—¿Tan mal te fue? —le preguntó Heather a Tess por teléfono esa misma noche, mientras ella cerraba la puerta de la habitación de sus hijos después de comprobar que estaban bien.
—¿De qué hablas? —preguntó.
—Pues, ¡de tu cita con Adam Ellington! —protestó Heather —Has vuelto muy temprano, ¿no? Por eso deduzco que fue mal—. Tess entró a su habitación para desvestirse.
—Oh… Fue un desastre total, Heather —contestó Tess poniendo el altavoz para poder ponerse su pijama—. Yo… Te digo que ni siquiera recuerdo de qué hablamos, sólo sé que me enfadé y nos vinimos antes de pedir la cena.
—¿Cómo puedes no recordar algo que acaba de suceder? —Tess se encogió de hombros—. Oh, diablos, otra vez usaste a August como excusa para no involucrarte, ¿no es así?
—Yo nunca hago eso.
—Sí lo haces. Todos terminan con la impresión de que eres tan tonta como para seguir enamorada de un hombre que te abandonó en tan malas condiciones, pero es tu táctica para alejarlos; no me digas que…
—Yo nunca hago eso —repitió Tess, ceñuda—. Pero eso no importa.
—¡Sí importa! Ah… mamá se va a disgustar. Tenía esperanzas de juntarte con Adam, porque si hiciste eso, jamás te va a volver a buscar—. Tess se echó a reír.
—Esa era la idea. Él no me gusta.
—¿Estás siendo sincera?
—Bueno… Admito que es guapo, y… tiene cierto encanto, pero… No sé… Hay algo en él que me parece… sospechoso.
—¿Sospechoso?
—Sí. Oí decir que es un mujeriego consumado; y si me busca sólo para… ya sabes… Yo no quiero eso.
—Tess…
—Ya sé lo que me vas a decir… —la interrumpió, encaminándose a la cocina con el teléfono en la mano y buscando algo que comer—. Que tengo que mirar hacia adelante, volverme a enamorar y todo eso. Y lo sé… lo entiendo, aunque parezca que no. Pero de entre todos los hombres en el mundo… el último en el que me fijaría, sería este tipo… ¿cómo es su apellido?
—Ellington —le contestó Heather suspirando—. Adam Ellington. Qué mala memoria tienes. Pero algo que pareces comprender al fin es lo referente a tu vida… Al fin has dejado de esperar a August—. Tess guardó silencio.
Era verdad, ni ella lo podía negar. Su esposo se había ido sin importarle si ella estaba bien, si tenía para comer, si sobrevivía al parto, y los dos pequeños eran atendidos mientras tanto. Habían sido los peores días de su vida; mirar una y otra vez la puerta con la esperanza de que el hombre que había prometido amarla y cuidarla hasta el día de su muerte volviera a ella.
Ya no podía seguir amando a alguien así, y aunque como mujer se sentía sola, extrañando no sólo al que había sido su único amante, sino su amigo, su compañero y cómplice, era más que claro que no podría volver con él, jamás podría perdonarle.
Armó un sándwich y salió de la cocina hacia la sala, con el teléfono sujeto con el hombro.
—Si algún día regresa… No lo sé, Heather… —suspiró, sentándose en el sofá—. Necesito, aunque sea, saber el por qué… Me dejó con tantas preguntas e incertidumbres, y por tanto tiempo no hice sino preguntarme: ¿qué hice mal?, ¿en qué fallé? Pero a estas alturas, entiendo que el que falló fue él… Y si acaso tiene derecho a volver a sus hijos, pero a mí… me rompió el corazón, Heather. Me hizo daño y no sé cuándo pueda volver a estar sana.
—Pero mientras tanto, el tiempo corre y la vida se nos va. ¿Qué era lo que me decías a mí? Que disfrutara la vida, el momento, que me despelucara y no sé qué más—. Tess se echó a reír.
—No es lo mismo. Tú eras una mujer soltera, sin hijos, sin más que la juventud por delante para volver a empezar. Yo tengo a tres niños que dependen completamente de mí y de mis decisiones, y en este momento ni siquiera sé si quiero volver a involucrar a un hombre en mi vida, mucho menos en la de mis hijos.
—Pero… ¿acaso quieres ser como yo, Tess? —Tess torció el gesto y se recostó en el espaldar del sofá con el sándwich en la mano.
No, eso no le pasaría a ella. Todavía era joven, tenía apenas veintinueve años.
En algún momento…
¿En algún momento, qué?, se preguntó. ¿Sería capaz de volver a enamorarse? ¿Conocería a alguien más?
¿Le daría ella la oportunidad a ese alguien?
—Sam… —murmuró, y Heather guardó silencio, sabiendo que algo estaba pasando en la mente de su amiga—. No, no quiero eso… pero… es inevitable, ¿verdad? Soy incapaz de olvidar—. Escuchó a Heather respirar profundo.
—Ruego por ti, amiga —contestó—. Mereces ser feliz. Más que nadie—. Tess sonrió, y se despidió de su amiga y cortó la llamada.
Miró la sala, que estaba completamente silenciosa a esa hora de la noche. Los niños estaban dormidos ya, y ella sola aquí, pensando en que la vida se le estaba yendo y no era capaz de volver a empezar.
A pesar de tener a Heather como ejemplo de lo que podía pasar si no dominabas sus emociones, ella no era capaz de mirar hacia adelante. Una cosa era aconsejar a una anciana de ochenta años que volvía a estar en el cuerpo de una chica de veintitrés a que se aventara a vivir la vida, que cometiera locuras, porque sabía que era demasiado sensata como para llegar al extremo… Y otra cosa muy distinta era su propia vida. Ella no estaba sola, tenía a tres vidas que dependían completamente de sus decisiones. Si le rompían de nuevo el corazón, otros tres pequeños corazones saldrían lastimados también, y se arrancaría ese miembro del pecho antes que permitir que alguien les hiciera daño.
¿Qué estás haciendo con tu vida?, se preguntó, y de repente notó que la pregunta no venía de sí misma, sino que cada cosa alrededor parecía gritarlo. ¿Qué estás haciendo con tu vida? Cada día cuenta, ¡cada día es una vida!
Pero estaba aquí, atrapada. Se sentía incapaz de avanzar, porque, debía aceptarlo, tenía miedo. Miedo de volver a ser como antes, miedo de volver a amar y ser abandonada. A ella no la habían amado como se debía, y ni unos hijos habían ayudado a que ese hombre se lo pensara mejor antes de irse. ¿Cómo podía amarla alguien que no tenía lazos con esos tres chiquillos? ¿Cómo podría volver a confiar?
Estaba rota, rota para siempre.
—Tess —escuchó decir, y levantó la mirada. Se puso en pie abriendo grande su boca y sus labios. Allí, de pie en medio de su sala, estaba August, tan alto, tan fornido, tan guapo, tan… él. Estaba tal como la última vez que lo vio, con su cabello rubio corto, una camisa a cuadros a la que ella misma le había pegado unos botones nuevos, pero con un brillo que jamás le había visto en su mirada. Los ojos se le humedecieron olvidando momentáneamente todo lo que había sufrido los últimos dos años por culpa de él; todas sus miserias, todas sus lágrimas, toda su soledad, y corrió a él porque… porque era August.
Pero cuando estuvo a un par de pasos se detuvo.
Sí, definitivamente era él. No sólo el hombre que había representado todas sus alegrías y momentos felices, sino también, todo su dolor y momentos horribles.
—Tú… Has vuelto —dijo, mirándolo con dientes apretados.
—Sí —confirmó August, y dejó en el suelo un maletín que seguramente contenía su ropa. El suave sonido que hizo al depositarlo en el suelo pareció ayudar a terminar de despejarle un poco la mente.
—¿Hasta ahora? ¿Te tomó tanto tiempo encontrar el camino?
—Lo siento, Tess…
—¿Qué? ¿En serio? ¿Pretendes arreglarlo todo con un “lo siento”?
—Lo siento profundamente —insistió él—. Te amo. No he dejado de amarte, ni de pensar en ti. Estoy tan arrepentido de haberte dejado… Por eso he vuelto. Lo siento. Perdóname.
—Pero… —él se acercó a ella y le tomó el rostro en sus callosas manos. Las manos de un hombre trabajador, pensó Tess, que se le mide a todo con tal de darle a su familia lo que necesitaba. No eran las manos manicuradas de ese tal Adam, no. Y él era su marido, y era otra vez su olor, sus increíbles ojos azules, su cabello suave y abundante…
Por un momento, por un microsegundo, los dos años pasados desaparecieron, y volvieron a ser los mismos niños de antes. Él volvió a ser el mismo August inteligente, guapo y divertido; su apoyo, su amigo. Así que cuando él se inclinó para besarla, ella no pudo rechazarlo, porque estaba tan hambrienta de esto, de sus besos, de su atención, y su cuerpo empezó a desfallecer con estos besos tan conocidos, tan íntimos.
Había una marca que el hombre dejaba en el cuerpo de su esposa que jamás se podría borrar; un conocimiento, una identidad. Era innegable, era una tontería ignorarlo. Él la conocía en todos los aspectos posibles…
—Oh, Tess —oyó decir, y todo su cuerpo se envaró, alarmado, aunque no supo por qué. Se alejó un poco y algo la espantó. El cabello de August ya no era rubio, sino negro, y cuando al fin pudo mirarle la cara se espantó. ¿Quién era este hombre?
Heather había dicho su nombre. Adam… Adam Ellington.
—¿Qué haces aquí? Cómo…
—Perdóname por tardar tanto en encontrarte —le dijo este hombre, que no era August. Tess empezó a hacer fuerza para alejarlo, pero él la tenía atrapada en sus brazos—. Fueron demasiados años sin ti.
—No, aléjate. Tú… ¡No! —gritó, y abrió sus ojos dándose cuenta de que seguía sentada en el sofá, que la sala estaba en penumbra, que August no había regresado, que todo había sido una mala pesadilla.
Sintió un vacío tan grande, y se sintió tan tonta, tan tonta… Pero ¿qué diablos le había pasado?, se preguntó tratando de evitar un sollozo. ¿Es que acaso no se valoraba a sí misma? ¿Y en la realidad, sería tan idiota como para permitir que August la abrazara y la besara así otra vez? ¿Por qué diablos soñaba con él? Hacía tiempo que él ya se había ido de sus sueños, de los que se tenían de día y de noche.
Tenía anhelos, y al principio sólo los veía representados en August, pero conforme el tiempo había ido pasando, él ya se iba desapareciendo. Y ahora había soñado con él y en este sueño ella era todo lo que odiaba en una mujer: no había tenido carácter, lo había dejado besarla y abrazarla, aprovechándose de su debilidad.
De no haberse convertido él en el tipo de la cita de hoy, ¿hasta dónde habría llegado?
Se dio cuenta de que el sándwich seguía intacto en su mano, y se levantó para meterlo en el refrigerador mientras se cubría los labios y evitaba, con todas las fuerzas de su alma, llorar. Llorar no llevaba a nada, sólo profundizaba su soledad, porque no había nadie que la consolara.
Tess Warden era una tonta.
—Y al final, hubo que ponerlo en su lugar —iba diciendo Abel Robinson, uno de los más importantes socios en la compañía que Adam presidía—, y SteelWoods ahora es completamente nuestra —sonrió, y luego concluyó diciendo: —De nada—. Adam asintió, aunque no había prestado mucha atención—. Traeré para ti los papeles que debes firmar.—No hace falta…—Debe hacerse hoy mismo, Adam —insistió Abel. Pero es domingo, quiso decir Adam, no quiero firmar nada hoy; sin embargo, Abel se puso en pie, y luego Adam comprobó que no era sólo para ir por unos papeles, sino para fumarse un puro. Adam miró a Horace Goldman, su otro socio, quien sonrió meneando su cabeza.—No has prestado atención a nada de lo que dijo.—Claro que sí.—Claro que no —in
Tess estaba sorprendida. Miró la pequeña caja de madera en sus manos tratando de encontrarle un sentido a lo que había dicho este hombre. Era un amigo de Georgina, la madre de Heather, y ahora recordaba que siempre que hablaba con él, era extraño, y molesto, y… Sí, era un mujeriego, recordó, y se había atrevido a besarle la mejilla.Se limpió el beso sintiéndose irritada, y lo vio caminar hacia los autos que estaban aparcados frente al parque. Miró de nuevo la caja musical y le dio vuelta a la manivela, dos, tres veces.Y la música empezó a sonar.È triste il mio cuor senza di teChe sei lontana e più non pensi a meDimmi perché.Una serie de imágenes empezaron a sucederse en su cabeza, imágenes como de una película vista en su niñez, sólo que no era
Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.<
Heather Branagan se sentó en la cama al lado de Tess, que, recostada de medio lado, mantenía sus ojos cerrados a pesar de no estar dormida.Las suaves manos de su amiga le acariciaron el cabello, y se quedó allí largo rato haciéndole compañía, pero Tess no dijo ni hizo nada. Tampoco le había explicado a su amiga por qué le dolía tanto la muerte de Adam, siendo que hacía unos días era incapaz de recordar con precisión su nombre y apellido.Heather y Georgina habían venido a su casa para cuidar de ella y los niños. Habían estado en el entierro de Adam, y también se habían lamentado por su prematura muerte. Sin embargo, ninguno había sido capaz de ofrecerle una palabra que realmente la consolara. Cuando decían: Dios sabe cómo hace sus cosas, eso sonaba tan egoísta y mezquino que lo odiaba. Cuando decían: Todo tien
En cuanto Adam estuvo en condiciones, tuvo una entrevista con la policía. Estos estaban interesados en saber cómo se había producido su herida, y Adam intentó contarles que alguien lo había apuñalado en un callejón oscuro, pero tampoco fue capaz de formar esas palabras y decirlas. Se parecía mucho a lo que sucedía cuando intentaba decirle a Tess quién era él, y entonces recordó la voz que había dicho algo acerca de labios sellados. De su boca no salía nada que tuviera que ver con Adam Ellington, ni lo que había sucedido en ese extraño episodio en aquel callejón.Le tomaron las huellas, y en pocos minutos supieron todo acerca de él.Su nombre era Michael Moore, treinta años, y tenía orden de captura por varios delitos menores tales como hurto, y porte de documentación y dinero falso. No bien estuvo recuperado, fue esposado y
Trabajó dos semanas con Adriano, su jefe, y cuando le dijo que tenía que partir, éste le pidió que se quedara, prometiéndole incluso una mejor paga. Adam sólo sonrió y le dio una palmada en el hombro.—Gracias por todo —fue lo que le dijo, y salió del restaurante dispuesto a llegar a su pequeña habitación y hacer su maleta.Iba haciendo planes en su cabeza; tendría que comprar varios billetes de autobús hasta llegar a San Francisco, le esperaba más o menos una semana de viaje, si además tenía que parar a hacer algunos trabajillos para ganarse algunos dólares; y cuando llegara, primero buscaría un trabajo y luego una habitación, y luego…¿Cómo hacer para entrar de nuevo en la vida de Tess? ¿Cómo presentarse ante ella?Ahora era alguien diferente, totalmente desconocido par
Adam caminó sin rumbo por la ciudad hasta que se detuvo frente a un muro que daba vista a uno de los tantos puentes del Silver Lake. Era noche cerrada, y brumosa, a pesar de ser verano, pero tampoco quería irse a encerrarse a su estrecha habitación.Se sentía indignado, molesto, ofendido. Le habían quitado su cuerpo, su vida, todo, y lo habían puesto en el de su persona menos favorita en el mundo. Nada menos que August Warden, por Dios.Y ahora, ¿cómo podría presentarse ante Tess? ¿Debía hacerlo?Cerró sus ojos con dolor.No quería ir ante Tess con esta cara y este cuerpo. No podía luchar por ella en esta envoltura. No quería que Tess lo mirara y viera a su esposo, quería que lo viera a él, quería el amor que ella podía tener para Adam Ellington, no los rezagos del amor, o compromiso, o resignación que tuviera hacia s
—El proceso no será tan largo —dijo Raphael mientras cortaba un trozo de carne en el plato de Heather, evitándole a ella el trabajo—. August Warden lleva desaparecido ya casi tres años, nunca se comunicó ni por carta ni por teléfono, abandonó completamente su hogar… Son puntos que un juez tendrá en cuenta para darte un fallo favorable—. Tess asintió en silencio. Estaban en la casa Calahan, con Georgina, Phillip, Heather y Raphael sentados a la mesa. Georgina, aun con su avanzado embarazo, amaba invitar a los que consideraba sus hijos a cenar.Los niños habían venido con Tess, y ahora cenaban en la cocina vigilados por el personal de la casa.—No hay fallos favorables en un divorcio —dijo Georgina con un suspiro lleno de pesar.—Mamá está en contra del divorcio —dijo Heather—. Ella es de las que opina que hay que luchar