Azzu va entrando siendo ella a la Roca, me gusta. Nuestro peccato es el Biondo Diavolo!!
AzzuraEl gruñido posesivo de Baldassare me saca de mis delirios por él.—Primo, es mi Gacela —dice mi obsesivo, y mi mamma pone los ojos en blanco—. Y con mucho gusto cometo ese peccato hasta que me muera —acepta que sea su cruz y consigue que me derrita sin tocarme, solo con su declaración.Es visceral, porque desde que lo conocí supe que él era mi peccato y mi rovina.Carmina sonríe de oreja a oreja, y con ese gesto compruebo que este hombre ha logrado entrar en nuestras vidas. Se ha ganado a mi mamma demasiado rápido, y al mirar a Narciso veo su tristeza. Ella vino a aceptarlo cuando ya no éramos nada. Pero con el Biondo Diavolo se nota la aceptación a gran escala.—Santito, ven a abrazarme —habla Immacolata mientras se acuclilla y abre sus brazos para él.Él pasa como un celaje por mi lado y se arroja con fuerza a su cuerpo. La mujer cae al piso con el niño. El hombre de las gafas oscuras, el Capi, deja de ser una estatua y se dobla a despeinar el cabello de Santito.—Dame un segu
BaldassareEscucho a mis hermanos discutir por la ruta que deben tomar. Merda, vienen hacia la Roca. Debo notificarle al Capi. No vaya a pensar que vienen con malas intenciones.—Ya no hay manera que se devuelvan —afirmo mientras observo como bajan los heridos por las escaleras.Los Sovrano tienen su clínica en los sótanos. Lo bueno es que, si viene uno grave en camilla, lo entran por una puerta secreta. Eso me trae recuerdos de Constantino siendo traslado por ese túnel. En ese instante no le di importancia, pero fue escalofriante.—Negativo, vamos a ver lo bien que estás —responde Chris.—Me informaron que apagaron el fuoco —agrega por la línea Felice.—¿Traes a la cuñada?—Por supuesto. No te emociones mucho —alza la voz la alocada mujer de Christoph.—Tengo que colgar.No me despido y cierro la llamada. Me acerco al rellano, al lado de Carmina, y sus ojos fuertes me enfrentan.—Debo informar al Capi de la llegada de mis hermanos —hablo con prisa.Ella solo me observa con su rostro i
BaldassareLa enfermería de los Sovrano huele a alcohol, metal y secretos. Immacolata me recibe con una mirada de reprimenda. El cabello lo tiene metido en un gorrito y me apunta con la barbilla hacia la camilla que está al fondo. Apartada. Ideal para mí. Antes de ser obediente, le doy una mirada a los asiáticos.Filipa está vendando el brazo de unos de los chicos. No veo a Carmina por ningún lado y termino posando los ojos en el líder, Kenta. No tiene que contarme su tristeza, porque su semblante es un letrero. Tiene la pierna vendada.—El clan Corvi se levantará —recita, más para él que para mí—. Puede que me veas débil. Tal vez pienses que somos un cero a la izquierda…—No pongas palabras que no he dicho en mi boca —refuto.Filipa me observa.—No hace falta que grites para verlo en tu jeta —dice con los dientes rechinando.—Lo que veo es una profunda tristeza —hablo con la verdad y prosigo—. Algo completamente válido. No te juzgo. Tengo famiglia. —Coloco la mano en mi pecho—. Descan
ConstantinoEl sitio tiene la fachada que los Sovrano aman. No me alarma. Para ser territorio de ellos, debe haber: pobreza y distracción. Admito que saben jugar en el bajo mundo. Incluso más que las organizaciones grandes. Me cansé de ser ignorado, sigo con el teléfono en la oreja, pero los malditos no se cansan de batearme. Baldassare y Neri. Tal para cual. Baldassare, desde que perdió a ese amigo —el hijo de un soldado en la organización— se cerró.Solo nos permitía a sus hermanos entrar. Nunca dejó que Neri entrara, pero ese bastardo empujó hasta conseguirlo.—Salgo ahora —responde Neri, sin darme opción a gruñir, y desconecta la llamada.Christoph está protegiendo la puerta de la camioneta del lado de su novia. Sus nervios son comprensibles. Felice es su vida. Yo también tuve a alguien. Confié en ella. Pensé que era mi todo… hasta que los Minniti lo arruinaron. Unas marcas y me convirtieron en una bestia. Chiara resultó ser superficial. No le sirve un hombre con cicatrices.Mi fre
Constantino—Constantino, cierra la boca y sígueme —ordena Neri.A pesar de que ha dejado el puesto de capodecina, no desaparece su voz de mandato.—Neri es un cachorro ladrando —tira pulla Itala, y suelto su mano.—Acaricia mi rabo para que veas lo que es capaz de hacer este cachorro —le advierte Neri, y me confirma que esta hermosa dama está fuera del menú.Los Vitale no nos entrometemos en las conquistas del otro. Itala no es indiferente a mi primo, la delata el rubor en su mejilla. Neri no lo ve porque está delante y de espaldas a nosotros, pero me lo bebo todo para luego hacerle un resumen de lo que se perdió.—Soy Felice —mi cuñada se presenta y trae de la mano a mi hermano—, y este Dios griego es mi hombre, Christoph.Felice coloca su mano en su pecho; como siempre. No trata de lucirse, ellos son así: nunca separados. Los dos deben tener contacto, uno encima del otro.—¡Hacen la pareja perfecta! —chilla Itala, y Azzura se acerca curiosa.Esta chica es preciosa. «Pero es de tu he
AzzuraEs una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidi
BaldassareEstiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.—Imbecille
BaldassareLa amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.Me hierve la sangre.—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quier