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Capítulo III: Sigilosos

Los dos jóvenes se vieron entre sí, luego miraron a Teo - Mis padres me obligaron - sus voces se mezclaron, convirtiéndose en una sola. Los dos se vieron de nuevo y rieron.

Teodoro se sorprendió - ¿en serio no les importa ni un poco estar aquí?.

Oliver bufó - ¿para qué?, prefiero estar en la calle que aquí sentado.

-Cualquier lugar es mejor que este - agregó Edgar. Después, el de ropa gris lo miró - ¿y tú por qué has venido?.

-Cierto - exclamó el otro - es muy extraño que tus padres te dejen salir, ¿también te obligaron?.

Teo meneó la cabeza - No, logré convencerlos para que me permitieran asistir. Quiero conocer otros lugares. Si gano el examen me dejaran ir.

Los ojos de Oliver se abrieron - Oh, te irás lejos y aún así te patrocinarán el viaje - suspiró, poniendo una mano en el suelo para apoyar su peso en ella - A mi me amenazaron con que si no venía aquí, dejarían de darme dinero.

Edgar colocó una mano en el hombro de Oliver, sonriendo - Realmente eres mi hermano. Mis padres me han dicho lo mismo.

Oliver se recompuso - Hermano - hizo una voz llorosa antes de tirarse a sus brazos y abrazarlo.

Edgar lo imitó, fingiendo un llanto - Está bien - le palmeó la espalda - podemos compensarlo después de clases.

Las enormes puertas rechinaron, un zumbido inundó el salón al cerrarse la entrada. Todo el lugar se quedó oscuro, excepto, el escenario el cual estaba iluminado con un rayo de luz que entraba por un hueco a la altura de la pared de las puertas. Luego, un hombre salió. Sus amigos, que estaban abrazados, levantaron la cabeza. En el lugar únicamente se escuchó los pasos del hombre; mientras se dirigía al centro.

Los pasos se detuvieron; a la vez que el hombre barría la vista sobre todos - Buenas tardes - su voz era precisa, sin titubeos - Daremos inicio a la nueva época de estudios. Sean bienvenidos a la academia del país - su porte era confiado, moldeado con años de experiencia. Su cabello blanco apenas lograba cubrirle la cabeza. Su rostro era de un hombre mayor; pero no tenía arrugas - Mi nombre es Vicente y soy el profesor que impartirá su cátedra.

Los dos chicos al frente se habían quedado estáticos por un tiempo. Al reaccionar, se soltaron de golpe. Luego, volvieron a dirigir su atención a Teodoro - Cierto, Teo. ¿Por qué no vamos a tu casa después de clases? - dijo Oliver.

Teo los miró, después susurró - Saben que a mi madre no le agrada el desorden.

Oliver asintió, casi tocando la barbilla a su pecho - Oh, sí, sí. No le agradamos, lo había olvidado.

-Vamos, seremos silenciosos - Edgar trató de persuadir - no sabrá que entramos.

Teodoro suspiró - Está bien, pero déjenme escuchar la clase.

Los chicos chocaron sus puños, manteniendo el silencio. El tiempo pasó y la cátedra fue difícil de escuchar; debido a la nula capacidad de los chicos para quedarse quietos y callados. Para cuando las puertas se abrieron, Teo ya estaba exhausto. Fue uno de los primeros en salir antes de que la multitud lo arrastrara. La noche ya había cubierto las calles. Estaba a punto de irse a casa cuando escuchó por detrás - ¡hey, Teo! - paró y giró. Los dos chicos corrieron hacia él - No te olvides de nosotros - Oliver habló acezando.

Ciertamente, sí los había olvidado y en parte fue a propósito - Ya es muy tarde, tengo que darme prisa para que mi madre no se preocupe.

-Vamos, ¿qué serán unos minutos? - Oliver caminó por un lado. En el proceso levanto un brazo pasándolo bajo la quijada de Teo hasta su hombro, dándole vuelta para seguir el camino - Además nosotros te acompañamos a casa, ¿qué peligro puede haber?.

Mientras se dejaba llevar, Teo respondió - La noche es muy peligrosa. Nunca sabes con quién te puedes topar.

-Tus padres te han dicho muchos cuentos. A nosotros nunca nos ha pasado nada; es más - le palmeó el hombro con fuerza, dos veces - La próxima vez te llevaremos a divertirnos. Aprovechemos la oportunidad, ya que puedes andar afuera de noche.

No muy convencido, Teo respondió - Ya veremos.

Cuando llegaron, tomó precauciones. Abrió la puerta y asomó la cabeza. La luna alumbraba el patio con grama. La entrada de la casa principal se veía fuertemente cerrada. Sacó la cabeza y le dijo a los dos de afuera - Es seguro, Vamos - luego, empujó, la abrió lo suficiente antes de levantar una mano y hacer señas. De inmediato, las dos figuras pasaron a su lado, corriendo agazapados. Por la prisa, ni siquiera respetaron el camino; en cambio, atravesaron el césped directamente a la casa más pequeña de al lado.

Una vez dentro, Teo cerró de inmediato. Luego, corrió tras ellos. Pasó sobre el césped y se introdujo a las orillas con piso de la casa. Justo cuando llegó a la próxima esquina, la puerta de la mansión rechinó. Teo corrió sobre el pórtico. Sus amigos esperaron frente a la puerta. Rápidamente abrió y los dejó pasar cerrando tras él. Los nervios palpitaban junto con su corazón. Vio a las figuras en la sombra antes de decir con voz baja - Escóndanse, pronto - Las figuras no se movieron, como si estuvieran sorprendidos. Los pasos ya se escuchaban desde el exterior, rodeando su habitación - ¡ya! - susurró con urgencia.

Los chicos se despertaron y comenzaron a moverse. Teo se volteó, para ver a la persona tras la puerta pararse frente a él. Luego, escuchó el llamado - ¿Teo, has vuelto? - su madre esperó una respuesta desde fuera.

Dando unas respiraciones ondas, se acercó. La puerta estaba hecha de un material casi transparente como un papel, permitiendo que las sombras se  vieran desde adentro, pero no desde afuera. El vestido de una mujer resaltaba en la oscuridad, con las manos colgando a los costados. Teo estaba nervioso. Lentamente, subió una mano temblorosa y abrió un espacio sólo para su cuerpo - Buenas noches madre, he vuelto - saludó con una calma mal fingida.

-Hola hijo - la señora parpadeó con el saludo - ¿has tenido un buen día?.

Los dedos de Teo se apretaron en la puerta - Sí, todo fue tranquilo - sus manos sudaban.

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