Capítulo 2

«...No fue fácil para ella ver que el mundo no era como lo soñó. Conocer el amargo sabor del sufrimiento...» Axel. 

Días después. 

Alex Vidal no veía la hora de terminar con aquella junta, esa noche se festejaba el cumpleaños de sus hermanas gemelas, y él no había tenido tiempo de comprarle un regalo. 

A sus veinte y ocho años, era el director general del grupo hotelero Vidal Espinoza y asociados, una de las cadenas de hoteles más importantes de América. 

Solicitó unos minutos de receso, se dirigió a su despacho, se quitó el impecable blazer y luego sacó una botella de agua del refrigerador. Bebió varios sorbos mientras buscaba en su agenda el número de teléfono de la floristería en la cual semanas antes, había ido por un arreglo para su madre, y había sido atendido por una mujer muy amable. 

Fue inevitable no recordar la amena charla que tuvo con esa dulce persona, de impresionantes ojos negros, y deseó que fuera ella misma, la que lo atendiera. 

****

María Dolores, en horas de la mañana había tenido un fuerte altercado con su esposo, tanto que la pequeña Emma se sintió mal, luego de que la niña se reestableció la acompañó hasta la escuela, y se dirigió a la floristería. 

Rose negó con la cabeza al ver las marcas en los brazos de Lola. 

—¿Hasta cuándo Lola? —recriminó con molestia—, yo también fui víctima de violencia, estuve a punto de perder la vida, y gracias a eso, ahora soy una mujer diferente, no deseo que te suceda lo mismo. —Una gran cantidad de lágrimas se amotinaron en los ojos de aquella dama. 

Lola tragó grueso la saliva, dejó caer su cuerpo en una silla. 

—Yo jamás me imaginé vivir esto —empezó a sollozar—, es cierto que jamás amé a Ricardo, pero pensé que con el tiempo lo iba a llegar a querer; sin embargo, lo único que siento por ese hombre es odio —confesó, y gimoteó con gran fuerza—, ya no quiero seguir a su lado, siento que de un momento a otro voy a cometer una locura. 

Rose se acercó a ella, la abrazó con fuerza. 

—Desahógate amiga, que más adelante te daré los datos de un buen abogado —susurró mientras acariciaba la melena de Lola. 

—No tengo dinero para pagar —expresó apenada María Dolores. 

—Por eso no te preocupes, te haré un préstamo, y mi pago será verte libre de ese infeliz. —Presionó sus labios para no hablar demás, y no atormentar más a Lola contándole que lo había visto del brazo de otra mujer. 

—Gracias —susurró Lolita, y el sonido del teléfono interrumpió aquella escena. 

Rose se acercó a contestar. 

—Buenas tardes, hace días adquirí un arreglo de flores para mi madre, la persona que me atendió me sugirió unos girasoles, me gustaría hablar con ella para solicitar un nuevo pedido. 

La dueña rascó su nuca, pues en esas semanas se habían vendido varios arreglos de aquella flor. 

—Por casualidad: ¿Sabe el nombre de la encargada que lo atendió?

—No, pero la recuerdo bien —expresó el hombre al otro lado del teléfono, y enseguida empezó a describirla. 

—Fue Lola —comentó sonriente Rose—, ya se la comunico —indicó, y miró a su amiga. María Dolores arrugó el ceño, no sabía de qué se trataba—. Es un cliente —susurró bajito, y le extendió el auricular. 

Lola limpió sus lágrimas, sorbió su nariz con un pañuelo. 

—Buenas tardes, en qué puedo ayudarle. 

—Hola, soy el cliente al que usted le preparó un hermoso arreglo de girasoles para mi madre —dijo el joven—, charlamos un poco. 

Lola de inmediato reconoció esa voz, y un extraño cosquilleo le recorrió la piel, y no supo el motivo. 

—Por supuesto que lo recuerdo, pero no creo que me haya llamado para conversar —bromeó Lola, ella siempre tenía la particularidad de dejar los problemas atrás, y siempre sonreír y ver el lado positivo a la vida. 

—Necesito dos arreglos florales, son para mis hermanas gemelas, cumplen años —comentó Alex. 

Lola suspiró bajito, cuánto le hubiera gustado tener una hermana, con quién compartir sus penas, pero no contaba con esa dicha. 

—Le voy a preparar dos arreglos de rosas rosadas, simbolizan pureza, y ese color quiere decir que no importa la edad que ellas tengan, para usted verá a la niña, adolescente con las que creció. 

Alex sonrió desde su oficina. 

—Perfecto, por favor que las envíen hoy —solicitó, y enseguida le dio la dirección a donde debía enviarlas. 

Lola le dio los datos de la transferencia, anotó el teléfono de la oficina del joven, y enseguida se puso a realizar los arreglos. Quería que fuera algo especial por lo que los empezó a hacer en el vivero en una mesa de trabajo que tenía ahí, no quería que nadie la interrumpiera. 

Cuando los finalizó, le pidió a una de las encargadas que apenas viniera el camión de entrega se los llevaran, le dio la dirección a la chica, y salió a comprar unas empanadas que vendían a un par de calles del sitio donde ella laboraba, y que sabía le encantaban a Rose. 

Lola se demoró casi una media hora, pues la fila había sido larga, cuando regresó observó al camión de entregas retirarse de la floristería; sin embargo, cuando entró se dio cuenta de que habían olvidado el arreglo que con tanto esmero preparó toda la tarde. 

—¡No puede ser! —exclamó. 

Rose al escucharla se colocó los lentes, y la observó con seriedad. 

—¿Qué sucede?

—Olvidaron llevar los dos arreglos, es un cliente importante. 

—¿Tienes la dirección? —indagó Rose. 

—Sí, se la di a Karen —mencionó. 

Sin embargo, la chica había traspapelado la dirección a donde debían llevar las flores. 

Lola sin pérdida de tiempo llamó a la empresa de Alex, le pasaron con su secretaria personal. 

—Señorita buenas noches, debo enviar un encargo especial para el señor…—miró el nombre de él, anotado en su libreta de apuntes—. Alex Vidal. 

La asistente del joven, pensó que se trataba de la chica que había solicitado su jefe. 

—Envíe eso a esta dirección —indicó la chica. 

Lola respiró aliviada, tomó nota. 

—Gracias. 

Enseguida que colgó, fue directo a donde Rose.

—Por favor ayúdame con Emma, mientras yo voy a dejar este encargo —solicitó nerviosa y agitada. 

Rose arqueó una de sus cejas, sus labios dibujaron una mueca de satisfacción. 

—Debe ser un cliente muy especial. 

Como si fuera una adolescente las mejillas de Lola se tiñeron de carmín. 

—No, no es lo que insinúas —balbuceó. 

Rose carcajeó y se acercó a mirar la dirección, enseguida sacó de caja menor dinero para el taxi. 

—Estaré pendiente de la niña —informó. 

Lola se quitó el mandil que usaba para trabajar, se colocó su chaqueta de piel, cepilló su cabello y subió al taxi los dos arreglos florales junto con ella. 

****

En la oficina de Alex, una joven de esbelta figura, y curvas bien pronunciadas, vestida con un negligé de cuero negro, que supuestamente Oliver había enviado para quitarle el estrés a su amigo, yacía de rodillas, vendada los ojos y esposada sus muñecas hacia atrás, mientras sus labios tomaban la virilidad de Alex. 

El joven completamente desnudo, respiraba agitado, sostenía con sus grandes manos la cabeza de la chica, mientras la guiaba. 

—¿Te gusta amo? —murmuró la chica retirando sus labios del abultado miembro. 

Alex asintió y de pronto fueron interrumpidos por el sonido del intercomunicador. 

—¿Qué sucede? —indagó con la voz enronquecida. 

—Lo que solicitó ya va para allá. 

El joven Vidal arrugó el ceño, no sabía que vendría una chica más, pensó que era un obsequio de Oliver, luego de finiquitar la compra de la propiedad. 

—Que siga, y pase, la puerta está abierta —indicó. 

****

María Dolores sostenía en sus manos los dos arreglos florales, el encargado de recepción el lujoso edificio donde la habían enviado, la ayudó a llegar hasta el elevador. 

Una vez que llegó al piso 30 salió del ascensor con ambos obsequios, arrugó el ceño al darse cuenta de que era una oficina, las luces estaban apagadas, y solo la luz exterior que se colaba por los amplios ventanales alumbraba la estancia, entonces, Lola dejó las flores en la mesa de la amplia sala de espera. 

—Buenas noches —expresó, esperando que alguien apareciera. Sin embargo, llamó su atención el sonido que provenía de uno de los despachos, era como si estuvieran torturando a alguien, y eso activó sus sentidos de alerta. 

Sin pensar un segundo se dirigió hacia el sitio desde donde provenían aquellos quejidos, abrió la puerta sin decir nada. 

Los ojos de Lola se abrieron de par en par al observar el imponente cuerpo desnudo del joven que se encontraba de espaldas, mientras una chica de rodillas, saboreaba su miembro como si tratara de un exquisito helado.  

—¡Por Dios! —exclamó Lola, y eso hizo que Alex girara para mirar a la intrusa. 

Los labios de María Dolores se abrieron ligeramente, no pudo evitar centrar su atención en aquel enorme falo, cuando reaccionó los ojos de Alex se mantenían fijos en ella, no la distinguió porque permanecía en el umbral de la puerta, además él había bajado la intensidad de las lámparas de su oficina.

—Vienes a unirte a la fiesta —expresó; sin embargo, el atuendo de esa mujer no era precisamente de los que usaban las chicas que solicitaban sus servicios. —Pasa y quítate la ropa. 

Lola arrugó el ceño, negó con la cabeza. 

—Aquí hay una confusión, yo no soy ese tipo de personas. 

Alex parpadeó y empezó a caminar en dirección a ella. 

Lola retrocedió e intentó salir corriendo de aquel lugar, pero Alex activo las seguridades y cuando ella quiso abrir la puerta, esta estaba cerrada. 

—¡Cúbrase! —ordenó ella, sin atreverse a mirarlo. 

—¿Por qué debo hacerlo? —indagó él con descaro. —¿No has visto un hombre desnudo?

«Jamás uno así» pensó Lola, y sus mejillas se tiñeron de carmín. 

—No a un desconocido —expresó con la voz temblorosa. 

—Eso se soluciona fácil, si te unes a lo que estamos haciendo, dejaremos de ser extraños. 

Lola giró y con el ceño fruncido lo miró con atención. 

—Yo no soy esa clase de mujeres —expresó—, aquí hay una equivocación, yo solo venía a dejarle el arreglo de flores para sus hermanas —avisó—. Además, yo no estoy mal de la cabeza —expresó con firmeza y seguridad—, no me gustan ese tipo de cosas, suficiente tengo con que mi marido me agreda, como para permitir que otro hombre haga peores cosas conmigo —refirió. 

Alex bufó al escucharla, ladeó los labios. 

—A ustedes les gusta el sexo rudo, que las maltraten, que las humillen, y las tengan sometidas, todas las mujeres son iguales. 

Lola apretó los dientes y lo observó con decepción. 

—Qué pena que alguien tan joven, esté lleno de tanta amargura —dijo Lola—, no a todas nos gusta el maltrato, aún existimos mujeres que esperamos al príncipe azul, a aquel que nos trate con delicadeza, que abra la silla para tomar asiento, nos abra la puerta del coche, nos ayude con las compras, y las tareas del hogar, pero de esos, ya quedan muy pocos —expresó con tristeza. 

—¡Falacias! —refutó Alex—, llevo años analizando el comportamiento de ustedes las mujeres, y concluí que mientras más maltrato, más amor sienten por ese hombre, a los caballeros no los quieren —arrastró esas palabras recordando lo que años atrás le dijo su prometida—, pero no estamos aquí para hablar de eso, en la habitación tengo una chica que estará gustosa de que te nos unas. 

Lola resopló con molestia. 

—Yo no me pienso prestar para sus fetiches, ni voy a permitir que me humille, conmigo se equivoca —rebatió Lola—. No pienso ser su burla. ¿Qué puede ver un hombre como usted en una mujer como yo?

—Probar algo distinto —expresó Alex con descaro. 

Lola apretó sus dientes, inhaló profundo. 

—Señor Vidal —expresó con firmeza—, yo no soy burla de nadie, y aunque no me ha pedido un consejo se lo voy a dar. —Miró con atención al joven—. Vaya donde un psicólogo, lo requiere con urgencia —recomendó, y sin importarle que estaba desnudo se aproximó a él, y le mostró el golpe que tenía en el rostro, se quitó la chamarra y le indicó el gran moretón que tenía en su hombro derecho—. Estas son las huellas del maltrato que ejerce mi marido, y esto no se lo deseo a ninguna mujer —expresó y la mirada se le cristalizó—, si sigo con él, es solo por la hija que tenemos, que es una niña enferma, pero si Emma no existiera hace mucho que habría escapado de ese hombre. —Liberó sus lágrimas—. A pesar de eso aún creo en el amor, y aunque sé que a mi vida no llegará espero que a la suya sí, y ese día se dará cuenta de que no hay mayor satisfacción que entregar el cuerpo y el alma a esa persona. Las prácticas que usted realiza, son de gente enferma —enfatizó, y giró para acercarse a la puerta. 

Alex se quedó estático y en silencio, las palabras de Lola, perturbaron su mente, era como si aquel hombre del pasado clamara por salir, pero el de ahora, no se lo permitía por miedo a sufrir otra decepción. 

Sin decir nada, permitió a aquella mujer irse, lleno de dudas, y sombras, regresó al despacho, y soltó a la chica. 

—Es todo por hoy —ordenó, y volvió a sumirse en el silencio de la soledad, de inmediato empezó a vestirse y su acompañante hizo lo mismo. 

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