Azzura llegó a casa!!
Azzura—Lo dudo. —Ladea la cabeza y examina mi rostro—. Ahora entiendo por qué se perdía tanto en Canadá.Libera mi mano y se inclina respetuosamente. Itala aparece y me agarra la mano.—Dime que la pasaste mejor que yo en el auto…El soldado de la cicatriz aprovecha para esfumarse.—Darío mencionó que no estoy preparada —admito y veo a Gaetano haciendo una llamada.—Gaetano no me permitió explicar nada. —Nosotras siempre nos referimos por los nombres de nuestros padres cuando estamos en líos—. El asunto se hablará en el almacén de Darío —resopla y continúa—. Se pasó el camino hablando por el celular —dice triste.—Déjame solucionarlo —pido, pero Itala coloca su dedo índice en mis labios.—No necesito que corras con la culpa. Nadie me puso una pistola en la cabeza para ir a Sicilia. —Suelta mi mano y pasa el brazo por mi hombro—. Solo intenta ser menos directa.—No prometo serlo.Reímos y se acaba la paz con los gritos de la esposa de Darío.—¡Imbecille, te odio! ¿Cómo te atreviste a t
AzzuraVittorio saca su pistola y decide que su nieta es su rival. No le doy el gusto de verme suplicar y alzo los hombros, restando importancia al asunto.—Padre… —dice Darío, y el rugido de mi abuelo lo calla.—¡En este instante soy el capo bastone! —demanda el respeto que merece—. No puedo tolerar que te sigas burlando bajo mi nariz…—En ningún momento me burlé de ti. Solo protegí a mi hija —escucharlo por segunda vez me enorgullece.—Papá —lo llamo, pero él no desvía los ojos del arma—, no te preocupes…—Azzura, solo cállate y sal del almacén.—Puedo morir feliz. Has dado la cara por mí. Ya no soy un fantasma…—Muy pronto lo serás —amenaza Vittorio y mi padre se interpone delante de mi cuerpo—. Muévete, Darío, no me detendré —advierte.—Haz lo que tengas que hacer. Me enseñaste a proteger a la familia, así sea con mi vida. —Mi padre alza las manos en rendición; intento salir de su protección, pero me bloquea el paso—. La joven que apuntas es mi hija…—Te tardaste en protegerla —sac
AzzuraItala da miradas hacia atrás, y al estar bastante retiradas, se recupera para dar guerra a su amiga.—Te volviste loca, has tratado como m****a al Don, no a cualquiera —pelea.—Es la única opción. No seré la nieta que venderá al mejor postor —prometo.—Darío impidió que recibieras un castigo. —Itala me retiene a mitad de camino y se planta en mi cara—. Temo por ti, cosa que tú no haces.—Para eso te tengo en mi vida. —La acerco a mi cuerpo y abrazo fuerte.—¿Qué harás cuando regrese a Canadá?No quiero ir a ese tema, aunque es nuestra realidad.—Te conozco. Te encargarás de que sienta tus regaños, así estés a miles de kilómetros. —La alejo y jalo de la mano—. Entremos. Hace frío y debemos buscar nuestras habitaciones.—Buscaré la manera de tirar de tu oreja —afirma y se deja guiar hacia la casa.Recorro con la vista el área del frente: hay un bohío, varias tumbonas y una piscina al aire libre.—Antes de irme tenemos que probarla —propone Itala, y asiento.—Lo haremos —acepto, so
BaldassareEnterarme de que la chica hongo es la hija de un Don de los ‘Ndrangheta me puso en máxima alerta, pero no he recibido ataque en mi club. Conseguir el rastro de la gacela fue complicado, pero no imposible. Ella no dejó sus huellas en mi despacho, pero en mi auto sí. Se llama Azzura Serra, y según mis informantes solo es amiga de la hija del Don de Canadá e hija de la doctora de la organización.Entrar a su territorio y averiguar sobre las damas me costó una gran suma de dinero. No me importó la cantidad, tenía que saber si se habían ido de Italia. Para mi satisfacción, no habían vuelto a Canadá. Me contuve dos semanas para dar este movimiento. Resultó que el dueño de este local fue fácil de comprar —es uno de los mejores gimnasios de Reggio de Calabria— y le pagué una fortuna por ser el propietario tras bambalinas. El trato entre nosotros es básicamente protección cuando se enteren de su traición. El tipo no tiene respeto hacia la organización ‘Ndrangheta. Según el señor, pe
AzzuraEs una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidi
BaldassareEstiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.—Imbecille
BaldassareLa amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.Me hierve la sangre.—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quier
AzzuraEn el transcurso hacia el Ferry no se dijo ni una palabra. Hemos sido entrenadas para detectar cuando debes callar y dentro de este auto el aire es viciado. Hasta nosotras sabemos que Baldassare Vitale ha alzado sus barreras con esa llamada. No ha parado de tamborilear sus dedos contra el volante. A falta de palabras, observo su perfil. El tablero del auto refleja su cara. Retuerzo los dedos en mi regazo para no alargar la mano y rozar sus pómulos. Itala me saca de mi evaluación con un codazo en el brazo y apunta la ventana con la barbilla. Ella se encarga de examinar que nos lleve al Ferry y no seamos secuestradas. Es absurdamente ridículo; después de ser la primera en subir al auto. No tenemos alternativa. Estamos sin armas y sin protección. En otras palabras, nos tiene a su merced. La realidad es que no teníamos idea de que era un Vitale. Escuchamos en el hotel a dos chicos mencionar el club y usamos nuestros atributos. Coqueteamos con ellos hasta sacar la información del si