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Capítulo 4: La Verdad va Por Delante

Azzura

En el transcurso hacia el Ferry no se dijo ni una palabra. Hemos sido entrenadas para detectar cuando debes callar y dentro de este auto el aire es viciado. Hasta nosotras sabemos que Baldassare Vitale ha alzado sus barreras con esa llamada. No ha parado de tamborilear sus dedos contra el volante. A falta de palabras, observo su perfil. El tablero del auto refleja su cara. Retuerzo los dedos en mi regazo para no alargar la mano y rozar sus pómulos. Itala me saca de mi evaluación con un codazo en el brazo y apunta la ventana con la barbilla. Ella se encarga de examinar que nos lleve al Ferry y no seamos secuestradas. Es absurdamente ridículo; después de ser la primera en subir al auto. No tenemos alternativa. Estamos sin armas y sin protección. En otras palabras, nos tiene a su merced. La realidad es que no teníamos idea de que era un Vitale. Escuchamos en el hotel a dos chicos mencionar el club y usamos nuestros atributos. Coqueteamos con ellos hasta sacar la información del sitio. Ellos estaban tomados y solo bastó un beso de Itala para que cantara. Una vez que obtuvimos la dirección; usamos la carta de nuestros padres celosos. Mentimos referente a una cena con ellos; antes de una salida a solas. Funcionó; se escabulleron en un abrir y cerrar de ojos. El auto se detiene y mi amiga no espera; abre la puerta. El suspiro de salvación que expulsa, al tener los pies fuera del auto; lo oigo a la perfección.

—Vamos Bonfilia. —Itala me ofrece la mano.

Estoy sentada en el medio, incapaz de irme sin una última mirada y ruego en mi interior que se gire. Mi lado obsesivo desea una vista a sus ojos verdosos. Merda, él es escalofriante, pero una vez que nuestras miradas se conectan no veo a un depredador.

—Limpia tus nudillos —susurro sin poder callarme.

He tenido que contenerme de sujetar sus manos y desinfectarlas en el club.

—Baja —ordena, sin cordialidad.

El rubor me tiñe las mejillas y abro la boca para insultarlo, pero mi amiga me salva de hundirme en el bote.

Grazie —agradece con insolencia Itala y tira de mi brazo.

No me resisto y permito que me saque de esta vergüenza. Itala cierra con mucha fuerza la puerta y el auto se pone en marcha. Mis ojos se mantienen en el auto, hasta que se pierde al doblar en la intersección. Tengo el orgullo herido. «¿Qué le costaba mirarme a los ojos?» La lluvia cae para hacerme despertar y de la mano de Itala entramos al puerto. Pagamos los boletos y una vez sentadas; rompemos el silencio.

—Azzura, hemos hecho muchas locuras, pero no sé cómo podemos disfrazar esto con nuestros padres —habla nerviosa y sostengo su mano; para que la no la mueva.

—Diremos la verdad —me recupero y hundo al Biondo Diavolo en el fondo de mi caja fuerte.

A veces no tengo la solución a la mano de mis problemas y los guardo en mi caja fuerte de mi cerebro. En algunas ocasiones temo destapar la tapa y que todos ellos me ahoguen, pero no le daré casco a lo sucedido esta noche.

—¡Grazie, grazie! —Itala se arroja a mi cuello y me ahorca con el apretón—. Grazie por no pedirme que le mienta a mi padre.

Mis brazos la rodean y me empapo de su calor. Dentro del Ferry hace igual de frío que en la cubierta y no ayuda el hecho de que nos hemos lloviznado.

—Nunca te pediría que le mintieras a tu padre.  —Nos separamos y apoyo mi mano en su mejilla—. La famiglia siempre es primero. Nos han remarcado desde que estábamos en la cuna que las palabras tienen peso. —Reímos por nuestra broma interna. Ambas nos pasamos relajando que desde que nacimos hemos sido preparadas para tener sangre criminal—. La verdad debe ir por delante.

—No te imaginaste nada —dice Itala y cubre mi mejilla con su palma de la mano.

Las pocas personas que están en el Ferry deben pensar que somos pareja, pero solo nos une la fratellanza (hermandad).

—Es el hijo de Bernardino Vitale —decirlo en voz alta me aterra.

Sin embargo, me complace que mi amiga haya visto. Así que no inventé esa conexión que tuvimos.

—Y por él hemos regresado a Italia —evoca nuestro regreso.

—No lo he olvidado.

Nos mantenemos los veinte minutos que se tarda el Ferry en llegar a Reggio en silencio, sosteniendo nuestras manos y preparándonos mentalmente para la furia de nuestra familia.

No hacemos más que entrar al área de recepción del hotel y el hombre suelta un alarido a través del teléfono en su oreja.

—¡Han llegado! ¡Son ellas! —anuncia por el teléfono y se ve a punto de vomitar. El hombre tiene las mejillas púrpuras—. Las veo en buen estado… —Da un brinco y me atrevo a apostar que es mi padre amenazándolo—. No las perderé de vista… lo juro.

El hombre cuelga la llamada y se reclina en el mostrador. Respira y exhala. Llegamos hacia él y estiro la mano para darle valor, pero de un salto retrocede.

—Lo siento, pero sus padres me matarán si… no cumplo con mi palabra… —tartamudea y sus ojos saltan hacia la entrada—. En cinco minutos llegan… —El hombre se coloca unos anteojos de montura cuadrada y se acomoda el traje de vestir—. Síganme, señoritas.  —Sujeta una carpeta y con la espalda tiesa rodea el mostrador.

—Disculpa, el lío en que te hemos metido —agrega Itala, ella siempre es la más dulce entre las dos.

Tiene un talento nato para calmar la furia de nuestros padres, pero algo me dice que en esta ocasión no surtirá el mismo efecto.

—Los que recibieron una paliza fueron los dos hombres que las cuidaban —dice por lo bajo.

Merda, nos tendrán en el entrenamiento con el cuello apretado —hablo llena de angustia y el estómago se me revuelve.

Los nervios me matan y el moño apretado se me hace imposible de soportar. Sin embargo, me enderezo y finjo que nada me afecta.

—Menos mal que son famiglia —agrega Itala y suelta un suspiro.

Amerigo, el hermano de Itala y su primo Narciso son nuestros cuidadores. Itala se refiere a que si hubiéramos dormido a unos soldados cualquiera; estuvieran tres metros bajo tierra por perdernos el rastro. El remordimiento me azota fuerte en la sien. El plan de dormirlos y salir hacia Sicilia corre por mi cuenta. Itala solo me siguió. «Como la mayor parte del tiempo».

—Debo llevarlas al salón de reuniones por órdenes de sus padres…

—No es necesario —calla al empleado la voz ruda y gruesa de mi padre.

El simple hecho de oírlo desata muchos sentimientos en mi sistema.

El empleado boquea y se inclina.

—Disculpe, las iba a…

—Retírate —ordena Gaetano, el padre de Itala.

La primera en girarse es mi amiga. No me muevo y mis ojos se posan en la espalda del empleado, el tipo tiene pólvora en los pies y dobla a la izquierda.

—Lo siento, padre —susurra Itala, con voz quebrada.

—Cierra el pico y ve al auto —alza la voz su padre.

Odio que la trate así por mi culpa y me volteo con rabia. Mi padre me perfora con sus ojos sombríos. Verlo de nuevo, después de seis meses me dan ganas de correr a sus brazos, pero no lo hago. Soy bastante lista para saber que en Italia debemos ser extraños. Todo es formalidad. Mis ojos se humedecen y me siento reverendamente tonta. No puedo ser débil en el medio del lobby del hotel.

—Itala no debe pedir disculpas —reúno valor para dar la cara por mis actos.

—Por supuesto, porque todo salió de tu ingeniosa cabeza —dice amortiguado mi padre.

Puedo detectar ojeras y entre medio de su ira mucho cansancio.

—Exactamente, es bueno enterarme de que todavía me conoces —replico cortante.

—Hablemos en el auto —demanda y sonrío con los ojos llenos de humedad.

—Debo buscar mis maletas —murmuro, buscando salir de su escrutinio.

—Están en el auto, regresas a Canadá —afirma mi padre y remata —: En este instante.

 Camino hacia mi padre con la rabia burbujeando.

—No me iré, papá. —Mi voz es desafiante y sus ojos son tan oscuros que temes quedarte atrapada en ellos.

—Azzura, estoy perdiendo la paciencia y no quiero llegar a…

—Acabo de salir de Sangue Criminale —interrumpo su amenaza y sus ojos casi se salen de sus cuencas.

—¿Qué has dicho? —pregunta, alterado y se marcan sus venas en el cuello.

Mi padre no es un santo y mis próximas palabras lo harán que se desate el monstruo que mantiene oculto.

—Azzura, hablemos en el auto —interviene Itala.

—Conocí a Baldassare Vitale —decido sincerarme con mi padre.

«La verdad siempre va por delante».

Conozco a Darío Minniti, no me perderá el rastro porque detrás de esa máscara de monstruo se encuentra mi padre. Él me ama. Nunca he dudado de su amor. Soy su hija y no permitirá que el Biondo Diavolo me lastime.

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