Jimmy llegó a su casa en compañía de su mejor amigo Paul, que lo escuchó quejarse de dolor durante todo el camino en el carro y lo vio subir las escaleras casi cojeando.
Tenía que abrir las piernas más de lo normal al caminar, para procurar que el roce de la ropa interior no desprendiera la piel de su amiguito por completo, y ahora que ya por fin estaba en su casa, podía dejar de disimular y pretender aparentar que era capaz de caminar con normalidad.
Ya se estaba imaginando que al bajarse los pantalones para inspeccionar el daño, se encontraría con una escena realmente sangrienta y aterradora, dónde su músculo más querido estaría todo espichado, con moretones o tal vez hasta sangrando; y ni imaginar lo que pudieron haber sufrido sus huevos, que sin duda podrían estar reventados y hasta desprendidos.
El golpe que le propinó esa chica loca por poco lo manda directo al hospital para que le revisaran su órgano reproductor, que era una de las partes más preciadas de su cuerpo. No consentía la probabilidad de que no pudiera volver a verlo levantarse nuevamente, y le dolía tanto, que sentía terror de que eso pudiera ser realmente lo que ocurría.
Aceleró el paso como pudo y entró por fin a su cuarto, seguido de su mejor amigo, que decidió que lo esperaría sentado a los pies de la cama.
De inmediato se encerró en el baño y se quitó con dificultad el pantalón para verificar que su “garrote”, (como solía llamar a su adorado amiguito que vivía entre sus piernas), no se hubiera desnucado con el golpe de la “chiflada esa”, y comprobar que todo lo que se había imaginado fuera parte de su paranoia.
En cuanto vio que en su ropa interior no había rastros de sangre, un enorme suspiro se escapó de su pecho, exhalando el aire que había retenido en los pulmones por el miedo de que al respirar con normalidad, todo su aparato reproductor se colara por una de las mangas del pantalón y cayera al suelo.
Lo revisó por todas partes, inspeccionando también a “las gemelas”, (como había decidido llamar cariñosamente a sus testículos), percatándose de que solamente se veían un poco enrojecidas, más de lo normal, pero por fortuna no había nada extraño aparte del agudo dolor que todavía sentía.
Cinco minutos después, con el alma de vuelta en el pecho y sintiéndose mucho mejor, salió del baño, suspirando tranquilo porque su garrote y las gemelas, a pesar de haber sufrido semejante atentado, habían logrado sobrevivir a la patada más fuerte que le habían propinado en toda su vida, y se recostó relajado en la cama para descansar.
—¿Todo bien ahí abajo? —preguntó Paul, girando el rostro noventa grados para mirar a su mejor amigo.
—Sí, descuida, estoy bien —respondió mientras encendía su televisor de ochenta y cinco pulgadas con el control remoto—. Al menos todo permanece en su sitio.
—Entonces me voy, te dejo para que descanses y te recuperes del trauma —se despidió Paul, ofreciéndole su puño para que hicieran ese típico saludo y despedida que se habían inventado—. Nos vemos mañana en la tarde.
—Gracias, amigo.
Vio salir a su confidente de su cuarto y miró hacia el televisor con desánimo, solo para apagarlo nuevamente al sentir que sus párpados empezaban a ponerse pesados.
No había bebido mucho en el club, pero sí tuvo un día difícil y ya eran más de las dos de la madrugada. Sus ojos, sus músculos abdominales magullados, su garrote, las gemelas y su cuerpo en general, le pedían un descanso, así que se incorporó sentándose en la cama para quitarse la camisa, quedándose en calzoncillos. Se metió bajo las cobijas, apagó la luz de la lámpara y puso las manos detrás de la cabeza, cerrando los ojos con el fin de conciliar el sueño, pero en cuestión de milésimas de segundo, apareció ella…
La imagen de esa chica iracunda, sentada a horcajadas sobre sus caderas, golpeándolo en el pecho mientras espichaba a su amiguito agonizante con su… su… su “peso”…, vino de nuevo a su mente, causándole una nueva punzada de dolor en su entrepierna al recordarlo, obligándolo a juntar las rodillas por el dolor repentino.
—¡Vaya suerte la mía!, un cucarrón salvaje estuvo a punto de caparme hoy —pensó en voz alta abriendo los ojos para tratar de disipar ese feo recuerdo—. Afortunadamente, no tendré que volver a topármela, si no vuelvo a ir a ese mismo club.
Cerro los ojos de nuevo y cayó en un sueño profundo.
Al día siguiente, despertó alrededor de las ocho de la mañana por el incesante sonido de su teléfono celular. Lo tomó como pudo de la mesa de noche y venciendo el sueño, presionó el táctil para responder la llamada.
La fastidiosa voz de su padre lo recibió al otro lado de la línea, diciéndole que debía reunirse con él en la sala de juntas de la empresa en dos horas, porque tendrían una reunión con la gerente de la empresa aliada “Textiles Sol” y su dueña. La razón era hacerles saber a ambos una decisión que habían tomado en conjunto como gerentes de ambas empresas.
Jimmy aceptó de mala gana la orden de su padre y se levantó de la cama inmediatamente para ir directo a la ducha. Se vistió con un traje color gris hecho a la medida y salió de su casa conduciendo su auto hasta las instalaciones de la empresa de su familia.
Cuando llegó a la sala de juntas y cruzó la puerta que se encontraba abierta, estuvo a punto de morir por un infarto, al ver a la causante del dolor en su entrepierna, sentada en la mesa, junto a una mujer mayor, que él ya había visto una vez en una reunión que organizó su padre.
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Salomé, al ver al hombre que por poco deja sin poder concebir, palideció de inmediato y adoptó una postura rígida sin poder despegar sus ojos del par de caramelos que la miraban como si estuvieran a viernes trece y ella fuera Jason.
Afortunadamente, la voz del padre de Jimmy los salvó de ese momento tan incómodo, cuando quiso presentarlos para que se conocieran:
—Hijo, ella es Salomé Salazar Sol, sobrina de Victoria Salazar, la gerente de Textiles Sol, nuestra más querida empresa aliada.
—Buenos días, mucho gusto, Jimmy Matías —la saludó el muñeco de porcelana extendiendo su mano hacia ella.
Se quedó estática por un par de segundos sin poder reaccionar y sin saber cómo debía actuar.
Había golpeado en la entrepierna al hijo del dueño de la corporación “Matías Luna”, que era la empresa de confecciones más importante del país y ocupaba el puesto número uno en la lista de moda; a la que su empresa le ofrecía las mejores telas para la confección de la ropa femenina y masculina más famosa del continente.
—Buenos días, encantada —logró pronunciar apretando suavemente la mano de ese chico, que la miraba ocultando su resentimiento a través de su gesto amable y cordial.
—¡Desencantada! —respondió él, borrando la sonrisa de su rostro que se volvió de piedra inmediatamente, viéndolo darse la vuelva con una ligera curva de una sonrisa burlona en sus labios.
Lo siguió con la mirada hasta que se sentó en su lugar, al lado derecho de su padre.
Lamentó que no se encontraran a solas para poder estamparle la silla en la cabeza, por permitirse burlarse de ella frente a su odiosa tía y el señor Frank Matías, que ni siquiera se había inmutado ante la fea intención de su hijo, fingiendo que no lo había escuchado. Finalmente, este la hizo espabilar cuando tomó la palabra para explicar por qué motivo estaban allí reunidos los cuatro:
—Ayer recibimos una oferta fabulosa por parte de una empresa distribuidora, que quiere llevar nuestra marca a todos los países que aún no conocen de nosotros. Ellos saben que trabajamos de la mano con Textiles Sol y que gracias a esta empresa, que pertenece a la señorita Salomé, nosotros podemos fabricar ropa de la mejor calidad; por lo tanto, para poder llevar a cabo la distribución de nuestra marca, ellos deben aliarse también con Textiles Sol. Nos propusieron unir las dos empresas en una sola para que trabajemos en conjunto, prometiéndonos llegar a todas partes del mundo en un periodo de tiempo muy breve; sin embargo, no están dispuestos a esperar mucho tiempo a que las dos empresas estén unificadas para poder firmar el contrato. Una de las condiciones que nos pide el registro nacional de compañías, es que, para poder hacer esta unión lo más rápido posible, sin tanto papeleo, las empresas deben estar ligadas por lazos familiares o en su defecto conyugales.
Salomé sintió la presión en su pecho al escuchar esta última palabra, presintiendo lo que creía que estaba a punto de oír; al parecer, Jimmy no era tan idiota y también captó enseguida el mensaje, ya que vio cómo sus ojos caramelo se abrieron como platos y se removió incómodo en su asiento. Lo vio dirigir su mirada hacia ella, encontrando de inmediato sus ojos que ya lo estaban enfocando y se miraron por dos cortos segundos, buscando apoyo en el otro, para no desmayarse por lo que estaban a punto de escuchar.
—Por lo tanto —prosiguió Frank—. Ustedes dos, Jimmy, señorita Salomé… deben firmar un contrato matrimonial hoy mismo…
Jimmy se levantó de su silla sin decir una sola palabra y se dirigió hacia la imponente ventana que daba al balcón, asomando su cabeza al precipicio en cuanto la abrió. —¡Jimmy Matías!, ¡¿qué carajo haces?! —vociferó su padre levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia él. —Acabaré yo mismo con mi vida antes de que tú lo hagas, al fin y al cabo de las dos formas estaré muerto —respondió inclinándose más en el borde del balcón. —Deja tus malditas payasadas para otro momento, ¿no ves que ese par de señoritas te están viendo? —le dijo Frank en un susurro, agarrándolo discretamente del codo. —Estás demente si piensas que voy a casarme con ella, ¡es una loca! Ayer casi me deja sin gemelas y por poco descabeza a mi garrote. —¡De qué m****a estás hablando! —No lo entiendes, pero puedo asegurarte que eso no es una mujer normal. Puede ser muy pequeña, y tener una cara bonita, pero está poseída por un gorila; ella es King Kong y yo no seré su Ann Darrow. —Jimmy, hijo, escucha… Tienes
—¿Estás persiguiéndome? —le preguntó Jimmy, mirando fijamente al frente. —¿No tienes una mejor manera de llamar la atención? —contestó ella, atreviéndose a ojear el perfil de su rostro. —Tú fuiste la que no pudo tomar otro ascensor, tenía que ser este… —No creas que por parecer un príncipe salido de una película de Disney, te conviertes automáticamente en alguien irresistible —lo interrumpió, haciéndolo apretar la mandíbula—. Lamento informarte que hay mujeres que sí tenemos buen gusto. No te creas el centro del mundo, “niño bonito”. Las puertas del ascensor se abrieron y Salomé salió, dándole un leve empujón en el hombro, (o bueno, hasta dónde le alcanzó su estatura). Jimmy se quedó sin palabras por lo que le dijo ella. Jamás ninguna mujer en sus veinticuatro años de existencia le había hablado de esa manera; todas las chicas, mayores que él o más jóvenes, siempre escurrían la baba estando a su lado y buscaban la forma de hacerlo sentir el rey del universo. Todas, absolutamente
Afortunadamente, Salomé se encontraba justo de espaldas a su cama cuando su “querida” tía Victoria, le dio la agria y funesta noticia que la hizo perder la estabilidad de sus piernas y dejarse caer hacia atrás, aun con los ojos abiertos, pero la mente nublada. El teléfono celular, de última tecnología que poseía, no corrió la misma suerte, al terminar estampado contra el duro suelo de mármol en tono de madera de pino que poseía su habitación.La chica miraba hacia el techo con los ojos bien abiertos y su boca, formando a penas una pequeña línea de espacio entre sus labios; ni siquiera parpadeaba, y el único movimiento que se podía percibir en su cuerpo, era el de su pecho que subía y bajaba por la respiración agitada. El sonido de la voz de Victoria por del altavoz, que se había encendido en su teléfono por accidente, la sacó de su trance, llamándola con un tono de furia que ya era típico escuchar en aquella mujer:—¡SALOMÉEEEEEEEEE! —gritó por cuarta vez, haciendo que se levantara
Salomé tuvo que inhalar y exhalar profundamente varias veces para no irse corriendo detrás de Jimmy, arrancarle los huevos y hacerse un omelette con ellos; solamente pudo cerrar la puerta con seguro e ir a ponerse la pijama por segunda vez en esa noche, para ver si por fin la dejaban dormir en paz. Se sentó en la cama, que estaba perfectamente tendida con sábanas blancas, y le pareció que era muchísimo más blanda que la suya; podía ser un colchón de agua, porque cuando se acostó, sintió como si estuviera flotando y esto la hizo sonreír; por lo menos estaría cómoda esa primera horrible noche que tenía que pasar fuera de su hogar. Se levantó nuevamente, bajó el enorme y pesado edredón y se escabulló dentro, acurrucándose en posición fetal, como solía acomodarse para dormir; sin embargo, una vez que cerró los ojos, la sonrisa burlona de ese pimpollo y la expresión de su rostro pícaro cuando le guiñó uno de sus ojos acaramelados, apareció frente a ella, y de inmediato tuvo que abrir nuev
Salomé caminó derrotada directamente al cuarto de Jimmy, que ahora era suyo. Solamente cuando entró y pasó frente al espejo, se dio cuenta de que había salido completamente desnuda y la vergüenza le hizo enrojecer las mejillas. «¿Y si él hubiera abierto la puerta?» Completamente apenada, se preguntó una y mil veces cómo podía ser tan descuidada. Si ese pimpollo la hubiese visto como Dios la trajo al mundo, se habría convertido en la razón para burlarse eternamente de ella.Tenía que pensar con cabeza fría qué se suponía que haría ahora que no tenía ni siquiera un calzón que usar. Había donado hace muy poco casi toda su ropa, por lo que solo tenía unos cuantos vestidos y pantalones informales.Odiaba la ropa formal porque le recordaba que era una chica adinerada. Su tía era quien le compraba los vestidos y trajes de etiqueta, pero cuando no tenía que estar presente en ese imponente edificio, siempre iba a cualquier almacén a comprar su ropa de uso diario en compañía de sus amigas, ya
La última mirada de Salomé bastó para que las piernas de Jimmy se volvieran de algodón y su corazón bombeara la sangre el triple de rápido. «En casa arreglaremos esto.»Esa última frase se repetía una y otra vez en su mente, mientras caminaba por los pasillos de la empresa con la idea de salir de ahí volando. Cuando su cabeza se despejó un poco, analizó de nuevo la frase y se dio cuenta de que, hacia donde él pensaba huir, iba a ser en realidad el lugar que pronto estaría rodeado de cinta amarilla por su asesinato.«En casa…» No podía ir a su casa… Ella iba para allá en contados minutos; tenía que encontrar algún otro refugio pronto, aunque… ¿Cómo era posible que tuviera que huir de su propia casa? No… no podía permitirlo… Ese cucarrón salvaje no podía jugar con él al gato y al ratón y mucho menos en su propia casa; él era el dueño y tenía el control de todo; si quería, hasta podía impedirle el ingreso y llamar a la policía si fuera necesario.Se subió a su auto para ir directamen
Otra frase de Salomé que se quedó grabada en su mente como un tatuaje amargo… Jimmy se estaba metiendo en serios problemas con esa chica. Él nunca había tenido enemigos del género femenino y ni siquiera con los de su mismo sexo se había sentido tan intimidado, ni había experimentado esa adrenalina que ahora corría por sus venas, cada vez que esa mujer le lanzaba una de sus frases amenazantes. Era obvio que ella no se iba a quedar con eso; cuando decía que él se las pagaría, estaba hablando muy en serio; sin embargo, él disponía de un poco de tiempo antes de que ella actuara en su contra, ya que tenía en su poder su ropa interior, y hasta que no se la devolviera, no podría cobrar venganza o no tendría qué ponerse debajo de la ropa; aunque Jimmy no entendía por qué simplemente ella no iba a comprar bragas nuevas y ya, si era una chica adinerada como él. La única razón podía ser, que esa ropa interior tenía algún significado especial para ella y eso lo favorecía más. Tal vez eran mode
Cuando el efecto hipnótico que los consumía a ambos pasó, siguieron su camino por separado sin decirse una sola palabra, y las miradas de odio y resentimiento volvieron. Jimmy se fue a su cuarto para cambiarse de ropa a una deportiva, porque iría al gimnasio de su propia casa para ejercitarse como solía hacerlo cuatro veces por semana. Su amigo Paul llegó a la casa, y ambos se encerraron en el gimnasio para adelantar los últimos acontecimientos como un par de vecinas chismosas, pero así eran ellos; desde pequeños siempre se contaban todo y ambos conocían cada uno de los secretos más oscuros e inocentes del otro. Jimmy tenía pensado hablar con su mejor amigo de temas como el futbol o los autos, pero algo en su interior lo impulsaba a hablar de ella; quería contarle todo lo que le había sucedido referente a esa mujercita brava que lo tenía al borde del colapso. Aunque ella últimamente no le había hecho maldades como él a ella, su sola presencia lo hacía estremecer y entrar en pánic