Capítulo 2

Nadia se queda tan confundida y es que no entiende cómo el señor Mercier está haciendo eso. Si sus hijos no se conocen y no saben nada del uno del otro.

—¿Casar a su hija con nuestro hijo? —indagó la mujer mirando a su esposo algo preocupada, y es que ella también sabe el problema serio que tuvo su hijo, así que no comprende cómo ese hombre es capaz de proponer eso como si no le importara el bienestar de su hija.

—Sí, y necesito que tú me ayudes a convencer a Adriano —dijo Félix, pero ve cómo su esposa duda—. Entiendo tus dudas; yo también las tengo, pero quizá esta sea la última oportunidad de nuestro hijo para encontrar esposa, formar una familia y que acepte estar al frente del imperio.

—Lo sé, pero me preocupa mucho porque ellos no se amaban —declaró Nadia y es que ella es de las mujeres que cree en el amor.

—Mi amor, hay miles de matrimonios que no se unen por amor. Quizá ellos después puedan conocerse y amarse mucho —mencionó Félix, pero él ve cómo Nadia todavía está dudosa—. Por favor, amor, apóyame en esto. Tenemos que ayudar a nuestro hijo a limpiar su nombre y reputación.

—De cuando acá en nuestro mundo eso interesa, tú has matado y otros también. Eso lo hacen para que les tengan miedo —protesta Nadia y es que no le agrada para nada ese compromiso. No obstante, también sabe que quizá no tiene mucho tiempo y por lo menos quiere ver a su hijo casado antes de morir—. Está bien, pero con una condición.

—¿Cuál?

—Si nuestro hijo en algún momento decide divorciarse de ella por la razón que sea lo apoyaremos —le dijo Nadia con un tono serio.

—Está bien —lo aprobó Félix y es que no puede oponerse o, si no, su esposa no lo ayudará—. Iré a darle la noticia a nuestro hijo, ya que la boda será en una semana.

—¡Una semana! —vociferó Nadia con asombro.

—Si entre más rápido mejor —es lo único que dijo y Nadia entiende que lo hace para que no se vaya a arrepentir.

—Está bien, pero Adriano no está.

—¿Dónde está?

—¿Dónde crees? —dijo Nadia, y Félix entiende rápido dónde está en el único lugar donde las mujeres no corren ante presencia. Se va furioso, y es que desde lo ocurrido él se la pasa en ese lugar día y noche, despilfarrando el dinero de la familia.

—Preparen el auto; iremos por mi hijo —le informa a su guardaespaldas que no se despega de él. El hombre mayor casi de la misma edad que su jefe habla por el auricular de su oído, dando órdenes a los demás.

Sale de la casa y rápido sus hombres le abren la puerta del vehículo. El chofer enciende el motor del carro, saliendo a toda velocidad de la mansión, siendo seguido por dos carros donde vienen los de seguridad.

Mientras tanto, en el club nocturno, inundado de humo, olor a alcohol, el ruido descontrolado de la música a todo volumen y gritos de hombres y mujeres, extasiados de placer.

Adriano se encuentra completamente desnudo en una habitación llena de humo y perfume barato; a lo lejos hay una cama con las sábanas rojas, pero él está sentado en un sofá del mismo tono, besando a una rubia, mientras que una pelirroja le acaricia el pecho y una morena que está de rodillas saboreando su elevación. Cada caricia que es ejercida por la morena hace que el instinto animal que Adriano posee se sienta cada vez más tentado a salir.

A él no le gusta el sexo romántico, tierno o tranquilo. A él le encanta que griten su nombre mil veces, que se queden extasiadas sin siquiera tener ánimos de caminar o moverse.

Aunque desde lo ocurrido con su ex pareja no logra liberar en su totalidad a ese animal que vive en él, haciendo que él se sienta mal, enojado, frustrado y con ganas de matar a todo el mundo… Pero por esta vez intentará hacer más esfuerzo que antes para lograr olvidar lo ocurrido.

Continúa besando a la mujer, dejándose llevar por el placer y las caricias; sin embargo, la imagen de su ex pareja tirada en el piso sobre un charco de sangre, mirándolo con una expresión de tristeza, causa que se detenga de inmediato, asustando a la mujer que besaba.

—¿Qué ocurre guapo? —preguntó la rubia. La pelirroja también voltea a verlo y la mujer que besaba su parte también lo hace.

—Nada —Adriano se niega a decirles lo que pasa.

—No te preocupes si es algo relacionado con tu ex; nosotros no te juzgamos ni te tememos; ya estamos acostumbradas a acostarnos con hombre como tú —dijo la morena mientras con su mano acariciaba su miembro.

—¡Hombres como yo! ¿¡Y qué carajos significa eso!? —vociferó el hombre de cabello castaño, claro, clavando sus ojos de color gris sobre la mujer molesto por lo que acaba de decir. Las tres mujeres se asustan y bajan la mirada.

—Lo sentimos, señor Borbon; nuestra compañera no quiso decir eso —la defiende la pelirroja a la vez que intenta calmar el mal humor del hombre.

—¡No te disculpes por esta estúpida, sé muy bien lo que piensan de mí, que soy un asesino y nadie amaría a un hombre que mató a sangre fría a su pareja! —grito Adriano más furioso de oír lo que dicen esas mujeres.

El ambiente en esa habitación se ha vuelto pesado, cargado de ira y con temor. Él lo nota en la mirada de esas mujeres que no se atreven a verlo a los ojos a la vez que sus extremidades tiemblan. Creía que en este lugar podría librarse de esa sombra que lo angustia, pero se ha equivocado. Está por ponerse de pie y marcharse de ese lugar cuando un fuerte estruendo asusta a todas las mujeres. Se tiran al piso abrazándose entre ellas, asustadas.

La puerta ha caído al piso, iluminando más la habitación. Adriano gira el rostro viendo a los hombres de su padre entrando al sitio, y su padre camina hasta él.

Al hacer contacto visual entre padre e hijo, Adriano voltea el rostro para no verlo.

—Me tienes que interrumpir hasta aquí —protestó Adriano sin ver a su padre. Felix nota cómo su hijo le habla de mala manera, pero no le dirá nada hasta que todos los presentes se vayan.

—¡Váyanse todos de aquí! —les corre y rápido las mujeres que estaban desnudas salen. Sus guardaespaldas también salen —colocando sobrepuesta la puerta—. ¿Cómo te gusta gastar el dinero que tanto trabajo me ha costado tener? —añadió el hombre mientras caminaba hasta quedar frente a él.

—Soy tu hijo y creo que me lo merezco; es parte de mi herencia.

—¡Merecértelo, herencia! ¡Si eres un bueno para nada, que lo único que ha hecho es asesinar a la hija de uno de mis mejores amigos y socios! —Lo regaño Felix y es que odia la imprudencia y falta de respeto de su hijo.

—¡Ya te dije mil veces que no lo hice! —se levanta Adriano muy molesto.

—No me interesa si lo hiciste o no, el daño ya está hecho, pero no quiero tener a un bueno para nada en mi casa, así que he decidido que te casarás en una semana con la hija de mi amigo Baltasar y al mes tomarás el mando del imperio familiar —le comunicó Felix su decisión.

—¡Qué! ¡No me casaré con esa mujer que no conozco y no tomaré nada! —Adriano se niega rotundamente a aceptar eso; es algo que no quiere.

—¡No te estoy preguntando que, si quieres, ya está decidido y no podrás negarte!…

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