—¿Vas a volver a las oficinas? —le preguntó Tess a August ya en la noche, cuando al fin pudieron estar a solas. Habían convencido a los niños de que su madre debía descansar, y al fin se habían desprendido de ella. Todos, en fila, habían venido aquí a darle su beso de buenas noches y a desearle que pronto se mejorara, y finalmente habían salido a sus respectivas habitaciones. Ninguno lloró, pues ya les habían advertido que, si lloraban, su madre volvería a sentirse mal.
August había vuelto a ella luego de dormir a los niños y ahora acomodaba las almohadas debajo de la cabeza de Tess sin contestar a su pregunta, y ella extendió la mano a su rostro para tocarle la mejilla.
—Cariño, contéstame—. August hizo una mueca.
—No me han dado alternativas —se quejó él, y Tess sonrió toma
Con el paso de los días, la recuperación de Tess era más notoria, recibió visitas en casa con bastante constancia, y también presentes con sus mejores deseos. En una de esas ocasiones, Greg y Felicity coincidieron en su visita, y Tess, al ver cómo seguían tratando a August, y escucharlos decir lo mucho que a Adam le hubiese gustado estar aquí, tuvo que decirles la verdad.—Estás bromeando, cariño —fue lo que le contestó Felicity, mirándola con una sonrisa preocupada, y hasta extendió su mano a la frente de Tess para comprobar su temperatura—. No puede haberte afectado la cabeza una herida en el vientre. Por favor, no me asustes—. Tess se echó a reír.—Amor, demuéstrales que eres Adam —le pidió ella, y August descruzó sus brazos y dio un paso adelante, con la mirada de Greg y Felicity clavadas en él. S&o
—Mañana —le dijo August a una Tess muy ebria— vas a amanecer con un dolor de cabeza que…—No me importa —suspiró Tess mirando a su marido mientras éste conducía y mordiéndose los labios.—Eso dices ahora…—Es lo que cuenta. ¿Vamos a un hotel?—Si quieres…—Oh, sí. Y hagamos el amor salvajemente. Ya podemos. Voy a hacer mucho ruido, te lo advierto —él la miró sonriente. Tess ebria era bastante divertida.—Gracias por avisar.—Y nada de preservativos —se acercó a él y susurró: —hagámoslo descuidadamente.—Hace tiempo que lo hacemos sin preservativos.—Oh, es cierto. Es que no me gustan. August, ¿no quieres tener un bebé conmigo? —a él le entró tos entonces, y tuvo que baj
¿Es decir, que puedo volver?, preguntó, mirando la luz que proyectaba el magnífico Ser que la había traído hasta aquí hacía ya mucho tiempo. Muchísimo, o así lo sentía. No había días ni noches en este lugar; ni invierno, ni verano. Sin embargo, podía haber transcurrido sólo un segundo desde entonces; el tiempo no existía aquí. No existía el ahora; era un eterno siempre.Volver, volver… Sé qué clase de “volver” tienes en mente, y no, no es ese “volver”, contestó. Estarás entre ellos, podrás verlos e incidir en sus vidas, pero ellos no te verán a ti, ni se enterarán jamás de que los miras. Seré entonces un espíritu errante entre ellos. Suena muy solitario, pensó luego, pero no se atrevió a decirl
No se podía ver nada delante, y la luz de los faroles encendidos del auto no llegaban más allá de una cortina espesa de agua.Una lluvia torrencial limitaba la vista, cerraba el cielo nocturno y obligaba a los transeúntes detenerse bajo cualquier techo que los amparara; los limpiaparabrisas no daban abasto para poder conducir con cierta normalidad, y los árboles se inclinaban pesarosamente por la fuerza de las gotas de agua. Adam Ellington tenía que andar despacio en su Mercedes Benz a través de avenidas y luego calles más estrechas hasta que al fin llegó a su destino: la casa de Tess Warden.Con mucho cuidado, sacó el paraguas y lo abrió antes de salir del auto, cerró la puerta y caminó por el pequeño jardín delantero. Al llegar a la puerta, ya sus zapatos se habían mojado.Sabía que hacía poco Tess vivía sola aquí co
Tess salió de la habitación minutos después buscando su teléfono. Tenía el vestido negro a medio poner, pero debía hacer una llamada a la niñera que siempre le cuidaba sus hijos cuando ella necesitaba salir, así que no le importó salir tal como estaba de la habitación.Al ver a Nicolle en sus brazos, corrió a él para quitársela, pero él se lo impidió poniendo un dedo sobre sus labios.—La despertarás —le dijo, y Tess miró ceñuda a su hija. Pero no tuvo tiempo de ponerse a pensar en por qué la pequeña había elegido el hombro de este extraño para dormirse, siendo que era sumamente quisquillosa, pues estaba retrasada y todavía le faltaba terminar de vestirse.Diablos, ¿cómo había podido olvidar esta cita?, se preguntó. Georgina incluso había insistido en que la
Adam respiró profundo, dándose por vencido esta noche. Miró la mesa, el pequeño adorno de flores, y cuando el mesero llegó a ellos para preguntarles si se habían decidido por algún plato del menú, él simplemente pidió la cuenta.La cita estaba yendo de mal en peor, Tess no estaba dispuesta siquiera a tener una conversación civilizada, y seguir insistiendo sólo haría que ella empezara a odiarlo, y no quería eso.Cuando volvieron al auto, ella dio unos pasos en otra dirección.—Puedo irme en taxi.—No seas tonta, te llevaré.—No es necesario que me lleves, yo puedo…—Sí, ya sé que eres una mujer fuerte e independiente, que te vales por ti misma, que no necesitas nada de mí, ni de nadie. Lo sé, Tess… Pero no me quites el derecho a llevarte, quiero hacerlo, puedo hacerlo
—¿Tan mal te fue? —le preguntó Heather a Tess por teléfono esa misma noche, mientras ella cerraba la puerta de la habitación de sus hijos después de comprobar que estaban bien.—¿De qué hablas? —preguntó.—Pues, ¡de tu cita con Adam Ellington! —protestó Heather —Has vuelto muy temprano, ¿no? Por eso deduzco que fue mal—. Tess entró a su habitación para desvestirse.—Oh… Fue un desastre total, Heather —contestó Tess poniendo el altavoz para poder ponerse su pijama—. Yo… Te digo que ni siquiera recuerdo de qué hablamos, sólo sé que me enfadé y nos vinimos antes de pedir la cena.—¿Cómo puedes no recordar algo que acaba de suceder? —Tess se encogió de hombros—. Oh, diablos, otra vez usaste a August como excusa para no
—Y al final, hubo que ponerlo en su lugar —iba diciendo Abel Robinson, uno de los más importantes socios en la compañía que Adam presidía—, y SteelWoods ahora es completamente nuestra —sonrió, y luego concluyó diciendo: —De nada—. Adam asintió, aunque no había prestado mucha atención—. Traeré para ti los papeles que debes firmar.—No hace falta…—Debe hacerse hoy mismo, Adam —insistió Abel. Pero es domingo, quiso decir Adam, no quiero firmar nada hoy; sin embargo, Abel se puso en pie, y luego Adam comprobó que no era sólo para ir por unos papeles, sino para fumarse un puro. Adam miró a Horace Goldman, su otro socio, quien sonrió meneando su cabeza.—No has prestado atención a nada de lo que dijo.—Claro que sí.—Claro que no —in