Azzura
Es una locura descomunal estar en un club clandestino de luchas, pero mi cuerpo quiere ir hacia ese ring. Los dedos de Itala se hunden en mi antebrazo y nos abro paso entre los hombres eufóricos. Mi mejor amiga —prácticamente, hermana— no soporta estar en sitios concurridos. La he traído a rastras. No solo es malo que entremos dos mujeres a este sitio de mala muerte, lo peor es que estamos en territorio enemigo. Un borracho me derrama su bebida en el brazo —el que abre camino en la ola de hombres— y lo empujo furiosa. Continúo empujando con el antebrazo y por más que trato de igualar su fuerza; es complicado. Los hombres brincan y rugen hacia los dos luchadores. Todo hubiera sido sencillo si no nos hubiéramos escapado del hotel en Reggio. Conseguir que el padre de Itala nos trajera a Italia fue un gran logro. El Quintino de Canadá me ha abierto las puertas de su hogar y por más tenebroso que sea; lo admiro. Él ha sido como un padre en ausencia del mío. El dilema es que nos pidió que no saliéramos del hotel. El Don iba a encontrarse con mi padre y ponerlo al tanto de que su hija ha perdido la cabeza. Es sencillo, me cansé de seguir en el anonimato. Mi apellido es Minniti. Tengo sangre criminal. He sido entrenada para esta vida.
Aprecio que Itala me ayude a abrir el paso y logramos llegar al frente del cuadrilátero.
—¡El hedor es insoportable! —grita por encima de los rugidos.
—No exageres, solo huele a tus calcetines. —La molesto y me saca el dedo malo.
—“Che bruta”. —Itala me dice fea en italiano y entorna los ojos.
La multitud se agita y ambas observamos hacia el frente. El revuelo se debe a que el rubio con tatuajes y rostro de diablo tiene la lucha ganada. Conecta su puño con el contrincante y la cabeza gira hacia el otro lado por el impacto. El tipo pronto se caerá, sus piernas se tambalean y su cara está llena de carmesí. No hay signo de agotamiento en el biondo (rubio). Examino al diablo y su cara no tiene golpes. El pobre infeliz, todo ensangrentado intenta atacar y el diablo lo esquiva con facilidad. Sin embargo, ese no es el caso del otro y es atacado por el biondo sin opción de escapatoria. Me fijo que solo tiene los puños vendados y golpea sin piedad. Desde mi posición veo dientes volando y sangre salpicando. Las manos arrojo a la reja, mi cuerpo recibe un hormigueo desde la planta del pie hasta mi cabello oscuro. El rubio es una máquina de destrucción y reconozco que su propósito es matarlo. El biondo tiene el cuerpo fibroso y tonificado. Los movimientos son de un profesional y conecta puño tras puño. El pobre hombre cae al suelo con un golpe seco, pero el rubio no se detiene. Es un sádico. Se arroja a la lona y trepa al cuerpo del moribundo. El biondo está a horcajadas, pillando el cuerpo de su enemigo y lo destroza con sus puños llenos de sangre. La sangre del casi cadáver y la suya se han mezclado. Presenciar como el hombre es ambidiestro me deja alucinando. Él es una mole de destrucción. Puedo detectar mucha rabia en ese cuerpo todo sudado. Él usa la lucha para canalizar.
—Me… me… rindo —tartamudea, pero su ruego se pierde entre los nudillos de su verdugo.
Las personas se alebrestan y empiezan corear:
—¡Mátalo, mátalo!
No puedo permitirlo y corro hacia el portón. Empujo a los hombres y tiro de uno por el cabello. Ignoro los insultos y con un arranque de fuerza llego hacia el portón. Hay un enorme hombre con traje elegante que me impide el paso y saco mi lado de luchadora. Le doy un derechazo y aprovecho para asestar un rodillazo en su miembro.
—¡¿Azzura, qué haces?! —brama Itala a mi espalda, pero ya estoy abriendo el portón.
Corro con todas mis fuerzas y me zampo como un toro en el costado del despiadado músculo. Funciona mi elemento sorpresa y su cuerpo sale despedido hacia la lona. No le doy tiempo y le doy una patada en su cara perfecta. El hombre se desorienta, pero lo veo espabilarse en un segundo y posa sus ojos verdes en mí. Esos ojos son como presenciar las colinas de la Toscana y respiro agitada. Él me desestabiliza. No había tenido la oportunidad de evaluar su cara. M****a, es… No encuentro las palabras adecuadas para describirlo. Este hombre resuma peligro, es un diablo en vivo y a todo color. El biondo te advierte que pronto explotará, pero… «Azzura, despierta», sermoneo a mi pazzo (loca) cabeza. El ruido aumenta, los hombres golpean las rejas y hay mucho movimiento fuera del ring. Mi corazón compite con todo el caos a mi alrededor y su palpitar me ensordece.
«Demonios, ¿qué he hecho?»
Alzo la barbilla, no le temo y coloco mis puños en posición para combate. Mi padre me enseñó todo tipo de deportes y he sido entrenada como un varón, pero siempre vuelvo a las luchas. Ese amor por lo clandestino lo llevo en la sangre. Las fosas nasales del rubio se dilatan y se incorpora sin ningún problema. Mi patada no le afectó en nada. Los hombres en traje de vestir entran e intentan atraparme, pero no se los pongo fácil. Le rompo la nariz al primero y arrojo una patada en el estómago del otro. Por el rabillo del ojo alcanzo a ver a mi amiga peleando. Las dos hemos tenido el mismo entrenamiento y somos muy buenas.
—¡Alto! —la voz ruda del biondo hace que sus hombres trajeados se paralicen.
Los aullidos continúan, las personas solo quieren que derrame sangre.
El tipo alza la mano y mueve el puño como si estuviera atrapando el aire en un círculo y el silencio se hace. Todos callan de sopetón por ese movimiento y mi corazón salta desbocado. La reacción de estas personas me asombra. Eso debe ser porque este hombre tan intimidante es poderoso.
—¡Suéltame, maldito! —rompe el silencio Itala y se abre paso hacia mí.
Ella nunca me abandona, incluso, si la he metido en un gordo embrollo. Nos miramos. Ojos oscuros y ojos miel hablando sin hacerlo. En los ojos de mi amiga está escrito mi padre nos matará y en los míos lo siento.
—¿Quién eres? —ruge el biondo y su acento siciliano reconozco.
Es extraño ver un biondo siciliano. Me pregunto: ¿por qué es tan espeluznantemente bello? El biondo diablo viene pisoteando hacia nosotras y doy un paso adelante. Es más alto que yo, pero no me intimidará. Observo su rostro tallado por los dioses. Este diablo tiene mandíbula fuerte, nariz perfilada y ojos verdes que te hacen querer sumergirte en ellos. Estoy delirando y mis manos sudan. Este biondo me pone los nervios de punta y a la vez sus descargas de ira hacen que mi cuerpo se rebele.
—Soy mejor que tú —hablo el italiano fluido.
He pasado mi vida entre Italia y Canadá, pero no olvido mis raíces. Lo talo como él hace conmigo.
—Eres una gacela, pero una cosa pequeña para luchar conmigo —dijo con ironía y su boca se arquea con malicia.
—Te puedo partir ese rostro bello que cargas sin ningún esfuerzo…
El hombre se mueve y mi instinto de atacar me guía a conectar mi puño con su quijada. Mis nudillos reciben el punzante dolor, pero me doy el lujo de saltar a su alrededor y al plantarme en su rostro; una sonrisa se dibuja en mis labios. Estoy satisfecha de hacer que su ceño se frunza y que su boca; abra y cierre. Mi puño duele horrores, pero me contengo de echar un vistazo a mi mano. No puedo demostrarle mi debilidad.
—Traigan a las damas a mi oficina —ordena y los hombres agarran por el pelo a Itala.
Cuando iba a ir hacia ella para poner en su sitio al imbécil, le colocan un arma en su sien. Mis pies se detienen y escaneo el rostro del hombre. Soy buena memorizando, el tipo tiene una cicatriz en la ceja derecha y su cabello lo tiene en una coleta en alto.
—Te aconsejo que vayas sin problemas o tu querida amiga sufrirá —murmura seco el bello y pasa por mi lado.
No mira en mi dirección y se detiene delante del moribundo. El pobre no se ha parado y solo se retuerce en la lona. El diablo lo patea y se dobla a su nivel.
—Te salvas por hoy —dice el biondo y sale del ring.
Uno de los tipos viene por mí, apuntándome con una pistola y le hago muecas.
—Puedo ir sola —aseguro furiosa.
Las personas nos abren el paso como si el biondo fuera Moisés cuando dividió el Mar Rojo. Este hombre de seguro es uno de los grandes en la organización Cosa Nostra.
«Tranquila, él no sabe quién eres. Nadie lo sabe». Mi padre me dará un gran sermón si salgo viva. «Azzura, cállate. Saldrás de este negocio de mala muerte, así tengas que vender tu alma al biondo diablo», afirmo en mi cerebro.
Estaba segura de que mi regreso a Reggio de Calabria era pura discusión, pero… Merda, ahora tienen excusa para mandarme de nuevo a la sombra. Soy un problema para los ‘Ndrangheta. Y eso, sin contar que mi abuelo es tradicional. Las mujeres de la familia son únicamente para conseguir un contrato de matrimonio jugoso. No pienso ser una marioneta en la familia Minniti. «He venido a gobernar, no seré una alianza».
BaldassareEstiro mi cuello con cada paso dado. Los puños abro y cierro. Mi cuerpo, zumba con energía y solo quiero dar la vuelta para acabar con ese cafone (perdedor). Él se atrevió a mear en la puerta de mi negocio, por supuesto, figurativamente. El tipo no va a volver a robar en su vida. La gacela solo le dio una breve esperanza, pero tan pronto termine con ellas regreso a liquidarlo. Mis hombres no lo dejarán ir hasta que de la orden. La puerta es abierta por uno de mis soldados para que pasemos y una vez cruzo el umbral los murmullos se desatan en el club. En el pasillo solo se oyen los pasos de nosotros. Lidero el camino y no me molesto en mirar hacia atrás. Paso varios cuartos hasta llegar a la última puerta, a mi despacho. Giro el pomo y me arrojo al asiento de cuero. Estiro el brazo y agarro la cubeta de hielo. Entierro el puño derecho y me reclino en el asiento. Entran las mujeres y solo dos de mis hombres. No me gusta tenerlos si no es necesario y ellos lo saben.—Imbecille
BaldassareLa amiga se ubica a su costado y enrosca su mano en el antebrazo de la gacela.—Vinimos de visita a Italia y en el hotel conocimos a dos chicos que nos hablaron del sitio. —La chica hongo es la que contesta.Me hierve la sangre.—Mi club es clandestino, esos chicos no son buena compañía para dos damas como ustedes. —Las apunto con el mentón.Detesto que hayan tan siquiera hablado con esos tipejos.—Fue mi culpa, amo las luchas —habla la gacela.—Es cierto, Bonfilia, quería ver e investigar si las mujeres compiten —informa la chica hongo.Dejo caer la otra venda y la gacela se pierde en mis nudillos. Al darse cuenta de que la atrapo; esquiva sus ojos.—¿Te gusta luchar? —Mi lengua no se controla.—Es mi pasión, cada puño liberado es una manera de romper con los parámetros que nos exigen —susurra, perdida en su mente.Mi corazón da un salto por sus palabras. Este negocio lo abrí en contra de la negativa de mi viejo. Me esforcé en que lo aceptara. Todo eso lo hice porque quier
AzzuraEn el transcurso hacia el Ferry no se dijo ni una palabra. Hemos sido entrenadas para detectar cuando debes callar y dentro de este auto el aire es viciado. Hasta nosotras sabemos que Baldassare Vitale ha alzado sus barreras con esa llamada. No ha parado de tamborilear sus dedos contra el volante. A falta de palabras, observo su perfil. El tablero del auto refleja su cara. Retuerzo los dedos en mi regazo para no alargar la mano y rozar sus pómulos. Itala me saca de mi evaluación con un codazo en el brazo y apunta la ventana con la barbilla. Ella se encarga de examinar que nos lleve al Ferry y no seamos secuestradas. Es absurdamente ridículo; después de ser la primera en subir al auto. No tenemos alternativa. Estamos sin armas y sin protección. En otras palabras, nos tiene a su merced. La realidad es que no teníamos idea de que era un Vitale. Escuchamos en el hotel a dos chicos mencionar el club y usamos nuestros atributos. Coqueteamos con ellos hasta sacar la información del si
BaldassareLa imponente vista de la villa histórica de mi familia, me recibe y oprimo el botón del control; que abre el portón. La Fortalezza se encuentra ubicada en una colina en Taormina, centro.—Avanza —apuro al portón.La falta de paciencia es uno de mis mayores defectos y tamborileo los dedos en el volante; esperando que abra el maldito portón.Intento bloquear a la gacela, pero su voz no sale de mi puto cerebro.«Limpia tus nudillos», se repite como un coro de una canción.Los veinte minutos que me eché desde el Ferry a la villa se fueron controlando el impulso de dar marcha atrás. Ella se preocupó por mí y eso causó un revuelo en mi interior.El problema es que mi famiglia requiere mi presencia y no soy de dar la espalda a mi sangre. Por eso la despedí secamente, usé mi carta de diavolo y la empujé lejos. Soy un bastardo por naturaleza, no me cuesta sacar ese lado, pero con ella…Joder, esa gacela consigue realzar otro de mis defectos y lo intensifica. «Soy muy obsesivo». La ob
Baldassare—Pronto lo averiguaré —aseguro y Chris se acomoda los anteojos de montura circular en el tabique—. ¿Qué sabes sobre la llamada del viejo?Felice besa la espesa barba con candado de mi hermano y él le roba un beso en la boca.—Iré con Esmeralda —informa Felice y se despega de mi hermano; dándonos privacidad.—¡No le muestres a madre la foto! —grito a su espalda y ella me mira por encima del hombro.—Madre siempre tiene conocimiento de lo que acontece con sus tres biondos —agrega Felice, riendo y se da la vuelta.—Retrásalo —murmuro y ella se despide con la mano en alto.La mirada intensa de Chris me taladra y camino hacia el almacén. El jardín está alumbrando por faroles y pasamos una fuente con la estatua de un niño sentado en el medio.—Papá, te sermoneará por la vestimenta —dice mientras se acopla a mi paso.La organización debe vestir con traje oscuro y sombrero.—No trajiste el sombrero —rebato.—Tu ropa atraerá a papá.—No respondiste referente a la llamada del viejo —l
AzzuraMi padre me sujeta con demasiada fuerza por la muñeca y me saca del lobby a grandes zancadas. Trato de mantener su paso y troto para no caerme. El corazón lo tengo agitado, no solo por el esfuerzo de seguirlo, sino por lo que mis palabras han desatado. Afuera llovizna y las gotas me hacen estremecerme. —Llévanos a la Villa en Polistena —ordena mi padre y el hombre nos abre la puerta del auto blindado—. Entra. —Libera mi muñeca e Itala coloca la mano en mi espalda baja.—Querrás decir a tu hogar —hablo contrariada por su formalidad.—Antes de hablar piensa —susurra Itala en mi lóbulo y se aleja.El consejo lo desecho, no pienso meditar. La veo irse hacia el otro auto blindado y conecta sus ojos con los míos. Itala se preocupa por mí y mi bocota. Su papá la apresura y sube al auto.—Azzura, espero por ti —insta mi padre.—Ya era hora —contesto, siendo una niña malcriada y acaricio el techo. Es una maravilla de todoterreno, un Inkas Sentry Civilian—. Hasta este auto consigue más a
Azzura—Lo dudo. —Ladea la cabeza y examina mi rostro—. Ahora entiendo por qué se perdía tanto en Canadá.Libera mi mano y se inclina respetuosamente. Itala aparece y me agarra la mano.—Dime que la pasaste mejor que yo en el auto…El soldado de la cicatriz aprovecha para esfumarse.—Darío mencionó que no estoy preparada —admito y veo a Gaetano haciendo una llamada.—Gaetano no me permitió explicar nada. —Nosotras siempre nos referimos por los nombres de nuestros padres cuando estamos en líos—. El asunto se hablará en el almacén de Darío —resopla y continúa—. Se pasó el camino hablando por el celular —dice triste.—Déjame solucionarlo —pido, pero Itala coloca su dedo índice en mis labios.—No necesito que corras con la culpa. Nadie me puso una pistola en la cabeza para ir a Sicilia. —Suelta mi mano y pasa el brazo por mi hombro—. Solo intenta ser menos directa.—No prometo serlo.Reímos y se acaba la paz con los gritos de la esposa de Darío.—¡Imbecille, te odio! ¿Cómo te atreviste a t
AzzuraVittorio saca su pistola y decide que su nieta es su rival. No le doy el gusto de verme suplicar y alzo los hombros, restando importancia al asunto.—Padre… —dice Darío, y el rugido de mi abuelo lo calla.—¡En este instante soy el capo bastone! —demanda el respeto que merece—. No puedo tolerar que te sigas burlando bajo mi nariz…—En ningún momento me burlé de ti. Solo protegí a mi hija —escucharlo por segunda vez me enorgullece.—Papá —lo llamo, pero él no desvía los ojos del arma—, no te preocupes…—Azzura, solo cállate y sal del almacén.—Puedo morir feliz. Has dado la cara por mí. Ya no soy un fantasma…—Muy pronto lo serás —amenaza Vittorio y mi padre se interpone delante de mi cuerpo—. Muévete, Darío, no me detendré —advierte.—Haz lo que tengas que hacer. Me enseñaste a proteger a la familia, así sea con mi vida. —Mi padre alza las manos en rendición; intento salir de su protección, pero me bloquea el paso—. La joven que apuntas es mi hija…—Te tardaste en protegerla —sac