- Buenos días - saludo mirando al nuevo matrimonio que se encuentra frente a mí. Detallan el lugar, buscando quizás una señal de opulencia, pero, a lo largo de los años, he intentado mantener la calidez y la sencillez en la estancia, porque solo busco crear un ambiente agradable, no exótico ni sofisticado. Los invito a sentarse con un ligero gesto de las manos y, acomodándome frente a ellos, comienzo mi discurso. - Soy la Doctora Nicole Jonson, psicóloga, sexóloga y especialista en terapias de pareja. Quiero agradecerles, porque escogieron mi consultorio para resolver los problemas que están afectando a su relación, por lo que, si están aquí, es porque quieren salvar su unión, ahora los invito a que sean sinceros, hablen sin reservas y me digan por qué necesitan de ayuda especializada para lidiar con las dificultades que hoy los afectan. Miro los papeles que Isabel ha dejado encima de mi escritorio, con los datos personales de ambos cónyuges, Amanda y Evelio Miranda, 26 y 28 a
El perdón es completamente relativo. En ocasiones, nuestra boca puede emitir un perdón, pero el corazón, que es realmente importante, guarda resentimientos. En mi caso, ya estaba cansada de las constantes llamadas de Saúl, de sus súplicas vacías y de todo lo que implicaba su presencia en mi vida. Estaba dispuesta a dejarlo atrás, a retomar mi vida con Max, quien realmente me valoraba y comprendía cada una de mis luchas y tormentos, pero mi ex marido aparecía en mi departamento a cualquier hora y la impotencia y la frustración me mantenían lamentándome de haberme casado con él. Aquella tarde decidí enfrentarlo, no quería que Max se sintiera incómodo con esos extraños encuentros y, al verlo, mientras salía de mi consultorio, detuve el paso y lo encaré seriamente. - ¿Qué quieres realmente Saúl? - pregunté con molestia. - Solo hablarte, explicar... - La traición no tiene explicación y más cuando te he visto. Además... - dije con reticencia - ya eso no me importa, estoy tratan
Sentada en mi oficina, mirando a los dos jóvenes que tenía frente a mí y que, tímidamente, pasaban sus ojos Inquietos por el lugar, sin atreverse a balbucear la más mínima sílaba, sentía que mi paciencia abandonaba mi cuerpo. Miré con detenimiento los papeles que Isabel había dejado, para mí, encima del escritorio, con los datos personales de los jóvenes: Patricia y Arnaldo Menéndez, 28 y 30 años de edad respectivamente y siete de matrimonio, sin hijos. No había percibido la más mínima conexión entre ellos y, a pesar de haber leído, por segunda vez, los apuntes, no lograba asimilar el tiempo que llevaban juntos. - Patricia - dije al fin - ¿ Por qué han venido a mi consultorio? - He engañado a mi esposo, Doctora - respondió con dolor y vergüenza - y ahora no sé qué hacer para salvar mi matrimonio. - Éramos una pareja linda - dijo él - estaba trabajando mucho últimamente, pero lo hacía para garantizarnos un futuro, pero ella lo entendió todo mal. - Yo... - balbuceó ella - solo fue
Un poco agotada por la mañana movidita que acababa de tener tomo unos minutos y le pido a Isabel una taza de café. El divino néctar de los dioses tiene el poder de calmarme y brindarme las energías para continuar mi día. De repente, mi secretaria, atiende el llamado de la puerta principal y me doy cuenta que acaban de llegar los próximos pacientes. - Buenos días - saludo cuando los percibo entrar a mi oficina. - Buenos días - responden al unísono los dos miembros de la pareja. Ambos son hombres, comprendo, de inmediato, que estoy frente a una relación homosexual, pero, a pesar de la complejidad de este tipo de matrimonio, percibo una conexión bonita entre los dos. Reviso los papeles con sus datos personales que mi secretaria ha dejado encima de mi escritorio. Albert y Robert Morrison, con apenas 5 meses de relación, 32 y 36 años respectivamente. Los detallo con detenimiento antes de comenzar con mi discurso de bienvenida, agradecimiento y presentación. - Soy la Doctora Nic
Me relajé aproximadamente 10 minutos con mi secretaria y aproveché la oportunidad para deleitarme con una taza de café, el líquido me brindó una paz que no sentía desde las primeras horas de la mañana. - ¿Difícil la consulta? - preguntó Isabel con su imperturbable tono relajado. - La complejidad propia de los seres humanos - respondí evadiendo el tema, pues no podía faltar a la ética, exponiendo la intimidad de la pareja. Caminé con determinación hacia la oficina donde debía realizar el cierre adecuado al problema que enfrentaba la pareja. Penetré en el recinto. El silencio ensordecedor me recibió, brindándome una noción de lo que me esperaba. - Ahora sí - dije con curiosidad - quiero que me expliques por qué estás desesperado. - Voy a ser padre - expresó de golpe, sin maquillajes ni preámbulos. - ¿Qué? - interrogó Albert desconcertado - ¿Cómo...? - Fue un error... una noche de locura. - ¿Un error? - interrogó dolido y visiblemente molesto - ¿Cuándo? - En mi últim
Me levanto asustada de la cama. Al contemplar el panorama del clima por la ventana de la habitación decido observar el reloj. Llegaré tarde, otra vez. Recuerdo vagamente haber apagado la alarma de mi teléfono celular pero, al parecer, de forma inconsciente volví a acurrucarme entre las sábanas, quedándome completamente dormida. Descalza me dirijo hacia el baño y dejo acariciar mi cuerpo con esa lluvia artificial que tanto me relaja. Hoy no puedo mimarme. Mi tiempo es limitado, por lo que termino el aseo a una velocidad asombrosa. Tardo quince minutos en vestirme y aplicar un ligero maquillaje que, al menos, disimula mis ojeras. Sin despedirme del hombre que duerme en la cama decido subirme al auto para adentrarme en las calles de la ciudad que nunca duerme. Atravieso las enormes puertas del consultorio pasadas las 8:00 de la mañana, algo tarde si tenemos en cuenta que los primeros pacientes ya están en el recibidor. No los conozco, es su primer consulta y debo causar buena impresión
- Espera un poco Nicole. Estamos venciendo - me animo, mientras que, un bostezo en toda su magnitud, indica mi cansancio. Extraigo mi teléfono celular del bolso de mano negro y toco el contacto de Saúl. Uno, dos, tres tonos y, al fin escucho su voz. - Dime Nicole. ¿Pasa algo? – pregunta preocupado. Un brillo esperanzador me alcanza. ¿Estoy enfocando bien la situación? Tal vez yo tenga una parte importante de culpa con respecto a esta crisis que enfrentamos. - No mi amor, solo tenía ganas de escuchar tu voz – respondo casi en un susurro. Un silencio corto me indica su sorpresa y comienzo a inquietarme. Finalmente el joven dice en un tono dulce. - Yo también te extraño. Mi corazón se agita y sobrecoge de gozo ante esas palabras que me brindan aliento y esperanza. Por primera vez en días, miro con confianza hacia el futuro. - Tengo que colgar, mi amor. Debo seguir trabajando. Te amo. - Yo te amo más – recuerdo inmediatamente que esa fue la frase que nos identificó desde
Me alejo un pequeño lapsus de tiempo de la estancia donde el aire se me antoja irrespirable. Las últimas palabras de Anne fueron una negativa profunda a continuar casada con Rainer. Su determinación la lleva a tomar las riendas de una situación que, anteriormente para ella, se había mostrado confusa y poco beneficiosa. Se niega a hablar con su esposo. Veo al dolor dominar sus acciones y comparto su tristeza de forma empática. Recuerdo que, en la carrera, un profesor muy sabio nos dijo que, cuando el dolor habla, el juicio se nubla. ¿Es sano que esta mujer dolida perdone la traición de su marido? Respiro en el único lugar de la consulta donde me siento libre: el balcón. Movida por una rutina cómoda vuelvo a la oficina, - Han tenido tiempo para reflexionar – digo – Rainer quisiera saber qué piensas de la reacción que ha tenido tu esposa ante el descubrimiento de tu traición. Lo veo desesperado y vulnerable por primera vez en la sesión y me agrada. ¿He perdido la perspectiva? ¡Quiz