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CAPÍTULO 3: Pesadilla compartida

Jimmy se levantó de su silla sin decir una sola palabra y se dirigió hacia la imponente ventana que daba al balcón, asomando su cabeza al precipicio en cuanto la abrió.

—¡Jimmy Matías!, ¡¿qué carajo haces?! —vociferó su padre levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia él.

—Acabaré yo mismo con mi vida antes de que tú lo hagas, al fin y al cabo de las dos formas estaré muerto —respondió inclinándose más en el borde del balcón.

—Deja tus malditas payasadas para otro momento, ¿no ves que ese par de señoritas te están viendo? —le dijo Frank en un susurro, agarrándolo discretamente del codo.

—Estás demente si piensas que voy a casarme con ella, ¡es una loca! Ayer casi me deja sin gemelas y por poco descabeza a mi garrote.

—¡De qué m****a estás hablando!

—No lo entiendes, pero puedo asegurarte que eso no es una mujer normal. Puede ser muy pequeña, y tener una cara bonita, pero está poseída por un gorila; ella es King Kong y yo no seré su Ann Darrow.

—Jimmy, hijo, escucha… Tienes que casarte, será por poco tiempo, un año como máximo, pero es lo que necesitamos; además mírala es una chica preciosa.

Los dos desviaron la mirada hacia Salomé, que estaba dando vueltas por toda la sala, frotándose las manos con ansiedad y rascándose la cabeza, mientras su tía trataba de llamar su atención, pidiéndole que se tranquilizara y regresara a su silla.

Jimmy la miró de reojo, inclinando el rostro y frunciendo el ceño; sus pupilas color miel se dilataron, persiguiendo el cuerpo de la chica por toda la sala, que aún no se percataba de que estaba siendo observada con tanta atención.

—Ella es mayor que yo, ¿verdad? —le preguntó a su padre, cuando ella por fin se percató de su mirada atenta, y tuvo que girar su rostro rápidamente para no ser pillado observándola.

—Solo dos años, hijo, no es mucho, tú pareces mayor que ella —argumentó—. Jimmy… Necesitamos que accedas a casarte, solo serán un par de firmas y ya; el notario no tarda en llegar, no me hagas quedar mal, por favor.

—¿Y por qué mejor no te casas tú? —cuestionó, y Frank entrecerró los ojos, preparándose para escuchar sus payasadas—. Esa rubia está soltera y ustedes dos son los gerentes de ambas empresas; además no está nada mal, tiene cara de amargada y a veces parece la versión bonita de Tronchatoro, pero por lo demás se ve bien. Harían una linda pareja; sus hijos serían güeros con pecas, totalmente adorables.

—¡Estás completamente loco! —exclamó Frank, dándole una mirada severa, aunque pareció sonrojarse por un momento—. Volvamos con ellas, no seas grosero —dijo arrastrándolo del brazo al interior de la sala de juntas.

Jimmy encontró nuevamente la mirada fría de Salomé y esta le respondió de la misma manera, mirándolo fijamente por un par de segundos; ambos con el ceño fruncido y sin poder ocultar el terror que los invadía, al saber que debían casarse siendo dos desconocidos, o peor aún, dos conocidos que claramente no se llevarían bien en esta ni en mil vidas más…

—Frank, ¿crees que el notario tardará mucho? —preguntó Victoria, sintiendo la tensión en el ambiente, la cual casi se podía ver en forma de humo negro que salía por la nariz del par de jóvenes que se casarían.

—No debe tardar. ¡Ah, míralo, ahí viene! —señaló Frank, extendiendo la mano mientras esbozaba una enorme sonrisa, como si todo ese tiempo hubiera estado cargando un enorme bulto de rocas afiladas sobre sus hombros y estaba a punto de liberarse de ellas.

Jimmy y Salomé, por el contrario, se veían aterrorizados, y por la expresión de sus rostros, notoriamente estaban esperando que sucediera un milagro y que un apocalipsis zombi, o el fin del mundo, los salvara, pero nada de eso sucedería…

El notario ingresó a la sala y saludó a todos con un apretón de manos, para posteriormente acomodarse en la mesa, justo en medio de los futuros esposos, que más parecían dos desafortunados condenados a muerte.

—Buenas tardes, señores y señoritas, estamos aquí reunidos para celebrar el matrimonio civil del señor Jimmy Matías Luna y la señorita Salomé Salazar Sol; quienes contraerán nupcias por el beneficio de ambas familias, en un contrato matrimonial que favorecerá a ambas partes; sin más que agregar, entonces empecemos —dijo, alistando sobre la mesa los documentos que debían firmar los dos jóvenes.

Mientras tanto, Salomé se comía la uña de su pulgar una y otra vez, haciendo un ruido parecido al de una ardilla royendo su nuez, hasta que la punta de este se volvió de un color púrpura. Jimmy ya conocía mil maneras de hacer el nudo de su corbata, de tanto que la soltaba y la volvía a sujetar en el cuello de su camisa, contemplando la idea de ahorcarse con ella.

—Bueno, chicos, solo necesitamos un par de firmas, aquí y aquí —señaló el notario pasándoles a cada uno dos hojas y un lapicero.

Salomé observó el papel con temor y luego desvió la mirada a su tía, pidiendo clemencia, pero esta la estaba condenando a muerte con esos ojos azules que le parecían los de una horrible bruja, que estaba a punto de convertirla en sapo si no la veía firmar esa hoja en los siguientes tres segundos; así que, resignada, no tuvo más opción que poner su firma sobre esa línea de la hoja de papel, que la estaba atando a un hombre que no conocía y que además odiaba.

Jimmy, por otro lado, miró a su padre con condena, pero este, en cambio, tenía una enorme sonrisa de triunfo en su rostro, porque sabía que por más que su hijo quisiera negarse, no podría hacerlo, ya que del futuro de la empresa dependían también sus sueños. No le quedó de otra que garabatear su firma en ambas hojas, justo como lo había hecho Salomé, no sin antes pensar en la idea de cambiarla para salvarse, pero su padre se percató de sus intenciones y lo miró seriamente negando con la cabeza. No pudo hacerlo, Frank conocía su firma perfectamente y no tuvo ninguna salida.

Una vez que ambas firmas quedaron plasmadas allí, Victoria y Frank se miraron con complicidad y sonrieron ampliamente por su triunfo, tanto que les faltó levantarse y ponerse a saltar en un pie de alegría. 

El notario les pasó a cada uno de los novios una cajita negra que contenía sus anillos. Se despidió de los cuatro y luego de darles a cada uno también una copia del acta matrimonial, recogió sus cosas y salió por la puerta. 

Allí se quedaron una pareja de desdichados esposos que querían cortarse las venas, y un par de socios que no cabían en su piel de la felicidad que los invadía, por haber logrado su cometido sin mucho esfuerzo.

Los responsables de su desdicha los abrazaron, felicitándolos por el gran paso que habían dado para el bien de ambas empresas, que ahora podrían ser reconocidas en todo el mundo.

—¡Esto tenemos que celebrarlo en grande! —exclamó Frank, pasando un brazo sobre los hombros de su hijo, mientras no paraba de sonreír ampliamente.

—Este “triunfo” es únicamente de ustedes dos, así que no cuenten conmigo para esa patética celebración. —Jimmy se soltó del abrazo de su padre y salió de la sala de juntas dando un portazo, seguido por Salomé, que no dijo nada, pero los miró a ambos con odio mezclado con decepción y también salió de la sala.

❤ღ❤

Salomé vio a Jimmy caminando deprisa, alejándose por el pasillo. Por un momento quiso alcanzarlo para hablar con él de lo sucedido, pero se arrepintió. No sabía qué podría decirle; estaba claro que ella no le agradaba y por supuesto que él a ella tampoco, así que solamente esperó que él se perdiera en una esquina y siguió su camino para salir de esa empresa. 

Quería correr a encerrarse en su casa, a lamentarse y llorar como una magdalena. No hallaba la hora de poder estar sola para gritar y sacar toda la rabia que contenía en su pecho. 

Ahora estaba casada con ese niño bonito, pero al menos era una simple firma en una hoja de papel y nada de eso impediría que pudiera seguir con su vida normal, o al menos eso quería creer para no sentirse tan desgraciada; sin embargo, sabía que a partir de ese momento su vida cambiaría drásticamente. Conociendo a su tía, seguramente no la dejaría en paz y se encargaría de fastidiarle la vida tres veces más de lo que ya lo hacía.

Entró al ascensor y oprimió el botón para que las puertas de metal se cerraran, pero dio un sobresalto y su desdicha fue mayor, cuando miró de reojo al hombre que se encontraba allí de pie en la otra esquina, percatándose de que se trataba de Jimmy, su aborrecido esposo… 

Por andar de distraída había tomado el mismo camino que él, metiéndose al mismo ascensor, y el chico solamente la miró por encima de su hombro arrugando el entrecejo, mientras ella solo quería empezar a cavar un hueco en el suelo para que la tierra se la tragara…

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