Adam respiró profundo, dándose por vencido esta noche. Miró la mesa, el pequeño adorno de flores, y cuando el mesero llegó a ellos para preguntarles si se habían decidido por algún plato del menú, él simplemente pidió la cuenta.
La cita estaba yendo de mal en peor, Tess no estaba dispuesta siquiera a tener una conversación civilizada, y seguir insistiendo sólo haría que ella empezara a odiarlo, y no quería eso.
Cuando volvieron al auto, ella dio unos pasos en otra dirección.
—Puedo irme en taxi.
—No seas tonta, te llevaré.
—No es necesario que me lleves, yo puedo…
—Sí, ya sé que eres una mujer fuerte e independiente, que te vales por ti misma, que no necesitas nada de mí, ni de nadie. Lo sé, Tess… Pero no me quites el derecho a llevarte, quiero hacerlo, puedo hacerlo, y no hay razón por la que no deba—. Ella lo miró apretando los dientes, él le señalaba la puerta abierta, y Tess capituló. Entró de nuevo y se mordió los labios.
En algún punto del camino, la lluvia cesó, y Adam miró el cielo sumamente ofendido. Todo el universo parecía haberse confabulado para arruinar esta noche. Él tenía los pies un poco húmedos, Tess tenía el cabello un tanto encrespado por la humedad del aire, y los ánimos estaban sumamente volátiles. La tensión podía palparse, y no era la clase de tensión que él quería que hubiese entre los dos.
Apenas el auto se detuvo frente a la casa de Tess, ésta abrió la puerta y bajó, esquivando los pequeños charcos y caminitos de agua, volvió a sendero de su jardín delantero.
—Tess —la llamó Adam, pues ella iba directo a su puerta. Tess se dio la vuelta y lo miró. Abrió la boca para decirle algo, pero de repente las palabras no salieron, y él se quedó allí como un idiota. Tess elevó sus cejas apremiando—. Yo… —nada, como si la lengua se le pegara al paladar. No le salía lo que quería decir. Dejó salir el aire. Era inútil—. Insistiré —volvió a decir al fin—. Hasta que…
—No seas tonto.
—Pero si siempre lo he sido, ¿por qué cambiar ahora? —Tess lo miró confundida, y Adam dejó salir el aire y volvió a su auto. Sin despedidas, sin más palabras, sólo él dándose por vencido.
Por hoy, se repitió.
Llegó a su casa, la enorme mansión que ocupaba varias hectáreas con sus jardines, y miró al cielo otra vez despejado.
En serio, ¿era a propósito? Se preguntó mirando las estrellas titilar, y subió la corta escalinata que llevaría a la puerta principal. Esta se abrió antes de que llegara a ella, y detrás apareció Gregory, su mayordomo, secretario, amigo, y etc. Era un hombre ya anciano, de cabellos blancos y postura recta, que lo saludó en cuanto traspasó el umbral.
—¿No está regresando un poco temprano? —preguntó Gregory un poco extrañado, y Adam sólo hizo una mueca meneando su cabeza—. Parece que las cosas no salieron según lo previsto.
—No. No fue así.
—¿La señorita Tess se negó a acompañarlo? —Adam sólo dejó salir el aire, sin la fuerza ni el ánimo de corregirlo. No era Señorita, era, Señora—. Llegó correspondencia —siguió Gregory poniéndole delante varios sobres, y sólo uno llamó la atención de Adam. Era un sobre marrón, grande; lo recibió y caminó varios pasos hacia la sala donde se hallaba un hermoso piano de cola Yamaha, y sin sentarse, lo abrió—. ¿Algo importante? —preguntó Gregory cuando Adam hubo revisado el contenido del sobre.
—Más de lo mismo —contestó Adam regresándole el sobre, y caminó hacia el piano y se sentó en el pequeño banco acolchado. Destapó las teclas y las miró fijamente.
Estaba en la búsqueda de dos personas: August Warden, el esposo de Tess, aunque no sabía exactamente qué haría cuando lo encontrara, y el hijo de su tío, o hija, no lo sabía.
Era una historia un poco extraña; hacía mucho tiempo, al parecer, Simon Ellington, un mujeriego empedernido, había embarazado a una chica, pero cuando ésta se lo comunicó, la mandó a tomar vientos, evadiendo su responsabilidad. Cuando enfermó, al darse cuenta de que moriría sin herederos, empezó a buscar a esa chica y al hijo que ésta le había dado, pero no la encontró.
Su padre le había contado que el tío le dejó la responsabilidad de encontrarlo y entregarle su herencia, y luego Aaron falleció y se la dejó a su hijo Adam, y aquí estaba él buscando a una mujer que hacía unos treinta años había tenido un hijo, pero de este no se sabía ni su sexo, ni su nombre, ni nada, y la búsqueda se hacía infructuosa.
—Imagino que no cenó —dijo Gregory de repente—. Iré a la cocina y…
—Está bien, no tengo apetito —Gregory lo miró en silencio, tal vez con el reproche a flor de labios, pero pareció pensárselo mejor y se alejó. Adam pulsó una tecla en el piano. Le siguió otra, y otra, hasta conseguir una melodía, al tiempo que en su mente empezaron a flotar las palabras: È triste il mio cuor senza di te, y sí, estaba tan triste, que dolía.
Otra vez se preguntaba: ¿por qué me olvidó? ¿Por qué a ese extremo? ¿Tanto me odió? ¿Qué fue aquello que le hice que me borró para siempre de su memoria?
No recordaba haberle hecho daño, todo lo contrario. Pero ella lo había olvidado y ahora parecía aborrecerlo.
Dimmi perché
Cuando la vio en aquella gala, simplemente no lo pudo creer. Era ella, ¡era Tess! ¿Cómo olvidarla? Sus enormes ojos grises con un tinte verde eran inconfundibles. Los vio por primera vez hacían más de veinte años, cuando, asomada detrás de un muro en esta misma sala donde él ahora tocaba el piano, lo descubrió practicando una melodía mucho más sencilla.
—¿Tocas piano? —preguntó la niña con tono asombrado, de algunos diez años, con un vestido corto de florecillas estampadas, medias y zapatos blancos y el cabello despeinado. Adam se giró en la banqueta y la miró. No era la hija de nadie importante, supo. Sus zapatos tenían muchas rozaduras, el vestido parecía de fabricación casera, y se la veía demasiado asombrada por todo como para ser una niña rica.
—Sí —le contestó, y ella, sin nada de timidez, caminó hacia él para sentarse a su lado en la banqueta.
—Nunca había visto uno —dijo, tocando con suavidad las teclas y sin llegar a pulsarlas—. Hace un sonido maravilloso —eso lo hizo sonreír. Por supuesto que producía un sonido maravilloso, era un piano carísimo.
—Así es —corroboró él.
—¿Quieres ser pianista?
—No.
—¿Y por qué tocas? —Adam simplemente se encogió de hombros.
—Porque es mi tarea. ¿Quién eres?
—Oh, lo siento. Soy Tess Abbot. Estoy en tu casa mientras entrevistan a mi abuela.
—¿A tu abuela?
—Para trabajar aquí, como doméstica.
—Oh…
—Qué piano tan grande —siguió ella, admirándose por el instrumento, pero Adam no dejaba de mirarla a ella, a sus enormes ojos grises.
Tess Abbot y su abuela se habían quedado. Su padre, y su segunda esposa, les habían dado una de las habitaciones del servicio a las dos, y desde entonces pudo verla a diario.
A veces, él bajaba a las habitaciones de los empleados internos para charlar con ella o jugar, y a veces era ella que se colaba donde él estuviera para observarlo mientras trabajaba o practicaba. Adam vivía siempre muy ocupado; su padre le hacía tomar clases de piano, esgrima, kick boxing, equitación, tenis, todo al tiempo y sin descanso. Eran escasos los momentos en que podía sentarse con ella en una banqueta y charlar. Escasos y preciosos, porque a medida que fueron creciendo, ella se fue haciendo más hermosa, más mujer, y a él le era inevitable advertir esos sutiles cambios.
—¿Es decir, que él se fue de su país y por eso compuso esta obra tan bella? —preguntó Tess cuando él tocó para ella una hermosa pieza de piano compuesta por Chopin. Adam rio negando.
—No, la compuso cuando supo que jamás volvería a su tierra.
—Oh… Uno pensaría que los hombres no se entristecen por cosas así.
—Claro que sí. Imagínate quedarte para siempre en un lugar extraño, sin volver a ver a tus amigos de la infancia, o las personas que amas. Quedarte para siempre… allá, donde eternamente serás un forastero—. Tess había mirado el piano, como contagiándose de la tristeza de Chopin al fin.
—Pues sí, es muy triste.
—Algunos artistas le han puesto letra —siguió Adam, tocando suavemente la melodía principal—. José Carreras, un tenor español, canta una canción con la misma melodía, pero él se la dedica a ese amor que nunca volvió, que nunca le correspondió. Le dice:
dimmi perché
Fai soffrir quest'anima che t'ama?
—¿En qué idioma está eso?
—Italiano. ¿Sabes? —se entusiasmó él— Cuando seas mayor de edad, te llevaré a Europa para escucharlo cantar… en vivo y en directo—. Tess se echó a reír, no dijo nada, sólo le pidió que volviera a tocar la pieza, y él lo hizo con todo gusto.
—Creo que, cada vez que escuche esta canción, pensaré en el pobre Chopin lejos de casa. O en el amante que jamás fue correspondido—. Adam la miró con una sonrisa, dándose cuenta de que era inútil negarlo; él se había enamorado de ella.
Se había convertido no sólo en su mejor amiga, la persona a la que le contaba desde asuntos de vital importancia hasta la más leve tontería; se estaba convirtiendo en la mujer con la que soñaba.
Su padre nunca puso peros a aquella amistad, parecía no darse cuenta por estar demasiado inmerso en su trabajo, o absorto por su tercera o su cuarta esposa, los viajes y etc. Tess y él vivieron en la misma casa por seis años, hasta que él se fue a la universidad.
—Compré algo para ti —dijo Tess cuando se despedían. En unos minutos, él sería llevado al aeropuerto en uno de los autos de la casa, y no volvería sino, tal vez, en las vacaciones.
Tess sacó algo de una caja de cartón y se lo mostró. Era una pequeña caja musical, y Adam sonrió mirándola un poco extrañado.
—Es para que te dé buena suerte y vuelvas pronto a casa —dijo ella mientras él le daba cuerda y la hacía sonar. La melodía sonaba un poco más aguda, pero de inmediato él la reconoció. Chopin. Sin poder evitarlo, y sumamente conmovido, él se le acercó y la besó. Un beso en los labios que la tomó por sorpresa, pero que no la molestó.
—No te olvides de mí —le pidió él, besando ahora su mano y mirándola con tristeza. Ella tenía los ojos húmedos, pero sonreía.
Y entonces él se fue, con alegría y miedo a la vez. Alegría porque la había besado, y miedo porque la estaba dejando.
Y luego ella dejó de contestar sus mails, y lo siguiente que supo fue que se había ido de la casa con su abuela y nadie sabía a dónde.
La buscó un largo tiempo, pero la vida y sus obligaciones le exigieron continuar, a seguir adelante. Él se graduó y volvió a casa, y su padre le presentó a Christen Donovan, hija de un importante socio de su padre, y poco después los prometieron y casaron. Y tan sólo un año después, se divorciaron.
Y la siguiente vez que vio de nuevo a Tess fue casi trece años después de haberle dado aquel primer beso, y ella estaba casada con un hombre que la había abandonado, y tenía tres hijos, y había olvidado por completo su nombre, y su cara, y a él le dolía el alma.
Dimmi perché…
—¿Tan mal te fue? —le preguntó Heather a Tess por teléfono esa misma noche, mientras ella cerraba la puerta de la habitación de sus hijos después de comprobar que estaban bien.—¿De qué hablas? —preguntó.—Pues, ¡de tu cita con Adam Ellington! —protestó Heather —Has vuelto muy temprano, ¿no? Por eso deduzco que fue mal—. Tess entró a su habitación para desvestirse.—Oh… Fue un desastre total, Heather —contestó Tess poniendo el altavoz para poder ponerse su pijama—. Yo… Te digo que ni siquiera recuerdo de qué hablamos, sólo sé que me enfadé y nos vinimos antes de pedir la cena.—¿Cómo puedes no recordar algo que acaba de suceder? —Tess se encogió de hombros—. Oh, diablos, otra vez usaste a August como excusa para no
—Y al final, hubo que ponerlo en su lugar —iba diciendo Abel Robinson, uno de los más importantes socios en la compañía que Adam presidía—, y SteelWoods ahora es completamente nuestra —sonrió, y luego concluyó diciendo: —De nada—. Adam asintió, aunque no había prestado mucha atención—. Traeré para ti los papeles que debes firmar.—No hace falta…—Debe hacerse hoy mismo, Adam —insistió Abel. Pero es domingo, quiso decir Adam, no quiero firmar nada hoy; sin embargo, Abel se puso en pie, y luego Adam comprobó que no era sólo para ir por unos papeles, sino para fumarse un puro. Adam miró a Horace Goldman, su otro socio, quien sonrió meneando su cabeza.—No has prestado atención a nada de lo que dijo.—Claro que sí.—Claro que no —in
Tess estaba sorprendida. Miró la pequeña caja de madera en sus manos tratando de encontrarle un sentido a lo que había dicho este hombre. Era un amigo de Georgina, la madre de Heather, y ahora recordaba que siempre que hablaba con él, era extraño, y molesto, y… Sí, era un mujeriego, recordó, y se había atrevido a besarle la mejilla.Se limpió el beso sintiéndose irritada, y lo vio caminar hacia los autos que estaban aparcados frente al parque. Miró de nuevo la caja musical y le dio vuelta a la manivela, dos, tres veces.Y la música empezó a sonar.È triste il mio cuor senza di teChe sei lontana e più non pensi a meDimmi perché.Una serie de imágenes empezaron a sucederse en su cabeza, imágenes como de una película vista en su niñez, sólo que no era
Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.<
Heather Branagan se sentó en la cama al lado de Tess, que, recostada de medio lado, mantenía sus ojos cerrados a pesar de no estar dormida.Las suaves manos de su amiga le acariciaron el cabello, y se quedó allí largo rato haciéndole compañía, pero Tess no dijo ni hizo nada. Tampoco le había explicado a su amiga por qué le dolía tanto la muerte de Adam, siendo que hacía unos días era incapaz de recordar con precisión su nombre y apellido.Heather y Georgina habían venido a su casa para cuidar de ella y los niños. Habían estado en el entierro de Adam, y también se habían lamentado por su prematura muerte. Sin embargo, ninguno había sido capaz de ofrecerle una palabra que realmente la consolara. Cuando decían: Dios sabe cómo hace sus cosas, eso sonaba tan egoísta y mezquino que lo odiaba. Cuando decían: Todo tien
En cuanto Adam estuvo en condiciones, tuvo una entrevista con la policía. Estos estaban interesados en saber cómo se había producido su herida, y Adam intentó contarles que alguien lo había apuñalado en un callejón oscuro, pero tampoco fue capaz de formar esas palabras y decirlas. Se parecía mucho a lo que sucedía cuando intentaba decirle a Tess quién era él, y entonces recordó la voz que había dicho algo acerca de labios sellados. De su boca no salía nada que tuviera que ver con Adam Ellington, ni lo que había sucedido en ese extraño episodio en aquel callejón.Le tomaron las huellas, y en pocos minutos supieron todo acerca de él.Su nombre era Michael Moore, treinta años, y tenía orden de captura por varios delitos menores tales como hurto, y porte de documentación y dinero falso. No bien estuvo recuperado, fue esposado y
Trabajó dos semanas con Adriano, su jefe, y cuando le dijo que tenía que partir, éste le pidió que se quedara, prometiéndole incluso una mejor paga. Adam sólo sonrió y le dio una palmada en el hombro.—Gracias por todo —fue lo que le dijo, y salió del restaurante dispuesto a llegar a su pequeña habitación y hacer su maleta.Iba haciendo planes en su cabeza; tendría que comprar varios billetes de autobús hasta llegar a San Francisco, le esperaba más o menos una semana de viaje, si además tenía que parar a hacer algunos trabajillos para ganarse algunos dólares; y cuando llegara, primero buscaría un trabajo y luego una habitación, y luego…¿Cómo hacer para entrar de nuevo en la vida de Tess? ¿Cómo presentarse ante ella?Ahora era alguien diferente, totalmente desconocido par
Adam caminó sin rumbo por la ciudad hasta que se detuvo frente a un muro que daba vista a uno de los tantos puentes del Silver Lake. Era noche cerrada, y brumosa, a pesar de ser verano, pero tampoco quería irse a encerrarse a su estrecha habitación.Se sentía indignado, molesto, ofendido. Le habían quitado su cuerpo, su vida, todo, y lo habían puesto en el de su persona menos favorita en el mundo. Nada menos que August Warden, por Dios.Y ahora, ¿cómo podría presentarse ante Tess? ¿Debía hacerlo?Cerró sus ojos con dolor.No quería ir ante Tess con esta cara y este cuerpo. No podía luchar por ella en esta envoltura. No quería que Tess lo mirara y viera a su esposo, quería que lo viera a él, quería el amor que ella podía tener para Adam Ellington, no los rezagos del amor, o compromiso, o resignación que tuviera hacia s