—Y al final, hubo que ponerlo en su lugar —iba diciendo Abel Robinson, uno de los más importantes socios en la compañía que Adam presidía—, y SteelWoods ahora es completamente nuestra —sonrió, y luego concluyó diciendo: —De nada—. Adam asintió, aunque no había prestado mucha atención—. Traeré para ti los papeles que debes firmar.
—No hace falta…
—Debe hacerse hoy mismo, Adam —insistió Abel. Pero es domingo, quiso decir Adam, no quiero firmar nada hoy; sin embargo, Abel se puso en pie, y luego Adam comprobó que no era sólo para ir por unos papeles, sino para fumarse un puro. Adam miró a Horace Goldman, su otro socio, quien sonrió meneando su cabeza.
—No has prestado atención a nada de lo que dijo.
—Claro que sí.
—Claro que no —insistió Horace—. ¿En qué piensas, Adam? Si no querías venir, sólo debiste negarte—. Adam se recostó en su cómodo sillón mirando la lejanía. Lo habían citado aquí para hablar de negocios; Abel y Horace eran hombres que vivían y morían por sus empresas, y su padre también había sido así. Adam sólo estaba siguiendo la tradición, sólo que era prácticamente un niño delante de este par de hombres que lo habían visto crecer, y a veces, a pesar de sus treinta y uno, lo trataban así.
—Es verdad… —admitió al fin—. Quisiera estar en otra parte.
—Y en otra compañía, imagino —sonrió Horace—. ¿Y qué haces aquí, entonces? Vamos, ve por ella.
—¿Cómo sabes que es una mujer?
—Porque tus ojos no brillarían tanto si fuera por otra cosa— Adam sonrió.
—¿Recuerdas a Tess, Horace? —Horace ladeó un poco su cabeza y lo miró como si se esforzara en recordar—. La chica que trabajó en mi casa, junto a su abuela, por varios años. Creo que te he hablado de ella.
—Oh, claro que sí. Una joven guapa… No me digas… —Adam sonrió asintiendo.
—Hace un tiempo, la volví a ver, pero… Ella no me recuerda.
—No es posible. Pasaron juntos muchos años, con todas sus aventuras.
—Pero me olvidó. ¿Algo así puede ser posible? —Horace se encogió de hombros.
—Las mujeres son buenas olvidando—. Adam elevó una ceja, pues seguro que Tess era la mejor en eso—. ¿Y ya le has hecho recordar? —Él sacudió su cabeza. ¿Cómo decirle que cada vez que intentaba explicarle quién era él, y por qué razón debía ella recordarlo, terminaba diciendo alguna tontería totalmente diferente? Su propia lengua lo traicionaba, o se quedaba callado como un imbécil—. No me decepciones —sonrió Horace, poniéndose en pie—. Siempre hay algo que se puede hacer. Debes conocerla bien, y ella a ti. Algo hará que se dispare su memoria. Vamos; oblígala a recordarte—. Adam sonrió asintiendo, viendo a Horace alejarse hacia donde estaba Abel, y los vio charlar desde su lugar.
Obligarla a recordar…
“No te olvides de mí”, le había pedido él cuando se despidieron aquella vez, cuando ella le dio aquella hermosa caja musical… pero ella sí que lo había olvidado a él, completamente…
Algo lo hizo detenerse en sus pensamientos. Aquella caja musical, él todavía la tenía. Sí, la había conservado todos esos años. Durante la universidad, la tuvo a la vista, y cuando volvió a casa, la guardó muy bien…
Se puso en pie sintiendo el corazón palpitarle fuerte en el pecho, y caminó rápido hacia donde tenía su auto aparcado.
—¿A dónde vas, Adam? —preguntó Abel—. No hemos terminado.
—Yo sí —le contestó Adam—. Firmaré esos papeles mañana en la oficina.
—Pero qué…
—Déjalo —le pidió Horace a Abel—. Es joven y tiene cosas que hacer un domingo—. Abel lo miró como si no comprendiera el lenguaje en el que le hablaba.
Adam subió a su auto y se encaminó directo a su mansión. Gregory le habló acerca de correspondencia, de acontecimientos tal vez importantes, pero Adam no le prestó atención. Fue directo a la caja fuerte de su habitación y puso la combinación.
Dentro, en el fondo, había una pequeña caja musical. No tenía la típica bailarina de ballet, ni un cisne, ni nada, era una simple cajita de madera con una pequeña manivela saliendo de uno de sus lados. Sin poder evitarlo, le dio cuerda y la música empezó a sonar.
È triste il mio cuor senza di te…
Tal vez esto le hiciera recordar quién era él sin que tuviera que usar las palabras. Ya había entendido que tratar de explicárselo era infructuoso, y ella no parecía interesada en escucharlo. Salió de la mansión con la caja musical en su mano y fue directo a la casa de Tess. Una vez allí, llamó a la puerta, pero nadie le abrió.
—Salió con los niños —le dijo una vecina; tenía un poco de sobrepeso y llevaba una amplia bata de estar en casa—. Están en el parque —le dijo, y le señaló con el brazo.
Sí, había visto el parque de camino aquí, estaba a sólo una cuadra. Volvió a subir al auto y condujo hacia allí.
Tal vez se bajó con mucha prisa, porque no vio al chico que venía en motocicleta, y éste lo esquivó un poco violentamente.
—¡Ten cuidado, idiota! —le gritó, y Adam se quedó allí, sorprendido, y apretando la caja musical en su mano. Dio el primer paso para cruzar la calle, y entonces un coche se detuvo justo a su lado, a punto de atropellarlo.
—Qué te pasa, imbécil —le gritó el conductor, Adam se disculpó, y con más cuidado del normal, cruzó al fin la calle.
Mientras avanzaba, un pájaro voló delante de su cara, y luego un perro de repente se puso agresivo y empezó a ladrarle; su cuidadora tenía que usar toda su fuerza para controlarlo.
Localizó a Tess. Estaba en los juegos infantiles vigilando a sus hijos. Kyle rodaba en el resbaladero mientras Rori se columpiaba. Nicolle estaba en la caja de arena.
Adam se dirigió a ellos, vigilando que nada se atravesara, o lo mordiera, o lo picoteara, y al fin, luego de lo que pareció ser un largo camino lleno de obstáculos, la alcanzó.
Otra vez, ella lo miró confundida, como preguntándose quién era, y qué quería. Él ya no se molestó, sólo puso delante la pequeña caja musical.
—Qué… —empezó a preguntar ella, recibiendo la caja y mirándola ceñuda, confundida.
—Yo a ti —dijo él— nunca te olvidé. Nunca, Tess. Tuve que seguir mi vida, me casé con otra mujer… pero no te olvidé. Tú a mí sí. Pero por favor, recuérdame—. Tess abrió la boca para decir algo, pero Adam se acercó a ella y besó su mejilla—. Estaré cerca —dijo, y dio la vuelta alejándose.
Tess estaba sorprendida. Miró la pequeña caja de madera en sus manos tratando de encontrarle un sentido a lo que había dicho este hombre. Era un amigo de Georgina, la madre de Heather, y ahora recordaba que siempre que hablaba con él, era extraño, y molesto, y… Sí, era un mujeriego, recordó, y se había atrevido a besarle la mejilla.Se limpió el beso sintiéndose irritada, y lo vio caminar hacia los autos que estaban aparcados frente al parque. Miró de nuevo la caja musical y le dio vuelta a la manivela, dos, tres veces.Y la música empezó a sonar.È triste il mio cuor senza di teChe sei lontana e più non pensi a meDimmi perché.Una serie de imágenes empezaron a sucederse en su cabeza, imágenes como de una película vista en su niñez, sólo que no era
Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.<
Heather Branagan se sentó en la cama al lado de Tess, que, recostada de medio lado, mantenía sus ojos cerrados a pesar de no estar dormida.Las suaves manos de su amiga le acariciaron el cabello, y se quedó allí largo rato haciéndole compañía, pero Tess no dijo ni hizo nada. Tampoco le había explicado a su amiga por qué le dolía tanto la muerte de Adam, siendo que hacía unos días era incapaz de recordar con precisión su nombre y apellido.Heather y Georgina habían venido a su casa para cuidar de ella y los niños. Habían estado en el entierro de Adam, y también se habían lamentado por su prematura muerte. Sin embargo, ninguno había sido capaz de ofrecerle una palabra que realmente la consolara. Cuando decían: Dios sabe cómo hace sus cosas, eso sonaba tan egoísta y mezquino que lo odiaba. Cuando decían: Todo tien
En cuanto Adam estuvo en condiciones, tuvo una entrevista con la policía. Estos estaban interesados en saber cómo se había producido su herida, y Adam intentó contarles que alguien lo había apuñalado en un callejón oscuro, pero tampoco fue capaz de formar esas palabras y decirlas. Se parecía mucho a lo que sucedía cuando intentaba decirle a Tess quién era él, y entonces recordó la voz que había dicho algo acerca de labios sellados. De su boca no salía nada que tuviera que ver con Adam Ellington, ni lo que había sucedido en ese extraño episodio en aquel callejón.Le tomaron las huellas, y en pocos minutos supieron todo acerca de él.Su nombre era Michael Moore, treinta años, y tenía orden de captura por varios delitos menores tales como hurto, y porte de documentación y dinero falso. No bien estuvo recuperado, fue esposado y
Trabajó dos semanas con Adriano, su jefe, y cuando le dijo que tenía que partir, éste le pidió que se quedara, prometiéndole incluso una mejor paga. Adam sólo sonrió y le dio una palmada en el hombro.—Gracias por todo —fue lo que le dijo, y salió del restaurante dispuesto a llegar a su pequeña habitación y hacer su maleta.Iba haciendo planes en su cabeza; tendría que comprar varios billetes de autobús hasta llegar a San Francisco, le esperaba más o menos una semana de viaje, si además tenía que parar a hacer algunos trabajillos para ganarse algunos dólares; y cuando llegara, primero buscaría un trabajo y luego una habitación, y luego…¿Cómo hacer para entrar de nuevo en la vida de Tess? ¿Cómo presentarse ante ella?Ahora era alguien diferente, totalmente desconocido par
Adam caminó sin rumbo por la ciudad hasta que se detuvo frente a un muro que daba vista a uno de los tantos puentes del Silver Lake. Era noche cerrada, y brumosa, a pesar de ser verano, pero tampoco quería irse a encerrarse a su estrecha habitación.Se sentía indignado, molesto, ofendido. Le habían quitado su cuerpo, su vida, todo, y lo habían puesto en el de su persona menos favorita en el mundo. Nada menos que August Warden, por Dios.Y ahora, ¿cómo podría presentarse ante Tess? ¿Debía hacerlo?Cerró sus ojos con dolor.No quería ir ante Tess con esta cara y este cuerpo. No podía luchar por ella en esta envoltura. No quería que Tess lo mirara y viera a su esposo, quería que lo viera a él, quería el amor que ella podía tener para Adam Ellington, no los rezagos del amor, o compromiso, o resignación que tuviera hacia s
—El proceso no será tan largo —dijo Raphael mientras cortaba un trozo de carne en el plato de Heather, evitándole a ella el trabajo—. August Warden lleva desaparecido ya casi tres años, nunca se comunicó ni por carta ni por teléfono, abandonó completamente su hogar… Son puntos que un juez tendrá en cuenta para darte un fallo favorable—. Tess asintió en silencio. Estaban en la casa Calahan, con Georgina, Phillip, Heather y Raphael sentados a la mesa. Georgina, aun con su avanzado embarazo, amaba invitar a los que consideraba sus hijos a cenar.Los niños habían venido con Tess, y ahora cenaban en la cocina vigilados por el personal de la casa.—No hay fallos favorables en un divorcio —dijo Georgina con un suspiro lleno de pesar.—Mamá está en contra del divorcio —dijo Heather—. Ella es de las que opina que hay que luchar
Tess abrió los ojos despertando de su sueño, y ahora estaba completamente alerta. Comprobó que Nicolle, que dormía con ella en la amplia cama, estaba profundamente dormida, y sonrió pasando un dedo por su tersa mejilla. No se escuchaba nada excepto su respiración… No sabía qué era lo que la había despertado, todo parecía silencioso y en su lugar, así que se quedó allí, en su cama y bajo las sábanas, escuchando la silenciosa noche.Pero no estaba del todo silenciosa; hubo un ruido, uno muy mínimo, como de madera al ceder… Y recordó que una parte del suelo en el pasillo sonaba un poco cuando se la pisaba.El corazón le empezó a latir acelerado y se sentó de súbito en la cama; si fuera uno de sus hijos que se había despertado, ya los habría escuchado llamarla, pero se quedó allí varios segundo