Baldassare
Estiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.
—Imbecille, ya puedes soltarme —insulta la amiga de la gacela y se alisa su cabello corto; estilo hongo.
Las miro a las dos y son hermosas, pero hay algo que me atrae de la gacela. Puede ser por su audacia o porque no ha soltado lágrima alguna. No es que no pueda llorar, pero cualquier persona de Sicilia sabe que entrar a mi club clandestino y enfrentarme; solo deja una cosa.
—Examinen sus cuerpos y me dejan con ellas —instruyo mientras cambio de mano en la hielera.
Debería quitarme las vendas, pero solo quiero refrescar los nudillos. Mis hombres, uno y dos —los llamo por números— hacen lo que ordené. No tengo idea de sus nombres, trato de ignorarlos, soy una unidad. Perdí a un gran amigo y eso me hizo cerrarme. Ahora solo los veo como lo que son: soldados. El viejo se pasa mencionando que son nuestra famiglia, pero he visto mucha traición para creer a ciega. En este mundo te cortan la cabeza en un segundo.
—No toques de más orangután —se queja la gacela y uno, el que tiene una cicatriz en la ceja derecha; la enfrenta.
—Donna (Mujer), no tientes tu suerte —amenaza a la gacela y siento la imperiosa necesidad de inmiscuirme, pero no tengo tiempo porque ella tira de su corbata.
—No olvidaré tu rostro orangután —murmura en la cara del uno y la amiga aplaude.
—No lo olvidaremos —agrega la chica hongo y me fijo que sus cejas son bien pobladas.
La gacela suelta la corbata y la acomoda en su traje de vestir. Esta escena es irreal e incómoda. La gacela da un paso atrás y roto mis hombros. La tensión se acumula en mis músculos.
—Ciao —los despido antes de que se arme el desmadre y le notifiquen a mi viejo que una mujer ha conseguido que la defienda de ellos.
El uno, gira por encima del hombro y, es valiente al fulminarme con la mirada. Le sostengo la mirada y espero que vea mi sed de sangre. Le doy el tiempo para que sopese su próximo movimiento y si decide retarme delante de mis invitadas… Es que si comete el paso incorrecto; le arrojaré la hielera en su cabeza con coleta. El uno toma la mejor decisión y se marcha con el dos.
—Escucha, Biondo Diavolo —ataca la gacela y acorta la distancia entre nosotros.
La amiga la sigue y se acomoda a mi lado; en el sofá. Ladeo la cabeza hacia la chica hongo y cruza una pierna encima de la otra. La vestimenta de ambas es oscura con chaqueta larga y botas militares. Noto que son mujeres elegantes y alocadas. Definitivamente, con ganas de morir, pero su porte es de alcurnia.
—Biondo Diavolo —repite ese ridículo apodo y la vuelvo a ver.
La gacela se queda sin voz y traga hondo. Es mi turno de examinar su belleza. Esa coleta estirada invita a mi puño a tirar de su rabo. El perfil de ella es violentamente exquisito, su piel blanca me invita a acariciarla y verificar si es tan suave al tacto como se ve. Esa boca pintada de carmesí seduce a mi polla. «Merda, contrólate» La hielera tapa mi miembro, pero el amigo allá abajo quiere revivir.
—Me llamo…
—No me interesa tu nombre —dice tajante y aprecio el trato.
Ha sido como un balde de agua fría a mi polla.
—Debería interesarte —rebato y ella se cruza de brazos; haciendo que mis ojos se vayan a sus senos. Me gusta que estén tapados bajo esa chaqueta. Las mujeres me parecen más atractivas cuando visten elegantes sin mostrar su cuerpo. Luego, a la hora de llevarlas a la cama tengo la oportunidad de desvestirlas como si fueran mi regalo de Navidad.
—Pues no lo hace, Biondo Diavolo —apunta con actitud.
Ella disimula muy bien sus nervios, pero sé que están ahí; ocultos detrás de esa guerrera. Los puedo descifrar en la forma que actúa agresiva e indiferente. La gacela se preocupa enormemente por su amiga y eso es una gran desventaja.
—Me gusta el apodo, no puedo creer que tengas acento siciliano y seas biondo —añade la chica hongo.
Estas chicas no son de Sicilia. Todos conocen a los hermanos biondos de Sicilia. No soy una persona que pasa desapercibido, soy el tercio de los hermanos y el que pierde con facilidad el temperamento.
—¿Qué vinieron a hacer en mi club?
—Vinimos a ver las luchas —responde la gacela.
Coloco la hielera en la mesita de noche y me incorporo. Ella no retrocede y me observa. La mujer me seduce y doy un paso hacia ella. Estamos tan cerca que puedo respirar su aire. Entre nosotros rebota energía, es algo bastante curioso y la miro hacia abajo. Su cabeza llega a mi barbilla, pero se encarga de no perder mi rastro. La gacela soporta mi escrutinio. La realidad es que no hay muchas personas valientes a mi alrededor. Las mujeres que han estado conmigo evitan mis ojos. Solo las penetro. Sin besos. Ni juegos. No estoy para las mujeres. Sin embargo, sus labios son tentadores y se me antojan probarlos.
—¿Por qué te entrometiste en la lucha? —pregunto para detener los pensamientos tontos y prosigo—. ¿Es tu novio? —La risa de ella me hace querer golpear mi cabeza contra el muro.
«¿Por qué hice esa ridícula pregunta?», medito mi estupidez. Tengo la respuesta. Simple y llanamente porque quiero que ella me diga que es libre. La gacela no puede tener pareja. No me reconozco. Es que si mis hermanos estuvieran presentes no pararían de mofarse de mí. Volviendo al tema. Si ella fuera mía; no la perdería de vista.
—¿Novio? —interroga con tono burlesco y desvía la mirada hacia la chica hongo.
La gacela con tan solo una mirada a su amiga y se explayan a reír. Además, toma esa excusa para huir de mí y la chica hongo de un salto se pone en pie.
—Bonfilia, en este instante estás soltera —dice riendo la chica hongo y mira su reloj caro, es un Bulgari Serpenti.
Otra cosa que confirma que son de familia adinerada. Los ladrones harían fiesta con ese reloj.
—¿Te llamas Bonfilia? —No paro de hacer preguntas idiotas.
—Sí y mi amiga es Graziella —responde la gacela.
Miente descaradamente.
—Contesta con la verdad.
—Biondo Diavolo…
—Baldassare Vitale. No lo olvides —interrumpo su apodo y ella se queda boquiabierta.
Ya era hora de que entienda que no soy un don nadie.
—Es un nombre muy lindo, ¿verdad Graziella? —La gacela se recupera demasiado pronto, será que no conoce a mi familia.
Tiene que ser, porque de otra forma no estuvieran tan tranquilas.
—Es muy varonil, pero me fascina Biondo Diavolo —habla la chica hongo y me ignoran.
Estas mujeres son un gran enigma y empiezo a quitarme la venda de la mano izquierda.
—Responde las preguntas —insisto y la gacela me observa.
Ella se fija en mis nudillos jodidos, pero disimula y se endurece.
—Entré al ring porque ese hombre se rindió —dice y da un paso hacia mí.
—El tipo es un ladrón —murmuro, secamente y dejo caer la venda al piso.
—No importa, solo le compré un descanso…
—Incluso, si va a morir de todas formas —agrego y comienzo a quitarme la otra venda.
—Te aseguro que ese breve tiempo que le di es suficiente —comenta la gacela y acorto la poca distancia que nos separa.
Ella alza la barbilla.
—¿Te crees protectora de las almas perdidas? —interrogo y ella no se rinde.
—No. Solo hice lo que hubiera querido si yo estuviera en su posición.
La gacela por fin habla con el corazón.
—¿Por qué han venido a Sangue Criminale?
BaldassareLa amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.Me hierve la sangre.—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quier
AzzuraEn el transcurso hacia el Ferry no se dijo ni una palabra. Hemos sido entrenadas para detectar cuando debes callar y dentro de este auto el aire es viciado. Hasta nosotras sabemos que Baldassare Vitale ha alzado sus barreras con esa llamada. No ha parado de tamborilear sus dedos contra el volante. A falta de palabras, observo su perfil. El tablero del auto refleja su cara. Retuerzo los dedos en mi regazo para no alargar la mano y rozar sus pómulos. Itala me saca de mi evaluación con un codazo en el brazo y apunta la ventana con la barbilla. Ella se encarga de examinar que nos lleve al Ferry y no seamos secuestradas. Es absurdamente ridículo; después de ser la primera en subir al auto. No tenemos alternativa. Estamos sin armas y sin protección. En otras palabras, nos tiene a su merced. La realidad es que no teníamos idea de que era un Vitale. Escuchamos en el hotel a dos chicos mencionar el club y usamos nuestros atributos. Coqueteamos con ellos hasta sacar la información del si
BaldassareLa imponente vista de la villa histórica de mi familia, me recibe y oprimo el botón del control; que abre el portón. La Fortalezza se encuentra ubicada en una colina en Taormina, centro.—Avanza —apuro al portón.La falta de paciencia es uno de mis mayores defectos y tamborileo los dedos en el volante; esperando que abra el maldito portón.Intento bloquear a la gacela, pero su voz no sale de mi puto cerebro.«Limpia tus nudillos», se repite como un coro de una canción.Los veinte minutos que me eché desde el Ferry a la villa se fueron controlando el impulso de dar marcha atrás. Ella se preocupó por mí y eso causó un revuelo en mi interior.El problema es que mi famiglia requiere mi presencia y no soy de dar la espalda a mi sangre. Por eso la despedí secamente, usé mi carta de diavolo y la empujé lejos. Soy un bastardo por naturaleza, no me cuesta sacar ese lado, pero con ella…Joder, esa gacela consigue realzar otro de mis defectos y lo intensifica. «Soy muy obsesivo». La ob
Baldassare—Pronto lo averiguaré —aseguro y Chris se acomoda los anteojos de montura circular en el tabique—. ¿Qué sabes sobre la llamada del viejo?Felice besa la espesa barba con candado de mi hermano y él le roba un beso en la boca.—Iré con Esmeralda —informa Felice y se despega de mi hermano; dándonos privacidad.—¡No le muestres a madre la foto! —grito a su espalda y ella me mira por encima del hombro.—Madre siempre tiene conocimiento de lo que acontece con sus tres biondos —agrega Felice, riendo y se da la vuelta.—Retrásalo —murmuro y ella se despide con la mano en alto.La mirada intensa de Chris me taladra y camino hacia el almacén. El jardín está alumbrando por faroles y pasamos una fuente con la estatua de un niño sentado en el medio.—Papá, te sermoneará por la vestimenta —dice mientras se acopla a mi paso.La organización debe vestir con traje oscuro y sombrero.—No trajiste el sombrero —rebato.—Tu ropa atraerá a papá.—No respondiste referente a la llamada del viejo —l
AzzuraMi padre me sujeta con demasiada fuerza por la muñeca y me saca del lobby a grandes zancadas. Trato de mantener su paso y troto para no caerme. El corazón lo tengo agitado, no solo por el esfuerzo de seguirlo, sino por lo que mis palabras han desatado. Afuera llovizna y las gotas me hacen estremecerme. —Llévanos a la Villa en Polistena —ordena mi padre y el hombre nos abre la puerta del auto blindado—. Entra. —Libera mi muñeca e Itala coloca la mano en mi espalda baja.—Querrás decir a tu hogar —hablo contrariada por su formalidad.—Antes de hablar piensa —susurra Itala en mi lóbulo y se aleja.El consejo lo desecho, no pienso meditar. La veo irse hacia el otro auto blindado y conecta sus ojos con los míos. Itala se preocupa por mí y mi bocota. Su papá la apresura y sube al auto.—Azzura, espero por ti —insta mi padre.—Ya era hora —contesto, siendo una niña malcriada y acaricio el techo. Es una maravilla de todoterreno, un Inkas Sentry Civilian—. Hasta este auto consigue más a
Azzura—Lo dudo. —Ladea la cabeza y examina mi rostro—. Ahora entiendo por qué se perdía tanto en Canadá.Libera mi mano y se inclina respetuosamente. Itala aparece y me agarra la mano.—Dime que la pasaste mejor que yo en el auto…El soldado de la cicatriz aprovecha para esfumarse.—Darío mencionó que no estoy preparada —admito y veo a Gaetano haciendo una llamada.—Gaetano no me permitió explicar nada. —Nosotras siempre nos referimos por los nombres de nuestros padres cuando estamos en líos—. El asunto se hablará en el almacén de Darío —resopla y continúa—. Se pasó el camino hablando por el celular —dice triste.—Déjame solucionarlo —pido, pero Itala coloca su dedo índice en mis labios.—No necesito que corras con la culpa. Nadie me puso una pistola en la cabeza para ir a Sicilia. —Suelta mi mano y pasa el brazo por mi hombro—. Solo intenta ser menos directa.—No prometo serlo.Reímos y se acaba la paz con los gritos de la esposa de Darío.—¡Imbecille, te odio! ¿Cómo te atreviste a t
AzzuraVittorio saca su pistola y decide que su nieta es su rival. No le doy el gusto de verme suplicar y alzo los hombros, restando importancia al asunto.—Padre… —dice Darío, y el rugido de mi abuelo lo calla.—¡En este instante soy el capo bastone! —demanda el respeto que merece—. No puedo tolerar que te sigas burlando bajo mi nariz…—En ningún momento me burlé de ti. Solo protegí a mi hija —escucharlo por segunda vez me enorgullece.—Papá —lo llamo, pero él no desvía los ojos del arma—, no te preocupes…—Azzura, solo cállate y sal del almacén.—Puedo morir feliz. Has dado la cara por mí. Ya no soy un fantasma…—Muy pronto lo serás —amenaza Vittorio y mi padre se interpone delante de mi cuerpo—. Muévete, Darío, no me detendré —advierte.—Haz lo que tengas que hacer. Me enseñaste a proteger a la familia, así sea con mi vida. —Mi padre alza las manos en rendición; intento salir de su protección, pero me bloquea el paso—. La joven que apuntas es mi hija…—Te tardaste en protegerla —sac
AzzuraItala da miradas hacia atrás, y al estar bastante retiradas, se recupera para dar guerra a su amiga.—Te volviste loca, has tratado como m****a al Don, no a cualquiera —pelea.—Es la única opción. No seré la nieta que venderá al mejor postor —prometo.—Darío impidió que recibieras un castigo. —Itala me retiene a mitad de camino y se planta en mi cara—. Temo por ti, cosa que tú no haces.—Para eso te tengo en mi vida. —La acerco a mi cuerpo y abrazo fuerte.—¿Qué harás cuando regrese a Canadá?No quiero ir a ese tema, aunque es nuestra realidad.—Te conozco. Te encargarás de que sienta tus regaños, así estés a miles de kilómetros. —La alejo y jalo de la mano—. Entremos. Hace frío y debemos buscar nuestras habitaciones.—Buscaré la manera de tirar de tu oreja —afirma y se deja guiar hacia la casa.Recorro con la vista el área del frente: hay un bohío, varias tumbonas y una piscina al aire libre.—Antes de irme tenemos que probarla —propone Itala, y asiento.—Lo haremos —acepto, so