Segundo capítulo del maratón… Espero que lo hayas disfrutado. :3
Llegó la noche y luego de que Paul se fue, Jimmy se duchó antes de irse a la cama temprano; el ejercicio lo había dejado tan agotado que solamente quería desparramarse sobre el colchón lo más rápido posible. Se puso el bóxer que había logrado robar de su habitación en un descuido de Salomé y se metió debajo de las cobijas, pero sus ojos se desviaron al escondite donde tenía oculta la maleta de su esposa, y de inmediato el recuerdo de ese aroma que expelía su ropa interior, lo hizo ansiar volver a olfatearla. Él no era de ese tipo de hombres pervertidos, pero las prendas de esa chica en particular tenían un aroma que lo había vuelto adicto. Era tan delicioso, único y delicado que lo transportaba a un mundo de calma, donde soplaba un viento fresco que se mezclaba con el aroma de las flores de todo tipo; el paraíso creado por Dios del que Adán y Eva habían sido desterrados, así era el lugar al que lo llevaba ese aroma. Cerró los ojos por un momento, imaginando lo bien que se había sent
Jimmy había vuelto a su habitación satisfecho con lo que había logrado; se sentía orgulloso de haber derrotado a esa fiera indomable que tenía por esposa y haber recuperado su habitación tan fácilmente, porque no le había costado mucho trabajo robarle las bragas, y agradeció al universo haberse implantado la costumbre de cargar las llaves de su habitación siempre con él. Lo primero que hizo fue darse una ducha bajo esa regadera que amaba, y después salió del baño con la toalla puesta en la cintura, yendo directamente al vestidor. Abrió el cajón donde guardaba su ropa interior, sacó un fino bóxer negro y se lo puso sobre el hombro izquierdo para buscar el resto de la ropa, pero entonces percibió inmediatamente un olor que ya conocía perfectamente y se coló sutilmente en sus fosas nasales, obligándolo a cerrar los ojos de inmediato. Era su olor… esa fragancia a flores y frescura que tanto le encantaba, pero, ¿de dónde venía? Abrió uno a uno los cajones de su closet y rebuscó entre su
Jimmy regresó a su casa después de haber estado casi cuatro horas esperando que arreglaran la pintura de su pequeña poni. Por fortuna, el taller donde acostumbraba llevarla era el mejor de la ciudad, y el mecánico era un buen conocido suyo que sabía hacer su trabajo perfectamente, así que, no solo arregló el horrible daño que había hecho el cucarrón salvaje, sino que también la dejó como nueva; aprovechó para blindarla con una pintura tan resistente que fuera casi imposible de dañar, solo por si a la reencarnación de King-Kong en versión femenina, se le ocurría volver a jugar sucio. Guardó a su pequeña poni en el garaje, lejos del lugar de aparcamiento donde Salomé solía dejar su auto pasado de moda, y entró a su cuarto dispuesto a darse una ducha; sin embargo, para su desgracia se encontró con que no salía agua de la regadera, ni del grifo, ni del tanque del retrete, por lo que tuvo que envolver su cintura en la toalla y bajar al primer piso donde se encontraba el baño general, que,
La sonrisa perversa que esbozó Jimmy luego de escuchar eso, hizo que su esposa se sonrojara aún más, mirándolo con angustia. —Bueno, entonces creo que no tenemos más opción que ducharnos juntos, espocita mía —declaró mientras abría nuevamente el grifo y el agua tibia empezó a recorrer su cuerpo, limpiando primero su cabello de la espuma que había dejado el champú—. No te quedes ahí, entra, con confianza. Esa sonrisa pícara no se iba de su rostro, porque la cara de estupefacción que tenía Salomé era digna de retratar y él solamente quería provocarla. La situación claramente estaba a su favor y era el momento perfecto de aprovecharla como venganza. —¡¿Qué?, estás loco si piensas que voy a seguir tus malditos juegos! —exclamó ella, pero aunque quería parecer molesta, sus ojos curiosos la delataban y Jimmy notaba cómo jugaban al Ping-Pong de nuevo; sin embargo, esta vez no bailaban de un ojo al otro, sino de su cara a su entrepierna y viceversa, repetidas veces… —Estás sudando y es ob
Por fortuna, la erección de Jimmy había pasado, aunque tuvo que pensar en abuelitas desdentadas para poder relajarse. Lo consiguió y ahora podía darse la vuelta tranquilamente y salir de ahí antes de que su garrote, que tenía vida propia, volviera a levantarse sin su permiso. Se giró lentamente y en cuanto vio a Salomé allí de pie, observándolo detrás del vidrio, con una mirada tan lujuriosa que se sintió en peligro de violación, sus mejillas empezaron a sonrojarse nuevamente; sin embargo, el sonido de dos golpes en la puerta, lo salvó de su mirada escrutadora que había vuelto a posarse por un momento en su ingle. —Señorita Salomé, su tía Victoria, acaba de llegar, está esperándola en la sala de estar. —Escuchó la voz de Anita dirigiéndose a la mujer que lo derretía como si fuera un chocolate. —Ya voy Ana, dile que en diez minutos estaré allá —contestó ella mirando la puerta con desilusión, como si la noticia no le hubiera gustado en absoluto, ¿o era la interrupción de Ana la que la
Jimmy sabía que su padre estaba hablando en serio y tenía que hacer algo urgente antes de que empezara a subir las escaleras. —¡Espera! —Lo detuvo cuando lo vio girarse y dar un paso—. Deberían tomar algo primero —sugirió fingiendo una sonrisa. —¡Yo sí quiero algo! —aulló Victoria con voz chillona—, ya que mi sobrina no ha sido capaz de ofrecerme ni siquiera un vaso de agua. Miró a Salomé con condena, pero ella no expresaba ni un rastro de remordimiento. —Le diré a Ana que les traiga algo, mientras tanto —dijo dirigiéndole la mirada a su esposa—, Salo, adelántate y recoge las bragas sucias que dejaste sobre la cama, no queremos que tu tía y mi padre vean tu ropa interior, nena. Con disimulo sacó la llave de su habitación del bolsillo delantero y la puso sobre la palma de ella. Los ojos de Salomé escupieron chispas de fuego y sintió que se le iba la vida bajo esos iris negros que lo fulminaban, pero ella solo se soltó de su mano enganchada en su cintura y desapareció en lo alto de
Salomé se había aferrado con tanta fuerza y miedo a su pecho, como una niña que necesitaba sentirse protegida, y su cuerpo temblaba tanto que él no dudó en ponerle la mano sobre el brazo y empezar a acariciarla con cariño, mientras ella se aferraba a él, abrazándolo y apretándolo con una pierna sobre su cuerpo. —Shsh, tranquila —la consolaba mientras sentía como su pequeño cuerpo dejaba de temblar poco a poco. Ella se aferraba a él como si fuera su salvavidas en el mar, con los ojos cerrados y apretados por el miedo que sentía; cada vez que el cielo tronaba, se sujetaba con más fuerza y soltaba un gemido con la cara enterrada en su cuello. No estaba sola, él estaba con ella, acariciándola tan suavemente que sensibilizaba su piel a un nivel extremo, y no tenía idea de que el susurro de su voz, acunándola, le devolvía la tranquilidad como nunca nadie lo había hecho; ni siquiera la luz de su cuarto encendida, en esos momentos, podía darle tanta seguridad como lo hacían sus brazos y el
Jimmy se quedó estupefacto y taciturno. «¿Venganza?» Si así seguirían siendo las venganzas de Salomé, quería pasarse la vida fastidiándola para que se vengara de él… Todavía no se recuperaba del todo; las vibraciones de aquel orgasmo increíble que le había dado esa pequeña mano poseída por un demonio, continuaban haciendo temblar sus músculos, y su respiración, por más que trataba, no podía regresarla a la normalidad. Sintió cómo su corazón continuaba latiendo como si fuera a estallar dentro de su pecho, mientras aquella mujercita perversa yacía acurrucada en posición fetal a su lado, dándole la espalda con los ojos cerrados, como si hubiera caído en un sueño profundo. Estaba tan quieta que no parecía que ella hubiera hecho semejante cosa solo hace unos minutos; ninguna parte de su cuerpo se movía, solamente notaba un leve balanceo en su pecho por la respiración pausada y tranquila. Esa mujer era de otro mundo, no parecía una simple mortal como las mujeres con las que se había t