Capítulo 25

Preferí la soledad de mi mansión después de salir del hospital, ignoré las súplicas de mis padres y me fui cansada, rota y acabada, dispuesta a dejarme abatir por las penas, las paredes, los muebles, mi cuarto y hasta mis sábanas, tenían su olor. Era una mujer enamorada y terriblemente sola.

Lo recordaba devastado, dolido y ahogado por la angustia y la desolación. Aquella tarde retrocedí en mis terapias y me introduje en un infierno personal, difícil de vencer, quise llamarlo y retractarme, pero...

¿Cómo quitaba de mi piel el nauseabundo olor de mi verdugo?

Una noche la sensación de desamparo fue asfixiante y sentí que moría irremediablemente sola. Llevaba tres meses encerrada en mi vivienda, únicamente visitada por Tamara, que era la encargada de hacer el servicio de la mansión, no podía respirar libremente y, ante la evidente y próxima falta de oxígeno al cerebro, decidí actuar y llamé a mi ángel.

- ¿Elizabet? - contestó sorprendido y preocupado - ¿Qué pasa?

- Jerry... yo
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