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Capítulo 3: La Arrogancia - Parte 2

Me alejo un pequeño lapsus de tiempo de la estancia donde el aire se me antoja irrespirable. Las últimas palabras de Anne fueron una negativa profunda a continuar casada con Rainer. Su determinación la lleva a tomar las riendas de una situación que, anteriormente para ella, se había mostrado confusa y poco beneficiosa. Se niega a hablar con su esposo. Veo al dolor dominar sus acciones y comparto su tristeza de forma empática. Recuerdo que, en la carrera, un profesor muy sabio nos dijo que, cuando el dolor habla, el juicio se nubla. ¿Es sano que esta mujer dolida perdone la traición de su marido?

Respiro en el único lugar de la consulta donde me siento libre: el balcón. Movida por una rutina cómoda vuelvo a la oficina,

- Han tenido tiempo para reflexionar – digo – Rainer quisiera saber qué piensas de la reacción que ha tenido tu esposa ante el descubrimiento de tu traición.

Lo veo desesperado y vulnerable por primera vez en la sesión y me agrada. ¿He perdido la perspectiva? ¡Quizás! Tengo claro el hecho de mi poca o ninguna imparcialidad, pero no puedo dejar de sentir simpatía por la joven. Sus emociones son auténticas, movidas por el amor y el dolor. Él, en cambio, actúa por orgullo. Ha sido herido en su amor propio y eso es difícil de digerir, pero no logro ver el arrepentimiento por la deslealtad. Se aclara la garganta y habla con un poco de inseguridad.

- Me asombró su insubordinación – comenta mientras la mira – ella me obligó a…

- Ni te atrevas – grita su pareja – no seas tan cínico y asume las consecuencias de tus actos.

La atmósfera vuelve a cargarse y decido intervenir, pero no con intenciones de mediar. Necesito que no pierdan el enfoque y asuman sus errores. Difícil cuando el arrogante esposo justifica sus acciones, creyéndose libre de culpas.

- La traición es injustificable – aclaro mirando a Rainer – siempre es más sano la comunicación. Detallar los puntos, decirnos lo que está fallando y buscar soluciones pero preferiste la deslealtad y el engaño. Traicionaste a Anne y el único culpable eres tú – una ligera sonrisa de aceptación se dibuja en el rostro de la muchacha – por otra parte el matrimonio no es posesión, es una unión consensuada donde no deben existir imposiciones, sino convenios, hablados y aceptados por ambas partes. La abusaste.

Él saltó como movido por un resorte.

- Nunca la he tocado – dice – yo no soy un abusador.

- Lo eres – aseguro – abusar es hacer daño y tú la dañaste, al menos de forma psicológica, accionaste sobre su autoestima y la minimizaste.

Parece escuchar con cautela y creciente interés, por momentos puedo constatar su estado de desolación y me parece tener un camino recorrido. Anne también se aprecia desorientada. La abruman mis palabras.

- ¿Entonces he sido yo el único culpable? – pregunta con la mirada vacía y completamente perdida.

- No he dicho eso – me apresuro en contestar – todo en el matrimonio es cosa de dos – miro a la joven asintiendo – las conductas sumisas o serviles tampoco son sanas. Adoptaste una actitud pasiva que, a la larga, llegó a cansarlo. Además lo descuidaste en el plano romántico y sexual. No te esforzaste por conquistarlo y aceptaste la destrucción resignada.

Sus miradas conectaron por primera vez en la tarde, por lo que aprovecho a lanzar la pregunta que, creía la más importante de la sesión.

- ¿Están dispuestos a revitalizar la relación?

El primero en hablar es Rainner, mostrando que aún es la voz principal de la unión pero, por el tono, pude percibir que ha cambiado su actitud de arrogancia extrema por una más sincera y menos arrolladora.

- Anne te pido perdón por mi incapacidad de apreciar tus cualidades. Eres una esposa leal y una madre excelente y no pude verlo. Cuando pensé que te perdía yo… me desesperé y percibí cuánto me importas. Quiero intentarlo y, si me das una oportunidad, te prometo fidelidad y comprensión.

- Rainer yo vine dispuesta a acabar con todo. Ya no te soportaba. Levantarme contigo, quejándote constantemente, era un desafío… pero ahora… hasta tenemos un bebé – comenta sumida en el llanto – también quiero intentarlo, pero no estoy dispuesta a aguantar tus maltratos e incomprensiones.

Él toma su mano y la aprieta con fuerza. Es un gesto cariñoso que llena de calidez el ambiente.

- No será fácil – digo sonriendo – se llegó a un punto de quiebre, pero si lo intentan con ganas, van a lograrlo.

Miro la agenda en la que he estado anotando detalles importantes y sonrío. Había escrito una interrogante que quedó completamente aclarada. ¿Serán capaces de perdonar? Evidentemente lo han hecho de la forma más elegante, exponiendo su alma. Les extiendo la característica nota que siempre elaboro e incentivo al varón a leerla en alta voz.

¨El perdón libera y te brinda la oportunidad de volver a empezar. Una pareja que quiera resurgir de las cenizas tiene que aprender a enfrentar cada desafío, haciendo, de cada día, su mayor reto.¨

Isabel acompaña a la pareja al vestíbulo y le programa un nuevo encuentro. Apenas sale por la puerta vuelve a entrar al local y me brinda una cálida sonrisa. La interrogo con la mirada.

- Yo me alegro cuando salvamos un matrimonio – me contesta con una pizca de diversión.

- ¿Salvamos? – pregunto con una fuerte carcajada.

- Sí – afirma – yo también trabajo aquí

Acomodo los papeles riendo ante el comentario de mi asistente, tomo el bolso y salgo rápidamente del despacho no sin antes decirle

- Cierra tú, yo necesito conquistar a mi pareja.

Mientras me adentro en las bulliciosas calles de la ciudad la realidad me abruma. No pude darme cuenta de la distancia que se estaba formando entre nosotros. Me sentí tan segura a su lado que no percibí las señales, pero de algo estoy segura: quiero salvar mi matrimonio.

Llego a mi hogar con cierta inquietud. Busco en las habitaciones algún indicio de la presencia de Saúl, pero aborto la acción al ver el reloj. Es demasiado temprano, aún no llega. Me libero del estrés y decido pedir comida a domicilio. Mientras espero al mensajero subo a nuestra habitación y me despojo de las ropas y accesorios que ya siento incómodos. Decido tomar una ducha rápida. En unas horas tendré disponible la sorpresa que tan cuidadosamente he preparado para él.

Me detengo a contemplar mi cuerpo, ya hidratado frente el espejo. Estoy conforme con mis vueltas. Nunca he sido insegura con el físico que la naturaleza me ha dado. Rebusco encima de la cama la ropa de encaje sexy que deseo usar en la noche. Debo verme perfecta, acomodo los rizos rebeldes de mi cabello y aplico algo de maquillaje. Odio las extravagancias, por eso me deleito delineándome los ojos y labios con colores claros. Rocío mi cuerpo con la fragancia dulzona que a él tanto le gusta y me dispongo a bajar los escalones con el corazón acelerado.

Espero sentada en el salón del recibidor, deleitándome con el delicioso aroma de la comida y el agradable sonido de una clásica melodía de fondo. Los minutos pasan y la inquietud me embarga. Siento miedo al rechazo. De repente mis inseguridades me atacan.

- Por favor mi amor – suplico – te estoy esperando, no me rompas el corazón.

El ruido de la puerta, al abrirse, me provoca emociones encontradas: incertidumbre, desconcierto y bienestar. Atraviesa el umbral del salón con una expresión seria que cambia, al verme, a sorpresa y beneplácito

- Hola - saluda con timidez, mientras detalla con deseo mi cuerpo.

- Te esperaba – digo – necesito a mi esposo, a mi amigo, compañero y amante.

Anula la distancia que nos separa para envolverme en un abrazo cálido y gratificante. Me besa con ternura, hasta que la lujuria domina sus acciones, despertando al hombre pasional que tanto deseo. Nos dejamos llevar por la intensidad del momento, demostrándonos que el fuego de la pasión permanece intacto en nuestras vidas.

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