Abro, poco a poco, los ojos. Me molesta el entumecimiento que experimento en mis extremidades, síntoma de una noche intensa de reconciliación. Siento el contacto agradable de mi pareja, en la piel. Me acaricia con suavidad y yo me rindo, dejándome hacer. - Te amo – dice – como no tienes idea. Quiero llevar la relación a otro nivel. Lo miro, extrañada. ¿A qué se refiere? - Quiero un hijo – expresa con rapidez – un bebé de ambos. Sonrío ante la idea de ser madre, pero, asustada, me cuestiono mi habilidad para cuidar a un inofensivo bebé. - Luego hablaremos de ello, esa es una decisión que no se debe tomar a la ligera – digo y lo beso, cortamente, en los labios. Ya instalada en mi oficina, esperando a los primeros pacientes, vuelvo, por quinta o sexta vez, ni me acuerdo, a las confesiones de mi esposo. ¿Estará en condiciones el matrimonio para asumir la responsabilidad de la paternidad? - Buenos días – saludan ambos miembros de la pareja, al unísono, mientras se acomodan e
El silencio de la consulta ha comenzado a molestarme. La pareja no se ha comunicado en la última media hora y comienzo a acariciar la veracidad de mis sospechas. Existe algo mucho más profundo que Adrián no ha expresado. - ¿Hay algo que no has compartido con nosotros? -le pregunto. Me mira sorprendido y aterrado. Durante algunos minutos trata de calmarse, intenta ignorar a su pareja, pero el nerviosismo lo delata. - Sí - afirma aclarándose la garganta. Se incorpora ligeramente en el asiento y, dirigiéndose a su esposa, dice: - Perdóname, mi amor, te fallé - ella abre los ojos confundida - yo... tuve un desliz y pagué por mi error. - ¿Qué? - pregunta ella perpleja y algo incrédula. - Yo te fui infiel y me contagié con algo - dice nervioso y visiblemente apenado. Respiro profundo, tratando de calmarme. Apenas puedo digerir la información que Adrián ha brindado y que, indiscutiblemente cambia, la dinámica de la consulta. Valeri se para de un salto del asiento, tratando de p
Llego a la consulta más temprano de lo habitual, me siento en el sillón de mi despacho y comienzo a revisar los registros que mi secretaria me ha dejado encima de la mesa. Es viernes y el cuerpo se relaja pensando en el descanso. Sonrío evocando los recuerdos de la noche anterior. Confieso que nunca me había sentido tan plena, a veces tienes que experimentar el dolor de una posible pérdida para recapacitar sobre las erróneas prioridades que has tenido. Saúl es un hombre demandante, que necesita atención y, agobiada por las interminables horas de trabajo, descuidé la motivación, la creatividad y la búsqueda constante de herramientas que me permitieran luchar contra la rutina y apatía en mi relación. El teléfono celular, con su respectivo tono de llamada, me saca de mis cavilaciones, veo la pantalla y mi rostro cambia, un cúmulo de sentimientos encontrados me asaltan: alegría, añoranza, sorpresa y preocupación. - ¿Mamá? - pregunto temerosa - ¿Cómo estás? La escucho exhalar un susp
Abro los ojos abrumada. Es sábado, en otras circunstancias mi permanencia en la cama hubiera sido eterna, pero las responsabilidades del día me obligan a levantarme. Miro a mi esposo, que aún duerme, con algo de molestia. Se negó a acompañarme por asuntos de trabajo, sin embargo, ese sexto sentido, de mujer inteligente, me ha lanzado una advertencia. Me ducho rápidamente, escojo la vestimenta adecuada para la ocasión y me dirijo al coche, sin despedirme de Saúl, preparándome mentalmente para lo que se avecina. Las próximas tres horas fueron difíciles, porque la soledad y tranquilidad del auto, me llevaron a una época de abandono, traición y vacío emocional. La figura de mi hermana se instala en mi mente, llenándolo todo con su alegría desbordante, sus gestos, palabras, sonrisa y su manera peculiar y hermosa de hablar, después el rechazo del patriarca de la familia, la desesperación de Leila, el cuerpo inmóvil e inexpresivo, la pelea y mi partida, me voltean el mundo, dejándome e
Después de la noche difícil, llena de constantes sobresaltos y pesadillas, la mañana aparece para mostrar la firme determinación de comenzar una vida nueva, lejos de las mentiras, traiciones, incomprensiones y amargas realidades. Comienzo una semana con un bosquejo diferente al de la anterior, hasta ayer, mi mundo se centraba en el trabajo y preservar un matrimonio que se había convertido en algo pesado y difícil de llevar, pero hoy, después de haber recuperado a mi madre y a mi hermana, miro con optimismo el futuro y, aunque dolida, pienso centrarme en las personas que aún conservan la esperanza de salvar la relación. Me dirijo a la consulta, después de haber llevado a efecto el ritual de aseo matutino, porque la soledad impide por completo mi relajación, la imagen de Saúl acostado en mi cama con otra mujer, asalta constantemente mis pensamientos. ¿Cómo pudo engañarme de esa forma? ¿Eran falsas sus confesiones cuando me juraba amor? Saludo al entrar, a mi secretaria quien, como
Isabel se levanta del sillón de la oficina e invita a pasar a los próximos pacientes, haciendo un gesto con elegancia, les sonrío y retomo mi lugar detrás del despacho. Las detallo, son féminas ambas y comienzo a vislumbrar la raíz del problema. Leo el documento que ha dejado mi secretaria encima del escritorio, Alissa Donald y Samira Mckenzi 21 y 25 años de edad respectivamente, 23 meses de relación. Me muevo en la silla algo inquieta por la mirada distante y confusa de ambas jóvenes. La conexión es nula entre ellas y, ante las evidencias, trato de elaborar una primera hipótesis. - Buenas tardes - comienzo mi intervención - soy la doctora Nicole Jonson, sexóloga, terapista de parejas, si están aquí es porque quieren salvar la relación y les agradezco que, para ello, eligieran mi consultorio. Necesito que, con sinceridad, me expongan los problemas por los que atraviesa la unión. El silencio invade el lugar. Decido guiarlas en las revelaciones. - Alissa - digo observando a la jo
El celular, con el inconfundible tono de la alarma, me sorprende degustando el líquido vital: mi café matutino. No dormí mucho, lo extraño y la cama me parece inmensa sin su presencia, sin embargo, su deslealtad, plantó en mí, una determinación, respondiendo a la necesidad imperiosa que tienen todos los seres humanos de amar y ser amados. Al sentirnos traicionados, la autoestima baja a una velocidad significativa, convirtiéndonos en personas desconfiadas e inseguras, ante la conmoción y debido al espectáculo presenciado en mi habitación, me cerré a la posibilidad del perdón, ya esa fase la había pasado con Saúl y no estoy dispuesta a volver a escribir sobre los mismos renglones, por lo que, recuperarme y recomenzar es el único camino transitable para mantenerme digna ante los avatares del destino. Ya en la consulta y preparada para recibir a los primeros pacientes del día, comienzo a relajarme, pues es gratificante constatar cómo, a pesar del fracaso de mi matrimonio, consigo lidiar
Despierto por la sensación incómoda de los rayos del sol atravesando por las finas cortinas e impactando atrevidos en mis sensibles ojos. Miro el reloj y me asusto, me quedan escasos minutos para llegar al consultorio. Me dirijo al cuarto de aseo y tomo una rápida ducha de agua caliente, me coloco un atuendo informal y camino hacia mi lugar de trabajo con rapidez. Al entrar al local deparo en la presencia de una pareja, que sentada en el vestíbulo, espera mi llegada. - Buenos días - saludo con una sonrisa, dirigiéndome a la agradable estancia donde consulto. - Doctora ¿Cómo amaneció? - pregunta Isabel al verme y, sin esperar respuestas, continúa - esperábamos por usted - me entrega los documentos con los datos personales del matrimonio. Dilma y Radiel Grace 51 y 23 años respectivamente, 8 meses de matrimonio, sin hijo. Dos cosas me llaman poderosamente la atención. La edad es una diferencia notable, que siempre trae consigo conflictos y el poco tiempo de casado que tienen, ape