Capítulo 5

Lola palideció por completo, sintió sus piernas flaquear, y le faltó la respiración, se recargó en el barandal, y este debido a los años crujió y antes de que ella cayera al piso, los fuertes brazos de Alex la sostuvieron por la cintura. 

María Dolores se estremeció, inhaló aquel aroma a cedro, y cuero que no podía olvidar. Alex se reflejó en esos profundos pozos negros, la miró con atención, y también recordó el sabor a cereza que tenían los labios de aquella mujer. 

Lola se separó de inmediato y caminó hasta la sala. 

—Lo que usted me dice, debe ser un error —comentó—. Yo recibí esta casa como parte de una herencia, mi esposo no tenía derecho sobre esta propiedad.

Alex buscó en su correo el contrato de compra venta, leyó y en efecto decía que la propietaria era: María Dolores Beltrán; sin embargo, ella había firmado un poder para que su esposo vendiera la propiedad. 

—Esta, ¿es tu firma? —inquirió. 

Lola miró una y otra vez su nombre estampado en aquel documento. 

—Sí, parece mi letra —balbuceó, y sus ojos se llenaron de lágrimas. —¡Infeliz! —gruñó apretando sus puños refiriéndose a Ricardo. 

Alex notó como el rostro de ella se desencajó por completo. 

—No comprendo, si tu esposo nos vendió esta casa, ¿por qué no te avisó?

Lola liberó las lágrimas que estaba conteniendo, y se sentó al borde de la cama, se cubrió con ambas manos el rostro y empezó a sollozar por Emma, todo estaba perdido. 

—Mi marido me abandonó, se fue con todo el dinero, yo no sabía nada —aseveró Lola—, vine a poner en venta esta propiedad porque necesito operar a mi hija —declaró. 

Alex inhaló profundo, sin embargo, no la conocía, y no sabía si decía la verdad, o querían verle la cara, y sacarle más dinero. 

—Todo esto es muy extraño —comentó—; sin embargo, el negocio está hecho, y no voy a perder mi inversión. 

Lola presionó sus párpados y apretó sus labios. 

—No tan fácil, puedo demandar, y comprobar que esa no es mi firma. 

Alex la miró con profunda seriedad. 

—Ya comprendo, ustedes quieren más dinero —rebatió—, pero no voy a caer en su juego, si deseas demándame, veremos si tienes el capital para litigar por años, el juicio no será nada fácil —expresó, y luego pensó en que era el momento de hacerle una propuesta—. A menos que lleguemos a un acuerdo. 

Lola irguió su barbilla y enfocó su profunda mirada en él. 

—No me amenace, usted no me conoce —declaró Lola con firmeza. —¿Qué clase de acuerdo? —inquirió dudosa. 

Alex se aclaró la garganta. 

—Yo no creo en el amor, y estoy convencido de que las mujeres nacieron para sufrir, con sus debidas excepciones —carraspeó—. Te doy seis meses para que me demuestres que ese sentimiento existe, y yo intentaré convencerte de sumergirte en mi oscuro mundo. 

Lola rodó los ojos, y bufó ante la desfachatez de aquella absurda propuesta. 

—A mí no me agrada esas cosas de las cincuenta sombras, ni tampoco voy a convertirme en su fetiche, puede que en el pasado por ser una idiota haya perdido mi dignidad, pero ahora no, ningún niño rico va a venir a humillarme, ni jugar conmigo —declaró—. Quédese con la propiedad, pero a María Dolores Beltrán jamás podrá comprarla señor Vidal, hay cosas que el dinero no puede adquirir. —Lo empujó subió a la alcoba, recogió su equipaje y bajó. 

Alex no dijo nada, la miró marcharse con el rostro lleno de lágrimas, pero no la conocía, así que una vez que Lola abandonó la casa, él de inmediato tomó su móvil y solicitó que la investigaran, necesitaba saber todo acerca de ella, y sobre todo comprobar que decía la verdad, entonces miró en el suelo una fotografía, la levantó, era la misma que la noche anterior María Dolores encontró.

El joven Vidal también leyó aquella leyenda, y guardó la fotografía en su chaqueta, luego revisó que más había en aquel baúl, y encontró el diario de María Dolores, empezó a leer las primeras líneas, estaban narradas por una adolescente, también lo guardó, y luego recorrió la estancia. 

*****

Lola regresó a Estados Unidos con el alma destrozada, al llegar a su casa, se encontró con el arrendatario. 

—Qué bueno verte Lolita —dijo el hombre—. No me han pagado la renta del mes anterior, y con este ya son dos lo que me deben.

Lola pasó con dificultad la saliva, sintió todo su mundo venirse abajo. Sus hombros empezaron a doler como si cargara encima un montón de piedras. 

—Deme unos días para conseguir lo de la renta —solicitó. 

—Tienes dos días —sentenció el hombre y se alejó. 

María Dolores abrió la cerradura, miró a su hija comiendo algo de fruta, la mirada de la niña se iluminó al ver a su madre, sin embargo, Rose notó la palidez en el rostro de Lola, supo que algo había pasado. 

—Mamita —mencionó Emma. —¿Cómo te fue? —indagó. 

Lola se aproximó a la niña, la abrazó y besó su frente. 

—Me fue bien, mi princesa —comentó—, te traje un obsequio, pero más tarde te lo doy, estoy un poco cansada. 

—Bueno mami —dijo la niña. 

—¿Me acompañas a mi habitación? —solicitó a Rose. 

La mujer de inmediato se puso de pie, y caminó junto a Lola hasta la alcoba. 

—¿Qué pasó? —indagó. 

Enseguida Lola procedió a contarle lo ocurrido, la mujer desahogó su llanto, y todo el dolor que sentía al haber perdido su casa, no poder ayudar a Emma, y lo peor que Ricardo estuviera disfrutando de ese dinero. 

Rose resopló con indignación, le aconsejó a Lola demandar al grupo hotelero, pero ambas sabían que era gente con demasiado poder. 

****

Días después. 

Alex Vidal sostenía en sus manos el informe que el investigador le había entregado acerca de Lola. 

El joven se puso a leer, y constató que tenía una niña enferma, y supo que Benítez había abandonado el país con otra mujer, entonces comprendió que Lola no mentía y que necesitaba el dinero para la operación de la pequeña; sin embargo, él no podía perder su inversión. 

—¿Qué vamos a hacer? —indagó Andrew—. No solo perderemos el dinero que le entregamos a aquel hombre, sino que nuestros socios en Ecuador, nos van a demandar. 

Alex resopló y presionó sus puños, miró a Oliver. 

—Se supone que tú tienes gente especializada, que revisa todo —reclamó—, en este informe. —Lanzó la carpeta sobre la mesa—, dice con claridad que la firma de la señora Beltrán fue falsificada. 

—Yo… Lo lamento —expresó Oliver—, estoy dispuesto a entregarte mis acciones para pagar el daño. 

Alex negó con la cabeza, se llevó sus manos hasta la cabeza, bufó. 

—Veré si puedo llegar a un acuerdo con la señora Beltrán, y mirar si desea vendernos la propiedad —informó—. Eso es todo señores. 

Los dos hombres salieron de la sala de juntos, de inmediato Alex tomó su blazer y salió a visitar a Lola, necesitaba hablar con ella.   Condujo de Manhattan hasta Queens, y bajó la velocidad, buscando el número de casa en la que habitaba ella. 

Observó como de una residencia salía gran cantidad de humo, y como había gente intentando aplacar el fuego. Bajó de su auto y empezó a llamar al 911 para informar sobre el flagelo. 

Cuando se aproximó escuchó la voz de Lola gritando con desespero. 

—¡Mi hija está adentro! —repetía mientras varias personas la sostenían y no la dejaban pasar. 

Alex se abrió paso en medio de la gente. 

—¿Qué pasa María Dolores? —cuestionó. 

—Mi niña, que alguien me ayude —bramó con desespero. 

Alex sin pérdida de tiempo se quitó el saco y se lo entregó a Lola, y antes de que ella pudiera reaccionar el joven se metió a la casa. 

Minutos de gran angustia vivía Lola al exterior de la residencia, oraba porque ambos salieran con vida. 

El joven Vidal tan solo divisaba una gran cantidad de humo, que provenía de la cocina, tosió un par de veces, intentando buscar a la niña, entonces escuchó una suave voz pidiendo ayuda, él esquivando las llamas, ingresó a una de las alcobas, miró una ventana y con lo primero que encontró rompió uno de los cristales, y se aseguró que no quedaran pedazos de vidrios al borde. 

A un lado de la cama observó a la niña estática, atemorizada. 

—Tranquila, vamos a salir de aquí —le habló con dulzura. 

Emma asintió, y él de inmediato la cargo sobre sus hombros, y justo a tiempo cuando la levantó y se alejó una viga del techo cayó. Alex se sobresaltó y aunque el humo no le permitía respirar con facilidad, logró entregarle a la pequeña a uno de los bomberos que justo en ese momento llegó. 

Lola al ver que sacaban a Emma de la parte de atrás de la casa y colocaban a la niña en una camilla, corrió a su lado, sollozó con fuerza y la abrazó. 

—¿Cómo te sientes? —imploró. 

—Me duele el pecho —dijo Emma. 

Entonces buscó con sus ojos a Alex, pero no lo vio, imaginó lo peor, y se llevó las manos a la cabeza.

Sintió un estremecimiento cuando los vidrios de la casa explotaron, y de pronto miró en otra camilla al joven, se aproximó a él. 

—¿Se encuentra bien? —indagó y notó como se tocaba el hombro y fruncía los labios. 

—Me cayó una viga encima —expresó tosiendo. 

Lola resopló y miró la herida del joven, frunció los labios. 

—Muchas gracias —expresó ella con dulzura y enfocó sus ojos en los de él, y se perdieron en la mirada del otro. 

La voz del paramédico interrumpió la escena y Lola de inmediato subió a la ambulancia junto con Emma. 

Instantes después, la niña fue ingresada a emergencia. Alex de igual manera, minutos después el joven salió con una venda en el brazo, y en el tórax, solo llevaba puesto la parte de la camisa derecha. 

Lola se aproximó y negó con la cabeza. 

—No debió arriesgarse, pudo perder la vida en ese lugar —expresó con pesar. 

El joven Vidal la miró con ternura. 

—Jamás me quedo de brazos cruzados —enfatizó. —¿Cómo está la niña?

Lola le dedicó una leve sonrisa. 

—Aún no me dicen nada —resopló, y lo miró atenta. —¿Qué hacía usted en mi casa? —indagó. 

Alex se aclaró la garganta. 

—Eso no es importante en este momento —expresó. —¿Tienen en dónde vivir? —indagó. 

Los ojos de Lola se llenaron de lágrimas, y negó con la cabeza. 

—Yo no poseo familia en este país, lo perdimos todo en ese flagelo —confesó—. Quizás mi amiga Rose nos reciba unos días en su casa, mientras conseguimos otro sitio. 

La mirada de Alex se cubrió de melancolía, recordó ciertos episodios de su niñez, cuando junto a su madre pasaron carencias. 

—No puedo permitir que se queden en la calle —expresó con sinceridad. 

Lola elevó su rostro para mirarlo a los ojos. 

—Usted ya hizo demasiado. 

—Claro que no —expresó él—. Estuvimos investigando, y comprobé que decías la verdad, pero no puedo perder mi dinero, le entregué a tu marido cien mil dólares por esa casa, y él debe responder. 

Lola bufó y ladeó la cabeza. 

—Esa casa cuesta mucho más —expresó. 

En eso el médico salió, e informó que Emma estaba fuera de peligro, pero que había que tener cuidado con su corazón, y que en unos minutos le darían el alta,  Lola agradeció a Dios que Alex le hubiera salvado la vida, ahora se sentía en deuda con aquel hombre. 

Lola llamó a Rose para pedirle posada por unos días, pero justo esa noche el hijo de ella y su familia habían llegado de visita, y no tenía habitaciones disponibles; sin embargo, le ofreció buscarle un lugar. 

María Dolores se llevó las manos al rostro, estaba sola, desamparada, sin hogar, y con una niña enferma, parecía que hacía honor a su nombre, y su vida estaba llena de sufrimiento. 

Alex miró como corrían grandes lágrimas por las mejillas de la mujer, entonces un oficial apareció y se aproximó a Lola. 

—¿Es usted la señora María Dolores Beltrán? —indagó. 

Lola arrugó el ceño. Alex de inmediato se acercó a ella. 

—¿Qué sucede? —indagó el joven. 

—Solo deseo saber si la señora es la persona a la que buscamos. 

—Sí soy yo —informó Lola. 

El oficial sacó su móvil y les mostró a ambos una inscripción en un muro cercano a la casa de Lola. 

«Por sapa, arderás en el infierno»

Lola se llevó la mano a la boca, negó con la cabeza. 

—Suponemos que el incendio fue provocado, y que quienes lo hicieron están relacionados con el intento de secuestro del señor Vidal —informó el oficial—. Tenga cuidado, señora. Estaremos tras la pista de esos sujetos. Buenas noches. 

Lola dejó caer su cuerpo en una de las sillas. Alex inclinó su cabeza, y se llevó la mano a la cabeza, resopló. 

—No sé que voy a hacer —sollozó María Dolores, desahogándose. 

—Ustedes se vienen conmigo —declaró Alex—. No puedo permitir que la vida de ambas corra peligro —informó. 

Lola abrió sus enormes ojos con amplitud. 

—No, no podemos aceptar eso —expresó. 

—Lola, no tienes más alternativas, esta noche se quedarán en mi apartamento. —Miró su reloj—. Es tarde y no puedo comunicarme con el administrador del edificio en donde tenemos vacío un departamento, mañana a primera hora lo haré —mencionó y extendió su mano. 

El corazón de María Dolores retumbó en su interior, parpadeó un par de veces para que la visión se le aclarara, entonces estrechó la mano de él, y un corrientazo le recorrió la piel. Esa misma noche luego de que dieron el alta a Emma los tres acompañados de los escoltas partieron hasta Manhattan, subieron por el elevador privado a uno de los apartamentos. 

Los labios de Emma se abrieron con sorpresa, y los ojos de Lola de igual manera al mirar el lujo de aquella estancia, los ventanales eran enormes y se divisaba toda la ciudad de New York. 

—Vengan —solicitó Alex y las condujo a la planta superior, caminaron por un pasillo, y él abrió una puerta—. Aquí pueden descansar —mencionó. 

Lola jamás imaginó que un simple ramo de girasoles que le vendió a Alex para su mamá, le cambiaría la vida de forma inesperada. Con una cálida sonrisa agradeció las atenciones del joven. 

—Muchas gracias, que tenga una buena noche —dijo Lola—, si necesita algo, no dude en llamarme. —Miró apenada sus vendajes. 

Alex le devolvió la sonrisa. 

—Sé cuidarme solo, tranquila, que descansen —expresó—. Buenas noches, Emma —se dirigió a la niña con cariño, y aquel gesto emocionó el corazón de madre e hija, pues Ricardo jamás tenía esas atenciones con ambas. 

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