La última mirada de Salomé bastó para que las piernas de Jimmy se volvieran de algodón y su corazón bombeara la sangre el triple de rápido. «En casa arreglaremos esto.»Esa última frase se repetía una y otra vez en su mente, mientras caminaba por los pasillos de la empresa con la idea de salir de ahí volando. Cuando su cabeza se despejó un poco, analizó de nuevo la frase y se dio cuenta de que, hacia donde él pensaba huir, iba a ser en realidad el lugar que pronto estaría rodeado de cinta amarilla por su asesinato.«En casa…» No podía ir a su casa… Ella iba para allá en contados minutos; tenía que encontrar algún otro refugio pronto, aunque… ¿Cómo era posible que tuviera que huir de su propia casa? No… no podía permitirlo… Ese cucarrón salvaje no podía jugar con él al gato y al ratón y mucho menos en su propia casa; él era el dueño y tenía el control de todo; si quería, hasta podía impedirle el ingreso y llamar a la policía si fuera necesario.Se subió a su auto para ir directamen
Otra frase de Salomé que se quedó grabada en su mente como un tatuaje amargo… Jimmy se estaba metiendo en serios problemas con esa chica. Él nunca había tenido enemigos del género femenino y ni siquiera con los de su mismo sexo se había sentido tan intimidado, ni había experimentado esa adrenalina que ahora corría por sus venas, cada vez que esa mujer le lanzaba una de sus frases amenazantes. Era obvio que ella no se iba a quedar con eso; cuando decía que él se las pagaría, estaba hablando muy en serio; sin embargo, él disponía de un poco de tiempo antes de que ella actuara en su contra, ya que tenía en su poder su ropa interior, y hasta que no se la devolviera, no podría cobrar venganza o no tendría qué ponerse debajo de la ropa; aunque Jimmy no entendía por qué simplemente ella no iba a comprar bragas nuevas y ya, si era una chica adinerada como él. La única razón podía ser, que esa ropa interior tenía algún significado especial para ella y eso lo favorecía más. Tal vez eran mode
Cuando el efecto hipnótico que los consumía a ambos pasó, siguieron su camino por separado sin decirse una sola palabra, y las miradas de odio y resentimiento volvieron. Jimmy se fue a su cuarto para cambiarse de ropa a una deportiva, porque iría al gimnasio de su propia casa para ejercitarse como solía hacerlo cuatro veces por semana. Su amigo Paul llegó a la casa, y ambos se encerraron en el gimnasio para adelantar los últimos acontecimientos como un par de vecinas chismosas, pero así eran ellos; desde pequeños siempre se contaban todo y ambos conocían cada uno de los secretos más oscuros e inocentes del otro. Jimmy tenía pensado hablar con su mejor amigo de temas como el futbol o los autos, pero algo en su interior lo impulsaba a hablar de ella; quería contarle todo lo que le había sucedido referente a esa mujercita brava que lo tenía al borde del colapso. Aunque ella últimamente no le había hecho maldades como él a ella, su sola presencia lo hacía estremecer y entrar en pánic
Llegó la noche y luego de que Paul se fue, Jimmy se duchó antes de irse a la cama temprano; el ejercicio lo había dejado tan agotado que solamente quería desparramarse sobre el colchón lo más rápido posible. Se puso el bóxer que había logrado robar de su habitación en un descuido de Salomé y se metió debajo de las cobijas, pero sus ojos se desviaron al escondite donde tenía oculta la maleta de su esposa, y de inmediato el recuerdo de ese aroma que expelía su ropa interior, lo hizo ansiar volver a olfatearla. Él no era de ese tipo de hombres pervertidos, pero las prendas de esa chica en particular tenían un aroma que lo había vuelto adicto. Era tan delicioso, único y delicado que lo transportaba a un mundo de calma, donde soplaba un viento fresco que se mezclaba con el aroma de las flores de todo tipo; el paraíso creado por Dios del que Adán y Eva habían sido desterrados, así era el lugar al que lo llevaba ese aroma. Cerró los ojos por un momento, imaginando lo bien que se había sent
Jimmy había vuelto a su habitación satisfecho con lo que había logrado; se sentía orgulloso de haber derrotado a esa fiera indomable que tenía por esposa y haber recuperado su habitación tan fácilmente, porque no le había costado mucho trabajo robarle las bragas, y agradeció al universo haberse implantado la costumbre de cargar las llaves de su habitación siempre con él. Lo primero que hizo fue darse una ducha bajo esa regadera que amaba, y después salió del baño con la toalla puesta en la cintura, yendo directamente al vestidor. Abrió el cajón donde guardaba su ropa interior, sacó un fino bóxer negro y se lo puso sobre el hombro izquierdo para buscar el resto de la ropa, pero entonces percibió inmediatamente un olor que ya conocía perfectamente y se coló sutilmente en sus fosas nasales, obligándolo a cerrar los ojos de inmediato. Era su olor… esa fragancia a flores y frescura que tanto le encantaba, pero, ¿de dónde venía? Abrió uno a uno los cajones de su closet y rebuscó entre su
Jimmy regresó a su casa después de haber estado casi cuatro horas esperando que arreglaran la pintura de su pequeña poni. Por fortuna, el taller donde acostumbraba llevarla era el mejor de la ciudad, y el mecánico era un buen conocido suyo que sabía hacer su trabajo perfectamente, así que, no solo arregló el horrible daño que había hecho el cucarrón salvaje, sino que también la dejó como nueva; aprovechó para blindarla con una pintura tan resistente que fuera casi imposible de dañar, solo por si a la reencarnación de King-Kong en versión femenina, se le ocurría volver a jugar sucio. Guardó a su pequeña poni en el garaje, lejos del lugar de aparcamiento donde Salomé solía dejar su auto pasado de moda, y entró a su cuarto dispuesto a darse una ducha; sin embargo, para su desgracia se encontró con que no salía agua de la regadera, ni del grifo, ni del tanque del retrete, por lo que tuvo que envolver su cintura en la toalla y bajar al primer piso donde se encontraba el baño general, que,
La sonrisa perversa que esbozó Jimmy luego de escuchar eso, hizo que su esposa se sonrojara aún más, mirándolo con angustia. —Bueno, entonces creo que no tenemos más opción que ducharnos juntos, espocita mía —declaró mientras abría nuevamente el grifo y el agua tibia empezó a recorrer su cuerpo, limpiando primero su cabello de la espuma que había dejado el champú—. No te quedes ahí, entra, con confianza. Esa sonrisa pícara no se iba de su rostro, porque la cara de estupefacción que tenía Salomé era digna de retratar y él solamente quería provocarla. La situación claramente estaba a su favor y era el momento perfecto de aprovecharla como venganza. —¡¿Qué?, estás loco si piensas que voy a seguir tus malditos juegos! —exclamó ella, pero aunque quería parecer molesta, sus ojos curiosos la delataban y Jimmy notaba cómo jugaban al Ping-Pong de nuevo; sin embargo, esta vez no bailaban de un ojo al otro, sino de su cara a su entrepierna y viceversa, repetidas veces… —Estás sudando y es ob
Por fortuna, la erección de Jimmy había pasado, aunque tuvo que pensar en abuelitas desdentadas para poder relajarse. Lo consiguió y ahora podía darse la vuelta tranquilamente y salir de ahí antes de que su garrote, que tenía vida propia, volviera a levantarse sin su permiso. Se giró lentamente y en cuanto vio a Salomé allí de pie, observándolo detrás del vidrio, con una mirada tan lujuriosa que se sintió en peligro de violación, sus mejillas empezaron a sonrojarse nuevamente; sin embargo, el sonido de dos golpes en la puerta, lo salvó de su mirada escrutadora que había vuelto a posarse por un momento en su ingle. —Señorita Salomé, su tía Victoria, acaba de llegar, está esperándola en la sala de estar. —Escuchó la voz de Anita dirigiéndose a la mujer que lo derretía como si fuera un chocolate. —Ya voy Ana, dile que en diez minutos estaré allá —contestó ella mirando la puerta con desilusión, como si la noticia no le hubiera gustado en absoluto, ¿o era la interrupción de Ana la que la