Capítulo 30

Después de pasar un rato agradable con las dos jovencitas llevé a Nelinda hasta su casa, parqueando a una distancia prudencial de la vivienda. Quería alejarme de situaciones estresantes, pero la joven tenía otros planes.

- Eli pasa, así saludas a mamá y a Adrián - dijo con un gesto de súplica.

- ¿Y tu hermano? - pregunté inquieta.

- A esta hora no está en la casa - respondió con seguridad.

En el fondo, moría de ganas por ver al pequeño y a Amara y seguí a la rubia hasta el vestíbulo de la vivienda. El niño corrió a mi encuentro con una alegría sincera que me hizo sentir especial, con él mis instintos maternos se activaban, sufriendo además la separación que me imponían las nuevas circunstancias.

- Cariño - dijo Amara quien se incorporó al vestíbulo por los gritos del Infante - ¿Cómo has estado?

- Tratando de sanar - contesté sincera - y, aunque es difícil, lo voy a conseguir.

Asintió dolida y avergonzada.

- Yo aún tengo esperanzas - susurró - esa mujer me intranquiliza
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