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Capítulo 3: Averígualo

Baldassare

La amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.

—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.

Me hierve la sangre.

—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.

Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.

—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.

—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.

Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.

—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.

—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.

Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quiero algo mío. Algo que solo yo tenga el control. Este club se ha convertido en mi escape. Cuando mi ira me cubre tengo la certeza de que ese cuadrilátero me dará esa libertad. Allá arriba soy solo Baldassare. Nadie espera mucho de mí. Solo reto al valiente que se atreva a tocarme y siempre sube alguien. No falta el loco que quiere golpearme, aunque sea un poco.

—No había pensado en lucha de mujeres, pero lo tendré presente —digo y ella agranda los ojos.

—Sería estupendo. —Su emoción es palpable y su amiga carraspea.

—Nos tenemos que ir, nos escapamos del hotel en Reggio y nuestros padres deben estar enojados.

—Las llevo hacia el Ferry —indico y doy la vuelta.

Me encamino hacia la silla, detrás del escritorio y agarro mi camisa oscura que estaba en el espaldar.

—No te preocupes, tomaremos un taxi —habla la gacela y paso la camisa por mi cabeza.

Busco en la gaveta el arma y la pillo en mi cintura. Los ojos de estas mujeres los siento encima, pero no las miro.

—Saldremos de incógnita, evitamos los murmullos. Y, por si no lo saben el último Ferry sale en… —miro el celular y digo—: veinte minutos.

—Demonios, si no llegamos nos matan. —La chica hongo se ve asustada, no la vi así conmigo, pero se aterra por su sangre.

—Las llevaré, vamos. —Guardo mi celular y paso por delante de ellas—. Síganme.

No las llevaré por una salida típica. Iremos por un laberinto secreto que nos llevará a mi sótano. Muevo un cuadro y presiono mi dedo pulgar en el panel. La pared se desliza dejando una puerta negra a la vista; con el mango dorado. Un silbido me hace mirar para encontrar a la chica hongo sonriendo por mi puerta secreta.

—Ustedes, no tienen sentido de supervivencia —afirmo y agarro el pomo.

—¿Irás solo? —pregunta la gacela y con una sonrisa de lobo; giro sobre mis talones—. Digo, sin tus hombres —intenta arreglar su error.

La gacela tiene conocimiento de mi familia. Tal vez no de mí, pero sí de lo poderoso que son los Vitale. La chica finge ser una tonta que ama la lucha, pero no me creo el cuento. Empujo la puerta y las invito a pasar con la mano.

Pazzo (Loco), entra primero. ¿Y si es una trampa? —niega la chica hongo y se cuadra al lado de la gacela.

Las alcanzo y las miro detenidamente. Saboreo su miedo y aspiro en sus narices.

—Quiero que sepan que no pido permiso, soy un Vitale y me muevo a mis anchas.

Les doy la espalda y una vez que paso el umbral la luz se enciende. A cada paso un foco brilla y sus pasos resuenan detrás de mí. A la mitad de camino, oprimo un botón en la pared y la puerta cierra a nuestras espaldas.

—¡Biondo Diavolo, podrías avisar sobre la puerta! —dice con la mano en el pecho la gacela—. No juegues con nosotras —agrega seria, intenta mostrar rudeza, pero su voz la delata.

«Y eso que solo fue el ruido de la puerta», bromeo en mi cerebro.

Merda, no me gusta este pasillo de la muerte —replica la chica hongo.

Tranqui, soy un hombre de honor —hablo divertido de haber roto su fachada osada y coloco mi dedo pulgar en el sensor; al llegar al final del pasillo—. No quiero que su papá las castigue —bufo y abro la puerta sonriendo.

Demonios, no soy de reír y estas dos mujeres me han sacado una puta sonrisa. No la han visto y coloco mi cara de diavolo. Sostengo la puerta para que ellas pasen y la gacela mira la oscuridad.

—Oh, cierto. —Estiro la mano y enciendo la luz.

Me ciega y parpadeo para ajustarme a la invasión. La gacela es la primera en pasar y se queda viendo las escaleras. Apresuro con la mano a la chica hongo y ella me hace muecas.

—Es un sótano. Ahí tengo mis autos seguros.

Cierro la puerta y las adelanto.

—¿Seguro de qué? —La gacela hace esa tonta pregunta.

—De explosivos —comunico mientras bajo de dos en dos los escalones.

Llego enseguida, solo es un piso por debajo y enciendo otra luz. Busco en el panel la llave del Phantom Rolls-Royce. Ellas examinan mis autos y desactivo la alarma del que utilizaremos.

Las damas van fascinadas hacia el vehículo y les abro la puerta de la parte de atrás.

—Adelante, damas. —Como todo un caballero, alargo el brazo y señalo el asiento.

—¡Serás nuestro chofer! —chilla la chica hongo y se ve relajada.

La gacela observa en silencio los asientos en cuero; con tonos negros y rojos. Su amiga sube al auto y los ojos oscuros de la gacela recaen en los míos. Ella se ve preocupada, pero mantengo su mirada.

—¿Tienes miedo? —Hago la pregunta que sé que la hará recuperar su lado valiente.

Ella se acerca y desvía sus ojos a la mano que sostiene la puerta. «¿Mis nudillos la tienen angustiada o teme a la sangre?», dudo en mi cabeza.

—¿Debo tenerlo? —rebota mi pregunta y sonrío sin poder evitarlo.

Es una m*****a sonrisa y recupero la cordura; cortando de sopetón esta brujería. De seguro, esos ojos como caldero son un brebaje que va directo a mi lado irracional.

—No puedo responder —la gacela alza las cejas y añado—, se supone que sea un hombre bueno y te aconseje que corras, pero…

—¿Pero? —interroga con voz trémula.

La gacela alterna sus ojos entre los míos y mi boca.

—Pero el Bionbo Diavolo se niega a responder. Averígualo si eres tan valiente como te mostraste en el ring.

El celular suena y aunque quiera ignorarlo, en mi mundo es imposible. La gacela sube al asiento con su amiga y en la pantalla; el nombre de mi viejo parpadea.

—Viejo —saludo y cierro la puerta.

—Baldassare, requiero tu presencia ahora —su voz es contenida, y ese tono me indica que hemos sido atacados.

—De acuerdo. —Nunca se cuestiona, ni se hacen preguntas por la línea.

La famiglia lo resuelve en persona. Somos muy discretos. En la organización han muerto personas por hacer mapas de estrategias y utilizar nuestros nombres. Esa regla es irrompible. No se puede dejar evidencia para los carabineros (fuerza policial). Rodeo el auto y al subir; enciendo el auto con el sensor.

—¿Ocurre algo? —La gacela investiga y cruzo la mirada con la suya; por el espejo retrovisor.

—Asuntos familiares —murmuro con el semblante impenetrable.

El apodo de la gacela se queda corto cuando atacan a los míos. El único que le puede dar problemas soy yo; los demás no tienen el derecho.

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