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Rompiendo principios
Rompiendo principios
Por: Rosalía Fernández de Córdova
Capítulo I: Ansiada oportunidad

La brisa paró al amanecer. Mojando el árbol del patio. A través de sus hojas, una gota se deslizó cayendo hacia abajo, pasando de rama en rama. De pronto, el árbol se agitó levemente haciendo que la gota se desviara del camino, dirigiéndose al suelo; sin embargo, su trayectoria fue bloqueado y en cambio, cayó sobre una cabeza cubierta por cabellos húmedos.

El joven chico sostenía, entre sus manos, un libro. Protegiéndolo de la brisa con su cabeza agachada. Al sentir la gota deslizarse por su cabello, se sacudió, mandando un ciento de gotas a volar alrededor. Estaba tan concentrado en la lectura que no fue consciente del tiempo hasta que amaneció. Estuvo haciendo huelga desde la noche anterior; así que no entró a casa a pesar del clima húmedo y se distrajo por completo cuando empezó su nuevo libro.

-Teo - una voz suave lo llamó desde un lado.

Por costumbre, siempre respondió a su llamado - ¿Sí?.

Desde las orillas del patio, su madre lo llamó - Ven a desayunar.

Sin pensarlo dos veces, recompuso las piernas y se paró - Sí - dijo en el proceso. Luego se acercó.

La dama bien vestida, lo observó de arriba a abajo, diciendo - Mira cómo has quedado. Si te enfermas será sólo tu culpa.

Teo sonrió - No pasa nada. Hace mucho tiempo que no me enfermo - salió de la tierra del patio, pisando el piso rústico del pórtico en uno de los extremos de la casa. El techo sobresaliente, cubrió su cabeza - ¿qué ha dicho papá? - se paró junto a ella. En ese momento había dejado de ser un chico pequeño, para convertirse en un hombre de gran altura, sobrepasando a su madre por bastante.

La señora sacó todo el aire por la boca, suspirando - Está muy enojado. Creo que esta vez si te has pasado con tu rabieta.

-Tengo una razón para hacerlo - se excusó dignamente - es una buena oportunidad para mi que me envíen a estudiar a otro pueblo.

-Debes comprenderlo ya que se preocupa por ti - le tomó un brazo - Vamos, ve a hablar con él.

Obedientemente caminó con ella rodeando la casa en búsqueda de su padre enojado. No tenía miedo, ni dudaba de la decisión final de sus padres; debido a que cada vez que deseaba algo usaba sus métodos de manipulación. Primero, no comía; segundo, si solo lo primero no funcionaba, dormía fuera de casa, en el patio junto a su habitación. La primera en ser conmovida era su madre, quien se encargaba de convencer el corazón testarudo de su padre. La veces anteriores, no pasaba la medianoche cuando cedían a sus caprichos; sin embargo, aunque no fue ningún problema, tuvo que pasar la noche entera bajo la brisa.

Mientras giraba en la esquina del pasillo, miró hacia atrás. El libro que había estado leyendo quedó tendido en el suelo, descuidadamente, mojado por las gotas que se desprendían de las ramas; pero, no le importo, ya que lo terminó de leer durante toda la noche transformándose en uno más de su larga colección. Los dos caminaron alrededor del piso rústico que rodeaba la pequeña casa donde estaban. La puerta principal quedaba a la derecha, frente a la enorme casa donde sus padres dormían.

Llegaron al sendero que se unía adelante con el camino a la casa grande. Todo el patio del frente estaba cubierto por grama, excepto, los pisos largos que se asemejaban a una escalera que guiaba a la entrada, puestos en línea uno tras otro, además del corto sendero desde la esquina de su habitación hasta cruzarse con los pisos justo frente a la casa. Subió las gradas del pórtico con su madre, dándole el tiempo suficiente para que ella diera el paso como todo un caballero.

Entraron a la enorme sala, subieron las gradas adornadas con una elegante baranda negra. Luego, a la izquierda, junto al balcón, se encontraba su padre con la vista hacia afuera. Sentado a una mesa redonda de delgadas patas de metal. Las personas se acercaron; pero el señor no desvío la vista. Teo se aclaró la garganta antes de decir - Buenos días, padre - tomó su lugar en la única silla frente a él; mientras su madre se sentaba en la que quedaba justo a un lado de las grandes puertas.

-Buenos días - el señor respondió secamente, sin verlo.

Teo empuñó las manos sobre sus piernas, esperando más palabras de su parte. Podía ver el malestar en su rostro fruncido; pero también miraba la angustia en sus ojos apagados - ¿cómo pasaste la noche? - provocó, con la intención de que el señor dijera lo que tuviera que decir.

-Muy bien comparado contigo - volteó sus ojos desafiantes.

¡Lo consiguió!, entonces podía usarlo a su favor - anoche fue bastante frío, además de la brisa que cayó desde la madrugada - era necesario dar lástima indirectamente.

Los ojos del hombre rudo se abrieron - ¿te has resfriado?.

Teo negó con la cabeza - estoy bien, puedo soportarlo. Ya no soy un niño - El hombre puso una gruesa mano sobre la mesa - puedo cuidar de mí mismo - agregó.

La mano del hombre se empuñó - ¿crees que haces buen trabajo quedándote fuera toda la noche? - Teo cerró la boca, pensando qué podía responder - Esta es la última vez que cedo a tus caprichos - amenazó el hombre. El corazón de Teo dio un salto - como tú has dicho, ya eres un hombre, así que no nos queda más que dejarte asistir a las clases, si ganas el examen final, tienes nuestro apoyo para irte.

“¿Ganar el examen?, ¡pan comido!” pensó, sin demostrarlo en el exterior.

-pero Teo, debes tener cuidado - su madre aconsejó - esas clases terminan muy tarde, puede ser peligroso andar en la calle por la noche.

Teo sonrió, tranquilizando - lo sé, tendré cuidado.

Las clases tan ansiadas comenzaron unos días después. Emocionado, Teo se esmeró en arreglarse. Vestido pulcramente y con lo necesario para su uso. Solamente, un cuaderno y un bolígrafo. Corrió, desde su habitación a la entrada, escuchando los gritos de su madre al salir - ¡pórtate bien, Teo y ten cuidado! - abrió la puerta y salió a la calle.

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