Jimmy se levantó de su silla sin decir una sola palabra y se dirigió hacia la imponente ventana que daba al balcón, asomando su cabeza al precipicio en cuanto la abrió.
—¡Jimmy Matías!, ¡¿qué carajo haces?! —vociferó su padre levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia él.
—Acabaré yo mismo con mi vida antes de que tú lo hagas, al fin y al cabo de las dos formas estaré muerto —respondió inclinándose más en el borde del balcón.
—Deja tus malditas payasadas para otro momento, ¿no ves que ese par de señoritas te están viendo? —le dijo Frank en un susurro, agarrándolo discretamente del codo.
—Estás demente si piensas que voy a casarme con ella, ¡es una loca! Ayer casi me deja sin gemelas y por poco descabeza a mi garrote.
—¡De qué m****a estás hablando!
—No lo entiendes, pero puedo asegurarte que eso no es una mujer normal. Puede ser muy pequeña, y tener una cara bonita, pero está poseída por un gorila; ella es King Kong y yo no seré su Ann Darrow.
—Jimmy, hijo, escucha… Tienes que casarte, será por poco tiempo, un año como máximo, pero es lo que necesitamos; además mírala es una chica preciosa.
Los dos desviaron la mirada hacia Salomé, que estaba dando vueltas por toda la sala, frotándose las manos con ansiedad y rascándose la cabeza, mientras su tía trataba de llamar su atención, pidiéndole que se tranquilizara y regresara a su silla.
Jimmy la miró de reojo, inclinando el rostro y frunciendo el ceño; sus pupilas color miel se dilataron, persiguiendo el cuerpo de la chica por toda la sala, que aún no se percataba de que estaba siendo observada con tanta atención.
—Ella es mayor que yo, ¿verdad? —le preguntó a su padre, cuando ella por fin se percató de su mirada atenta, y tuvo que girar su rostro rápidamente para no ser pillado observándola.
—Solo dos años, hijo, no es mucho, tú pareces mayor que ella —argumentó—. Jimmy… Necesitamos que accedas a casarte, solo serán un par de firmas y ya; el notario no tarda en llegar, no me hagas quedar mal, por favor.
—¿Y por qué mejor no te casas tú? —cuestionó, y Frank entrecerró los ojos, preparándose para escuchar sus payasadas—. Esa rubia está soltera y ustedes dos son los gerentes de ambas empresas; además no está nada mal, tiene cara de amargada y a veces parece la versión bonita de Tronchatoro, pero por lo demás se ve bien. Harían una linda pareja; sus hijos serían güeros con pecas, totalmente adorables.
—¡Estás completamente loco! —exclamó Frank, dándole una mirada severa, aunque pareció sonrojarse por un momento—. Volvamos con ellas, no seas grosero —dijo arrastrándolo del brazo al interior de la sala de juntas.
Jimmy encontró nuevamente la mirada fría de Salomé y esta le respondió de la misma manera, mirándolo fijamente por un par de segundos; ambos con el ceño fruncido y sin poder ocultar el terror que los invadía, al saber que debían casarse siendo dos desconocidos, o peor aún, dos conocidos que claramente no se llevarían bien en esta ni en mil vidas más…
—Frank, ¿crees que el notario tardará mucho? —preguntó Victoria, sintiendo la tensión en el ambiente, la cual casi se podía ver en forma de humo negro que salía por la nariz del par de jóvenes que se casarían.
—No debe tardar. ¡Ah, míralo, ahí viene! —señaló Frank, extendiendo la mano mientras esbozaba una enorme sonrisa, como si todo ese tiempo hubiera estado cargando un enorme bulto de rocas afiladas sobre sus hombros y estaba a punto de liberarse de ellas.
Jimmy y Salomé, por el contrario, se veían aterrorizados, y por la expresión de sus rostros, notoriamente estaban esperando que sucediera un milagro y que un apocalipsis zombi, o el fin del mundo, los salvara, pero nada de eso sucedería…
El notario ingresó a la sala y saludó a todos con un apretón de manos, para posteriormente acomodarse en la mesa, justo en medio de los futuros esposos, que más parecían dos desafortunados condenados a muerte.
—Buenas tardes, señores y señoritas, estamos aquí reunidos para celebrar el matrimonio civil del señor Jimmy Matías Luna y la señorita Salomé Salazar Sol; quienes contraerán nupcias por el beneficio de ambas familias, en un contrato matrimonial que favorecerá a ambas partes; sin más que agregar, entonces empecemos —dijo, alistando sobre la mesa los documentos que debían firmar los dos jóvenes.
Mientras tanto, Salomé se comía la uña de su pulgar una y otra vez, haciendo un ruido parecido al de una ardilla royendo su nuez, hasta que la punta de este se volvió de un color púrpura. Jimmy ya conocía mil maneras de hacer el nudo de su corbata, de tanto que la soltaba y la volvía a sujetar en el cuello de su camisa, contemplando la idea de ahorcarse con ella.
—Bueno, chicos, solo necesitamos un par de firmas, aquí y aquí —señaló el notario pasándoles a cada uno dos hojas y un lapicero.
Salomé observó el papel con temor y luego desvió la mirada a su tía, pidiendo clemencia, pero esta la estaba condenando a muerte con esos ojos azules que le parecían los de una horrible bruja, que estaba a punto de convertirla en sapo si no la veía firmar esa hoja en los siguientes tres segundos; así que, resignada, no tuvo más opción que poner su firma sobre esa línea de la hoja de papel, que la estaba atando a un hombre que no conocía y que además odiaba.
Jimmy, por otro lado, miró a su padre con condena, pero este, en cambio, tenía una enorme sonrisa de triunfo en su rostro, porque sabía que por más que su hijo quisiera negarse, no podría hacerlo, ya que del futuro de la empresa dependían también sus sueños. No le quedó de otra que garabatear su firma en ambas hojas, justo como lo había hecho Salomé, no sin antes pensar en la idea de cambiarla para salvarse, pero su padre se percató de sus intenciones y lo miró seriamente negando con la cabeza. No pudo hacerlo, Frank conocía su firma perfectamente y no tuvo ninguna salida.
Una vez que ambas firmas quedaron plasmadas allí, Victoria y Frank se miraron con complicidad y sonrieron ampliamente por su triunfo, tanto que les faltó levantarse y ponerse a saltar en un pie de alegría.
El notario les pasó a cada uno de los novios una cajita negra que contenía sus anillos. Se despidió de los cuatro y luego de darles a cada uno también una copia del acta matrimonial, recogió sus cosas y salió por la puerta.
Allí se quedaron una pareja de desdichados esposos que querían cortarse las venas, y un par de socios que no cabían en su piel de la felicidad que los invadía, por haber logrado su cometido sin mucho esfuerzo.
Los responsables de su desdicha los abrazaron, felicitándolos por el gran paso que habían dado para el bien de ambas empresas, que ahora podrían ser reconocidas en todo el mundo.
—¡Esto tenemos que celebrarlo en grande! —exclamó Frank, pasando un brazo sobre los hombros de su hijo, mientras no paraba de sonreír ampliamente.
—Este “triunfo” es únicamente de ustedes dos, así que no cuenten conmigo para esa patética celebración. —Jimmy se soltó del abrazo de su padre y salió de la sala de juntas dando un portazo, seguido por Salomé, que no dijo nada, pero los miró a ambos con odio mezclado con decepción y también salió de la sala.
❤ღ❤
Salomé vio a Jimmy caminando deprisa, alejándose por el pasillo. Por un momento quiso alcanzarlo para hablar con él de lo sucedido, pero se arrepintió. No sabía qué podría decirle; estaba claro que ella no le agradaba y por supuesto que él a ella tampoco, así que solamente esperó que él se perdiera en una esquina y siguió su camino para salir de esa empresa.
Quería correr a encerrarse en su casa, a lamentarse y llorar como una magdalena. No hallaba la hora de poder estar sola para gritar y sacar toda la rabia que contenía en su pecho.
Ahora estaba casada con ese niño bonito, pero al menos era una simple firma en una hoja de papel y nada de eso impediría que pudiera seguir con su vida normal, o al menos eso quería creer para no sentirse tan desgraciada; sin embargo, sabía que a partir de ese momento su vida cambiaría drásticamente. Conociendo a su tía, seguramente no la dejaría en paz y se encargaría de fastidiarle la vida tres veces más de lo que ya lo hacía.
Entró al ascensor y oprimió el botón para que las puertas de metal se cerraran, pero dio un sobresalto y su desdicha fue mayor, cuando miró de reojo al hombre que se encontraba allí de pie en la otra esquina, percatándose de que se trataba de Jimmy, su aborrecido esposo…
Por andar de distraída había tomado el mismo camino que él, metiéndose al mismo ascensor, y el chico solamente la miró por encima de su hombro arrugando el entrecejo, mientras ella solo quería empezar a cavar un hueco en el suelo para que la tierra se la tragara…
—¿Estás persiguiéndome? —le preguntó Jimmy, mirando fijamente al frente. —¿No tienes una mejor manera de llamar la atención? —contestó ella, atreviéndose a ojear el perfil de su rostro. —Tú fuiste la que no pudo tomar otro ascensor, tenía que ser este… —No creas que por parecer un príncipe salido de una película de Disney, te conviertes automáticamente en alguien irresistible —lo interrumpió, haciéndolo apretar la mandíbula—. Lamento informarte que hay mujeres que sí tenemos buen gusto. No te creas el centro del mundo, “niño bonito”. Las puertas del ascensor se abrieron y Salomé salió, dándole un leve empujón en el hombro, (o bueno, hasta dónde le alcanzó su estatura). Jimmy se quedó sin palabras por lo que le dijo ella. Jamás ninguna mujer en sus veinticuatro años de existencia le había hablado de esa manera; todas las chicas, mayores que él o más jóvenes, siempre escurrían la baba estando a su lado y buscaban la forma de hacerlo sentir el rey del universo. Todas, absolutamente
Afortunadamente, Salomé se encontraba justo de espaldas a su cama cuando su “querida” tía Victoria, le dio la agria y funesta noticia que la hizo perder la estabilidad de sus piernas y dejarse caer hacia atrás, aun con los ojos abiertos, pero la mente nublada. El teléfono celular, de última tecnología que poseía, no corrió la misma suerte, al terminar estampado contra el duro suelo de mármol en tono de madera de pino que poseía su habitación.La chica miraba hacia el techo con los ojos bien abiertos y su boca, formando a penas una pequeña línea de espacio entre sus labios; ni siquiera parpadeaba, y el único movimiento que se podía percibir en su cuerpo, era el de su pecho que subía y bajaba por la respiración agitada. El sonido de la voz de Victoria por del altavoz, que se había encendido en su teléfono por accidente, la sacó de su trance, llamándola con un tono de furia que ya era típico escuchar en aquella mujer:—¡SALOMÉEEEEEEEEE! —gritó por cuarta vez, haciendo que se levantara
Salomé tuvo que inhalar y exhalar profundamente varias veces para no irse corriendo detrás de Jimmy, arrancarle los huevos y hacerse un omelette con ellos; solamente pudo cerrar la puerta con seguro e ir a ponerse la pijama por segunda vez en esa noche, para ver si por fin la dejaban dormir en paz. Se sentó en la cama, que estaba perfectamente tendida con sábanas blancas, y le pareció que era muchísimo más blanda que la suya; podía ser un colchón de agua, porque cuando se acostó, sintió como si estuviera flotando y esto la hizo sonreír; por lo menos estaría cómoda esa primera horrible noche que tenía que pasar fuera de su hogar. Se levantó nuevamente, bajó el enorme y pesado edredón y se escabulló dentro, acurrucándose en posición fetal, como solía acomodarse para dormir; sin embargo, una vez que cerró los ojos, la sonrisa burlona de ese pimpollo y la expresión de su rostro pícaro cuando le guiñó uno de sus ojos acaramelados, apareció frente a ella, y de inmediato tuvo que abrir nuev
Salomé caminó derrotada directamente al cuarto de Jimmy, que ahora era suyo. Solamente cuando entró y pasó frente al espejo, se dio cuenta de que había salido completamente desnuda y la vergüenza le hizo enrojecer las mejillas. «¿Y si él hubiera abierto la puerta?» Completamente apenada, se preguntó una y mil veces cómo podía ser tan descuidada. Si ese pimpollo la hubiese visto como Dios la trajo al mundo, se habría convertido en la razón para burlarse eternamente de ella.Tenía que pensar con cabeza fría qué se suponía que haría ahora que no tenía ni siquiera un calzón que usar. Había donado hace muy poco casi toda su ropa, por lo que solo tenía unos cuantos vestidos y pantalones informales.Odiaba la ropa formal porque le recordaba que era una chica adinerada. Su tía era quien le compraba los vestidos y trajes de etiqueta, pero cuando no tenía que estar presente en ese imponente edificio, siempre iba a cualquier almacén a comprar su ropa de uso diario en compañía de sus amigas, ya
La última mirada de Salomé bastó para que las piernas de Jimmy se volvieran de algodón y su corazón bombeara la sangre el triple de rápido. «En casa arreglaremos esto.»Esa última frase se repetía una y otra vez en su mente, mientras caminaba por los pasillos de la empresa con la idea de salir de ahí volando. Cuando su cabeza se despejó un poco, analizó de nuevo la frase y se dio cuenta de que, hacia donde él pensaba huir, iba a ser en realidad el lugar que pronto estaría rodeado de cinta amarilla por su asesinato.«En casa…» No podía ir a su casa… Ella iba para allá en contados minutos; tenía que encontrar algún otro refugio pronto, aunque… ¿Cómo era posible que tuviera que huir de su propia casa? No… no podía permitirlo… Ese cucarrón salvaje no podía jugar con él al gato y al ratón y mucho menos en su propia casa; él era el dueño y tenía el control de todo; si quería, hasta podía impedirle el ingreso y llamar a la policía si fuera necesario.Se subió a su auto para ir directamen
Otra frase de Salomé que se quedó grabada en su mente como un tatuaje amargo… Jimmy se estaba metiendo en serios problemas con esa chica. Él nunca había tenido enemigos del género femenino y ni siquiera con los de su mismo sexo se había sentido tan intimidado, ni había experimentado esa adrenalina que ahora corría por sus venas, cada vez que esa mujer le lanzaba una de sus frases amenazantes. Era obvio que ella no se iba a quedar con eso; cuando decía que él se las pagaría, estaba hablando muy en serio; sin embargo, él disponía de un poco de tiempo antes de que ella actuara en su contra, ya que tenía en su poder su ropa interior, y hasta que no se la devolviera, no podría cobrar venganza o no tendría qué ponerse debajo de la ropa; aunque Jimmy no entendía por qué simplemente ella no iba a comprar bragas nuevas y ya, si era una chica adinerada como él. La única razón podía ser, que esa ropa interior tenía algún significado especial para ella y eso lo favorecía más. Tal vez eran mode
Cuando el efecto hipnótico que los consumía a ambos pasó, siguieron su camino por separado sin decirse una sola palabra, y las miradas de odio y resentimiento volvieron. Jimmy se fue a su cuarto para cambiarse de ropa a una deportiva, porque iría al gimnasio de su propia casa para ejercitarse como solía hacerlo cuatro veces por semana. Su amigo Paul llegó a la casa, y ambos se encerraron en el gimnasio para adelantar los últimos acontecimientos como un par de vecinas chismosas, pero así eran ellos; desde pequeños siempre se contaban todo y ambos conocían cada uno de los secretos más oscuros e inocentes del otro. Jimmy tenía pensado hablar con su mejor amigo de temas como el futbol o los autos, pero algo en su interior lo impulsaba a hablar de ella; quería contarle todo lo que le había sucedido referente a esa mujercita brava que lo tenía al borde del colapso. Aunque ella últimamente no le había hecho maldades como él a ella, su sola presencia lo hacía estremecer y entrar en pánic
Llegó la noche y luego de que Paul se fue, Jimmy se duchó antes de irse a la cama temprano; el ejercicio lo había dejado tan agotado que solamente quería desparramarse sobre el colchón lo más rápido posible. Se puso el bóxer que había logrado robar de su habitación en un descuido de Salomé y se metió debajo de las cobijas, pero sus ojos se desviaron al escondite donde tenía oculta la maleta de su esposa, y de inmediato el recuerdo de ese aroma que expelía su ropa interior, lo hizo ansiar volver a olfatearla. Él no era de ese tipo de hombres pervertidos, pero las prendas de esa chica en particular tenían un aroma que lo había vuelto adicto. Era tan delicioso, único y delicado que lo transportaba a un mundo de calma, donde soplaba un viento fresco que se mezclaba con el aroma de las flores de todo tipo; el paraíso creado por Dios del que Adán y Eva habían sido desterrados, así era el lugar al que lo llevaba ese aroma. Cerró los ojos por un momento, imaginando lo bien que se había sent