Salomé salió dispuesta a escuchar el nombre de su equipo entrando a la final del campeonato mundial de ballet. La última sonrisa que vio esbozar a Jimmy antes de que saliera por el otro lado, le dio las esperanzas que necesitaba y ese beso llevaba la poción mágica de la felicidad. Se acomodó donde debía con su equipo y ya su chico estaba en su lugar entre el público, mirándola sonriente. La presentadora tenía el sobre en sus manos y estaba abriéndolo lentamente. Mientras lo hacía, Salomé no dejaba de pensar en su madre y lo orgullosa que estaría de ella al verla pasar a la final, porque aunque fuera desde el cielo, sabía que la estaba mirando junto con su padre; los dos, tomados de la mano, conspirando con Anita y todos los ángeles en el cielo para que ese sueño se hiciera realidad. Por otro lado, estaba Jimmy ahí mirándola fijamente, solamente a ella. No le apartaba los ojos de encima y sabía que él también estaba atrayendo la victoria con su mente. Esa palabra le hizo recordar a s
El viaje fue rápido y llegaron al rededor del medio día a la mansión donde los estaban esperando Frank, Victoria y Paul con un banquete y un montón de abrazos para los dos.Mientras almorzaban, se contaron todas las aventuras que tuvo cada uno por su lado y no paraban de reír cuando fue el turno de Paul, relatando cómo fue para él ser mamá sustituta de cinco cachorros de león.—Muerden fuerte —dijo enseñándoles una cicatriz en la mano izquierda de un cachorro que lo había mordido mientras jugaban—. Pero lo peor es limpiarles la caca, eso sí es un asco.Jimmy no hacía más que burlarse de él, riéndose a carcajadas, y su amigo lo miraba con recelo, prediciendo que en cualquier momento soltaría un comentario gracioso al respecto.—¿Y cómo terminaste cuidando cachorros de león? —preguntó Salomé—. Saray nunca me lo contó.—Su madre enfermó y tuvieron que trasladarla a otro sitio para cuidarla —explicó—. Entre ellos había uno que era de otra leona, pero no se estaba alimentando bien por algu
Después de ganar el concurso, Salomé volvió junto con Jimmy, sus amigas y los demás al país.Uno de los premios que recibieron fue unas vacaciones de un mes en las islas Palawan, a dónde viajó todo el equipo junto con la maestra, menos ella y las gemelas.Quería pasar los dos últimos meses de embarazo en casa con su familia y así lo hizo. Las hermanas la acompañaron en la mansión la mayor parte del tiempo, junto con su tía Victoria.Jimmy volvió al proyecto, pero con la ayuda de Paul, pudo hacer un balance entre el trabajo, ella y su objetivo de superar la pérdida de sus madres.Él seguía en la terapia psicológica, aunque ya no tan a menudo como antes, y Salomé estaba viendo grandes resultados en él. Ya no tenía muchos momentos de crisis depresiva y cada vez parecía más realizado y feliz. Estaba tranquila, hasta que llegó ese día…❤ღღღღღღღღღღ❤Faltaba tan solo un día para la cesárea de su esposa y de repente, luego de un partido de futbol, se sintió tan deprimido que no quiso volver a
Era cinco de septiembre; el día más importante de sus vidas porque ese día conocerían a sus hijos. Salomé despertó en la habitación de Jimmy, que se había convertido en el cuarto matrimonial porque el suyo estaba destinado a pertenecer a los bebés. Días antes habían mandado a pintar y remodelar todo, adecuándolo para ellos. Compraron también dos cunas en madera y las dejaron sin pintar hasta saber el sexo de sus hijos. No habían querido que los médicos se los revelaran porque preferían llevarse la sorpresa cuando nacieran. Jimmy estaba acostado a su lado y lo besó en los labios, despertándolo enseguida. —Vamos, dormilón, es hora de levantarnos. —Jmmm —se quejó él y se dio la vuelta, pero ella lo agarró del brazo para girarlo otra vez. —Jimmy, tenemos que irnos, la cesárea está programada en una hora. —¡LA CESÁREA! —exclamó sentándose de golpe—. Me ducharé yo primero. Corrió al baño y se estrelló de frente con la puerta antes de poder abrirla. —Amor, ten cuidado, no es para tan
—¡Mis gemelas! —gruñó Jimmy, doblándose de dolor antes de caer tendido en el suelo. —¡Maldito imbécil! —gritó Salomé, después de haberle estampado el dorso de su pie derecho en la entrepierna—. Ten mi bolso, Sayda. Según ella, él le había tocado el trasero cuando estaba entretenida hablando con sus dos amigas, cerca de la barra de ese club que visitaba con frecuencia los viernes cada quince días, con el fin de emborracharse hasta olvidar su apellido. Sin quedarse conforme con eso, se abalanzó sobre el hombre que yacía en el suelo, sujetándose aquello con ambas manos mientras gruñía, quejándose de dolor, y se sentó a horcajadas sobre él; o más bien, sobre su amiguito agonizante. Comenzó a golpearlo en el pecho con los puños y jalarle el cabello, al mismo tiempo que le gritaba un montón de palabras obscenas. —¡Yo no fui, demonios, yo no fui! —gritaba el chico, tratando de cubrirse el rostro con las manos, apretando al mismo tiempo las piernas en un intento de esconder sus partes nobl
Jimmy llegó a su casa en compañía de su mejor amigo Paul, que lo escuchó quejarse de dolor durante todo el camino en el carro y lo vio subir las escaleras casi cojeando. Tenía que abrir las piernas más de lo normal al caminar, para procurar que el roce de la ropa interior no desprendiera la piel de su amiguito por completo, y ahora que ya por fin estaba en su casa, podía dejar de disimular y pretender aparentar que era capaz de caminar con normalidad. Ya se estaba imaginando que al bajarse los pantalones para inspeccionar el daño, se encontraría con una escena realmente sangrienta y aterradora, dónde su músculo más querido estaría todo espichado, con moretones o tal vez hasta sangrando; y ni imaginar lo que pudieron haber sufrido sus huevos, que sin duda podrían estar reventados y hasta desprendidos. El golpe que le propinó esa chica loca por poco lo manda directo al hospital para que le revisaran su órgano reproductor, que era una de las partes más preciadas de su cuerpo. No conse
Jimmy se levantó de su silla sin decir una sola palabra y se dirigió hacia la imponente ventana que daba al balcón, asomando su cabeza al precipicio en cuanto la abrió. —¡Jimmy Matías!, ¡¿qué carajo haces?! —vociferó su padre levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia él. —Acabaré yo mismo con mi vida antes de que tú lo hagas, al fin y al cabo de las dos formas estaré muerto —respondió inclinándose más en el borde del balcón. —Deja tus malditas payasadas para otro momento, ¿no ves que ese par de señoritas te están viendo? —le dijo Frank en un susurro, agarrándolo discretamente del codo. —Estás demente si piensas que voy a casarme con ella, ¡es una loca! Ayer casi me deja sin gemelas y por poco descabeza a mi garrote. —¡De qué m****a estás hablando! —No lo entiendes, pero puedo asegurarte que eso no es una mujer normal. Puede ser muy pequeña, y tener una cara bonita, pero está poseída por un gorila; ella es King Kong y yo no seré su Ann Darrow. —Jimmy, hijo, escucha… Tienes
—¿Estás persiguiéndome? —le preguntó Jimmy, mirando fijamente al frente. —¿No tienes una mejor manera de llamar la atención? —contestó ella, atreviéndose a ojear el perfil de su rostro. —Tú fuiste la que no pudo tomar otro ascensor, tenía que ser este… —No creas que por parecer un príncipe salido de una película de Disney, te conviertes automáticamente en alguien irresistible —lo interrumpió, haciéndolo apretar la mandíbula—. Lamento informarte que hay mujeres que sí tenemos buen gusto. No te creas el centro del mundo, “niño bonito”. Las puertas del ascensor se abrieron y Salomé salió, dándole un leve empujón en el hombro, (o bueno, hasta dónde le alcanzó su estatura). Jimmy se quedó sin palabras por lo que le dijo ella. Jamás ninguna mujer en sus veinticuatro años de existencia le había hablado de esa manera; todas las chicas, mayores que él o más jóvenes, siempre escurrían la baba estando a su lado y buscaban la forma de hacerlo sentir el rey del universo. Todas, absolutamente