—¡Mis gemelas! —gruñó Jimmy, doblándose de dolor antes de caer tendido en el suelo.
—¡Maldito imbécil! —gritó Salomé, después de haberle estampado el dorso de su pie derecho en la entrepierna—. Ten mi bolso, Sayda.
Según ella, él le había tocado el trasero cuando estaba entretenida hablando con sus dos amigas, cerca de la barra de ese club que visitaba con frecuencia los viernes cada quince días, con el fin de emborracharse hasta olvidar su apellido.
Sin quedarse conforme con eso, se abalanzó sobre el hombre que yacía en el suelo, sujetándose aquello con ambas manos mientras gruñía, quejándose de dolor, y se sentó a horcajadas sobre él; o más bien, sobre su amiguito agonizante. Comenzó a golpearlo en el pecho con los puños y jalarle el cabello, al mismo tiempo que le gritaba un montón de palabras obscenas.
—¡Yo no fui, demonios, yo no fui! —gritaba el chico, tratando de cubrirse el rostro con las manos, apretando al mismo tiempo las piernas en un intento de esconder sus partes nobles para que Salomé no terminara de magullarlas y aplastarlas con su peso.
—¡Eres un maldito atrevido!, ¡pagarás por eso y no saldrás de aquí sin entender que mis pompis no se tocan! —repetía ella una y otra vez mientras intentaba atinarle a la cara del hombre al menos una vez.
Jimmy parecía estar bastante bien entrenado para esquivar golpes de mujeres ofendidas, porque lograba librarse de sus puños en cada acometida que le daba, hasta que por fortuna, alguien la sujetó de los brazos por detrás y la jaló para quitársela de encima al pobre chico que rogaba por su vida.
—¡Oye, cálmate, tranquila, él no fue! —afirmó el rubio que la reprimía con fuerza intentando calmar a la fiera en la que se había convertido, pero Salomé parecía poseía por Hulk.
Su piel se estaba poniendo verde, mientras seguía pataleando y gruñendo de rabia hacia el chico que intentaba levantarse del suelo, tras haberse liberado de su peso.
Ella no toleraba que ningún idiota se pasara de la raya tocándola sin su permiso, y cuando sintió esa mano rozar su nalga derecha con tanto descaro, lo primero que hizo fue girarse para darle una patada en los testículos al desgraciado que se atrevió a ofenderla; sin embargo, ese mismo desgraciado resultó ileso, cuando por casualidad, Jimmy estaba pasando por ahí para su mala suerte, y recibió el doloroso golpe que lo hizo doblarse de dolor y tirarse al suelo enseguida. Salomé le había dado en el blanco al objetivo equivocado…
—¡Estás loca! —voceó Jimmy, sobándose las partes del cuerpo dónde los puños de Salomé habían dejado pulsaciones dolorosas, mientras la miraba con rabia y dolor frunciendo el ceño—. ¡¿Acaso usas los zapatos de Terminator?!
Para ese momento, la chica ya se había tranquilizado un poco y parecía que Hulk empezaba a abandonar su cuerpo poseído, porque el color rosado en sus mejillas se hizo presente nuevamente, poco a poco, a medida que su respiración también empezaba a normalizarse. Miraba con confusión a Jimmy y a sus amigas que se encontraban a cada lado suyo, apoyándola con caricias en los hombros, como si apenas se enterara de que había cometido un error.
—Si no fue este idiota, ¿entonces quién lo hizo? —cuestionó con enfado—. ¡Sal cobarde, da la cara!
Miraba a su alrededor buscando al agresor, pero era obvio que este ya no estaba allí; había tenido tiempo suficiente para escapar del lugar, mientras ella utilizaba a Jimmy como saco de boxeo injustamente.
—Amiga, el que te tocó el culo ya se fue —dijo Saray—. Lo vieron escapar por la puerta principal; tan pronto vio que te abalanzaste sobre este chico, huyó de inmediato. Sayda y yo quisimos advertirte que le diste al equivocado, pero no nos escuchabas. —Le explicó preocupada el malentendido, y su amiga número dos, a la izquierda, solo asintió dándole la razón a su hermana gemela.
—¡¿Ves?, yo no fui, todo el mundo se dio cuenta, tú fuiste la única que no!, ¿siempre reaccionas tan salvaje?, ¿con qué te alimentaban de pequeña?, ¿espinaca con ají? —Jimmy parecía querer asesinarla con la mirada mientras trataba de organizarse la ropa arrugada—. Deberías visitar un psiquiátrico, conozco uno muy bueno, no vaya a ser que tu nueva víctima sea un pobre flacucho que no tenga estos músculos.
Su mirada acusatoria se clavó en los ojos de Salomé por última vez antes de darse la vuelta y salir, seguido de su amigo que se encontraba a las espaldas de la chica, temiendo también ser golpeado por haberla sujetado de los brazos para salvarlo.
Salomé giró su rostro para apreciar por última vez a su víctima antes de que atravesara la puerta de salida del club; luego se llevó las manos a la cara y pasó los dedos entre su cabello liso, llevándolo hacia atrás, mientras se sentía como una completa tonta por haber reaccionado de una manera tan precipitada, golpeando al sujeto equivocado.
Todos los ojos presentes en el club la recorrían de arriba abajo mirándola con burla y cierto temor, como si en realidad fuera una loca que escapó de un psiquiátrico y en cualquier momento podría abalanzarse sobre ellos, al notar las miradas acusatorias que le lanzaban.
—Vámonos, no quiero estar más aquí. —Tomó su bolso de la mesa junto con su chaqueta que yacía colgada sobre el sillón, dónde había estado bebiendo hace un rato con sus amigas y salió del lugar, acompañada de ellas que la seguían como a la líder de la manada.
En realidad eso era, ya que siempre era ella quien tomaba las decisiones de las tres, daba consejos y ofrecía apoyo cuando las dos hermanas lo necesitaban.
Salomé podía permitirse muchas cosas al ser la heredera de una inmensa fortuna que le dejaron sus padres al fallecer; sin embargo, su tía paterna, quien se había quedado a cargo de la empresa por decisión de ellos, no le permitía tener el control total de su vida, ya que de ello dependía el futuro de la empresa, que era el sustento de los pocos integrantes que quedaban en su familia. Los padres de Salomé pensaron que al ser una chica de veintiséis años, (la cual a veces parecía tener una tuerca desajustada y tenía la rebeldía de una adolescente), no sabría qué hacer con tantas responsabilidades, así que le cedieron el control de la empresa a su tía Victoria, incluyendo, aunque de manera indirecta, su vida personal.
Las tres chicas tomaron un taxi y se fueron directamente a la casa de Salomé, sin siquiera pronunciar una sola palabra de lo sucedido en todo el camino.
Sayda y Saray conocían a la perfección el carácter de su amiga y sabían que por muy alegre que ella fuera, lo mejor era no hablarle cuando estaba tan enojada y mucho menos mencionar el tema que la llevó a estar en ese estado. Debido a esto, el silencio reinó hasta que ambas pisaron nuevamente la calle, bajándose del taxi, y caminaron hacia la enorme entrada de la lujosa vivienda de Salomé.
La enojada chica puso su dedo índice sobre el lector de huellas y el enorme portón corredizo se abrió enseguida, cediéndole el paso a ella y a sus amigas. Las tres caminaron por el jardín interior de la casa, y en la puerta principal, la líder del grupo hizo lo mismo, con la diferencia de que el sistema de seguridad de aquella puerta estaba diseñado especialmente para reconocer, no su huella dactilar, sino sus labios.
Sacó un pañito húmedo y limpió el lector, que tenía la forma de una bonita boca, la cual había sido diseñada por ella misma; presionó sus labios contra este como si estuviera dando un beso, encendiendo la luz verde inmediatamente, y la amplia puerta principal reforzada se abrió ante ellas para darles paso al interior.
Ya estando adentro y habiendo dejado su bolso sobre uno de los muebles, corrió hacia la cocina, abrió la nevera y bebió agua directamente de la jarra; lo hizo tan rápido que un par de chorros se escurrieron por las esquinas de su boca, llegando hasta su cuello para luego colarse entre sus pechos.
—¡Ufff!, está fría. —Se estremeció luego de un suspiro para tomar aire, al sentir el agua helada, resbalando por su piel sensible que se erizó de inmediato—. ¡Qué calor!
—¿Ya se te pasó el enojo? —preguntó Saray al notar que el líquido bendito había suavizado la expresión en su rostro.
Ella seguía bebiendo de la jarra de la misma manera, dejando escapar algunos gemidos delicados, cuando un nuevo par de chorros de agua fría se colaba entre sus pechos, hasta que, al meditar sobre la pregunta de su amiga, la inevitable risa que la invadió, la hizo escupir una bocanada de agua que había acabado de entrar a su boca.
—¡¿Vieron cómo dejé cojeando a ese niño bonito?! —preguntó tratando de contener la risa, mientras dejaba la jarra de agua sobre el mesón y se limpiaba los restos de líquido en los labios.
—Pobrecito, ¡casi lo matas! —comentó Sayda, dejando escapar también una carcajada que llevaba tiempo escondiendo por temor a su reacción.
—Es un idiota, se lo merecía, ¡quién lo manda a atravesarse justo cuando iba a golpear a alguien más! —No podía contener su risa divertida, mientras hablaba tratando de justificarse ante su propia conciencia que la reprendía una y otra vez, haciéndole entender que lo que hizo había estado muy mal.
—A mí me dio pesar, el pobre estaba muy lindo, habría podido tener hijos preciosos si tú no hubieras hecho tortilla con sus huevos —dijo Sayda con pesar, mezclado con una inocente burla.
Se quedó pensativa un momento, mientras trataba de recordar las facciones de ese hombre que había golpeado injustamente, pero lo cierto es que su rostro se quedó impregnado en su memoria como un tatuaje, aunque no supo si fue por la expresión de dolor y enojo que él tenía hacia ella, o porque en realidad sí estaba demasiado guapo; sin embargo, alejó este último pensamiento con una sacudida de cabeza en cuanto le atravesó la mente.
No tenía que estar guapo. Era un idiota que se había atrevido a llamarla loca y afirmar que necesitaba internarse en un psiquiátrico. Al recordar esa horrible frase que le arrojó ese niño bonito, no pudo evitar hacer un mohín por el disgusto.
«Idiota, muñeco de porcelana»
Recordó la piel de su rostro, que a pesar de estar arrugado de furia, se veía tan suave y tersa que parecía la de un bebé, pero nuevamente alejó los pensamientos de aquel chico apuesto de su cabeza. Definitivamente, no era su tipo…
Los siguientes minutos trató de que sus amigas no volvieran a mencionar el tema, pero cuando por fin se marcharon y se disponía a ir a la cama para dormir, esos ojos color miel volvieron a hacer presencia en su mente, obligándola a volver a bajar a la cocina para beberse otros dos vasos de agua fría.
No sabía por qué ese rasgo que él poseía y era tan común en la gente, la hizo tener esa sensación tan extraña.
Había visto tantos ojos de ese mismo color, que no entendía qué le sucedía con ese único par que había podido contemplar en ese hombre, cuando lo tenía debajo de ella, recibiendo sus puñetazos y jaloneos de cabello; sin embargo, se acurrucó en su cama como siempre lo hacía y cerró los ojos con la intención de quedarse dormida.
Al día siguiente tenía una reunión muy importante en la empresa aliada, en la cual, según le había explicado su tía, se enteraría de un acuerdo importante que cambiaría por completo su vida…
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Jimmy llegó a su casa en compañía de su mejor amigo Paul, que lo escuchó quejarse de dolor durante todo el camino en el carro y lo vio subir las escaleras casi cojeando. Tenía que abrir las piernas más de lo normal al caminar, para procurar que el roce de la ropa interior no desprendiera la piel de su amiguito por completo, y ahora que ya por fin estaba en su casa, podía dejar de disimular y pretender aparentar que era capaz de caminar con normalidad. Ya se estaba imaginando que al bajarse los pantalones para inspeccionar el daño, se encontraría con una escena realmente sangrienta y aterradora, dónde su músculo más querido estaría todo espichado, con moretones o tal vez hasta sangrando; y ni imaginar lo que pudieron haber sufrido sus huevos, que sin duda podrían estar reventados y hasta desprendidos. El golpe que le propinó esa chica loca por poco lo manda directo al hospital para que le revisaran su órgano reproductor, que era una de las partes más preciadas de su cuerpo. No conse
Jimmy se levantó de su silla sin decir una sola palabra y se dirigió hacia la imponente ventana que daba al balcón, asomando su cabeza al precipicio en cuanto la abrió. —¡Jimmy Matías!, ¡¿qué carajo haces?! —vociferó su padre levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia él. —Acabaré yo mismo con mi vida antes de que tú lo hagas, al fin y al cabo de las dos formas estaré muerto —respondió inclinándose más en el borde del balcón. —Deja tus malditas payasadas para otro momento, ¿no ves que ese par de señoritas te están viendo? —le dijo Frank en un susurro, agarrándolo discretamente del codo. —Estás demente si piensas que voy a casarme con ella, ¡es una loca! Ayer casi me deja sin gemelas y por poco descabeza a mi garrote. —¡De qué m****a estás hablando! —No lo entiendes, pero puedo asegurarte que eso no es una mujer normal. Puede ser muy pequeña, y tener una cara bonita, pero está poseída por un gorila; ella es King Kong y yo no seré su Ann Darrow. —Jimmy, hijo, escucha… Tienes
—¿Estás persiguiéndome? —le preguntó Jimmy, mirando fijamente al frente. —¿No tienes una mejor manera de llamar la atención? —contestó ella, atreviéndose a ojear el perfil de su rostro. —Tú fuiste la que no pudo tomar otro ascensor, tenía que ser este… —No creas que por parecer un príncipe salido de una película de Disney, te conviertes automáticamente en alguien irresistible —lo interrumpió, haciéndolo apretar la mandíbula—. Lamento informarte que hay mujeres que sí tenemos buen gusto. No te creas el centro del mundo, “niño bonito”. Las puertas del ascensor se abrieron y Salomé salió, dándole un leve empujón en el hombro, (o bueno, hasta dónde le alcanzó su estatura). Jimmy se quedó sin palabras por lo que le dijo ella. Jamás ninguna mujer en sus veinticuatro años de existencia le había hablado de esa manera; todas las chicas, mayores que él o más jóvenes, siempre escurrían la baba estando a su lado y buscaban la forma de hacerlo sentir el rey del universo. Todas, absolutamente
Afortunadamente, Salomé se encontraba justo de espaldas a su cama cuando su “querida” tía Victoria, le dio la agria y funesta noticia que la hizo perder la estabilidad de sus piernas y dejarse caer hacia atrás, aun con los ojos abiertos, pero la mente nublada. El teléfono celular, de última tecnología que poseía, no corrió la misma suerte, al terminar estampado contra el duro suelo de mármol en tono de madera de pino que poseía su habitación.La chica miraba hacia el techo con los ojos bien abiertos y su boca, formando a penas una pequeña línea de espacio entre sus labios; ni siquiera parpadeaba, y el único movimiento que se podía percibir en su cuerpo, era el de su pecho que subía y bajaba por la respiración agitada. El sonido de la voz de Victoria por del altavoz, que se había encendido en su teléfono por accidente, la sacó de su trance, llamándola con un tono de furia que ya era típico escuchar en aquella mujer:—¡SALOMÉEEEEEEEEE! —gritó por cuarta vez, haciendo que se levantara
Salomé tuvo que inhalar y exhalar profundamente varias veces para no irse corriendo detrás de Jimmy, arrancarle los huevos y hacerse un omelette con ellos; solamente pudo cerrar la puerta con seguro e ir a ponerse la pijama por segunda vez en esa noche, para ver si por fin la dejaban dormir en paz. Se sentó en la cama, que estaba perfectamente tendida con sábanas blancas, y le pareció que era muchísimo más blanda que la suya; podía ser un colchón de agua, porque cuando se acostó, sintió como si estuviera flotando y esto la hizo sonreír; por lo menos estaría cómoda esa primera horrible noche que tenía que pasar fuera de su hogar. Se levantó nuevamente, bajó el enorme y pesado edredón y se escabulló dentro, acurrucándose en posición fetal, como solía acomodarse para dormir; sin embargo, una vez que cerró los ojos, la sonrisa burlona de ese pimpollo y la expresión de su rostro pícaro cuando le guiñó uno de sus ojos acaramelados, apareció frente a ella, y de inmediato tuvo que abrir nuev
Salomé caminó derrotada directamente al cuarto de Jimmy, que ahora era suyo. Solamente cuando entró y pasó frente al espejo, se dio cuenta de que había salido completamente desnuda y la vergüenza le hizo enrojecer las mejillas. «¿Y si él hubiera abierto la puerta?» Completamente apenada, se preguntó una y mil veces cómo podía ser tan descuidada. Si ese pimpollo la hubiese visto como Dios la trajo al mundo, se habría convertido en la razón para burlarse eternamente de ella.Tenía que pensar con cabeza fría qué se suponía que haría ahora que no tenía ni siquiera un calzón que usar. Había donado hace muy poco casi toda su ropa, por lo que solo tenía unos cuantos vestidos y pantalones informales.Odiaba la ropa formal porque le recordaba que era una chica adinerada. Su tía era quien le compraba los vestidos y trajes de etiqueta, pero cuando no tenía que estar presente en ese imponente edificio, siempre iba a cualquier almacén a comprar su ropa de uso diario en compañía de sus amigas, ya
La última mirada de Salomé bastó para que las piernas de Jimmy se volvieran de algodón y su corazón bombeara la sangre el triple de rápido. «En casa arreglaremos esto.»Esa última frase se repetía una y otra vez en su mente, mientras caminaba por los pasillos de la empresa con la idea de salir de ahí volando. Cuando su cabeza se despejó un poco, analizó de nuevo la frase y se dio cuenta de que, hacia donde él pensaba huir, iba a ser en realidad el lugar que pronto estaría rodeado de cinta amarilla por su asesinato.«En casa…» No podía ir a su casa… Ella iba para allá en contados minutos; tenía que encontrar algún otro refugio pronto, aunque… ¿Cómo era posible que tuviera que huir de su propia casa? No… no podía permitirlo… Ese cucarrón salvaje no podía jugar con él al gato y al ratón y mucho menos en su propia casa; él era el dueño y tenía el control de todo; si quería, hasta podía impedirle el ingreso y llamar a la policía si fuera necesario.Se subió a su auto para ir directamen
Otra frase de Salomé que se quedó grabada en su mente como un tatuaje amargo… Jimmy se estaba metiendo en serios problemas con esa chica. Él nunca había tenido enemigos del género femenino y ni siquiera con los de su mismo sexo se había sentido tan intimidado, ni había experimentado esa adrenalina que ahora corría por sus venas, cada vez que esa mujer le lanzaba una de sus frases amenazantes. Era obvio que ella no se iba a quedar con eso; cuando decía que él se las pagaría, estaba hablando muy en serio; sin embargo, él disponía de un poco de tiempo antes de que ella actuara en su contra, ya que tenía en su poder su ropa interior, y hasta que no se la devolviera, no podría cobrar venganza o no tendría qué ponerse debajo de la ropa; aunque Jimmy no entendía por qué simplemente ella no iba a comprar bragas nuevas y ya, si era una chica adinerada como él. La única razón podía ser, que esa ropa interior tenía algún significado especial para ella y eso lo favorecía más. Tal vez eran mode