Baldassare
—Pronto lo averiguaré —aseguro y Chris se acomoda los anteojos de montura circular en el tabique—. ¿Qué sabes sobre la llamada del viejo?
Felice besa la espesa barba con candado de mi hermano y él le roba un beso en la boca.
—Iré con Esmeralda —informa Felice y se despega de mi hermano; dándonos privacidad.
—¡No le muestres a madre la foto! —grito a su espalda y ella me mira por encima del hombro.
—Madre siempre tiene conocimiento de lo que acontece con sus tres biondos —agrega Felice, riendo y se da la vuelta.
—Retrásalo —murmuro y ella se despide con la mano en alto.
La mirada intensa de Chris me taladra y camino hacia el almacén. El jardín está alumbrando por faroles y pasamos una fuente con la estatua de un niño sentado en el medio.
—Papá, te sermoneará por la vestimenta —dice mientras se acopla a mi paso.
La organización debe vestir con traje oscuro y sombrero.
—No trajiste el sombrero —rebato.
—Tu ropa atraerá a papá.
—No respondiste referente a la llamada del viejo —le recuerdo.
—Papá solo pidió mi presencia. —Peina su cabello con la mano.
Repaso mi reflejo en la ventana del almacén y echo para atrás los mechones sueltos. Mi padre odia que nos presentemos sin estar presentables, pero me encontraba a treinta minutos de la villa. Debe agradecer que he llegado en veinte.
—Entremos —murmuro y me preparo mentalmente para ser uno de los temidos.
Al pisar dentro del almacén, soy el hijo del capofamiglia de Cosa Nostra, Bernardino Vitale. Mi cuerpo entero se transforma, bloqueo a la gacela y solo muestro mi cara ruda. No hay bordes suaves, estoy hecho para ser respetado.
Nuestra entrada hace que giren a vernos, pero mis ojos se van a la mesa. Hay un hombre clavado en la superficie. Los clavos son reemplazados con cuchillos espetados en sus extremidades. El que controla la tortura es mi hermano mayor, el subjefe, tiene el pecho al descubierto salpicado por la sangre del enemigo. Al conectar con los ojos de Constantino —verdes— me da la bienvenida con su sonrisa torcida.
Mis pies me llevan hacia la mesa, ignoro a la decina (soldados) y me coloco al lado de mi hermano. Constantino me ofrece el cuchillo. Soy el menor de los tres, pero tenemos la misma complexión y altura. Es como si fuéramos trillizos. Somos muy parecidos. Pero lo que nos diferencia son los tatuajes en mi cuerpo, Chris usa anteojos por la ceguera y barba con candado; y Constantino es pulcro, se rasura fielmente y siempre está elegante.
—Este hombre colocó explosivos en unos de nuestros almacenes —informa Constantino y prosigue— y perdimos millones en heroína. —La mandíbula tranca y mi padre se acerca al cuerpo.
—Los Vitale detestamos perder —habla el viejo con voz pausada y tiene las mangas remangadas—. Hagamos que cante. —Sujeta su mandíbula y se inclina en la cara del hombre lloroso—. Te presento a mi hijo Baldassare, más conocido como el despachador.
Mi padre ríe duro y golpea la cara del tipo varias veces. Una vez conforme, da un paso atrás, se ajusta la corbata y me cede el turno; abriéndome el paso con el brazo.
—¡No hablaré, no lo haré! —brama el tipo con la cara amoratada y su pecho ensangrentado.
—Eso lo veremos —susurro y miro la sangre de la hoja—, empecemos. —Deslizo el filo por su oreja, está muy afilado y no cuesta sacarla de raíz.
Los aullidos son ensordecedores.
No me detengo, uso el poder que me da el tipo al negarse y deslizo la punta de la navaja por su brazo derecho hasta que llego a su dedo pulgar.
—Despidámonos de tu pulgar —anuncio con alegría y alzo la navaja—. Ciao —me despido y dejo caer con fuerza el filo; haciendo que ruede el dedo por la mesa.
El tipo empieza a retorcerse y mis hermanos sujetan sus extremidades. Debido al dolor se ha zafado de la mesa con todo y cuchillos. En el proceso se ha desagarrado las partes que lo mantenían a la mesa. Pero no le doy tiempo a recuperarse y entierro la cuchilla en su miembro.
—La or… —balbucea y me inclino en su cara— orden fue…
—¿Quién? —interrogo y el tipo gira la cabeza hacia el jefe de la mafia albanesa.
No lo había visto. El albanés se deja ver, es de baja estatura y una cara de perro sabueso. Nunca me ha gustado. No confío en él. Lo observo a sus ojos oscuros y examino su cara con barba abundante.
—Habla, solo deja de hacerte el valiente —comenta con su voz ronca el albanés y detesto su pésimo italiano tanto como a él.
Me aseguro de retorcer el cuchillo en su miembro y el hombre libera un gemido agudo.
—Minniti… ¡Fueron los Minniti! —anuncia, golpeando su cabeza en la mesa y cansado de su arranque, llevo mis manos a su cara; y lo retengo—. Los ‘Ndrangheta son… mejores que ustedes… Ellos han crecido y gobernarán en Sicilia… —corto sus palabras; rompiendo su cuello.
No permito que alabe a nadie más en nuestras tierras.
—Tenías razón —murmura enfurecido el viejo y enfrenta al albanes—. Ellos quieren entrar a Sicilia.
—Los ‘Ndrangheta se han fortalecido y si no hacemos algo; se apropiarán de nuestros territorios —instiga, el líder enano de los albaneses.
—¡Negativo, sobre mi cadáver! —ruge mi padre y se gira hacia nosotros—. Los quiero preparados para la guerra. Vamos a atacar a los Minniti. Nadie nos quitará Messina. Derribaremos a los Minniti y nos quedaremos con Reggio de Calabria.
Admiro la determinación del viejo y palpo su ira en el aire. Sin embargo, tengo el presentimiento de que nos tomará mucha sangre y dolor abrir estar brecha. Somos poderosos, pero por lo que he oído de los Minniti no son unos bebés de cuna. Esa organización es muy poderosa y ha extendido sus negocios fuera de Italia. Son una fuerza eminente que temer. Mi mente calibra las opciones, hay mucho que perder, pero eso no me impedirá proteger a los míos. Seremos un clan pequeño, pero no tememos a saltar al vacío.
Saludos, Baldassare es bien unido a su famiglia.
AzzuraMi padre me sujeta con demasiada fuerza por la muñeca y me saca del lobby a grandes zancadas. Trato de mantener su paso y troto para no caerme. El corazón lo tengo agitado, no solo por el esfuerzo de seguirlo, sino por lo que mis palabras han desatado. Afuera llovizna y las gotas me hacen estremecerme. —Llévanos a la Villa en Polistena —ordena mi padre y el hombre nos abre la puerta del auto blindado—. Entra. —Libera mi muñeca e Itala coloca la mano en mi espalda baja.—Querrás decir a tu hogar —hablo contrariada por su formalidad.—Antes de hablar piensa —susurra Itala en mi lóbulo y se aleja.El consejo lo desecho, no pienso meditar. La veo irse hacia el otro auto blindado y conecta sus ojos con los míos. Itala se preocupa por mí y mi bocota. Su papá la apresura y sube al auto.—Azzura, espero por ti —insta mi padre.—Ya era hora —contesto, siendo una niña malcriada y acaricio el techo. Es una maravilla de todoterreno, un Inkas Sentry Civilian—. Hasta este auto consigue más a
Azzura—Lo dudo. —Ladea la cabeza y examina mi rostro—. Ahora entiendo por qué se perdía tanto en Canadá.Libera mi mano y se inclina respetuosamente. Itala aparece y me agarra la mano.—Dime que la pasaste mejor que yo en el auto…El soldado de la cicatriz aprovecha para esfumarse.—Darío mencionó que no estoy preparada —admito y veo a Gaetano haciendo una llamada.—Gaetano no me permitió explicar nada. —Nosotras siempre nos referimos por los nombres de nuestros padres cuando estamos en líos—. El asunto se hablará en el almacén de Darío —resopla y continúa—. Se pasó el camino hablando por el celular —dice triste.—Déjame solucionarlo —pido, pero Itala coloca su dedo índice en mis labios.—No necesito que corras con la culpa. Nadie me puso una pistola en la cabeza para ir a Sicilia. —Suelta mi mano y pasa el brazo por mi hombro—. Solo intenta ser menos directa.—No prometo serlo.Reímos y se acaba la paz con los gritos de la esposa de Darío.—¡Imbecille, te odio! ¿Cómo te atreviste a t
AzzuraVittorio saca su pistola y decide que su nieta es su rival. No le doy el gusto de verme suplicar y alzo los hombros, restando importancia al asunto.—Padre… —dice Darío, y el rugido de mi abuelo lo calla.—¡En este instante soy el capo bastone! —demanda el respeto que merece—. No puedo tolerar que te sigas burlando bajo mi nariz…—En ningún momento me burlé de ti. Solo protegí a mi hija —escucharlo por segunda vez me enorgullece.—Papá —lo llamo, pero él no desvía los ojos del arma—, no te preocupes…—Azzura, solo cállate y sal del almacén.—Puedo morir feliz. Has dado la cara por mí. Ya no soy un fantasma…—Muy pronto lo serás —amenaza Vittorio y mi padre se interpone delante de mi cuerpo—. Muévete, Darío, no me detendré —advierte.—Haz lo que tengas que hacer. Me enseñaste a proteger a la familia, así sea con mi vida. —Mi padre alza las manos en rendición; intento salir de su protección, pero me bloquea el paso—. La joven que apuntas es mi hija…—Te tardaste en protegerla —sac
AzzuraItala da miradas hacia atrás, y al estar bastante retiradas, se recupera para dar guerra a su amiga.—Te volviste loca, has tratado como m****a al Don, no a cualquiera —pelea.—Es la única opción. No seré la nieta que venderá al mejor postor —prometo.—Darío impidió que recibieras un castigo. —Itala me retiene a mitad de camino y se planta en mi cara—. Temo por ti, cosa que tú no haces.—Para eso te tengo en mi vida. —La acerco a mi cuerpo y abrazo fuerte.—¿Qué harás cuando regrese a Canadá?No quiero ir a ese tema, aunque es nuestra realidad.—Te conozco. Te encargarás de que sienta tus regaños, así estés a miles de kilómetros. —La alejo y jalo de la mano—. Entremos. Hace frío y debemos buscar nuestras habitaciones.—Buscaré la manera de tirar de tu oreja —afirma y se deja guiar hacia la casa.Recorro con la vista el área del frente: hay un bohío, varias tumbonas y una piscina al aire libre.—Antes de irme tenemos que probarla —propone Itala, y asiento.—Lo haremos —acepto, so
BaldassareEnterarme de que la chica hongo es la hija de un Don de los ‘Ndrangheta me puso en máxima alerta, pero no he recibido ataque en mi club. Conseguir el rastro de la gacela fue complicado, pero no imposible. Ella no dejó sus huellas en mi despacho, pero en mi auto sí. Se llama Azzura Serra, y según mis informantes solo es amiga de la hija del Don de Canadá e hija de la doctora de la organización.Entrar a su territorio y averiguar sobre las damas me costó una gran suma de dinero. No me importó la cantidad, tenía que saber si se habían ido de Italia. Para mi satisfacción, no habían vuelto a Canadá. Me contuve dos semanas para dar este movimiento. Resultó que el dueño de este local fue fácil de comprar —es uno de los mejores gimnasios de Reggio de Calabria— y le pagué una fortuna por ser el propietario tras bambalinas. El trato entre nosotros es básicamente protección cuando se enteren de su traición. El tipo no tiene respeto hacia la organización ‘Ndrangheta. Según el señor, pe
AzzuraEs una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidi
BaldassareEstiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.—Imbecille
BaldassareLa amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.Me hierve la sangre.—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quier