Azzura
En el transcurso hacia el Ferry no se dijo ni una palabra. Hemos sido entrenadas para detectar cuando debes callar y dentro de este auto el aire es viciado. Hasta nosotras sabemos que Baldassare Vitale ha alzado sus barreras con esa llamada. No ha parado de tamborilear sus dedos contra el volante. A falta de palabras, observo su perfil. El tablero del auto refleja su cara. Retuerzo los dedos en mi regazo para no alargar la mano y rozar sus pómulos. Itala me saca de mi evaluación con un codazo en el brazo y apunta la ventana con la barbilla. Ella se encarga de examinar que nos lleve al Ferry y no seamos secuestradas. Es absurdamente ridículo; después de ser la primera en subir al auto. No tenemos alternativa. Estamos sin armas y sin protección. En otras palabras, nos tiene a su merced. La realidad es que no teníamos idea de que era un Vitale. Escuchamos en el hotel a dos chicos mencionar el club y usamos nuestros atributos. Coqueteamos con ellos hasta sacar la información del sitio. Ellos estaban tomados y solo bastó un beso de Itala para que cantara. Una vez que obtuvimos la dirección; usamos la carta de nuestros padres celosos. Mentimos referente a una cena con ellos; antes de una salida a solas. Funcionó; se escabulleron en un abrir y cerrar de ojos. El auto se detiene y mi amiga no espera; abre la puerta. El suspiro de salvación que expulsa, al tener los pies fuera del auto; lo oigo a la perfección.
—Vamos Bonfilia. —Itala me ofrece la mano.
Estoy sentada en el medio, incapaz de irme sin una última mirada y ruego en mi interior que se gire. Mi lado obsesivo desea una vista a sus ojos verdosos. Merda, él es escalofriante, pero una vez que nuestras miradas se conectan no veo a un depredador.
—Limpia tus nudillos —susurro sin poder callarme.
He tenido que contenerme de sujetar sus manos y desinfectarlas en el club.
—Baja —ordena, sin cordialidad.
El rubor me tiñe las mejillas y abro la boca para insultarlo, pero mi amiga me salva de hundirme en el bote.
—Grazie —agradece con insolencia Itala y tira de mi brazo.
No me resisto y permito que me saque de esta vergüenza. Itala cierra con mucha fuerza la puerta y el auto se pone en marcha. Mis ojos se mantienen en el auto, hasta que se pierde al doblar en la intersección. Tengo el orgullo herido. «¿Qué le costaba mirarme a los ojos?» La lluvia cae para hacerme despertar y de la mano de Itala entramos al puerto. Pagamos los boletos y una vez sentadas; rompemos el silencio.
—Azzura, hemos hecho muchas locuras, pero no sé cómo podemos disfrazar esto con nuestros padres —habla nerviosa y sostengo su mano; para que la no la mueva.
—Diremos la verdad —me recupero y hundo al Biondo Diavolo en el fondo de mi caja fuerte.
A veces no tengo la solución a la mano de mis problemas y los guardo en mi caja fuerte de mi cerebro. En algunas ocasiones temo destapar la tapa y que todos ellos me ahoguen, pero no le daré casco a lo sucedido esta noche.
—¡Grazie, grazie! —Itala se arroja a mi cuello y me ahorca con el apretón—. Grazie por no pedirme que le mienta a mi padre.
Mis brazos la rodean y me empapo de su calor. Dentro del Ferry hace igual de frío que en la cubierta y no ayuda el hecho de que nos hemos lloviznado.
—Nunca te pediría que le mintieras a tu padre. —Nos separamos y apoyo mi mano en su mejilla—. La famiglia siempre es primero. Nos han remarcado desde que estábamos en la cuna que las palabras tienen peso. —Reímos por nuestra broma interna. Ambas nos pasamos relajando que desde que nacimos hemos sido preparadas para tener sangre criminal—. La verdad debe ir por delante.
—No te imaginaste nada —dice Itala y cubre mi mejilla con su palma de la mano.
Las pocas personas que están en el Ferry deben pensar que somos pareja, pero solo nos une la fratellanza (hermandad).
—Es el hijo de Bernardino Vitale —decirlo en voz alta me aterra.
Sin embargo, me complace que mi amiga haya visto. Así que no inventé esa conexión que tuvimos.
—Y por él hemos regresado a Italia —evoca nuestro regreso.
—No lo he olvidado.
Nos mantenemos los veinte minutos que se tarda el Ferry en llegar a Reggio en silencio, sosteniendo nuestras manos y preparándonos mentalmente para la furia de nuestra familia.
…
No hacemos más que entrar al área de recepción del hotel y el hombre suelta un alarido a través del teléfono en su oreja.
—¡Han llegado! ¡Son ellas! —anuncia por el teléfono y se ve a punto de vomitar. El hombre tiene las mejillas púrpuras—. Las veo en buen estado… —Da un brinco y me atrevo a apostar que es mi padre amenazándolo—. No las perderé de vista… lo juro.
El hombre cuelga la llamada y se reclina en el mostrador. Respira y exhala. Llegamos hacia él y estiro la mano para darle valor, pero de un salto retrocede.
—Lo siento, pero sus padres me matarán si… no cumplo con mi palabra… —tartamudea y sus ojos saltan hacia la entrada—. En cinco minutos llegan… —El hombre se coloca unos anteojos de montura cuadrada y se acomoda el traje de vestir—. Síganme, señoritas. —Sujeta una carpeta y con la espalda tiesa rodea el mostrador.
—Disculpa, el lío en que te hemos metido —agrega Itala, ella siempre es la más dulce entre las dos.
Tiene un talento nato para calmar la furia de nuestros padres, pero algo me dice que en esta ocasión no surtirá el mismo efecto.
—Los que recibieron una paliza fueron los dos hombres que las cuidaban —dice por lo bajo.
—Merda, nos tendrán en el entrenamiento con el cuello apretado —hablo llena de angustia y el estómago se me revuelve.
Los nervios me matan y el moño apretado se me hace imposible de soportar. Sin embargo, me enderezo y finjo que nada me afecta.
—Menos mal que son famiglia —agrega Itala y suelta un suspiro.
Amerigo, el hermano de Itala y su primo Narciso son nuestros cuidadores. Itala se refiere a que si hubiéramos dormido a unos soldados cualquiera; estuvieran tres metros bajo tierra por perdernos el rastro. El remordimiento me azota fuerte en la sien. El plan de dormirlos y salir hacia Sicilia corre por mi cuenta. Itala solo me siguió. «Como la mayor parte del tiempo».
—Debo llevarlas al salón de reuniones por órdenes de sus padres…
—No es necesario —calla al empleado la voz ruda y gruesa de mi padre.
El simple hecho de oírlo desata muchos sentimientos en mi sistema.
El empleado boquea y se inclina.
—Disculpe, las iba a…
—Retírate —ordena Gaetano, el padre de Itala.
La primera en girarse es mi amiga. No me muevo y mis ojos se posan en la espalda del empleado, el tipo tiene pólvora en los pies y dobla a la izquierda.
—Lo siento, padre —susurra Itala, con voz quebrada.
—Cierra el pico y ve al auto —alza la voz su padre.
Odio que la trate así por mi culpa y me volteo con rabia. Mi padre me perfora con sus ojos sombríos. Verlo de nuevo, después de seis meses me dan ganas de correr a sus brazos, pero no lo hago. Soy bastante lista para saber que en Italia debemos ser extraños. Todo es formalidad. Mis ojos se humedecen y me siento reverendamente tonta. No puedo ser débil en el medio del lobby del hotel.
—Itala no debe pedir disculpas —reúno valor para dar la cara por mis actos.
—Por supuesto, porque todo salió de tu ingeniosa cabeza —dice amortiguado mi padre.
Puedo detectar ojeras y entre medio de su ira mucho cansancio.
—Exactamente, es bueno enterarme de que todavía me conoces —replico cortante.
—Hablemos en el auto —demanda y sonrío con los ojos llenos de humedad.
—Debo buscar mis maletas —murmuro, buscando salir de su escrutinio.
—Están en el auto, regresas a Canadá —afirma mi padre y remata —: En este instante.
Camino hacia mi padre con la rabia burbujeando.
—No me iré, papá. —Mi voz es desafiante y sus ojos son tan oscuros que temes quedarte atrapada en ellos.
—Azzura, estoy perdiendo la paciencia y no quiero llegar a…
—Acabo de salir de Sangue Criminale —interrumpo su amenaza y sus ojos casi se salen de sus cuencas.
—¿Qué has dicho? —pregunta, alterado y se marcan sus venas en el cuello.
Mi padre no es un santo y mis próximas palabras lo harán que se desate el monstruo que mantiene oculto.
—Azzura, hablemos en el auto —interviene Itala.
—Conocí a Baldassare Vitale —decido sincerarme con mi padre.
«La verdad siempre va por delante».
Conozco a Darío Minniti, no me perderá el rastro porque detrás de esa máscara de monstruo se encuentra mi padre. Él me ama. Nunca he dudado de su amor. Soy su hija y no permitirá que el Biondo Diavolo me lastime.
BaldassareLa imponente vista de la villa histórica de mi familia, me recibe y oprimo el botón del control; que abre el portón. La Fortalezza se encuentra ubicada en una colina en Taormina, centro.—Avanza —apuro al portón.La falta de paciencia es uno de mis mayores defectos y tamborileo los dedos en el volante; esperando que abra el maldito portón.Intento bloquear a la gacela, pero su voz no sale de mi puto cerebro.«Limpia tus nudillos», se repite como un coro de una canción.Los veinte minutos que me eché desde el Ferry a la villa se fueron controlando el impulso de dar marcha atrás. Ella se preocupó por mí y eso causó un revuelo en mi interior.El problema es que mi famiglia requiere mi presencia y no soy de dar la espalda a mi sangre. Por eso la despedí secamente, usé mi carta de diavolo y la empujé lejos. Soy un bastardo por naturaleza, no me cuesta sacar ese lado, pero con ella…Joder, esa gacela consigue realzar otro de mis defectos y lo intensifica. «Soy muy obsesivo». La ob
Baldassare—Pronto lo averiguaré —aseguro y Chris se acomoda los anteojos de montura circular en el tabique—. ¿Qué sabes sobre la llamada del viejo?Felice besa la espesa barba con candado de mi hermano y él le roba un beso en la boca.—Iré con Esmeralda —informa Felice y se despega de mi hermano; dándonos privacidad.—¡No le muestres a madre la foto! —grito a su espalda y ella me mira por encima del hombro.—Madre siempre tiene conocimiento de lo que acontece con sus tres biondos —agrega Felice, riendo y se da la vuelta.—Retrásalo —murmuro y ella se despide con la mano en alto.La mirada intensa de Chris me taladra y camino hacia el almacén. El jardín está alumbrando por faroles y pasamos una fuente con la estatua de un niño sentado en el medio.—Papá, te sermoneará por la vestimenta —dice mientras se acopla a mi paso.La organización debe vestir con traje oscuro y sombrero.—No trajiste el sombrero —rebato.—Tu ropa atraerá a papá.—No respondiste referente a la llamada del viejo —l
AzzuraMi padre me sujeta con demasiada fuerza por la muñeca y me saca del lobby a grandes zancadas. Trato de mantener su paso y troto para no caerme. El corazón lo tengo agitado, no solo por el esfuerzo de seguirlo, sino por lo que mis palabras han desatado. Afuera llovizna y las gotas me hacen estremecerme. —Llévanos a la Villa en Polistena —ordena mi padre y el hombre nos abre la puerta del auto blindado—. Entra. —Libera mi muñeca e Itala coloca la mano en mi espalda baja.—Querrás decir a tu hogar —hablo contrariada por su formalidad.—Antes de hablar piensa —susurra Itala en mi lóbulo y se aleja.El consejo lo desecho, no pienso meditar. La veo irse hacia el otro auto blindado y conecta sus ojos con los míos. Itala se preocupa por mí y mi bocota. Su papá la apresura y sube al auto.—Azzura, espero por ti —insta mi padre.—Ya era hora —contesto, siendo una niña malcriada y acaricio el techo. Es una maravilla de todoterreno, un Inkas Sentry Civilian—. Hasta este auto consigue más a
Azzura—Lo dudo. —Ladea la cabeza y examina mi rostro—. Ahora entiendo por qué se perdía tanto en Canadá.Libera mi mano y se inclina respetuosamente. Itala aparece y me agarra la mano.—Dime que la pasaste mejor que yo en el auto…El soldado de la cicatriz aprovecha para esfumarse.—Darío mencionó que no estoy preparada —admito y veo a Gaetano haciendo una llamada.—Gaetano no me permitió explicar nada. —Nosotras siempre nos referimos por los nombres de nuestros padres cuando estamos en líos—. El asunto se hablará en el almacén de Darío —resopla y continúa—. Se pasó el camino hablando por el celular —dice triste.—Déjame solucionarlo —pido, pero Itala coloca su dedo índice en mis labios.—No necesito que corras con la culpa. Nadie me puso una pistola en la cabeza para ir a Sicilia. —Suelta mi mano y pasa el brazo por mi hombro—. Solo intenta ser menos directa.—No prometo serlo.Reímos y se acaba la paz con los gritos de la esposa de Darío.—¡Imbecille, te odio! ¿Cómo te atreviste a t
AzzuraVittorio saca su pistola y decide que su nieta es su rival. No le doy el gusto de verme suplicar y alzo los hombros, restando importancia al asunto.—Padre… —dice Darío, y el rugido de mi abuelo lo calla.—¡En este instante soy el capo bastone! —demanda el respeto que merece—. No puedo tolerar que te sigas burlando bajo mi nariz…—En ningún momento me burlé de ti. Solo protegí a mi hija —escucharlo por segunda vez me enorgullece.—Papá —lo llamo, pero él no desvía los ojos del arma—, no te preocupes…—Azzura, solo cállate y sal del almacén.—Puedo morir feliz. Has dado la cara por mí. Ya no soy un fantasma…—Muy pronto lo serás —amenaza Vittorio y mi padre se interpone delante de mi cuerpo—. Muévete, Darío, no me detendré —advierte.—Haz lo que tengas que hacer. Me enseñaste a proteger a la familia, así sea con mi vida. —Mi padre alza las manos en rendición; intento salir de su protección, pero me bloquea el paso—. La joven que apuntas es mi hija…—Te tardaste en protegerla —sac
AzzuraItala da miradas hacia atrás, y al estar bastante retiradas, se recupera para dar guerra a su amiga.—Te volviste loca, has tratado como m****a al Don, no a cualquiera —pelea.—Es la única opción. No seré la nieta que venderá al mejor postor —prometo.—Darío impidió que recibieras un castigo. —Itala me retiene a mitad de camino y se planta en mi cara—. Temo por ti, cosa que tú no haces.—Para eso te tengo en mi vida. —La acerco a mi cuerpo y abrazo fuerte.—¿Qué harás cuando regrese a Canadá?No quiero ir a ese tema, aunque es nuestra realidad.—Te conozco. Te encargarás de que sienta tus regaños, así estés a miles de kilómetros. —La alejo y jalo de la mano—. Entremos. Hace frío y debemos buscar nuestras habitaciones.—Buscaré la manera de tirar de tu oreja —afirma y se deja guiar hacia la casa.Recorro con la vista el área del frente: hay un bohío, varias tumbonas y una piscina al aire libre.—Antes de irme tenemos que probarla —propone Itala, y asiento.—Lo haremos —acepto, so
BaldassareEnterarme de que la chica hongo es la hija de un Don de los ‘Ndrangheta me puso en máxima alerta, pero no he recibido ataque en mi club. Conseguir el rastro de la gacela fue complicado, pero no imposible. Ella no dejó sus huellas en mi despacho, pero en mi auto sí. Se llama Azzura Serra, y según mis informantes solo es amiga de la hija del Don de Canadá e hija de la doctora de la organización.Entrar a su territorio y averiguar sobre las damas me costó una gran suma de dinero. No me importó la cantidad, tenía que saber si se habían ido de Italia. Para mi satisfacción, no habían vuelto a Canadá. Me contuve dos semanas para dar este movimiento. Resultó que el dueño de este local fue fácil de comprar —es uno de los mejores gimnasios de Reggio de Calabria— y le pagué una fortuna por ser el propietario tras bambalinas. El trato entre nosotros es básicamente protección cuando se enteren de su traición. El tipo no tiene respeto hacia la organización ‘Ndrangheta. Según el señor, pe
AzzuraEs una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidi