3 Verónica Ortiz

Capítulo 3:

Verónica Ortiz

La noche caía sobre la ciudad, trayendo consigo el bullicio de los bares y restaurantes. Entre ellos, un modesto bar iluminado con luces cálidas era el escenario de las horas nocturnas de Verónica Ortiz. Con sus 40 años, su belleza natural no pasaba desapercibida por nadie sus ojos color avellana que parecían reflejar cada emoción y un cabello rubio largo, recogido siempre en una coleta práctica pero elegante.

Verónica trabajaba allí como camarera desde hacía varios años. Era un empleo que no le apasionaba, pero le permitía mantener a su hija, Carolina, de 21 años, quien soñaba con estudiar administración de empresas . Ambas trabajaban arduamente para lograr que Carolina pudiera comenzar la universidad ese mismo año.

Verónica hacía turnos nocturnos en el bar, mientras que Carolina repartía su tiempo entre trabajos temporales y el estudio .

A pesar de las dificultades, Verónica siempre encontraba motivos para sonreír siempre .Se sentía agradecida de haber dejado atrás a esa "lacra" que alguna vez llamó esposo . Diego, su exmarido, había sido todo lo que una mujer no merece en esta vida. un abusivo, alcohólico y completamente inservible en todo sentido. Cuando él la abandonó por otra mujer, fue como si una tormenta hubiese pasado, dejándole el camino libre para empezar de nuevo. Nunca se permitió volver a estar en una relación amorosa desde que se divorcio.

—Te lo dije desde el principio —le recordaba siempre su madre—. Ese hombre no valía la pena, pero al menos te dejó lo mejor que tienes que es tu hija.

Y tenía razón. Carolina era su mayor orgullo y su motor para seguir adelante.

Esa noche, mientras atendía a los clientes habituales del bar, Verónica notó a un hombre que parecía fuera de lugar. Sentado junto a la barra, emanaba una presencia que contrastaba con los demás. Alto, con un porte elegante a pesar de su ropa casual, y unos ojos azules tan profundos como el cielo despejado. Sin embargo, su mirada estaba cargada de tristeza. Había algo en él que la intrigaba.

Verónica observó cómo el hombre pedía trago tras trago, claramente sumido en sus pensamientos. Su rostro era una mezcla de rabia y desconsuelo, como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. Se veía destruido y herido .

—Ese tipo necesita más agua que whisky —pensó para sí misma, mientras le servía otra copa.

El bar estaba tranquilo, y Verónica decidió acercarse. Algo en ella le decía que ese hombre necesitaba hablar, aunque fuera con una desconocida.Se atrevió a acercarse y le hablo .

—¿Todo bien? —le preguntó con suavidad, apoyando sus manos sobre la barra.

El hombre levantó la vista, sorprendido por la interrupción. Al principio, parecía reacio a hablar, pero la calidez en los ojos de Verónica lo desarmó.

—¿Acaso parece que estoy bien? —respondió con un tono cargado de amargura, antes de dejar escapar una risa seca.

—No, no lo parece —respondió ella con franqueza—. Pero a veces ayuda desahogarse con alguien que no te conoce.

Él dudó por un momento, pero finalmente decidió hablar. Le contó que había visto algo que lo había destrozado, algo que jamás habría imaginado. Sin entrar en demasiados detalles, mencionó a una mujer que había jugado con él y a su hijo. Mientras hablaba, Verónica lo escuchaba con atención, sin juzgar ni interrumpir.

—No sé cómo llegué a esto —admitió finalmente, llevándose las manos al rostro—. Me siento un idiota.

Verónica tomó un vaso de agua y se lo ofreció. —No eres un idiota. A veces confiamos en las personas equivocadas. Eso no te hace débil, solo humano.

Él aceptó el agua, mirándola con algo de incredulidad. —¿Siempre das discursos motivadores a los clientes?- se rió bajo .

—Solo a los que lo necesitan —respondió ella con una sonrisa .

Esa breve interacción marcó un punto de inflexión en la noche de Emanuel Ferreira, aunque él no lo sabía aún.

Verónica, por su parte, no podía evitar pensar en cuánto se parecía a ella cuando Diego la había dejado, tan rota, confundida, pero con una chispa de esperanza enterrada en algún lugar.

Cuando Emanuel finalmente se marchó, tambaleándose ligeramente, Verónica se quedó mirando la puerta y lo vio subirse a su auto . Algo le decía que volvería, y aunque no sabía por qué, una parte de ella deseaba que así fuera.

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