Capítulo 2: La Trampa de Georgina
Emanuel golpeó la puerta con furia. Una. Dos. Tres veces. El sonido retumbó en la noche silenciosa, un eco de su rabia contenida. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Su respiración era errática. La traición lo carcomía desde adentro. Dentro de la casa, había un murmullo. Luego, pasos apresurados. La puerta se entreabrió con cautela. Y allí estaba ella. Georgina López se apoyó contra el marco de la puerta, con el cabello despeinado y los labios hinchados, como si acabara de levantarse. Sus ojos destilaban sorpresa… y una pizca de fastidio. —Emanuel… ¿qué demonios haces aquí? Su tono era una mezcla de incredulidad y molestia. Él no respondió. No podía. Porque detrás de Georgina, en la penumbra del pasillo, estaba él. Ismael. Su hijo. Descalzo, con el torso desnudo, con una expresión de desconcierto en el rostro. El estómago de Emanuel se contrajo con violencia. Un golpe seco y cruel. No podía ser. No podía ser. Pero estaba allí. En su casa. A esta hora. Con ella. Los ojos de Ismael se abrieron de par en par al verlo. —Papá… La palabra sonó ahogada. Como si lo hubieran atrapado en el peor momento. Emanuel sintió un zumbido en los oídos. La sangre le golpeó las sienes. El whisky en su sistema apenas amortiguó el impacto de la revelación. Su propio hijo. ¿Con ella? Georgina chasqueó la lengua y suspiró, como si estuviera fastidiada por la escena. —Mierda, Emanuel… ¿qué esperabas encontrar? Él sintió que el piso se abría bajo sus pies. —Dime que no es verdad —su voz salió rota, áspera, cargada de incredulidad. Ismael no dijo nada. Bajó la mirada. Ese silencio fue la confirmación más cruel. Emanuel sintió náuseas. Un mareo violento lo sacudió. Georgina, en cambio, sonrió. —Oh, Emanuel… —murmuró, cruzando los brazos—. ¿De verdad creíste que eras el único? La rabia lo consumió en un solo segundo. No lo pensó. No midió las consecuencias. En un movimiento brusco, empujó la puerta con violencia y entró en la casa, acortando la distancia entre él y su hijo. —¡¿Cómo pudiste, Ismael?! —rugió. Ismael levantó la mirada, pero no retrocedió. —No es lo que piensas… —¡¿Entonces qué demonios es?! —su voz se quebró—. ¡¿Me vas a decir que esto no es lo que parece?! Su hijo apretó los puños. Lo enfrentó con la mirada. —Papá, escúchame… Pero Emanuel no podía escuchar nada más. Su rabia nubló todo. Su visión se volvió borrosa. Y en un impulso lleno de furia y dolor… le dio un puñetazo en el rostro. El impacto resonó en la casa como un trueno. Ismael cayó de espaldas. Emanuel sintió el ardor en sus nudillos. No le importó. La imagen de su hijo en el suelo, con la mejilla enrojecida, debería haberlo detenido. Pero no lo hizo. Porque lo odiaba. En ese instante, lo odiaba con todo su ser. Georgina corrió hacia Ismael, protegiéndolo con su cuerpo. —¡¿Estás loco, Emanuel?! —¡Tú hiciste esto! —le escupió con rabia—. ¡Tú me destruiste! Georgina lo miró. Sus labios temblaron. Y entonces… rió. Esa risa venenosa, cínica, satisfecha. —Oh, Emanuel… —susurró, con una mirada cruel—. Tú te destruiste solo. Emanuel sintió que su visión se nublaba. Su cuerpo tambaleó. El mareo lo golpeó con fuerza. Los rostros de Georgina e Ismael se desdibujaron. El mundo giró. Todo se volvió negro. Emanuel abrió los ojos de golpe. Un jadeo escapó de su boca. Su corazón latía frenético, como si quisiera estallar. El sudor frío empapaba su cuerpo. Su respiración era un desastre. No estaba en la casa de Georgina. No estaba frente a Ismael. Estaba en su auto ,se había dormido frente a la casa de esa desgraciada. Nunca bajo de su auto por suerte . Había sido un sueño. Un maldito sueño. El pecho le dolía. Sus manos temblaban. Se llevó las manos al rostro, tratando de controlar la respiración. Dios… Se acomodo en el asiento , todavía sintiendo la rabia vibrando en su cuerpo. Parecía tan real. Pero… ¿y si no era solo un sueño? Encendió el auto y condujo rumbo a su casa . Ismael no había vuelto,no estaba su auto . Algo que jamás hacía. Y ese presentimiento asfixiante no desaparecía. No podía quedarse con la duda. Se bajo con torpeza del auto, pero cuando entró a su hogar ,no pudo esperar y encendió el celular con manos temblorosas y marcó el número de su hijo. Sonó una vez. Dos. Tres. Y entonces, la llamada se desconectó. Ismael no contestó. Emanuel sintió un escalofrío en la columna vertebral. Ese sueño… ¿era solo una pesadilla? O ¿era su subconsciente alentándolo de una verdad que no quería ver? Respiró hondo. Tomó una decisión,descubriría la verdad. Fuera cual fuera.Capítulo 3 La Resaca de la Verdad Emanuel llegó a su casa con el cuerpo pesado y la mente destrozada. Apenas podía sostenerse en pie. No sabía si era el whisky que había bebido o el impacto de su sueño… o pesadilla. Todo se sentía demasiado real. Los pensamientos lo atormentaban, cada uno más oscuro que el anterior. Ismael. Georgina. Su propio hijo, involucrado con la misma mujer que él había tenido en su cama. El asco le revolvió el estómago. No podía ser cierto. Pero la angustia que lo carcomía por dentro le decía lo contrario. Entró en su habitación y cerró la puerta con fuerza, como si pudiera dejar todo lo que sentía del otro lado. Se quedó de pie en la oscuridad, respirando con dificultad. El pecho le dolía. Sentía que algo lo estaba ahogando por dentro. Se llevó las manos al rostro, intentando calmarse. Pero no podía. El peso de la incertidumbre lo estaba matando. Se dejó caer en la cama y miró el techo. Quería dormir, desaparecer, dejar de pensar. Pero su cuerpo
Capítulo 4 : La inquietud de Verónica El bar había quedado en silencio, salvo por el murmullo lejano de la música y el sonido de los vasos chocando en la bandeja de Marta. Pero en la cabeza de Verónica, el eco de la conversación con Emanuel seguía retumbando como un grito mudo, como una herida abierta que se negaba a cerrarse. Había atendido a muchos hombres dolidos, muchos que buscaban ahogar sus penas en alcohol y palabras arrastradas por el whisky. Pero Emanuel Ferreira no era como los demás. Había algo en su historia que la golpeó con una intensidad inesperada, que la dejó inquieta, con un nudo en el estómago que no podía ignorar. Su hijo. No era solo el engaño lo que lo destrozaba, sino la traición en su forma más cruel. Verónica lo había visto en sus ojos, en la forma en que apretaba los puños sobre la barra, conteniendo una rabia que amenazaba con devorarlo desde dentro. No le dolía solo la infidelidad, sino la certeza de que su hijo estaba con la misma mujer que él había am
Capitulo: La Trampa de Georgina Georgina López sonrió con autosuficiencia mientras se aplicaba una última capa de carmín rojo en los labios. Conocía bien a Emanuel. Sabía qué lo desarmaba, qué lo hacía dudar, qué lo atrapaba sin que siquiera se diera cuenta. Lo había estudiado desde el primer día que puso un pie en la empresa, y ahora, después de meses de esfuerzo, lo tenía exactamente donde lo quería. O al menos, eso creía. Esa mañana, algo no estaba bien. Emanuel llegó tarde, con la mirada nublada y una rigidez en la mandíbula que delataba que algo le carcomía por dentro. No la miró como solía hacerlo. No la recibió con la misma calidez disfrazada de profesionalismo. Ni siquiera le dirigió una sonrisa. Algo había cambiado. Pero Georgina no era una mujer que se rindiera fácilmente. No después de todo lo que había invertido en este juego. Así que se alisó el vestido ajustado, cogió la bandeja con el café que le había preparado y entró en su oficina con su mejor sonrisa. —Buenos d
Capítulo 6: La Telaraña de Georgina Georgina se acomodó en su silla, cruzando las piernas con elegancia mientras una sonrisa felina se dibujaba en su rostro. Su café humeante se enfriaba sobre la mesa, pero a ella no le importaba. Estaba demasiado ocupada deleitándose con su última jugada, con la satisfacción de haber tejido su red a la perfección. Ismael era un niño jugando en un campo de lobos, y ella era el depredador que él jamás vería venir. Dio un sorbo al café, saboreando el amargor con la misma frialdad con la que saboreaba la victoria. Qué fácil había sido. Sabía que Emanuel era un hombre difícil, que nunca se entregaría del todo, que siempre tendría esa estúpida moral encima como un escudo. Pero Ismael… Ismael era otra historia. Ismael era joven, impulsivo, hambriento de experiencias y validación. Y sobre todo, Ismael quería ser distinto a su padre. Ese era su punto débil La primera vez que lo vio, supo que el chico tenía potencial. No era como esos niños inseguros que
Capítulo 7 : El Engaño del Amor Ismael Ferreira caminaba por el pasillo de la universidad, perdido en sus pensamientos. Era un buen estudiante, disciplinado, inteligente, y desde que tenía uso de razón, había soñado con tomar las riendas de la empresa de su padre. Durante años, se había preparado para ello, esforzándose en cada materia, manteniendo un promedio impecable, absorbiendo cada lección de negocios como si su vida dependiera de ello. Pero últimamente, nada de eso parecía importarle. Desde que Georgina apareció en su vida, su mundo había cambiado. Las horas que solía dedicar al estudio ahora se las pasaba revisando su teléfono, esperando un mensaje de ella, pensando en su próxima cita, en su próxima conversación. Su carrera, su futuro, todo había quedado en segundo plano. Porque ella lo era todo. Se sentó en una de las bancas del campus y exhaló pesadamente. Sabía que debía concentrarse, sabía que su padre esperaba mucho de él, pero no podía evitarlo. Georgina se había con
Capítulo 8: Un Encuentro en el Bar Emanuel Ferreira se apoyó contra el respaldo de su silla, sintiendo el peso del día sobre sus hombros. Las luces de la ciudad parpadeaban a través de los ventanales de su oficina, contrastando con la oscuridad que sentía dentro de sí mismo. Miró su teléfono otra vez, releyendo el mensaje que había recibido esa mañana. "Espero que haya llegado bien a su casa anoche. Lo vi muy mal, por eso me atrevo a escribirle para saber que no haya cometido ninguna locura. Si necesita un oído para escuchar, puede contar conmigo. Saludos, Verónica Ortiz." No pudo evitar sonreír con ironía. Verónica, la mesera del bar. No entendía por qué alguien que apenas lo conocía había mostrado tanta preocupación por él. No era común que las personas se preocuparan por otros sin esperar nada a cambio. Pero había algo en su mensaje, en su tono, que lo hizo sentir que realmente le importaba. Se pasó la mano por el rostro y suspiró. Necesitaba hablar con alguien. Y por alguna r
Capítulo 9: Emanuel y el Peso de la Verdad Emanuel abrió la puerta de su casa con un suspiro pesado, sintiendo el agotamiento arrastrase por cada fibra de su cuerpo. La conversación con Verónica le había dado claridad, pero no le había dado el valor necesario para enfrentar lo que venía. Al entrar, el aroma familiar del café recién hecho lo recibió, acompañado del suave sonido de movimiento en la cocina. Por un momento, cerró los ojos y permitió que esa normalidad le ofreciera un respiro, como si pudiera pretender, solo por un instante, que su mundo no se estaba desmoronando. Pero esa ilusión no duró. Cuando llegó al marco de la puerta, lo vio. Ismael estaba sentado en la mesa, comiendo un sándwich con la despreocupación de alguien que no tenía idea del infierno en el que su padre estaba atrapado. Cuando lo vio, sonrió ampliamente y cruzó el espacio en dos zancadas, abrazándolo con fuerza. Emanuel sintió el calor del abrazo de su hijo y, por un segundo, deseó con todas sus fuerza
Capítulo 10 : El Peso del Futuro El pequeño apartamento se llenaba con el sonido de la lluvia golpeando suavemente la ventana. Afuera, la ciudad seguía su curso, indiferente a las batallas silenciosas que se libraban en cada hogar. Pero dentro de esas cuatro paredes, el mundo de Verónica Ortiz se reducía a una sola imagen: su hija, sentada en la mesa, con los codos apoyados sobre los libros, el ceño fruncido y los ojos cargados de preocupación. Verónica la observaba desde la silla del comedor, con una taza de café entre las manos, sintiendo el peso del momento en cada latido de su corazón. —¿Cómo vas con eso? —preguntó, rompiendo el silencio. Carolina levantó la mirada. Sus ojos reflejaban cansancio, frustración… y algo más. Algo que Verónica reconocía demasiado bien: desesperanza. —Bien, supongo… —respondió su hija, aunque el tono de su voz decía lo contrario. Con un suspiro de rendición, cerró el libro con un golpe seco y se pasó las manos por el cabello—. Mamá, ¿para qué seguir