Salgo de la oficina, dejándolos solos. Necesito recuperar energías para concentrarme en el trabajo. Busco a mi asistente deseando pedirle un café, fuerte y amargo, que me revitalice. La encuentro organizando los historiales médicos. Ante el pedido, levanta la cabeza, sorprendida, 10:00 de la mañana y es la tercer taza que bebo. - Debes tener cuidado – dice seria – el café no es bueno para olvidar las penas, más bien crea adicción y es dañino para el organismo. Ella no tiene ni idea de la magnitud de mis problemas y tampoco quiero darlos a conocer, pues me considero un fracaso como esposa. Sin ánimos de justificar la traición pienso que le dediqué poco tiempo a la relación, perdiendo el roce tan importante en la unión, solo sentí la necesidad de buscarlo y complacerlo cuando me golpeó su distanciamiento y frialdad. En ocasiones, el ritmo rápido e implacable de la vida te hace cometer errores. En la actualidad son muchas las parejas que se resignan y se dejan arrastrar por lo cotidi
Abro, poco a poco, los ojos. Me molesta el entumecimiento que experimento en mis extremidades, síntoma de una noche intensa de reconciliación. Siento el contacto agradable de mi pareja, en la piel. Me acaricia con suavidad y yo me rindo, dejándome hacer. - Te amo – dice – como no tienes idea. Quiero llevar la relación a otro nivel. Lo miro, extrañada. ¿A qué se refiere? - Quiero un hijo – expresa con rapidez – un bebé de ambos. Sonrío ante la idea de ser madre, pero, asustada, me cuestiono mi habilidad para cuidar a un inofensivo bebé. - Luego hablaremos de ello, esa es una decisión que no se debe tomar a la ligera – digo y lo beso, cortamente, en los labios. Ya instalada en mi oficina, esperando a los primeros pacientes, vuelvo, por quinta o sexta vez, ni me acuerdo, a las confesiones de mi esposo. ¿Estará en condiciones el matrimonio para asumir la responsabilidad de la paternidad? - Buenos días – saludan ambos miembros de la pareja, al unísono, mientras se acomodan e
Me levanto asustada de la cama. Al contemplar el panorama del clima por la ventana de la habitación decido observar el reloj. Llegaré tarde, otra vez. Recuerdo vagamente haber apagado la alarma de mi teléfono celular pero, al parecer, de forma inconsciente volví a acurrucarme entre las sábanas, quedándome completamente dormida. Descalza me dirijo hacia el baño y dejo acariciar mi cuerpo con esa lluvia artificial que tanto me relaja. Hoy no puedo mimarme. Mi tiempo es limitado, por lo que termino el aseo a una velocidad asombrosa. Tardo quince minutos en vestirme y aplicar un ligero maquillaje que, al menos, disimula mis ojeras. Sin despedirme del hombre que duerme en la cama decido subirme al auto para adentrarme en las calles de la ciudad que nunca duerme. Atravieso las enormes puertas del consultorio pasadas las 8:00 de la mañana, algo tarde si tenemos en cuenta que los primeros pacientes ya están en el recibidor. No los conozco, es su primer consulta y debo causar buena impresión
- Espera un poco Nicole. Estamos venciendo - me animo, mientras que, un bostezo en toda su magnitud, indica mi cansancio. Extraigo mi teléfono celular del bolso de mano negro y toco el contacto de Saúl. Uno, dos, tres tonos y, al fin escucho su voz. - Dime Nicole. ¿Pasa algo? – pregunta preocupado. Un brillo esperanzador me alcanza. ¿Estoy enfocando bien la situación? Tal vez yo tenga una parte importante de culpa con respecto a esta crisis que enfrentamos. - No mi amor, solo tenía ganas de escuchar tu voz – respondo casi en un susurro. Un silencio corto me indica su sorpresa y comienzo a inquietarme. Finalmente el joven dice en un tono dulce. - Yo también te extraño. Mi corazón se agita y sobrecoge de gozo ante esas palabras que me brindan aliento y esperanza. Por primera vez en días, miro con confianza hacia el futuro. - Tengo que colgar, mi amor. Debo seguir trabajando. Te amo. - Yo te amo más – recuerdo inmediatamente que esa fue la frase que nos identificó desde
Me alejo un pequeño lapsus de tiempo de la estancia donde el aire se me antoja irrespirable. Las últimas palabras de Anne fueron una negativa profunda a continuar casada con Rainer. Su determinación la lleva a tomar las riendas de una situación que, anteriormente para ella, se había mostrado confusa y poco beneficiosa. Se niega a hablar con su esposo. Veo al dolor dominar sus acciones y comparto su tristeza de forma empática. Recuerdo que, en la carrera, un profesor muy sabio nos dijo que, cuando el dolor habla, el juicio se nubla. ¿Es sano que esta mujer dolida perdone la traición de su marido? Respiro en el único lugar de la consulta donde me siento libre: el balcón. Movida por una rutina cómoda vuelvo a la oficina, - Han tenido tiempo para reflexionar – digo – Rainer quisiera saber qué piensas de la reacción que ha tenido tu esposa ante el descubrimiento de tu traición. Lo veo desesperado y vulnerable por primera vez en la sesión y me agrada. ¿He perdido la perspectiva? ¡Quiz
Despierto cuando el sol alumbra de lleno mi rostro. Mis sensibles ojos reciben con molestia el ataque de la naturaleza. Intento moverme, pero unos brazos fuertes y musculosos me lo impiden. Miro al joven que descansa a mi lado y no puedo dejar de sonreír. Los destellos de la noche anterior me asaltan, Fue increíble sentirse deseada otra vez. Delimito sus facciones con mis dedos. ¡Es tan hermoso! Abre los ojos reaccionando ante el contacto. - ¿Te gusta lo que ves? – pregunta juguetón. - Me encanta – contesto mordiéndome los labios. - A mí también me gusta lo que veo – asegura, quitándome la sábana, para recorrer mi cuerpo a su antojo. - Buenos días – saludo a Isabel atravesando las puertas de mi consultorio. Me siento con un excelente estado de ánimo. Me he liberado del estrés. Soy una mujer nueva, satisfecha y feliz. - ¡Estás radiante! – exclama – alguien tuvo una buena noche. Contesto con una sonrisa. No me gusta exponer mis intimidades e Isabel lo percibe. - Hoy tenemo