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CAPÍTULO 2: Cucarrón salvaje

Jimmy llegó a su casa en compañía de su mejor amigo Paul, que lo escuchó quejarse de dolor durante todo el camino en el carro y lo vio subir las escaleras casi cojeando. 

Tenía que abrir las piernas más de lo normal al caminar, para procurar que el roce de la ropa interior no desprendiera la piel de su amiguito por completo, y ahora que ya por fin estaba en su casa, podía dejar de disimular y pretender aparentar que era capaz de caminar con normalidad.

Ya se estaba imaginando que al bajarse los pantalones para inspeccionar el daño, se encontraría con una escena realmente sangrienta y aterradora, dónde su músculo más querido estaría todo espichado, con moretones o tal vez hasta sangrando; y ni imaginar lo que pudieron haber sufrido sus huevos, que sin duda podrían estar reventados y hasta desprendidos.

El golpe que le propinó esa chica loca por poco lo manda directo al hospital para que le revisaran su órgano reproductor, que era una de las partes más preciadas de su cuerpo. No consentía la probabilidad de que no pudiera volver a verlo levantarse nuevamente, y le dolía tanto, que sentía terror de que eso pudiera ser realmente lo que ocurría.

Aceleró el paso como pudo y entró por fin a su cuarto, seguido de su mejor amigo, que decidió que lo esperaría sentado a los pies de la cama. 

De inmediato se encerró en el baño y se quitó con dificultad el pantalón para verificar que su “garrote”, (como solía llamar a su adorado amiguito que vivía entre sus piernas), no se hubiera desnucado con el golpe de la “chiflada esa”, y comprobar que todo lo que se había imaginado fuera parte de su paranoia.

En cuanto vio que en su ropa interior no había rastros de sangre, un enorme suspiro se escapó de su pecho, exhalando el aire que había retenido en los pulmones por el miedo de que al respirar con normalidad, todo su aparato reproductor se colara por una de las mangas del pantalón y cayera al suelo.

Lo revisó por todas partes, inspeccionando también a “las gemelas”, (como había decidido llamar cariñosamente a sus testículos), percatándose de que solamente se veían un poco enrojecidas, más de lo normal, pero por fortuna no había nada extraño aparte del agudo dolor que todavía sentía.

Cinco minutos después, con el alma de vuelta en el pecho y sintiéndose mucho mejor, salió del baño, suspirando tranquilo porque su garrote y las gemelas, a pesar de haber sufrido semejante atentado, habían logrado sobrevivir a la patada más fuerte que le habían propinado en toda su vida, y se recostó relajado en la cama para descansar.

—¿Todo bien ahí abajo? —preguntó Paul, girando el rostro noventa grados para mirar a su mejor amigo.

—Sí, descuida, estoy bien —respondió mientras encendía su televisor de ochenta y cinco pulgadas con el control remoto—. Al menos todo permanece en su sitio.

—Entonces me voy, te dejo para que descanses y te recuperes del trauma —se despidió Paul, ofreciéndole su puño para que hicieran ese típico saludo y despedida que se habían inventado—. Nos vemos mañana en la tarde.

—Gracias, amigo.

Vio salir a su confidente de su cuarto y miró hacia el televisor con desánimo, solo para apagarlo nuevamente al sentir que sus párpados empezaban a ponerse pesados.

No había bebido mucho en el club, pero sí tuvo un día difícil y ya eran más de las dos de la madrugada. Sus ojos, sus músculos abdominales magullados, su garrote, las gemelas y su cuerpo en general, le pedían un descanso, así que se incorporó sentándose en la cama para quitarse la camisa, quedándose en calzoncillos. Se metió bajo las cobijas, apagó la luz de la lámpara y puso las manos detrás de la cabeza, cerrando los ojos con el fin de conciliar el sueño, pero en cuestión de milésimas de segundo, apareció ella… 

La imagen de esa chica iracunda, sentada a horcajadas sobre sus caderas, golpeándolo en el pecho mientras espichaba a su amiguito agonizante con su… su… su “peso”…, vino de nuevo a su mente, causándole una nueva punzada de dolor en su entrepierna al recordarlo, obligándolo a juntar las rodillas por el dolor repentino.

—¡Vaya suerte la mía!, un cucarrón salvaje estuvo a punto de caparme hoy —pensó en voz alta abriendo los ojos para tratar de disipar ese feo recuerdo—. Afortunadamente, no tendré que volver a topármela, si no vuelvo a ir a ese mismo club.

Cerro los ojos de nuevo y cayó en un sueño profundo.

Al día siguiente, despertó alrededor de las ocho de la mañana por el incesante sonido de su teléfono celular.  Lo tomó como pudo de la mesa de noche y venciendo el sueño, presionó el táctil para responder la llamada.

La fastidiosa voz de su padre lo recibió al otro lado de la línea, diciéndole que debía reunirse con él en la sala de juntas de la empresa en dos horas, porque tendrían una reunión con la gerente de la empresa aliada “Textiles Sol” y su dueña. La razón era hacerles saber a ambos una decisión que habían tomado en conjunto como gerentes de ambas empresas.

Jimmy aceptó de mala gana la orden de su padre y se levantó de la cama inmediatamente para ir directo a la ducha. Se vistió con un traje color gris hecho a la medida y salió de su casa conduciendo su auto hasta las instalaciones de la empresa de su familia.

Cuando llegó a la sala de juntas y cruzó la puerta que se encontraba abierta, estuvo a punto de morir por un infarto, al ver a la causante del dolor en su entrepierna, sentada en la mesa, junto a una mujer mayor, que él ya había visto una vez en una reunión que organizó su padre.

❤ღღღ❤

Salomé, al ver al hombre que por poco deja sin poder concebir, palideció de inmediato y adoptó una postura rígida sin poder despegar sus ojos del par de caramelos que la miraban como si estuvieran a viernes trece y ella fuera Jason. 

Afortunadamente, la voz del padre de Jimmy los salvó de ese momento tan incómodo, cuando quiso presentarlos para que se conocieran:

—Hijo, ella es Salomé Salazar Sol, sobrina de Victoria Salazar, la gerente de Textiles Sol, nuestra más querida empresa aliada.

—Buenos días, mucho gusto, Jimmy Matías —la saludó el muñeco de porcelana extendiendo su mano hacia ella.

Se quedó estática por un par de segundos sin poder reaccionar y sin saber cómo debía actuar.

Había golpeado en la entrepierna al hijo del dueño de la corporación “Matías Luna”, que era la empresa de confecciones más importante del país y ocupaba el puesto número uno en la lista de moda; a la que su empresa le ofrecía las mejores telas para la confección de la ropa femenina y masculina más famosa del continente.

—Buenos días, encantada —logró pronunciar apretando suavemente la mano de ese chico, que la miraba ocultando su resentimiento a través de su gesto amable y cordial.

—¡Desencantada! —respondió él, borrando la sonrisa de su rostro que se volvió de piedra inmediatamente, viéndolo darse la vuelva con una ligera curva de una sonrisa burlona en sus labios.

Lo siguió con la mirada hasta que se sentó en su lugar, al lado derecho de su padre. 

Lamentó que no se encontraran a solas para poder estamparle la silla en la cabeza, por permitirse burlarse de ella frente a su odiosa tía y el señor Frank Matías, que ni siquiera se había inmutado ante la fea intención de su hijo, fingiendo que no lo había escuchado. Finalmente, este la hizo espabilar cuando tomó la palabra para explicar por qué motivo estaban allí reunidos los cuatro:

—Ayer recibimos una oferta fabulosa por parte de una empresa distribuidora, que quiere llevar nuestra marca a todos los países que aún no conocen de nosotros. Ellos saben que trabajamos de la mano con Textiles Sol y que gracias a esta empresa, que pertenece a la señorita Salomé, nosotros podemos fabricar ropa de la mejor calidad; por lo tanto, para poder llevar a cabo la distribución de nuestra marca, ellos deben aliarse también con Textiles Sol. Nos propusieron unir las dos empresas en una sola para que trabajemos en conjunto, prometiéndonos llegar a todas partes del mundo en un periodo de tiempo muy breve; sin embargo, no están dispuestos a esperar mucho tiempo a que las dos empresas estén unificadas para poder firmar el contrato. Una de las condiciones que nos pide el registro nacional de compañías, es que, para poder hacer esta unión lo más rápido posible, sin tanto papeleo, las empresas deben estar ligadas por lazos familiares o en su defecto conyugales. 

Salomé sintió la presión en su pecho al escuchar esta última palabra, presintiendo lo que creía que estaba a punto de oír; al parecer, Jimmy no era tan idiota y también captó enseguida el mensaje, ya que vio cómo sus ojos caramelo se abrieron como platos y se removió incómodo en su asiento. Lo vio dirigir su mirada hacia ella, encontrando de inmediato sus ojos que ya lo estaban enfocando y se miraron por dos cortos segundos, buscando apoyo en el otro, para no desmayarse por lo que estaban a punto de escuchar.

—Por lo tanto —prosiguió Frank—. Ustedes dos, Jimmy, señorita Salomé… deben firmar un contrato matrimonial hoy mismo…

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