- Espera un poco Nicole. Estamos venciendo - me animo, mientras que, un bostezo en toda su magnitud, indica mi cansancio.
Extraigo mi teléfono celular del bolso de mano negro y toco el contacto de Saúl. Uno, dos, tres tonos y, al fin escucho su voz. - Dime Nicole. ¿Pasa algo? – pregunta preocupado. Un brillo esperanzador me alcanza. ¿Estoy enfocando bien la situación? Tal vez yo tenga una parte importante de culpa con respecto a esta crisis que enfrentamos. - No mi amor, solo tenía ganas de escuchar tu voz – respondo casi en un susurro. Un silencio corto me indica su sorpresa y comienzo a inquietarme. Finalmente el joven dice en un tono dulce. - Yo también te extraño. Mi corazón se agita y sobrecoge de gozo ante esas palabras que me brindan aliento y esperanza. Por primera vez en días, miro con confianza hacia el futuro. - Tengo que colgar, mi amor. Debo seguir trabajando. Te amo. - Yo te amo más – recuerdo inmediatamente que esa fue la frase que nos identificó desde el primer momento de nuestra relación. Fue un tiempo hermoso en el que nos permitíamos volar para alcanzar, sobre nubes de amor y esperanza, un futuro de cuentos de hadas. Cuelgo y, con una amplia sonrisa, recibo al matrimonio que se acomoda para comenzar la sesión. Alcanzo el documento que reposa encima de la mesa. Leo en silencio los datos personales que Isabel actualizó: Rainer y Anne Emerson, 29 y 33 años respectivamente, un lustro de casados y un niño de apenas 14 meses de nacido. Los detallo con la mirada, detectando en ella ciertos rasgos de servilismo. Su postura indica timidez, temor y desconfianza. No se atreve a mirarlo a los ojos y tomo esa como una señal desconcertante. ¿Qué castigo le aplicará cuando incumple uno de sus mandamientos? Los saludo con un ligero movimiento de cabeza y pronuncio mi discurso. - Soy la Doctora Nicole Jonson, sexóloga, especialista en terapia de parejas. Si han venido aquí es porque desean salvar su matrimonio y les agradezco la confianza que han depositado en mi consultorio para resolver los problemas por los que atraviesan. Me gustaría, para empezar, que me detallen las situaciones que afectan la adecuada salud de la relación. Percibo, en todo momento, la mirada curiosa y desconcertada de la joven, aunque no detiene sus ojos en los míos, me recorre el rostro constantemente en señal de inquietud. Me llaman poderosamente la atención las claras señales de alarma. Estamos ante la presencia de una relación compleja del típico abusador y su pareja sumisa, aunque no se puede definir como sadomasoquismo, ya que va más allá del fetichismo sexual. En este caso utiliza su poderío, sospecho, para avasallar y ejercer control en todas las etapas de la vida. - Anne - digo mostrándome verdaderamente interesada por su opinión – Necesito que me expliques cuáles son los problemas que aquejan a esta relación. Percibo que el joven no asimila adecuadamente mis palabras. Frunce el ceño como gesto de disgusto. En cambio ella se observa visiblemente horrorizada. Siento lástima. No puedo concebir cómo, aún en pleno siglo XXI, las personas se muestren tan dóciles y vulnerables. - Todo es culpa mía, Doctora – dice desesperada – soy despistada e irresponsable en el cuidado de mi hogar y del niño. Complacido por el discurso extraño y abrumador Rainer me enseña una sonrisa llena de arrogancia. ¡Qué imbécil! Me molestan las personas que, como él, presumen de su superioridad emocional. Niego con la cabeza y cambio mi objetivo. - ¿Tú la ves de esa forma? - Sí, es tan poca cosa. Se queja todo el tiempo y ya ni me cumple como esposa – comenta con prepotencia. - ¿Quieres decir que ya no tienen sexo? - No - responde – pero igual, mírela. Ella ya no me inspira ni un mal pensamiento. Es frustrante llegar a tu casa y encontrarte con eso – agrega con desprecio. La sangre me hierve. ¿Cómo alguien puede compartir su vida con un ser tan arrogante y egoísta? - Anne – la llamo – ¿tú aún deseas a tu esposo? - Sí – afirma sin la más mínima duda – yo lo amo. La miro con ternura, pues valoro la intensidad de sus sentimientos y, a la vez, me preocupa su reacción si, llegado el momento, su pareja, decide divorciarse. Esa particularidad que la adentra en la sumisión puede llevarla a implorar un amor no correspondido. - ¿Y tú Rainer amas a tu esposa? La oficina se llena de un silencio peligroso y que solo es interrumpido por el sonido rítmico del reloj de la pared. - Estoy confundido – declara – necesito tiempo para pensar. - ¿Tiempo? – pregunta ella - ¿Para que te escapes con la zorra de tu amante? Asombrados dirigimos la vista a la muchacha. ¡Un giro inesperado! Acaba de llegar a su punto de quiebre. Tantos años encadenada la llevaron al límite y explota, ante la mirada acusadora de su esposo. Los ojos de la joven, ahora completamente oscuros, solo pueden expresar desencanto. - ¿Qué dices? – pregunta alarmado. -¿Te piensas que no me doy cuenta? – lo encara – pues sí, lo hago. Encontré los mensajes en tu teléfono celular y… no sabes cuánto me dolió. Cada frase de cariño que compartían era una prueba de tu infidelidad. Me pregunté muchas veces qué tendría ella de excepcional para que la mimaras tanto, después lo supe, son idénticos, se complementan, no conocen los límites – concluye llorando. - Disculpa yo… no tenía ni idea de… - susurra y, sin poder terminar la frase, es interrumpido. - No me respetas, me engañas con alguien que solo quiere tu dinero, tampoco eres buen padre. Solo basta una llamada para que salgas corriendo a atenderla. Me paso la vida esperando por ti. No me valoras y tampoco me deseas. ¿Por qué estás conmigo? - Eres mi esposa – responde sin saber qué decir – la madre de mi bebé y… mi compañera de vida. - ¿Esposa? – pregunta. Su voz expresa dolor, ironía y nerviosismo – por favor si, según tú, soy tan irresponsable y poca cosa que ya no te inspiro ni un mal pensamiento. Se acabó Rainer, ahora soy yo la que quiere, de una vez, acabar con este suplicio. Pienso, al escuchar la pelea, en la cantidad de veces que uno da por sentado algo, por creerlo seguro y fácil de manejar, sin embargo, si lo vemos amenazado, abrazamos una extraña sensación de despojo que nos embriaga y atormenta. El no ser capaz de luchar para mantener a su pareja complacida y feliz, debería ser un motivo más que suficiente para perder todos los derechos sobre ella pero, en cambio, abrazamos la absurda y retrógrada actitud de reclamar lo que ya no nos pertenece, lo que perdimos por nuestra necedad, arrogancia y falta de principios. El varón comprende que ha sido despojado del poder que tenía sobre su esposa y eso lo abruma y desconcierta, dejándolo en una situación de abandono que corroe su alma. - No, no, no – niega repetidamente – tú no puedes dejarme. - ¿Por qué? – pregunta, tratando de mostrar una paz que está muy lejos de sentir – lo siento, pero mis heridas son tan profundas que necesitarán más que una disculpa para cicatrizar. El silencio que le sucede al discurso, no se me antoja incómodo. Asisto al renacer de una fémina poderosa que, tras 5 años de sufrimientos, se enfrenta a la arrogancia, irrespeto y al desprecio de su esposo y que muestra su valentía, así como la firme determinación de cambiar el curso de su vida. ¿Perdurará el matrimonio ante el grito de auxilio de la mujer valiente y determinada? Continuará…Me alejo un pequeño lapsus de tiempo de la estancia donde el aire se me antoja irrespirable. Las últimas palabras de Anne fueron una negativa profunda a continuar casada con Rainer. Su determinación la lleva a tomar las riendas de una situación que, anteriormente para ella, se había mostrado confusa y poco beneficiosa. Se niega a hablar con su esposo. Veo al dolor dominar sus acciones y comparto su tristeza de forma empática. Recuerdo que, en la carrera, un profesor muy sabio nos dijo que, cuando el dolor habla, el juicio se nubla. ¿Es sano que esta mujer dolida perdone la traición de su marido? Respiro en el único lugar de la consulta donde me siento libre: el balcón. Movida por una rutina cómoda vuelvo a la oficina, - Han tenido tiempo para reflexionar – digo – Rainer quisiera saber qué piensas de la reacción que ha tenido tu esposa ante el descubrimiento de tu traición. Lo veo desesperado y vulnerable por primera vez en la sesión y me agrada. ¿He perdido la perspectiva? ¡Quiz
Despierto cuando el sol alumbra de lleno mi rostro. Mis sensibles ojos reciben con molestia el ataque de la naturaleza. Intento moverme, pero unos brazos fuertes y musculosos me lo impiden. Miro al joven que descansa a mi lado y no puedo dejar de sonreír. Los destellos de la noche anterior me asaltan, Fue increíble sentirse deseada otra vez. Delimito sus facciones con mis dedos. ¡Es tan hermoso! Abre los ojos reaccionando ante el contacto. - ¿Te gusta lo que ves? – pregunta juguetón. - Me encanta – contesto mordiéndome los labios. - A mí también me gusta lo que veo – asegura, quitándome la sábana, para recorrer mi cuerpo a su antojo. - Buenos días – saludo a Isabel atravesando las puertas de mi consultorio. Me siento con un excelente estado de ánimo. Me he liberado del estrés. Soy una mujer nueva, satisfecha y feliz. - ¡Estás radiante! – exclama – alguien tuvo una buena noche. Contesto con una sonrisa. No me gusta exponer mis intimidades e Isabel lo percibe. - Hoy tenemo
Llego a la casa con una sensación de zozobra que, por momentos, se mezcla con rabia contenida y desencanto. Saúl debe estar esperándome, pienso, porque mi postura fue firme con respecto a la conversación que debíamos tener. No esperaré hasta la noche, le dije. Quiero certezas, no dudas, ni inseguridades. Subo los escalones hasta la habitación y, allí, recostado en la cama, con evidente preocupación, puedo captarlo. Al verme se incorpora con cautela y… ¿culpabilidad? - ¿Qué pasa Nicole? Lo incito a trasladarse hacia el salón. No quiero discutir en el cuarto. Baja en silencio y con curiosidad. Presiente que la tormenta se avecina y termina sentándose en uno de los sillones individuales del recibidor. Desbloqueo mi celular para enseñarle las fotos. Lo miro detenidamente, quiero ver cada movimiento, cada señal en su rostro. En efecto, al tomar el teléfono, su expresión cambia, se vuelve sombría, contenida y atormentada. - Puedo explicarlo – dice nervioso – yo… soy un imbécil, lo s
Salgo de la oficina, dejándolos solos. Necesito recuperar energías para concentrarme en el trabajo. Busco a mi asistente deseando pedirle un café, fuerte y amargo, que me revitalice. La encuentro organizando los historiales médicos. Ante el pedido, levanta la cabeza, sorprendida, 10:00 de la mañana y es la tercer taza que bebo. - Debes tener cuidado – dice seria – el café no es bueno para olvidar las penas, más bien crea adicción y es dañino para el organismo. Ella no tiene ni idea de la magnitud de mis problemas y tampoco quiero darlos a conocer, pues me considero un fracaso como esposa. Sin ánimos de justificar la traición pienso que le dediqué poco tiempo a la relación, perdiendo el roce tan importante en la unión, solo sentí la necesidad de buscarlo y complacerlo cuando me golpeó su distanciamiento y frialdad. En ocasiones, el ritmo rápido e implacable de la vida te hace cometer errores. En la actualidad son muchas las parejas que se resignan y se dejan arrastrar por lo cotidi
Abro, poco a poco, los ojos. Me molesta el entumecimiento que experimento en mis extremidades, síntoma de una noche intensa de reconciliación. Siento el contacto agradable de mi pareja, en la piel. Me acaricia con suavidad y yo me rindo, dejándome hacer. - Te amo – dice – como no tienes idea. Quiero llevar la relación a otro nivel. Lo miro, extrañada. ¿A qué se refiere? - Quiero un hijo – expresa con rapidez – un bebé de ambos. Sonrío ante la idea de ser madre, pero, asustada, me cuestiono mi habilidad para cuidar a un inofensivo bebé. - Luego hablaremos de ello, esa es una decisión que no se debe tomar a la ligera – digo y lo beso, cortamente, en los labios. Ya instalada en mi oficina, esperando a los primeros pacientes, vuelvo, por quinta o sexta vez, ni me acuerdo, a las confesiones de mi esposo. ¿Estará en condiciones el matrimonio para asumir la responsabilidad de la paternidad? - Buenos días – saludan ambos miembros de la pareja, al unísono, mientras se acomodan e
Me levanto asustada de la cama. Al contemplar el panorama del clima por la ventana de la habitación decido observar el reloj. Llegaré tarde, otra vez. Recuerdo vagamente haber apagado la alarma de mi teléfono celular pero, al parecer, de forma inconsciente volví a acurrucarme entre las sábanas, quedándome completamente dormida. Descalza me dirijo hacia el baño y dejo acariciar mi cuerpo con esa lluvia artificial que tanto me relaja. Hoy no puedo mimarme. Mi tiempo es limitado, por lo que termino el aseo a una velocidad asombrosa. Tardo quince minutos en vestirme y aplicar un ligero maquillaje que, al menos, disimula mis ojeras. Sin despedirme del hombre que duerme en la cama decido subirme al auto para adentrarme en las calles de la ciudad que nunca duerme. Atravieso las enormes puertas del consultorio pasadas las 8:00 de la mañana, algo tarde si tenemos en cuenta que los primeros pacientes ya están en el recibidor. No los conozco, es su primer consulta y debo causar buena impresión