El cliente

Una semana antes.

Stacy va camino hacia la única mesa ocupada de la cafetería ignorando el teléfono que suena a sus espaldas. Lleva una bandeja con una única taza de café al hombre que está sentado con aire misterioso.

Está impecablemente vestido de pies a cabeza y Stacy nunca lo había visto antes. Por eso y la forma en la que está vestido, es evidente que o bien anda de visita, o bien acaba de mudarse al pueblo de los mil demonios.

Los ojos grises del mismo brillan cuando ella llega con el café. Por más que lo desea, no puede dejar de mirarla, no sabe por qué, pero esos ojos verdes con destellos amarillos lo han invadido y ahora no quiere salir de sus profundidades.

—Negro como mi alma. Es perfecto —dice él y le da un sorbo al café sin dejar de mirarla aún. Sus ojos se arrugan en las comisuras cuando sonríe— Muchas gracias. No te imaginas de qué forma una buena taza de café puede enmendar un día horroroso.

—De nada —responde ella tímida, la forma en la que él la observa la amedrenta en gran manera pero, a la misma vez, le provoca curiosidad— ¿Puedo ofrecerle algo más?

—De hecho, Stacy, ¿te importaría acompañarme?

Los ojos de ella se abren como plato tanto por la sorpresa de que la llame por su nombre, como por la petición que acaba de hacerle.

—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunta de inmediato.

La vista de él, se desvía por primera vez del rostro de la rubia para fijarse en la etiqueta de identificación que tiene colgada en su pecho.

—A pesar de que siempre quise ser adivino, nunca tuve suerte. Tienes el nombre justo en tu camisa —le dice señalando el asiento vacío que hay frente a él.

Los cachetes de ella se tornan de un color rojo. Se encontraba tan atrapada por el magnetismo que el hombre destila que ni siquiera recordaba su chapa de identificación a pesar de que se la coloca cada vez que tiene que ir a trabajar.

—Claro, se me había olvidado —logra decirle finalmente— A pesar de que me encantaría acompañarlo, tengo trabajo que hacer… —antes de que ella pueda terminar de excusarse, él hace ademán de mirar a su alrededor, y luego la observa con una ceja levantada— Tampoco tengo la costumbre de sentarme con desconocidos.

La cabeza de él se inclina hacia un lado con una de las comisuras de su boca inclinándose hacia arriba.

—Soy Xavier Lightwood, un gusto en conocerte —le estira la mano para saludarla y ella la acepta hipnotizada por él— Ahora ya no somos desconocidos. Acompáñame, por favor, te prometo que haré que valga la pena.

—No lo sé… en verdad debería volver a mi trabajo, mi jefe es un cabrón de primeras, si me ve sentada con un cliente podría tener problemas.

—Te prometo también que eso no llegará a suceder, yo mismo me encargaré de tu jefe.

Stacy le echa un vistazo al restaurante casi vacío. Aparte de Xavier y ella, solo queda su compañera de trabajo.

“Al diablo. Solo me queda una hora para que mi turno se termine. Quizás pueda sacar una muy buena propina de esto, es la única manera de pagarme la matrícula de la escuela de enfermería y mi boleto de salida de este pueblo de mala muerte.” Piensa ella para sus adentros y, antes de que pueda arrepentirse, se sienta en la silla vacía frente a Xavier.

—Muy bien, Xavier ¿ahora qué? —le pregunta ella regalándole una dulce sonrisa.

—¿Te apetece jugar un juego? 

—Creo que ha llegado el momento de preocuparme ¿Este no será uno de esos juegos en donde las cosas se ponen muy retorcidas y terminan conmigo muerta y tú siendo un asesino en serie, cierto?

—Si eso es lo que habitualmente le preguntas a todos los clientes que quieren pasar un rato agradable, quiero decirte que se te da fatal lo de ser mesera.

—Pues, no muchos me han invitado a sentarme con ellos para luego proponerme un juego, así que… —le responde ella elevando sus hombros.

—Eso no es un “no”. Todavía no te has negado a jugar —Xavier sonríe ladeando ligeramente la cabeza mientras espera la respuesta de ella.

—Tal vez, depende.

No es menos cierto que Xavier la intimida y mucho, pero algo en él la atrae como un imán. A pesar de todo, no puede evitar sentirse como un cervatillo caminando directo a su cazador.

—Depende de qué.

—Ya te lo he dicho, de si el juego que tienes en mente es como en la peli “Saw” o más del tipo “Quién quiere ser millonario”.

Al escucharla, él suelta una carcajada estridente y ella le devuelve la sonrisa mientras él se pasa una mano por la mandíbula.

—Entiendo. Pues, me complace confesarte que nunca he visto “Saw”, no me van mucho las películas de terror. No me gusta tener que dormir con las luces encendidas. Eso debería mantenerte a salvo ¿cierto?

—Creo que sí. Entonces… ¿de qué va el juego?

—Considéralo un juego para conocerte.

—No me digas que es algo tan básico como “verdad o reto”, no me decepciones.

—No recuerdo la última vez que jugué a eso —dice Xavier y se mete la mano en el bolsillo y saca la cartera para luego extraer un grueso fajo de billetes de ella— pero vas por buen camino. Quiero jugar a “Dos verdades y una mentira

” ¿Te sientes preparada para ello?

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