lo encuentro. Hoy solo busco pedazos de lo que un día fue, un corazón abierto. Y no por ti, no por mí, si no que el tiempo diga adiós a algún recuerdo...—canturreaba mientras  mecía en el sartén los huevos con tocino, en otra olla preparaba avena con leche y canela para Emma, además había encendido la cafetera y el aroma a café inundaba el ambiente. 

—Huele delicioso —expresó Alex al oído de ella. 

Lola se sobresaltó, y su estómago se encogió al tener el aliento de él tan cerca. 

—Es algo sencillo —expresó carraspeando—, no quise ser atrevida. 

Alex presionó los labios para no reír, pero fue inevitable no soltar una carcajada, frunció el ceño por el dolor que le causó en su herida cerca de la costilla. 

—Al contrario, eres muy atrevida, y besas muy bien —declaró—, cantas muy lindo, y bailas con mucha sensualidad. 

Lola se mordió los labios, no pudo evitar sonreír, por suerte estaba de espaldas a él; sin embargo, sabía que él era un seductor y que iba a utilizar todas sus armas para convencerla de caer en aquel juego del gato y del ratón, entonces giró y sus senos rozaron el pecho de él. 

—¿A qué juega señor Vidal? ¿Qué pretende? —indagó elevando una de sus cejas. 

—Aún no hemos empezado el juego —expresó con simpleza—, pero te aseguro que si dices que sí, no te vas a arrepentir. 

Lola apagó la estufa y de nuevo volteó para mirarlo. 

—¿Qué le hace suponer que deseo entrar en ese juego? —indagó. 

Alex esbozó una sonrisa perversa, seductora.

—La forma en cómo me miras, me lo dice todo —aseveró con orgullo—. Estoy seguro de que deseas que nos volvamos a besar como en el elevador, y podríamos llegar a algo más interesante —habló con voz ronca, sus pupilas se dilataron y deslizó la yema de sus dedos por el cuello de Lola, percibió como ella se estremeció. 

Lola inhaló profundo, intentaba mantenerse firme a pesar de que sus piernas parecían no sostenerle, se aclaró la garganta. 

—Señor Vidal, necesito aclararle algo —mencionó con su dulce voz—, yo no soy mujer que busca tener sexo ocasional; María Dolores Beltrán hace el amor, pero eso es algo que usted es incapaz de comprender —declaró con tanta seguridad que ella misma se sorprendió—. Ojalá algún día logre sanar esa herida que no le permite abrir su corazón. 

La respiración de Alex se volvió irregular, Lola tenía la particularidad de desalmarlo como ninguna mujer lo había logrado antes, era obvio que esa mezcla de inocencia y madurez era un peligro, pero a él le fascinaba jugar con fuego, y María Dolores ejercía sobre él una poderosa atracción, aquella mujer tenía como una especie de imán, que sin pensar un segundo volvió a tomarla de la cintura, inclinó su cabeza y tomó los labios de Lola con urgencia, como si estuviera necesitando de aquella calidez para sentir de nuevo que su corazón vibraba, y que era un hombre mortal, y no una máquina que solo buscaba satisfacción sexual. 

Lola abrió sus labios, no resistió a aquel beso, ella también lo necesitaba, llevaba toda su vida anhelando percibir aquel cosquilleo en su estómago, y ese corrientazo quemarle la piel y calcinarle las entrañas, sin embargo, no le iba a poner el camino tan fácil a él. 

—Enséñame a amar —suplicó Alex rozando los labios de Emma. 

—No creo tener esa capacidad, mientras usted no se libere, nadie podrá hacerlo —expresó—. Solo ese día entenderá que el amor es la fuerza que mueve el mundo, que no hay mejor medicina para curar un alma rota, que el cariño de alguien, y que no hay mayor satisfacción sexual que entregarse enamorado, en cuerpo y alma a la persona amada. 

Alex la soltó y giró contrariado, tiró con rudeza varios mechones de su cabello, alterado. 

—No logro entender a las mujeres —expresó alterado—, según lo que expresas, no consigo entender: ¿Cómo puedes amar a un hombre como Benítez? —indagó. 

Los labios de Lola perfilaron una mueca, tomó asiento en una silla del comedor. 

—Yo jamás he estado enamorada de Ricardo —confesó—. Mi matrimonio fue arreglado, y ahora comprendo el interés de ese infeliz en casarse conmigo —gruñó y su mirada se oscureció—. Mi mamá me presionó a dar ese paso, la casa que le vendió estaba hipotecada, no teníamos dinero para pagarle al banco, él se ofreció a ayudarnos. —Inclinó su mirada—, y me casé con el mismísimo demonio. —Bufó. 

Alex rascó su barbilla, y la miró con atención. 

—¿Y a pesar de eso, aún crees en el amor?

Lola sonrió. 

—Por supuesto, amo a Emma, a mi trabajo, a las personas que me rodean —declaró—, aunque perdí las esperanzas de que un amor carnal llegue a mi vida, me alegro cuando veo matrimonios estables, parejas de novios —confesó—, me dará mucho gusto saber que algún día usted también lo encuentre. 

Alex inspiró profundo, enfocó su azulada mirada en Lola, negó con la cabeza. 

—Las mujeres se acercan a mí, solo por dinero, o por sexo —declaró, y le confesó a Lola lo sucedido años atrás con Jacqueline. 

Lola se puso de pie, y colocó su mano en el hombro del joven. 

—Esa mujer no valía la pena, no lo amaba lo suficiente, mi abuela que era tan sabía, había dejado escrito que quien a uno lo ama lo acepta tal como es: gordo, flaco, feo, bonito, aburrido, alegre —enfatizó—, yo no lo conozco bien; sin embargo, puedo reconocer en la mirada de la gente, la nobleza, y usted me parece un hombre honorable, únicamente necesita reencontrarse consigo mismo. 

La mirada de Alex se cubrió de brillo, las palabras de Lola parecían liberar su alma. 

—Ricardo Benítez es un reverendo idiota —declaró—. Si yo fuera él, jamás habria abandonado a una mujer como tú —enfatizó con seguridad. 

Aquellas palabras acariciaron el corazón de Lola, sus ojos se llenaron de luz, era como si Alex viera en ella cualidades que jamás antes nadie percibió, pero existía un gran problema, la diferencia de edad entre ambos, el estado civil de ella, y Emma, así que de nuevo el destino le jugaba una mala pasada, ponía frente a sus ojos al hombre soñado, solo que este había nacido antes que ella, era joven, guapo, lleno de vida, millonario, con un futuro por delante, de seguro querría tener familia, y eso era algo que para Lola era imposible dar. 

—Ricardo es un pendejo —expresó ella con simpleza, y el pitido de la secadora interrumpió la charla se dirigió a tomar la ropa de ella y de Emma y se dirigió a la habitación. 

Alex se quedó en la cocina, pensativo, en realidad no lograba entender como aquel sujeto no la había valorado, cuando Lola era hermosa por fuera y por dentro, es más le parecía inverosímil que una mujer con esa capacidad para amar, y esa fuerza para no darse por vencida después de los golpes de la vida, no tuviera a su lado un buen hombre, uno que la amara de verdad tal como ella se lo merecía. 

Instantes después desayunaron los tres, parecían una familia, Emma se sentía tranquila, y segura cerca de Alex a diferencia del temor con el que vivía junto a su padre. 

Lola alzó la vajilla y empezó a lavar los platos. 

—Lola necesitamos hablar acerca de la propiedad —dijo Alex. 

María Dolores dejó lo que estaba haciendo y centró su atención en él.

—Yo no tengo nada que ver, con respecto a lo que hizo ese infeliz —declaró—, no he recibido un solo centavo. 

—Lo sé —dijo Alex—, pero si no construyo un hotel en esa propiedad, los inversionistas van a acabar con mi empresa —enfatizó. 

—Y si yo no recupero esa casa, la vida de mi hija se va a extinguir —comentó—. Comprendo que para usted sean importante los negocios, y el dinero, pero a mi lo único que me interesa es Emma y su salud, necesita un trasplante —declaró con tristeza. 

Alex inhaló profundo y se aclaró la garganta.

—Te compro la propiedad, al precio que digas —propuso—, a cambio de trabajar para mí. 

Lola parpadeó elevó ambas cejas. 

—No me alcanzaría la vida para pagarle —expresó. —¿En qué consistiría mi empleo?

Alex tomó asiento y enfocó su azulada mirada en los ojos de Lola. 

—Tienes seis meses para demostrarme que el amor existe, no sé qué tengas que hacer, pero debes convencerme de todo lo que profesas —indicó—, a cambio yo te daré el dinero para la operación de Emma, y trabajaras en mi empresa, a mi lado, como mi asistente —sugirió—, no te estoy pidiendo nada del otro mundo, ni te haré ninguna propuesta indecorosa, firmaremos un contrato y tú dirás si aceptas las cláusulas —comentó—. Tienes veinte y cuatro horas para darme una respuesta. —Plantó sus ojos en los de ella. 

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