La sala de juntas de Montero & Asociados bullía de actividad esa mañana. Isabela había convocado a su equipo principal para presentar el proyecto de la mansión Victoria. Los planos originales del edificio, amarillentos por el tiempo, cubrían la mesa de conferencias mientras el aroma del café recién hecho impregnaba el ambiente.
—Como pueden ver —explicó Isabela, señalando diferentes secciones de los planos—, la mansión conserva elementos arquitectónicos únicos que debemos preservar. Las molduras, las vidrieras originales, incluso los picaportes de bronce son piezas de colección. Su presentación se vio interrumpida por la llegada de Gabriel Andrade, quien entró con un portafolio de cuero bajo el brazo y esa sonrisa que parecía iluminar cualquier habitación. Isabela sintió un vuelco en el estómago que prefirió atribuir al café de la mañana. —Lamento la interrupción —se disculpó Gabriel—. El tráfico era… —Imposible, como siempre —completó Isabela con ironía, recordando su encuentro anterior. Gabriel solo asintió, tragándose su orgullo. —No se preocupe, arquitecto Andrade, cualquiera se puede atrasar una primera, segunda y tercera vez —los demás empleados contuvieron las ganas de reír, sabiendo lo sarcástica que solía ser su jefa. Isabela apartó la mirada de ese hombre que la observaba con tanta intensidad, y continuó en lo que estaba. —Justo estaba explicando los elementos históricos que debemos conservar. Gabriel se situó junto a ella frente a los planos, tan cerca que ella podía percibir su aroma. Por un momento, contuvo la respiración, pues ese aroma o el calor de ese hombre la estaba embriagando. —Si me permiten —intervino Gabriel, sacando algunas fotografías de su portafolio—, estas son imágenes de la mansión en su época de esplendor, cerca de 1890. Las fotografías en sepia mostraban salones elegantes, llenos de vida y decoración navideña de la época victoriana. —La familia Victoria —dijo Gabriel— era conocida por sus celebraciones navideñas. Organizaban fiestas para los niños del orfanato local cada 24 de diciembre. Isabela tensó la mandíbula ante la mención de la fecha, pero Gabriel no tenía como saber que esa fecha era innombrable para ella, y siguió explicando. Durante las siguientes dos horas, el equipo discutió aspectos técnicos, presupuestos y cronogramas. —Propongo dividir el proyecto en fases —sugirió Isabela, intentando mantener su mente enfocada en el proyecto y no en cierto hombre que estaba empezando a cautivar su atención con sus conocimientos de la historia pasada. —La estructura primero, luego los interiores, y finalmente… —Los detalles que le darán vida —completó Gabriel, mirándola directamente a los ojos—. Como las pequeñas luces que se encienden una a una hasta iluminar todo el árbol de Navidad. Isabela desvió la mirada, incómoda con la metáfora. —Debió estudiar para poeta, arquitecto —una baja sonrisa se le escapó a Gabriel—. Aquí lo importante es lo técnico. —¿Lo técnico no está reñido con lo emocional, Isabela? —dijo suavemente, lo que hizo que un temblor sacudiera el cuerpo de Isabela. Nunca había sonado su nombre tan hermoso en los labios de un arquitecto—. Esta mansión necesita tanto cuidado estructural como amor en su restauración. —Sí, pero que el amor se lo den los demás. Mi trabajo es restaurarla —agarró su cabello y lo alzó en una cola, sujetándolo con un esfero que indujo entre el moño y continuó—, así que, manos a la obra… Gabriel —si él la empezaba a tutear, ¿por qué ella no podía hacerlo? Después de la reunión, mientras el equipo se retiraba, Gabriel se quedó rezagado estudiando los planos con atención. Isabela comenzó a recoger sus documentos, consciente de que empezaban a quedarse solos y, la verdad, era que la presencia de ese hombre le inquietaba. —¿Sabes? —dijo él de repente—, hay una historia sobre esta mansión que pocos conocen. Isabela se detuvo, su curiosidad pudo más que su deseo de mantener la distancia. —¿Qué historia? —inquirió, girando en sus propios talones. —La hija menor de los Victoria, Elizabeth, tenía prohibido casarse con el arquitecto que diseñó la mansión por ser de clase social inferior —explicó, acercándose a una de las fotografías antiguas—. Eso él lo sabía. Sabía que su amor no era aceptado, pero nunca dejó de amarla —levantó la mirada a Isabela—. Se dice que escondió mensajes de amor en los detalles arquitectónicos de la casa. Isabela enarcó las cejas. Gabriel estaba a su lado, señalando un patrón en las molduras—. Mira aquí. Son letras entrelazadas. Sus iniciales, E y J, repetidas en un patrón que todos confundieron con simple decoración. Isabela se acercó para ver mejor, y por un momento, sus hombros se rozaron. El contacto, aunque breve, envió un escalofrío por su espalda. —Pues sí, tienes buen ojo —le miró, y su boca se secó al observar el perfil de Gabriel, más cuando sus ojos se encontraron—. ¿Y… qué pasó con ese amor? Supongo que Elizabeth se casó con alguien de su clase, ¿no? —inquirió para mantener la compostura. —Al final, Elizabeth desafió a su familia y se casó con él. La mansión se convirtió en su hogar y en un símbolo de que el amor verdadero puede superar cualquier obstáculo. Esa respuesta sorprendió a Isabela, pero no para hacerla creer de nuevo en ese patético sentimiento. —O sea que tuvo un final feliz —Gabriel asintió, mirándola con intensidad. La boca de Isabela se secó, y musitó—. Todas las historias no tienen un final feliz —lo dijo pensando en su propia experiencia. Gabriel continuó mirándola con firmeza, lo que la hizo sentir expuesta. —Es cierto, no todas las historias tienen final feliz, pero es porque algunas historias no han terminado aún. A veces, lo que parece un final es solo un nuevo comienzo. El silencio que siguió estaba cargado de tensión. —Qué bien —dijo con una sonrisa, mientras retrocedía y retenía el aliento—. Deberíamos comenzar con las evaluaciones estructurales mañana —dijo, volviendo a su tono normal—. No es para que se moleste, señor Andrade, pero creo que fue suficiente para historias románticas. —¿Le molesta que hable de historias románticas? —inquirió, mirándola—. ¿Es que usted ha tenido una historia sin fin, arquitecta? Sin responder, Isabela dijo—. A las nueve en la mansión, sin falta —se giró y procedió a ir hacia la puerta. —Estaré allí —respondió Gabriel, recogiendo su portafolio. En la puerta, la alcanzó y dijo—. ¿Sabes qué más tienen en común la mansión y tú, Isabela? Ella lo miró, sorprendida por la pregunta. —¿Qué? —Ambas tienen historias escritas en sus interiores que necesitan redescubrirse, sobre todo, reconstruirse —y con eso, se fue, dejando a Isabela con una sensación de inquietud y, aunque no quisiera admitirlo, ese tipejo tenía razón. Aaah, cómo le cabreaba que alguien más tuviera la razón y la dejara sin palabras que responder. Esa noche, en la soledad de su apartamento, Isabela se encontró buscando en internet más información sobre la historia de Elizabeth Victoria y su arquitecto. Por primera vez, un hombre, sobre todo un arquitecto, le hablaba de historias de amor pasadas, de esos que eran verdaderos y duraban para la eternidad. No sabía por qué, pero deseaba llenarse de conocimientos para que cuando Gabriel hablara, ella supiera qué más decir y prolongar las conversaciones, y así tener una excusa para mirar más tiempo esos labios que se humedecían mientras hablaba.La mañana amaneció con una fina capa de nieve cubriendo los jardines de la mansión Victoria. Isabela llegó temprano, como siempre, pero esta vez encontró a Gabriel ya allí, examinando la fachada con una expresión concentrada.—Madrugador —comentó con ironía, ajustándose la bufanda y causando una leve sonrisa en Gabriel.—Decidí madrugar porque a mi compañera no le gustan los impuntuales, sobre todo, los secretos de una mansión se revelan mejor al amanecer —respondió, señalando las sombras que proyectaba el sol naciente sobre la arquitectura—. Mira cómo la luz resalta cada imperfección, cada grieta.Isabela se acercó, notando efectivamente cómo las primeras luces del día exponían detalles que antes habían pasado desapercibidos.—Estas grietas son más profundas de lo que pensaba —dijo mientras observaba los bordes.—Efectivamente. Tan profundas como las que muchos de nosotros llevamos dentro —murmuró, tan bajo que Isabela casi no lo escuchó, pero sí que lo escuchó, y es que Isabel
Esa noche, en medio de la soledad de su habitación, Isabela abrazaba su almohada, única testigo de sus noches triste y llantos desgarradores. No sabía que había mal en ella, porque los hombres que había amado con toda su alma La habían destrozado de esa forma, haciéndola sentirse como una mujer que solo serbia para ser la otra. Rafael la llamó en un par de ocasiones, hasta que aceptará verlo. Isabela aceptó porque creyó que le pediría disculpas por su engaño, no obstante, Rafael le ofreció el puesto de amante. Esa noche, Isabela lloró y se río en la cara de él. Enfureció tanto que terminó golpeándolo. Como se le ocurría que ella, después de ser la novia aceptaría ser la amante, más, cuando ya estaba comprometido con su hermana. Eso, no solo le produjo coraje, sino, un dolor profundo en su pecho. Y luego estaba Daniel, el miserable que logró convertirla en lo que Rafael no pudo. En la pendeja amante, la que recibe migajas, la que debía conformarse con tenerlo una vez a la seman
Después de una intensa discusión, el ambiente en la sala comenzó a cambiar. Algunos miembros del equipo comenzaron a mostrar interés, y las dudas iniciales se transformaron en preguntas constructivas.Mientras salían de la sala, Gabriel se acercó a ella con una sonrisa.—Estuviste muy bien, supiste manejarlos. —Siempre los he manejado muy bien —respondió, sintiéndose poderosa. —¿Te gustaría ir a tomar algo? —preguntó Gabriel, con una chispa en sus ojos—. Tal vez un café o algo más…Isabela le miró con la duda creciente, pero luego sonrió. —Me encantaría —respondió, sintiendo que, tal vez, darse una escapadita no era tan aterrador después de todo.—Pensé que no me aceptarías la invitación ya que parecidas odiarme. Isabela sonrió, y aquella sonrisa le encantó a Gabriel, porque era la primera vez la que la veía sonreír de esa forma. —Pues no te odio… me disculpo si me mostré malhumorada contigo. Hay veces no controlo mis emociones. Quiero que todo el mundo se maneje como yo
El frío de diciembre se intensificó a medida que se acercaba la Navidad, y la ciudad se transformó en un paisaje invernal encantado.Las luces brillaban en cada rincón, y las calles estaban llenas de gente que se apresuraba a hacer sus compras navideñas.Sin embargo, Isabela estaba más centrada que nunca en su proyecto.Durante la semana siguiente, el equipo de Montero & Asociados trabajó incansablemente en los planes de restauración. Isabela se encontró organizando reuniones, revisando presupuestos y colaborando con arquitectos y diseñadores. Cada día traía nuevos desafíos, pero también nuevas oportunidades. Convertir la mansión Victoria en un hogar para niños estaba más cerca de hacerse realidad.Una tarde, mientras revisaba algunos documentos en su oficina, Lucía entró con una expresión de emoción en su rostro.—Isabela, ¡tienes que ver esto! —exclamó, sosteniendo una carpeta llena de recortes de prensa.Isabela levantó la vista, intrigada.—¿Qué es? —preguntó, sintiendo que su cur
—Gabriel, realmente lo siento mucho…Este le cubrió suavemente los labios con su mano, impidiendo que continuara disculpándose innecesariamente.—Yo intervine voluntariamente y te involucré en esta elaborada mentira —la observó intensamente—. ¿Deseas que continuemos manteniendo esta farsa ante todos? —Isabela tragó nerviosamente y asintió levemente con la cabeza—. Muy bien entonces, para que todos los presentes que nos están observando en este preciso momento crean que lo nuestro es completamente real, debo besarte ahora —el cuerpo de Isabela se estremeció bajo la intensa mirada de Gabriel—. Voy a besarte en este momento.Retiró su mano con delicadeza de los labios temblorosos de Isabela.Mientras la contemplaba a los ojos fue acercándose cada vez más a ella con movimientos calculados.Quedó tan próximo a su rostro que sus labios rozaron suavemente una parte de la nariz de Isabela, provocándole un cosquilleo.Debido a que era más alto que Isabela, enganchó delicadamente sus dedos en e
La noche avanzaba con un aire mágico y misterioso, como si las brillantes estrellas en el cielo aterciopelado estuvieran conspirando silenciosamente para celebrar la innegable conexión entre Isabela y Gabriel.Los faroles del parque habían sido testigos mudos de sus risas cristalinas y confidencias susurradas, mientras compartían secretos y sueños bajo la luz plateada de la luna.Después de su extenso paseo por los senderos serpenteantes del parque, donde el tiempo pareció detenerse entre conversaciones profundas y miradas cómplices, decidieron continuar su velada en un lugar más íntimo.Al llegar al moderno apartamento de Isabela, ubicado en un edificio art déco del centro de la ciudad, ella se detuvo dubitativamente un momento antes de introducir la llave en la cerradura, mientras sus pensamientos se arremolinaban como hojas en otoño.El pasillo, iluminado por elegantes apliques vintage, parecía contener el aliento ante este momento crucial.Gabriel, siempre atento a los matices más
Hizo una pausa.—Mi padre siempre se caracterizó por ser un hombre extremadamente meticuloso y cumplidor —continuó, haciendo girar el vino en su copa con movimientos elegantes mientras su mirada se perdía en los reflejos del líquido—. Si establecía una fecha de entrega, era porque estaba completamente seguro de poder cumplirla. Entonces decidió tomar las riendas del proyecto de Marcos para acelerar el proceso —hizo una pausa significativa, como reuniendo fuerzas para continuar—. Durante las inspecciones de rutina, una sección completa de la estructura colapsó repentinamente, sepultando a varios miembros del equipo, incluido mi padre —concluyó con voz quebrada por el dolor del recuerdo.—Oh, Gabriel… Lo siento tanto. Debió ser una experiencia devastadora para ti y tu familia —murmuró Isabela, su corazón contrayéndose ante el dolor reflejado en los ojos de él.—Lo fue, pero Marcos llevó la peor parte de esa tragedia —admitió, permitiendo que el silencio llenara la habitación por unos mo
La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las delicadas cortinas de gasa del apartamento de Isabela, fabricando un cálido y acogedor resplandor dorado que iluminaba cada rincón de la habitación.Isabela despertó lentamente, con esa agradable sensación de paz que solo proporcionan las mañanas perfectas, sintiendo el reconfortante calor del cuerpo de Gabriel a su lado.Se giró delicadamente para mirarlo y una sonrisa genuina se dibujó en su rostro al ver su expresión serena mientras dormía plácidamente, con su respiración acompasada y tranquila, como una suave melodía matutina.No podía creerlo, en serio ella se había atrevido a dar ese paso tan apresuradamente, algo que no había hecho con ningún otro.Sus principios siempre habían sido firmes y tradicionales, pero con Gabriel todo parecía fluir de manera natural y correcta, como si el universo hubiera conspirado para unir sus caminos en el momento preciso.Inhaló profundo mientras observaba al hombre en la cama, su mente v