Tess salió de la habitación minutos después buscando su teléfono. Tenía el vestido negro a medio poner, pero debía hacer una llamada a la niñera que siempre le cuidaba sus hijos cuando ella necesitaba salir, así que no le importó salir tal como estaba de la habitación.
Al ver a Nicolle en sus brazos, corrió a él para quitársela, pero él se lo impidió poniendo un dedo sobre sus labios.
—La despertarás —le dijo, y Tess miró ceñuda a su hija. Pero no tuvo tiempo de ponerse a pensar en por qué la pequeña había elegido el hombro de este extraño para dormirse, siendo que era sumamente quisquillosa, pues estaba retrasada y todavía le faltaba terminar de vestirse.
Diablos, ¿cómo había podido olvidar esta cita?, se preguntó. Georgina incluso había insistido en que la apuntara en su teléfono, pero, o no sabía poner una simple alarma, o el universo se oponía a que saliera con este hombre, porque esta no sonó.
Más de media hora después de que él llegara, Tess estuvo lista, con el cabello no tan prolijo como hubiese querido por la falta de tiempo, un vestido regalo de Heather, unos zapatos ya bastante usados y una pulsera y bolso igual de viejos. El leve maquillaje que se aplicó no era el adecuado para una salida nocturna, pero no tenía tiempo, y al atravesar la puerta, olvidó ponerse el toque de perfume, pero ya no quiso devolverse para hacerlo. La niña de catorce años que se encargaría de sus tres hijos llegó a tiempo, Tess guio a Adam a una de las habitaciones para que acostara a Nicolle, le dio a la niñera las indicaciones de rigor y pudo salir al fin.
—Estás muy guapa —le sonrió él al estar afuera, pero a pesar del brillo en sus ojos, Tess no se sintió halagada.
Afuera diluviaba.
Lo miró de reojo, preguntándose si debía usar la lluvia para, después de todo, cancelar la cita, pero ya era muy tarde para eso, y entonces él abrió un paraguas para ella y le señaló el auto aparcado al frente de su casa. Aun con la lluvia, aun cuando ella había olvidado la cita, aunque ya era tarde y lo había hecho esperar, él insistía en llevarla a cenar.
No podía imaginar qué quería este hombre. Era una mujer casada, ¡con tres hijos, nada menos! Si buscaba una aventura, como había oído que acostumbraba, estaba muy equivocado con ella. Pero había sido Georgina la que le pidió aceptar esta cita, garantizándole que él se portaría como un caballero, sin propuestas indecentes, y por ella estaba aquí.
Sin embargo, al primer paso en falso, lo mandaría al diablo y volvería a su casa. Llevaba dinero en su pequeño bolso por si debía tomar un taxi y volver sola.
Él le sostuvo el paraguas hasta que entró al auto, y Tess se acomodó en el asiento del copiloto suspirando. Aquí olía a riqueza, a cosa fina y cara. Y él también, notó cuando estuvo a su lado. Podía ver que se había esmerado, usando un suave perfume, un fino traje, y todo en él parecía perfectamente en su lugar. Tomó aire y habló.
—Me disculpo, por… —él la miró a los ojos; los suyos, tan azules, parecían tranquilos, como un mar en calma, pero Tess no se dejó engañar. A ningún hombre le habría gustado lo que ella había hecho—. Por olvidarlo. Lo siento —él sonrió.
—Sí, me has olvidado. Completamente; eso pude verlo inmediatamente —dijo él en tono algo enigmático—. Pero quiero hacerte recordar, y para eso estoy aquí.
—¿De qué hablas? —preguntó ella. Adam movió un hombro como quitándole importancia, era como si quisiera decir algo, pero no se atrevía.
—Me refiero a que quiero que la pases muy bien esta noche —dijo al fin—, para que la puedas recordar con agrado.
—Ah… —contestó ella para nada convencida. Él puso el auto en marcha y salió de la zona.
Pero la lluvia impedía ver al frente, y tenían que ir despacio, y luego en el restaurante tuvieron que esperar un poco, porque habían perdido la reservación. Culpa suya.
Sin embargo, él no se mostró molesto o contrariado, y tal vez porque él era alguien influyente, un cliente frecuente, o lo que fuera, pronto estuvieron ante una mesa y un par de copas de vino que le hicieron entrar en calor. El vino era buenísimo, y ella lo saboreó con delicia.
—¿Te gusta el lugar? —preguntó él mirándola con una sonrisa, y Tess observó en derredor. Los demás comensales charlaban en voz baja, tan bien vestidos como él, con platos que parecían muy complicados de hacer y de pronunciar.
—Es bonito. Nunca había venido—. Él sonrió asintiendo—. Con August salía —siguió ella—, pero no a sitios así —mencionar a August tal vez lo molestara, pero él no hizo ninguna mueca, ni su mirada cambió, ni nada, así que siguió—. Éramos más de… bares, y sitios de comidas rápidas.
—Es una suerte, entonces, que sigas siendo delgada —Tess elevó una ceja y volvió a mirarlo.
—Era nuestro estilo. Me gustaba.
—Lo apuntaré —comentó él elevando su mano y pidiendo la carta al mesero, que se la trajo de inmediato—. La próxima vez, te llevaré a un sitio callejero de perritos calientes.
—¿Acaso piensas volver a salir conmigo? —la pregunta lo tomó por sorpresa, y Adam apoyó la carta en la mesa cubierta por un fino mantel.
—Claro que sí, Tess.
—¿Por qué? Soy una mujer casada, con tres hijos. ¡Tres!
—Sí, los conozco.
—¿Qué te interesa de mí? —preguntó ella mirándolo con ojos entrecerrados— ¿Por qué querrías…? Yo no…
—Me interesa todo de ti —contestó él con la misma calma con la que había pedido la carta—. Tu pasado, tu presente, tu futuro. Todo me interesa.
—¿Por qué?
—¿Necesitas saber la razón?
—¡Claro que sí! Es… extraño, es… sospechoso —él se echó a reír, y su blanca dentadura, y las arruguitas que se le hicieron en la comisura de los ojos lo hicieron parecer tremendamente guapo. Él era guapo. No era ciega ni tonta, y reconocía que él estaba usando todo su encanto con ella. La había traído en un auto elegante, vestido elegantemente; había usado con ella todas las normas de cortesía, abriéndole la puerta, moviendo su silla, tocándola de manera respetuosa, aunque no indiferente. Él estaba derramando su encanto varonil sobre ella y no es que le molestara o que al contrario, la trajera sin cuidado, pero era incapaz de verlo sin pensar en que tenía una segunda y hasta una tercera intención.
—Sospechoso —repitió él—. Qué imaginación tienes, Tess.
—¿Y qué quieres que piense? Alguien como tú jamás saldría con alguien como yo sólo porque sí.
—¿Alguien como yo? —preguntó él arrugando levemente su ceño. Guapo, el idiota.
—Pregunté por tus antecedentes —siguió ella en tono acusatorio—. Eres divorciado, y desde entonces, un mujeriego. Has tenido mil mujeres, todas ricas, o famosas, o… Jamás alguien como yo —dijo, señalándose—. ¿Qué puedes querer de mí?
—Así que preguntaste mis antecedentes —comentó él bajando un poco la mirada, pero respiró profundo y clavó en ella sus ojos azules—. Si me lo hubieses preguntado directamente a mí, no te lo habría negado: Sí, me divorcié hace tres años. Fue algo un poco…
—No creas que me interesa tu vida. Yo sólo constataba un hecho.
—Tess…
—Esto está yendo fatal —dijo, alejando la copa en la mesa con ademán de ponerse en pie.
—No —la atajó él—. Tú estás haciendo que vaya fatal. Viniste, pero tienes el claro propósito de arruinar la velada, porque no quieres estar aquí. ¿Estás esperando a August y por eso te niegas la oportunidad de salir con alguien más? —eso la tomó por sorpresa. No esperó que él le respondiera con el mismo tono directo que ella había usado para espantarlo.
—Sí —contestó Tess en tono duro y sin bajar la mirada.
—¿Crees que va a volver? —Tess tragó saliva. Si August quisiera volver, ya lo habría hecho, le había dicho Heather una y otra vez, alentándola a seguir con su vida, porque era joven, y bonita, y merecía volver a ser amada.
Sus ojos se humedecieron, aunque fue de rabia, y pestañeó varias veces para ahuyentar las lágrimas, lo que hizo que esquivara su mirada, y lo odió por eso.
—Algún día lo hará —aseguró—. Tiene tres hijos conmigo.
—¿Y después de haberte hecho sufrir durante tanto tiempo, sin importarle si pasaban necesidad, si vivían o morían, tú lo dejarías volver a tu vida? ¿A tu casa y a tu cama?
—Eso no es problema tuyo —dijo ella entre dientes, destilando veneno en su mirada. Él asintió moviendo lentamente su cabeza.
—Lo siento. Fue una pregunta demasiado personal —Tess frunció el ceño, no dejándose engañar por su tono—. Tú me gustas —se explicó él—. Siempre, Tess. Me has gustado… desde que te vi.
—Eso son tonterías, no puede ser cierto.
—Me gustas —insistió él, y ahora le tomó la mano por encima de la mesa, pero fue como si le quemara, pues ella la alejó de inmediato—. No estoy mintiendo en eso.
—Por qué. ¿Te faltaba una mujer casada y madre de tres en tu lista de conquistas? —él soltó una risa un tanto molesta.
—¿Pero es que no eres capaz de creer que puedes gustarme sólo por ser tú? —preguntó— ¿Tess y sólo Tess?
—No me conoces realmente, y algo así no es posible.
—Pero sí te conozco, yo soy…
—No quiero escuchar más tonterías.
—¿Por qué aceptaste salir conmigo, entonces?
—Porque Georgina casi me lo rogó. Parece que te tiene en buena estima, y me insistió a tal punto que no me dejó salida—. La seguridad que él había mostrado hasta el momento se borró al fin. Lo que había dicho era duro, grosero, y parecía haberlo lastimado, pero Tess no se desdijo; simplemente siguió mirándolo fijamente y con dureza.
Adam respiró profundo, dándose por vencido esta noche. Miró la mesa, el pequeño adorno de flores, y cuando el mesero llegó a ellos para preguntarles si se habían decidido por algún plato del menú, él simplemente pidió la cuenta.La cita estaba yendo de mal en peor, Tess no estaba dispuesta siquiera a tener una conversación civilizada, y seguir insistiendo sólo haría que ella empezara a odiarlo, y no quería eso.Cuando volvieron al auto, ella dio unos pasos en otra dirección.—Puedo irme en taxi.—No seas tonta, te llevaré.—No es necesario que me lleves, yo puedo…—Sí, ya sé que eres una mujer fuerte e independiente, que te vales por ti misma, que no necesitas nada de mí, ni de nadie. Lo sé, Tess… Pero no me quites el derecho a llevarte, quiero hacerlo, puedo hacerlo
—¿Tan mal te fue? —le preguntó Heather a Tess por teléfono esa misma noche, mientras ella cerraba la puerta de la habitación de sus hijos después de comprobar que estaban bien.—¿De qué hablas? —preguntó.—Pues, ¡de tu cita con Adam Ellington! —protestó Heather —Has vuelto muy temprano, ¿no? Por eso deduzco que fue mal—. Tess entró a su habitación para desvestirse.—Oh… Fue un desastre total, Heather —contestó Tess poniendo el altavoz para poder ponerse su pijama—. Yo… Te digo que ni siquiera recuerdo de qué hablamos, sólo sé que me enfadé y nos vinimos antes de pedir la cena.—¿Cómo puedes no recordar algo que acaba de suceder? —Tess se encogió de hombros—. Oh, diablos, otra vez usaste a August como excusa para no
—Y al final, hubo que ponerlo en su lugar —iba diciendo Abel Robinson, uno de los más importantes socios en la compañía que Adam presidía—, y SteelWoods ahora es completamente nuestra —sonrió, y luego concluyó diciendo: —De nada—. Adam asintió, aunque no había prestado mucha atención—. Traeré para ti los papeles que debes firmar.—No hace falta…—Debe hacerse hoy mismo, Adam —insistió Abel. Pero es domingo, quiso decir Adam, no quiero firmar nada hoy; sin embargo, Abel se puso en pie, y luego Adam comprobó que no era sólo para ir por unos papeles, sino para fumarse un puro. Adam miró a Horace Goldman, su otro socio, quien sonrió meneando su cabeza.—No has prestado atención a nada de lo que dijo.—Claro que sí.—Claro que no —in
Tess estaba sorprendida. Miró la pequeña caja de madera en sus manos tratando de encontrarle un sentido a lo que había dicho este hombre. Era un amigo de Georgina, la madre de Heather, y ahora recordaba que siempre que hablaba con él, era extraño, y molesto, y… Sí, era un mujeriego, recordó, y se había atrevido a besarle la mejilla.Se limpió el beso sintiéndose irritada, y lo vio caminar hacia los autos que estaban aparcados frente al parque. Miró de nuevo la caja musical y le dio vuelta a la manivela, dos, tres veces.Y la música empezó a sonar.È triste il mio cuor senza di teChe sei lontana e più non pensi a meDimmi perché.Una serie de imágenes empezaron a sucederse en su cabeza, imágenes como de una película vista en su niñez, sólo que no era
Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.<
Heather Branagan se sentó en la cama al lado de Tess, que, recostada de medio lado, mantenía sus ojos cerrados a pesar de no estar dormida.Las suaves manos de su amiga le acariciaron el cabello, y se quedó allí largo rato haciéndole compañía, pero Tess no dijo ni hizo nada. Tampoco le había explicado a su amiga por qué le dolía tanto la muerte de Adam, siendo que hacía unos días era incapaz de recordar con precisión su nombre y apellido.Heather y Georgina habían venido a su casa para cuidar de ella y los niños. Habían estado en el entierro de Adam, y también se habían lamentado por su prematura muerte. Sin embargo, ninguno había sido capaz de ofrecerle una palabra que realmente la consolara. Cuando decían: Dios sabe cómo hace sus cosas, eso sonaba tan egoísta y mezquino que lo odiaba. Cuando decían: Todo tien
En cuanto Adam estuvo en condiciones, tuvo una entrevista con la policía. Estos estaban interesados en saber cómo se había producido su herida, y Adam intentó contarles que alguien lo había apuñalado en un callejón oscuro, pero tampoco fue capaz de formar esas palabras y decirlas. Se parecía mucho a lo que sucedía cuando intentaba decirle a Tess quién era él, y entonces recordó la voz que había dicho algo acerca de labios sellados. De su boca no salía nada que tuviera que ver con Adam Ellington, ni lo que había sucedido en ese extraño episodio en aquel callejón.Le tomaron las huellas, y en pocos minutos supieron todo acerca de él.Su nombre era Michael Moore, treinta años, y tenía orden de captura por varios delitos menores tales como hurto, y porte de documentación y dinero falso. No bien estuvo recuperado, fue esposado y
Trabajó dos semanas con Adriano, su jefe, y cuando le dijo que tenía que partir, éste le pidió que se quedara, prometiéndole incluso una mejor paga. Adam sólo sonrió y le dio una palmada en el hombro.—Gracias por todo —fue lo que le dijo, y salió del restaurante dispuesto a llegar a su pequeña habitación y hacer su maleta.Iba haciendo planes en su cabeza; tendría que comprar varios billetes de autobús hasta llegar a San Francisco, le esperaba más o menos una semana de viaje, si además tenía que parar a hacer algunos trabajillos para ganarse algunos dólares; y cuando llegara, primero buscaría un trabajo y luego una habitación, y luego…¿Cómo hacer para entrar de nuevo en la vida de Tess? ¿Cómo presentarse ante ella?Ahora era alguien diferente, totalmente desconocido par