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Capítulo IV: Rompiendo las reglas

La señora sonrió - Es algo bueno - luego, sus ojos se desviaron al espacio vacío entre Teo y la puerta - ¿regresaste acompañado? - preguntó con calma - ¿tus amigos están aquí?.

El aire se escapó de sus pulmones - No, he vuelto solo.

La señora lo vio, con la espalda erguida - Abre la puerta - pidió.

Teo exhaló suavemente a escondidas. Después abrió, caminando; en tanto empujaba la puerta. No se atrevió a negarse porque sería extraño; así que se paró a un lado, descubriendo el interior del cuarto. Desde la entrada, los ojos de su madre pasaron por cada rincón de la habitación. El corazón de Teo palpitó en su pecho, temeroso que descubriera la mentira. Los ojos  recorriendo en un círculo hasta posarse en el joven parado estático sosteniendo la puerta a su espalda.

La señora lo miró sin decir nada - ¿pasa algo? - preguntó, conteniendo los nervios.

La señora negó, desviando la mirada. Tomó los extremos de su vestido, girando para marcharse - Creo que vi mal - volteó la cabeza, dedicándole una última mirada fugaz - ya sabes quién es bienvenido en casa y quién no - empezó a caminar - Mañana levántate temprano - informó - irás con tu padre a resolver unos asuntos.

-Lo haré, ten una buena noche - cuando la figura desapareció en la esquina, cerró para girarse y quedar ante la vista completa se su habitación. Los pasos sonaron a un costado. Luego se detuvieron. El silencio inundó el espacio. Como si el tiempo se hubiese detenido. No hubo movimientos, sólo el pecho de Teo subía y bajaba tensamente. Un momento después, los pasos volvieron a sonar, alejándose.

Era cierto que a sus padres no les agradaban sus amigos; pero eso no era un secreto para ellos. Tenía rotundamente prohibido tener contacto con Oliver y Edgar, específicamente; debido a que su actitud era libertina y tenían malos hábitos. Tachados como una mala influencia para el digno Teodoro; en consecuencia, se vio obligado a mantenerlos ocultos desde que eran niños. Esa regla fue la única que se atrevió a romper a lo largo de los años. Ya que su amistad venía desde la infancia. Él los consideraba buenas personas a pesar de su mala educación y las travesuras que hacían. Para él, eran un momento de libertad divertida; aunque no se atrevía realmente a hacer todo lo que ellos eran capaces.

Los pasos se desvanecieron a la distancia; mientras el silencio seguía en la oscuridad. El dosel de su amplia cama, sostenía cortinas amarradas a sus cuatro extremidades. Su cama, se colocaba pegada al fondo de la pared, puesta sobre un pedestal redondo justo en medio de la habitación. Bajo ese pedestal que dejaba un espacio a los extremos y al frente, sus cosas personales se distribuían ordenadamente. Con un enorme armario del lado izquierdo y diversos libreros al derecho, donde, en el extremo pegado a la puerta, había una fina mesa de madera tallada, con un recipiente de cristal lleno de agua nítida y vasos a su alrededor. Junto a la mesa también había una silla de fina madera.

De pronto, un lado del dosel se movió, estirando la cortina como si fuera movida por el aire; al mismo tiempo, una sombra se movió bajo la cama. Lentamente, la cortina se desató, descubriendo a un hombre alto con vestimenta gris y negra. Cuando los pies de la persona tocaron el suelo, una mano salió de debajo de la cama, arrastrando a un cuerpo camuflado en la oscuridad. Los dos chicos salieron, mostrando sonrisas en sus rostros. Como si la adrenalina que acababan de vivir fuera solamente parte de una aventura.

Oliver bajó del pedestal - Estuvo cerca, ¿no? - sus dientes blancos demostraban la burla en su rostro - Debes aprender a mentir mejor, casi no lo logras.

Por otro lado, Edgar se lanzó a la cama con los brazos abiertos, boca arriba y las piernas colgando de la orilla - Ah - exclamó a gusto sobre el suave colchón.

Por un momento, Teodoro se había sentido culpable por el desprecio de su madre; pero al ver que sus amigos seguían queriéndole a pesar de eso, la calma volvió a él. Queriendo compensar su falta dijo - Enséñame a mentir la próxima vez que salgamos a divertirnos.

Los ojos de Oliver se abrieron; al mismo tiempo que Edgar se sentó de golpe en la cama - Tú lo has dicho, vendrás con nosotros.

Edgar se paró y fue a ellos - la primera vez que saldrás con nosotros - sonrió. Vio a Oliver y en un acuerdo tácito dijo - te llevaremos al mejor lugar.

Un cosquilleo le cubrió todo el cuero cabelludo, provocando que todo el vello se alzara. Los chicos se quedaron jugando casi toda la noche. Hasta antes del amanecer, Teo salió al patio para abrir la puerta silenciosamente y dejarlos marchar. Al regresar a su habitación se ocupó en recoger todas las cosas regadas por el suelo antes de acostarse a dormir. No había pasado mucho tiempo desde que cerró los ojos, cuando la puerta sonó - ¿Teo, estás listo? - era una voz grave.

Inmediatamente, abrió los ojos. Lo había olvidado. Tenía que salir con su padre en la mañana - En un momento voy - se levantó. Se quitó la ropa del día anterior y la lanzó al mueble destinado para las prendas sucias.

- Desayuna primero - dijo el hombre antes de marcharse.

Se cambió de ropa y mojó su cabello con el agua para beber antes de salir. La noche había sido divertida; pero no podía dejar que sus padres lo supieran porque estaba bajo condición. Si se enteraban que había roto las reglas, sería encerrado en casa sin el derecho de participar en las clases que tanto anhelaba. Debía tener cuidado, ya que su futuro estaba en juego. Corrió a la casa y subió al comedor. A la mesa, sus padres ya se sentaban en la posición de siempre.

Inhalando, se acercó - Buenos días Madre, Buenos días Padre - jaló la silla echando un vistazo superficial al balcón que sobresalía en lo alto antes de sentarse. Desde ahí, se podía ver parte del patio frente a su cuarto; sin embargo, la cima del árbol los mantenía ocultos bajo sus ramas.

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