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Capítulo 2: Me Atrae la Gacela

Baldassare

Estiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.

Imbecille, ya puedes soltarme —insulta la amiga de la gacela y se alisa su cabello corto; estilo hongo.

Las miro a las dos y son hermosas, pero hay algo que me atrae de la gacela. Puede ser por su audacia o porque no ha soltado lágrima alguna. No es que no pueda llorar, pero cualquier persona de Sicilia sabe que entrar a mi club clandestino y enfrentarme; solo deja una cosa.

—Examinen sus cuerpos y me dejan con ellas —instruyo mientras cambio de mano en la hielera.

Debería quitarme las vendas, pero solo quiero refrescar los nudillos. Mis hombres, uno y dos —los llamo por números— hacen lo que ordené. No tengo idea de sus nombres, trato de ignorarlos, soy una unidad. Perdí a un gran amigo y eso me hizo cerrarme. Ahora solo los veo como lo que son: soldados. El viejo se pasa mencionando que son nuestra famiglia, pero he visto mucha traición para creer a ciega. En este mundo te cortan la cabeza en un segundo.

—No toques de más orangután —se queja la gacela y uno, el que tiene una cicatriz en la ceja derecha; la enfrenta.

Donna (Mujer), no tientes tu suerte —amenaza a la gacela y siento la imperiosa necesidad de inmiscuirme, pero no tengo tiempo porque ella tira de su corbata.

—No olvidaré tu rostro orangután —murmura en la cara del uno y la amiga aplaude.

—No lo olvidaremos —agrega la chica hongo y me fijo que sus cejas son bien pobladas.

La gacela suelta la corbata y la acomoda en su traje de vestir. Esta escena es irreal e incómoda. La gacela da un paso atrás y roto mis hombros. La tensión se acumula en mis músculos.

Ciao —los despido antes de que se arme el desmadre y le notifiquen a mi viejo que una mujer ha conseguido que la defienda de ellos.

El uno, gira por encima del hombro y, es valiente al fulminarme con la mirada. Le sostengo la mirada y espero que vea mi sed de sangre. Le doy el tiempo para que sopese su próximo movimiento y si decide retarme delante de mis invitadas… Es que si comete el paso incorrecto; le arrojaré la hielera en su cabeza con coleta. El uno toma la mejor decisión y se marcha con el dos.

—Escucha, Biondo Diavolo —ataca la gacela y acorta la distancia entre nosotros.

La amiga la sigue y se acomoda a mi lado; en el sofá. Ladeo la cabeza hacia la chica hongo y cruza una pierna encima de la otra. La vestimenta de ambas es oscura con chaqueta larga y botas militares. Noto que son mujeres elegantes y alocadas. Definitivamente, con ganas de morir, pero su porte es de alcurnia.

Biondo Diavolo —repite ese ridículo apodo y la vuelvo a ver.

La gacela se queda sin voz y traga hondo. Es mi turno de examinar su belleza. Esa coleta estirada invita a mi puño a tirar de su rabo. El perfil de ella es violentamente exquisito, su piel blanca me invita a acariciarla y verificar si es tan suave al tacto como se ve. Esa boca pintada de carmesí seduce a mi polla. «Merda, contrólate» La hielera tapa mi miembro, pero el amigo allá abajo quiere revivir.

—Me llamo…

—No me interesa tu nombre —dice tajante y aprecio el trato.

Ha sido como un balde de agua fría a mi polla.

—Debería interesarte —rebato y ella se cruza de brazos; haciendo que mis ojos se vayan a sus senos. Me gusta que estén tapados bajo esa chaqueta. Las mujeres me parecen más atractivas cuando visten elegantes sin mostrar su cuerpo. Luego, a la hora de llevarlas a la cama tengo la oportunidad de desvestirlas como si fueran mi regalo de Navidad.

—Pues no lo hace, Biondo Diavolo —apunta con actitud.

Ella disimula muy bien sus nervios, pero sé que están ahí; ocultos detrás de esa guerrera. Los puedo descifrar en la forma que actúa agresiva e indiferente. La gacela se preocupa enormemente por su amiga y eso es una gran desventaja.

—Me gusta el apodo, no puedo creer que tengas acento siciliano y seas biondo —añade la chica hongo.

Estas chicas no son de Sicilia. Todos conocen a los hermanos biondos de Sicilia. No soy una persona que pasa desapercibido, soy el tercio de los hermanos y el que pierde con facilidad el temperamento.

—¿Qué vinieron a hacer en mi club?

—Vinimos a ver las luchas —responde la gacela.

Coloco la hielera en la mesita de noche y me incorporo. Ella no retrocede y me observa. La mujer me seduce y doy un paso hacia ella. Estamos tan cerca que puedo respirar su aire. Entre nosotros rebota energía, es algo bastante curioso y la miro hacia abajo. Su cabeza llega a mi barbilla, pero se encarga de no perder mi rastro. La gacela soporta mi escrutinio. La realidad es que no hay muchas personas valientes a mi alrededor. Las mujeres que han estado conmigo evitan mis ojos. Solo las penetro. Sin besos. Ni juegos. No estoy para las mujeres. Sin embargo, sus labios son tentadores y se me antojan probarlos.

—¿Por qué te entrometiste en la lucha? —pregunto para detener los pensamientos tontos y prosigo—. ¿Es tu novio? —La risa de ella me hace querer golpear mi cabeza contra el muro.

«¿Por qué hice esa ridícula pregunta?», medito mi estupidez. Tengo la respuesta. Simple y llanamente porque quiero que ella me diga que es libre. La gacela no puede tener pareja. No me reconozco. Es que si mis hermanos estuvieran presentes no pararían de mofarse de mí. Volviendo al tema. Si ella fuera mía; no la perdería de vista.

—¿Novio? —interroga con tono burlesco y desvía la mirada hacia la chica hongo.

La gacela con tan solo una mirada a su amiga y se explayan a reír. Además, toma esa excusa para huir de mí y la chica hongo de un salto se pone en pie.

—Bonfilia, en este instante estás soltera —dice riendo la chica hongo y mira su reloj caro, es un Bulgari Serpenti.

Otra cosa que confirma que son de familia adinerada. Los ladrones harían fiesta con ese reloj.

—¿Te llamas Bonfilia? —No paro de hacer preguntas idiotas.

—Sí y mi amiga es Graziella —responde la gacela.

Miente descaradamente.

—Contesta con la verdad.

Biondo Diavolo

—Baldassare Vitale. No lo olvides —interrumpo su apodo y ella se queda boquiabierta.

Ya era hora de que entienda que no soy un don nadie.

—Es un nombre muy lindo, ¿verdad Graziella? —La gacela se recupera demasiado pronto, será que no conoce a mi familia.

Tiene que ser, porque de otra forma no estuvieran tan tranquilas.

—Es muy varonil, pero me fascina Biondo Diavolo —habla la chica hongo y me ignoran.

Estas mujeres son un gran enigma y empiezo a quitarme la venda de la mano izquierda.

—Responde las preguntas —insisto y la gacela me observa.

Ella se fija en mis nudillos jodidos, pero disimula y se endurece.

—Entré al ring porque ese hombre se rindió —dice y da un paso hacia mí.

—El tipo es un ladrón —murmuro, secamente y dejo caer la venda al piso.

—No importa, solo le compré un descanso…

—Incluso, si va a morir de todas formas —agrego y comienzo a quitarme la otra venda.

—Te aseguro que ese breve tiempo que le di es suficiente —comenta la gacela y acorto la poca distancia que nos separa.

Ella alza la barbilla.

—¿Te crees protectora de las almas perdidas? —interrogo y ella no se rinde.

—No. Solo hice lo que hubiera querido si yo estuviera en su posición.

La gacela por fin habla con el corazón.

—¿Por qué han venido a Sangue Criminale?

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