Tess estaba sorprendida. Miró la pequeña caja de madera en sus manos tratando de encontrarle un sentido a lo que había dicho este hombre. Era un amigo de Georgina, la madre de Heather, y ahora recordaba que siempre que hablaba con él, era extraño, y molesto, y… Sí, era un mujeriego, recordó, y se había atrevido a besarle la mejilla.
Se limpió el beso sintiéndose irritada, y lo vio caminar hacia los autos que estaban aparcados frente al parque. Miró de nuevo la caja musical y le dio vuelta a la manivela, dos, tres veces.
Y la música empezó a sonar.
È triste il mio cuor senza di te
Che sei lontana e più non pensi a me
Dimmi perché.
Una serie de imágenes empezaron a sucederse en su cabeza, imágenes como de una película vista en su niñez, sólo que no era una película, era su vida.
El enorme piano Yamaha en la lujosa sala de una mansión de ricos. El niño de cabellos negros y ojos azules que lo tocaba, su sonrisa… El significado de la canción, Chopin, Adam… el mejor amigo que tuvo en toda su vida…
—Adam —dijo de pronto, con el corazón bombeando acelerado, los ojos inmediatamente humedecidos, las palmas de sus manos sudorosas—. ¡Adam! —gritó, y corrió tras él.
Adam estaba al interior de su auto, al otro lado de la calle, y cuando vio que ella lo llamaba, sonrió. Abrió la puerta para ir a su encuentro, y entonces un auto se estrelló contra el suyo.
Fue de repente. El auto perdió los frenos, patinó, y la defensa trasera se incrustó en su puerta; ésta se hundió, las bolsas de aire se dispararon, pero él terminó atrapado entre la puerta, el volante y el asiento, y con su cuello en un ángulo imposible.
—¡ADAM! —gritó Tess con toda su garganta, y corrió a él. Llegó al auto, pero no podía verlo a través del cristal roto, y dio la vuelta para abrir la otra puerta, y entonces alguien le impidió tocarlo. Empezó a patalear para liberarse del que la sujetaba, y cuando al fin lo logró, se metió en el auto y tomó la mano de Adam. Adam Ellington, el chico que le había dado su primer beso y había prometido no olvidarla jamás, estaba allí, con sus ojos cerrados, con sangre sobre su camisa blanca, con el cuello roto.
—No me dejes —le pidió—. No tú. Por favor. Tú no me dejes—. Él no abrió sus ojos, ni movió sus dedos para devolverle el apretón—. Adam, te lo ruego, por favor, vuelve a mí. Te lo ruego, por Dios, Adam…
La gente empezó a aglomerarse, espantados por lo súbito del accidente. Aunque había algunos locales comerciales alrededor, aquella no era una calle transitada como para que un accidente de este tamaño sucediera. ¡No estaban en una autopista!
Los paramédicos llegaron, de inmediato con sus guantes de látex puestos. Movieron al fin a Tess y la alejaron para poder examinar a Adam.
Ella lloraba. ¿Cómo pudo esto haber pasado? ¡Acababan de reencontrarse!
Y antes de que el paramédico se lo dijera, ella ya lo sabía. Adam se había ido.
Ah, el corazón le dolía, ¡ardía! ¿Era su culpa? Si tan sólo ella lo hubiese reconocido cuando le habló allí en el parque… Si tan sólo…
Oh, Dios mío. Él había estado intentando hablar con ella desde hacía semanas… ¡meses!
Anoche habían salido, y él había querido decirle algo, y ella lo había arruinado todo acusándolo de mujeriego, de tener segundas y terceras intenciones. ¿Qué le había pasado?
Vio cómo se llevaron su cuerpo, y no pudo evitar llorar, llorar por él, llorar porque lo había perdido otra vez.
—Dios, era tan joven —dijo alguien, lamentándose, y Tess sólo miraba al frente, con los ojos secos. Ahora los tenía secos. No había parado de llorar en todos estos días. Cuando en la iglesia hablaron cosas tan bonitas de él, cuando lo dejaron en tierra junto a sus padres no había parado de llorar, pero ahora parecía indiferente a todo, sentada en un mueble de la sala de aquella casa en la que había vivido de niña, que ahora parecía tan fría y muerta.
Tess estaba impactada, todavía no se lo podía creer. Era tan irreal, como un mal sueño.
—Señorita Tess —saludó alguien, y ella al fin levantó la mirada.
—¡Greg! —exclamó. Ahora que había recordado a Adam, recordaba todo lo demás. Gregory había sido el mayordomo de esta casa, y había cuidado a Adam desde que naciera, y desde que su madre muriera, había sido lo único constante en su vida.
Sin poderlo evitar, se acercó a él y lo abrazó, y otra vez volvió el caudal de lágrimas. Gregory miró en derredor. No era usual que una joven abrazara a alguien del servicio, y seguro que ya estaban murmurando, así que, con delicadeza, la tomó por el brazo y la alejó hacia la cocina.
—He visto que no ha comido nada, y debe…
—No tengo hambre.
—Pero debe…
—Nada pasa por mi garganta —insistió ella—. No, puedo… el nudo no me deja, Greg. Oh, Greg… ¿Por qué la vida es tan injusta? Era demasiado joven, tenía… tantas cosas que decirle… —Gregory bajó la cabeza asintiendo, al parecer, sin nada qué decir a eso.
—¿Conocías a mi hijo? —preguntó una mujer entrando también a la cocina, y Tess se giró a mirarla. Era una rubia muy guapa de ojos gris pálido. Vestía de negro, y sus ojos tenían la marca de las lágrimas. No podía ser la madre de Adam, ella había muerto mucho antes de que él y ella se conocieran. La mujer sonrió al comprender la confusión de Tess—. Yo no lo di a luz, sólo fui la segunda esposa de su padre, pero creo que soy lo más cercano que él tuvo a una madre.
—Felicity Hightower —dijo Tess de repente, y la mujer la miró elevando sus cejas—. La conozco… yo… Soy la nieta de Ellen Abbot… Usted contrató a mi abuela para que trabajáramos en su casa… Pero luego se divorció del señor Aaron, y… —Felicity pareció confundida un momento, pero su mirada se fue iluminando al reconocerla.
—Claro que las recuerdo… Oh, eres Tess… Dios, qué alegría verte —Felicity la abrazó como si fuera una vieja amiga, lo que sorprendió un poco a Tess. Sabía que estas grandes señoras nunca se mostraban tan cariñosas con sus empleados—. ¿Sabes lo mucho que te buscó Adam?
—¿A mí?
—No tienes idea de lo que ese pobre pasó cuando… se enteró de que tú y tu abuela se habían ido. ¿A dónde se fueron? ¿Dónde estuviste todo este tiempo? —Tess parpadeó varias veces mirando al suelo. De verdad, ¿qué había sucedido?
Un año después de que Adam se fuera, su abuela había renunciado al trabajo con los Ellington, y juntas se habían ido a Los Ángeles. Por más que le rogó que no se fueran, Ellen estaba decidida, y dado que tenía la patria potestad sobre ella, y ella aún era menor de edad, había tenido que obedecer y seguirla. Se habían enojado mucho, pero la abuela sólo decía que ahora estarían mejor. En Los Ángeles, la anciana encontró trabajo en un hotel, y ella siguió estudiando, aspirando entrar a una universidad para no quedarse atrás, para estar a la altura de Adam, y lo había conseguido, pero luego… olvidó completamente a Adam. ¿Por qué?
Ellen falleció y ella se quedó sola, deprimida, y apareció August, y quedó embarazada…
De repente toda su vida estaba pasando ante sus ojos, como si hubiese olvidado todo esto, como si no fuera su vida, sino la de alguien más, y su corazón empezó a latir con fuerza, porque ahora se estaba dando cuenta de que si había perdido a Adam había sido su culpa. En su cerebro siempre estuvo la información de dónde estaba él, dónde encontrarlo, pero a partir de un punto, todo acerca de él pareció desaparecer.
—¿Me buscó? —preguntó, aunque la respuesta era obvia.
—Muchas veces —contestó Felicity— y durante mucho tiempo—. Se miraron la una a la otra en una muda comunicación, y Gregory puso en sus manos una taza de té humeante. Tess bajó la mirada hacia la taza y trató de respirar hondo, o volvería a llorar descontroladamente.
—La muerte no es justa —dijo al fin, sintiendo que le faltaba el aire—. Adam no debió morir. No era su momento, es injusto. Injusto.
—Al contrario, Tess —dijo Felicity con delicadeza—, es lo más justo que tenemos en la vida; nos llega a todos por igual.
—Pero Adam… Él no… No era su hora.
—¿Qué sabemos? ¿Tenemos manera de saber cuándo será nuestra hora?
—No, pero…
—Sólo nos queda estar listos.
—Pues yo no estaba lista —lloró Tess de nuevo—. Para nada—. Felicity respiró profundo y tomó la mano libre de Tess.
—Te entiendo.
—Ni siquiera puede… decirle… tantas cosas. Teníamos… tanto que hablar—. Felicity asintió sin decir nada—. Me perdí su vida —lloró Tess. Durante todos estos años… no supe de él…
—Entonces —dijo Felicity llevándola hacia la mesa de la amplia y luminosa cocina—, ven, te contaré todo lo que quieras saber acerca de Adam—. Tess la miró a los ojos un poco sorprendida por ese ofrecimiento—. Todo lo que él te hubiera contado, y todo lo que puedo decirte yo.
—¿De verdad? —Felicity asintió con una sonrisa triste.
—¿Por dónde empiezo?
—Supe que él… se casó… y se divorció—. Felicity contestó con un asentimiento.
—Se divorció tan sólo un año después; Christen, aquí entre nos, fue una perra.
—Ella…
—Cometió adulterio… —contestó Felicity—. Adam no la odió, a pesar de eso. Por el contrario, casi la justificó. Me dijo que en cuanto volvieron de la luna de miel, ella se empeñó en quedar embarazada, y cuando pasados los meses eso no sucedía, fue a los médicos. Éstos no hallaron nada malo en ella, así que arrastró a Adam a hacerse los exámenes… y resultó que Adam… era estéril.
—¿Qué? —Felicity asintió.
—Los médicos no dieron con la causa… él simplemente… jamás iba a ser padre —Tess cerró sus ojos, y Felicity siguió hablando, diciendo algo acerca de que Christen pudo haber hecho las cosas de un modo diferente, sin tener que humillar públicamente a Adam, pero ella ya no fue capaz de pensar en nada más.
Recordó a Adam con Nicolle en sus brazos, la manera como la acostó en su cuna, la delicadeza con que la había arrullado.
Las manos le temblaron, completamente empapada en sudor, y sintió que ya no podía más, así que se puso en pie y caminó al jardín dejando a Felicity prácticamente hablando sola. Se iba a ahogar, no le entraba el aire. Miró las plantas, sus flores, la luz del sol sobre ellas, pero todo eso lastimó su vista… Sin embargo, siguió mirando alrededor, como si buscara algo, o a alguien.
—Devuélvemelo —pidió, no supo a quién, y con los puños y los dientes apretados, reclamó: —No sé quién te dio permiso de borrarlo de mi memoria, de borrarlo de mi vida… Ahora te lo exijo: devuélvemelo.
—¿Tess? —la llamó alguien, pero Tess no atendió.
—Que me lo devuelvas…
¿A quién? Preguntó. ¿A August? O, ¿a Adam?
Fue demasiado para Tess, y sin poder respirar, sin fuerza en sus miembros, cayó al suelo.
Adam Ellington estaba sentado en el suelo, contra la pared, mirando el piano de la sala de su casa, o lo que parecía ser su casa, pues eran los mismos muebles y ventanas; con los mismos colores, texturas, la misma luz. Tenía sus ojos clavados en el piano de madera, negro, afinado, con un sonido precioso.Lo habían mandado afinar muchas veces durante su vida, y un anciano ciego venía, se sentaba frente a él y lo volvía a dejar como nuevo. A él siempre le había fascinado la manera en que, sólo ayudado por su oído y unas pocas herramientas, hacía su tarea.Su padre había descubierto que tenía habilidad para la música, y de inmediato había contratado a los mejores maestros para él. Sin embargo, le dijo que era sólo para que tuviera algo en qué ocupar ese talento, pues lo que se esperaba de él era que dirigiera en el futuro las empresas.<
Heather Branagan se sentó en la cama al lado de Tess, que, recostada de medio lado, mantenía sus ojos cerrados a pesar de no estar dormida.Las suaves manos de su amiga le acariciaron el cabello, y se quedó allí largo rato haciéndole compañía, pero Tess no dijo ni hizo nada. Tampoco le había explicado a su amiga por qué le dolía tanto la muerte de Adam, siendo que hacía unos días era incapaz de recordar con precisión su nombre y apellido.Heather y Georgina habían venido a su casa para cuidar de ella y los niños. Habían estado en el entierro de Adam, y también se habían lamentado por su prematura muerte. Sin embargo, ninguno había sido capaz de ofrecerle una palabra que realmente la consolara. Cuando decían: Dios sabe cómo hace sus cosas, eso sonaba tan egoísta y mezquino que lo odiaba. Cuando decían: Todo tien
En cuanto Adam estuvo en condiciones, tuvo una entrevista con la policía. Estos estaban interesados en saber cómo se había producido su herida, y Adam intentó contarles que alguien lo había apuñalado en un callejón oscuro, pero tampoco fue capaz de formar esas palabras y decirlas. Se parecía mucho a lo que sucedía cuando intentaba decirle a Tess quién era él, y entonces recordó la voz que había dicho algo acerca de labios sellados. De su boca no salía nada que tuviera que ver con Adam Ellington, ni lo que había sucedido en ese extraño episodio en aquel callejón.Le tomaron las huellas, y en pocos minutos supieron todo acerca de él.Su nombre era Michael Moore, treinta años, y tenía orden de captura por varios delitos menores tales como hurto, y porte de documentación y dinero falso. No bien estuvo recuperado, fue esposado y
Trabajó dos semanas con Adriano, su jefe, y cuando le dijo que tenía que partir, éste le pidió que se quedara, prometiéndole incluso una mejor paga. Adam sólo sonrió y le dio una palmada en el hombro.—Gracias por todo —fue lo que le dijo, y salió del restaurante dispuesto a llegar a su pequeña habitación y hacer su maleta.Iba haciendo planes en su cabeza; tendría que comprar varios billetes de autobús hasta llegar a San Francisco, le esperaba más o menos una semana de viaje, si además tenía que parar a hacer algunos trabajillos para ganarse algunos dólares; y cuando llegara, primero buscaría un trabajo y luego una habitación, y luego…¿Cómo hacer para entrar de nuevo en la vida de Tess? ¿Cómo presentarse ante ella?Ahora era alguien diferente, totalmente desconocido par
Adam caminó sin rumbo por la ciudad hasta que se detuvo frente a un muro que daba vista a uno de los tantos puentes del Silver Lake. Era noche cerrada, y brumosa, a pesar de ser verano, pero tampoco quería irse a encerrarse a su estrecha habitación.Se sentía indignado, molesto, ofendido. Le habían quitado su cuerpo, su vida, todo, y lo habían puesto en el de su persona menos favorita en el mundo. Nada menos que August Warden, por Dios.Y ahora, ¿cómo podría presentarse ante Tess? ¿Debía hacerlo?Cerró sus ojos con dolor.No quería ir ante Tess con esta cara y este cuerpo. No podía luchar por ella en esta envoltura. No quería que Tess lo mirara y viera a su esposo, quería que lo viera a él, quería el amor que ella podía tener para Adam Ellington, no los rezagos del amor, o compromiso, o resignación que tuviera hacia s
—El proceso no será tan largo —dijo Raphael mientras cortaba un trozo de carne en el plato de Heather, evitándole a ella el trabajo—. August Warden lleva desaparecido ya casi tres años, nunca se comunicó ni por carta ni por teléfono, abandonó completamente su hogar… Son puntos que un juez tendrá en cuenta para darte un fallo favorable—. Tess asintió en silencio. Estaban en la casa Calahan, con Georgina, Phillip, Heather y Raphael sentados a la mesa. Georgina, aun con su avanzado embarazo, amaba invitar a los que consideraba sus hijos a cenar.Los niños habían venido con Tess, y ahora cenaban en la cocina vigilados por el personal de la casa.—No hay fallos favorables en un divorcio —dijo Georgina con un suspiro lleno de pesar.—Mamá está en contra del divorcio —dijo Heather—. Ella es de las que opina que hay que luchar
Tess abrió los ojos despertando de su sueño, y ahora estaba completamente alerta. Comprobó que Nicolle, que dormía con ella en la amplia cama, estaba profundamente dormida, y sonrió pasando un dedo por su tersa mejilla. No se escuchaba nada excepto su respiración… No sabía qué era lo que la había despertado, todo parecía silencioso y en su lugar, así que se quedó allí, en su cama y bajo las sábanas, escuchando la silenciosa noche.Pero no estaba del todo silenciosa; hubo un ruido, uno muy mínimo, como de madera al ceder… Y recordó que una parte del suelo en el pasillo sonaba un poco cuando se la pisaba.El corazón le empezó a latir acelerado y se sentó de súbito en la cama; si fuera uno de sus hijos que se había despertado, ya los habría escuchado llamarla, pero se quedó allí varios segundo
—Tess… —empezó a decir August mirándola, como si esperara que ella lo interrumpiera, echara a llorar, o le reclamara, pero ella simplemente se quedó allí, cruzada de brazos, mirándolo sin mostrar emoción alguna en su rostro. Parecía más bien estudiarlo, como si se viera diferente y ella no lograra reconciliar este nuevo aspecto con el del antiguo August.Él, al parecer desconcertado por su actitud, se quedó allí en silencio, sin añadir nada más.—¿Qué esperas de mí, August? —preguntó ella elevando un poco el mentón y apretando suavemente sus labios.—¿Qué… espero de ti? —August frunció el ceño y la miró bastante confundido, y Tess no pudo evitar dejar salir una risita incrédula.—¿Quién crees que soy ahora? —volvi&o