La mañana amaneció con una fina capa de nieve cubriendo los jardines de la mansión Victoria. Isabela llegó temprano, como siempre, pero esta vez encontró a Gabriel ya allí, examinando la fachada con una expresión concentrada.
—Madrugador —comentó con ironía, ajustándose la bufanda y causando una leve sonrisa en Gabriel. —Decidí madrugar porque a mi compañera no le gustan los impuntuales, sobre todo, los secretos de una mansión se revelan mejor al amanecer —respondió, señalando las sombras que proyectaba el sol naciente sobre la arquitectura—. Mira cómo la luz resalta cada imperfección, cada grieta. Isabela se acercó, notando efectivamente cómo las primeras luces del día exponían detalles que antes habían pasado desapercibidos. —Estas grietas son más profundas de lo que pensaba —dijo mientras observaba los bordes. —Efectivamente. Tan profundas como las que muchos de nosotros llevamos dentro —murmuró, tan bajo que Isabela casi no lo escuchó, pero sí que lo escuchó, y es que Isabela Montero tenía unos oídos bien afinados. Antes de que pudiera reprochar las ironías de Gabriel, este ya se había alejado hacia su coche para sacar el equipo de medición de su Jeep. Isabela se ponía para esas fechas a la defensiva, le parecía que todo lo que sucedía a su alrededor: las risas, gestos, susurros que escuchaba o veía, todo le parecía una burla hacia ella. Cuando Gabriel la miró desde el Jeep, ella se giró hacia la mansión y procedió a ingresar, sintiendo que su espalda quemaba. El día transcurrió entre evaluaciones técnicas, mediciones y discusiones sobre métodos de restauración. No eran tantas las discusiones, porque casi siempre coincidían en las discrepancias. Eso hacía que las ideas fueran estimulantes en lugar de frustrantes. —El problema de Victoria no es solo estructural —comentó Gabriel mientras examinaban una habitación en el segundo piso—. Es como si la casa hubiera perdido su alma. —Las casas no tienen alma —respondió Isabela automáticamente. Gabriel la regresó a ver. Ella pasó por su lado dejando su exquisito aroma. —La que parece que no tiene alma, eres tú —Isabela le miró sobre el hombro, pero Gabriel le dio la espalda, caminó hacia la otra pared y se detuvo frente a una vieja fotografía enmarcada que había sobrevivido al tiempo, la cual mostraba una fiesta navideña de la época: niños sonrientes rodeando un árbol, mientras la familia Victoria repartía regalos. —¿Ves esta foto? —preguntó suavemente—. Esta mansión se construyó con un propósito: ser un hogar, un refugio. No solo para una familia adinerada, sino para todos los que necesitaban de esperanza. Isabela se acercó a la fotografía, y por un momento creyó ver el reflejo de una niña pequeña en el cristal del marco, una versión más joven de sí misma, cuando aún creía en la magia de la Navidad. —Bien por los niños, que aun son ingenuos y creen que esa fecha solo trae gozo y felicidad… —¿Qué te pasó, Isabela? —preguntó Gabriel con una suavidad que hizo que las defensas de ella temblaran—. ¿Qué fue lo que te hicieron para que te volvieras fría como el invierno? El silencio que siguió se pesó, cargado de memorias no reveladas, de secretos guardados que no compartía con nadie, menos lo haría con alguien a quien apenas conocía. —Deberíamos revisar el ático —dijo finalmente, evitando la pregunta y la mirada de Gabriel. Él la observó hasta que desapareció. El ático estaba lleno de polvo y recuerdos abandonados: muebles cubiertos con sábanas, baúles antiguos y decoraciones navideñas de otra época. Una corriente de aire frío se colaba por alguna grieta invisible, haciendo que las sábanas se movieran como fantasmas danzantes. —Cuidado —advirtió Gabriel cuando una tabla crujió bajo los pies de Isabela. Sin pensarlo, la tomó del brazo para estabilizarla, y por un momento quedaron muy cerca, tanto que Isabela podía ver las motas doradas en los ojos verdes de Gabriel. —Estoy bien —murmuró alejándose, como si las manos de él la quemaran. Se apartó inmediatamente y le dio la espalda. —No, no lo estás —respondió él con gentileza—. Y está bien no estarlo… Isabela lo miró con la mandíbula tensa—. Tú, ¿qué puedes saber de mí si apenas me conoces? —Solo tengo que mirar tus ojos para darme cuenta de que detrás de ellos y de esa mujer fuerte que aparentas ser, hay una gran desilusión y muchas grietas por reconstruir… Isabela se río mientras contenía las ganas de responderle con palabras groseras, pero ese aire poético, se lo impidió. —Eres arquitecto, poeta, ahora lector de ojos —le miró con una sonrisa—. ¿Qué otra habilidad tienes? —Muchas —dijo acercándose. La boca de Isabela se secó, y antes de que Gabriel llegara hasta ella, giró el rostro y entonces vio un pequeño árbol de Navidad de metal, oxidado, pero aún hermoso, asomando bajo una sábana polvorienta. —Vaya, que hay muchas cosas que perduran por años y años —Gabriel siguió la mirada hacia donde la tenía Isabela. Al ver el árbol, dirigió sus pasos hasta este. Lo sacó de su cubierta y lo sacudió, levantando polvo que hizo estornudar a Isabela. —Es un árbol musical —giró una llave en su base, y una melodía suave, melancólica comenzó a sonar—. Silent Night. Isabela sintió que el aire abandonaba sus pulmones. Era la misma canción que sonaba aquella noche, hace dos años, cuando… «Cuando creía que había encontrado el amor de su vida, pero él no era suyo, era de alguien más. Otra mujer había llegado antes que ella, alguien más ya era su esposa legitima y ella, solo era la amante, la aventura, la zorra que se había interpuesto. No lo sabía, Isabela no lo sabía hasta que esa mujer se lo dijo, hasta que esa mujer le suplicó que dejara libre a su esposo y que no dañara un hogar. Isabela quiso morir, morir ese mismo instante porque ella se había criado con muchos valores, y un miserable la había convertido en su amante secreta. Y lo más doloroso, era que hablaban de boda, de planes juntos, de una familia, cuando el cobarde mentiroso ya la tenía». —Saldré un momento, el polvo me produce alergia —estornudó y se marchó. Bajó las escaleras apresuradamente, ignorando el llamado de Gabriel, que sabía muy bien que no era el polvo lo que la hacía salir de esa forma. En el jardín nevado, el aire frío golpeó su rostro, pero no se detuvo. Fue hasta el auto y se marchó, abandonando por ese día el trabajo. Gabriel continuó trabajando hasta el mediodía, luego se fue a su departamento, se dio un baño y quedó de reunirse con Elena. La elegante mujer lo esperaba en el restaurante del hotel. —Disculpa, me atrase un poco —Elena no le dio importancia. —Tranquilo, también suelo llegar tarde —hizo una pausa—, menos con Isa, porque ya pudiste darte cuenta de que odia los atrasos. —Sí, ya me di cuenta, pero parece que no es solo eso lo que odia. —Ah —Elena miró a su alrededor y se inclinó hacia adelante—. Ella odia a los hombres y a la Navidad —susurró bajo—, pero es una buena chica, un encanto de mujer, solo que esos dos canallas no supieron valorarla. —Dos canallas. Así que, por qué dos hombres le destrozaron el corazón, está amargada contra el mundo y la Navidad. —Es que los dos engaños los descubrió en diciembre, uno más doloroso que el otro.Esa noche, en medio de la soledad de su habitación, Isabela abrazaba su almohada, única testigo de sus noches triste y llantos desgarradores. No sabía que había mal en ella, porque los hombres que había amado con toda su alma La habían destrozado de esa forma, haciéndola sentirse como una mujer que solo serbia para ser la otra. Rafael la llamó en un par de ocasiones, hasta que aceptará verlo. Isabela aceptó porque creyó que le pediría disculpas por su engaño, no obstante, Rafael le ofreció el puesto de amante. Esa noche, Isabela lloró y se río en la cara de él. Enfureció tanto que terminó golpeándolo. Como se le ocurría que ella, después de ser la novia aceptaría ser la amante, más, cuando ya estaba comprometido con su hermana. Eso, no solo le produjo coraje, sino, un dolor profundo en su pecho. Y luego estaba Daniel, el miserable que logró convertirla en lo que Rafael no pudo. En la pendeja amante, la que recibe migajas, la que debía conformarse con tenerlo una vez a la seman
Después de una intensa discusión, el ambiente en la sala comenzó a cambiar. Algunos miembros del equipo comenzaron a mostrar interés, y las dudas iniciales se transformaron en preguntas constructivas.Mientras salían de la sala, Gabriel se acercó a ella con una sonrisa.—Estuviste muy bien, supiste manejarlos. —Siempre los he manejado muy bien —respondió, sintiéndose poderosa. —¿Te gustaría ir a tomar algo? —preguntó Gabriel, con una chispa en sus ojos—. Tal vez un café o algo más…Isabela le miró con la duda creciente, pero luego sonrió. —Me encantaría —respondió, sintiendo que, tal vez, darse una escapadita no era tan aterrador después de todo.—Pensé que no me aceptarías la invitación ya que parecidas odiarme. Isabela sonrió, y aquella sonrisa le encantó a Gabriel, porque era la primera vez la que la veía sonreír de esa forma. —Pues no te odio… me disculpo si me mostré malhumorada contigo. Hay veces no controlo mis emociones. Quiero que todo el mundo se maneje como yo
El frío de diciembre se intensificó a medida que se acercaba la Navidad, y la ciudad se transformó en un paisaje invernal encantado.Las luces brillaban en cada rincón, y las calles estaban llenas de gente que se apresuraba a hacer sus compras navideñas.Sin embargo, Isabela estaba más centrada que nunca en su proyecto.Durante la semana siguiente, el equipo de Montero & Asociados trabajó incansablemente en los planes de restauración. Isabela se encontró organizando reuniones, revisando presupuestos y colaborando con arquitectos y diseñadores. Cada día traía nuevos desafíos, pero también nuevas oportunidades. Convertir la mansión Victoria en un hogar para niños estaba más cerca de hacerse realidad.Una tarde, mientras revisaba algunos documentos en su oficina, Lucía entró con una expresión de emoción en su rostro.—Isabela, ¡tienes que ver esto! —exclamó, sosteniendo una carpeta llena de recortes de prensa.Isabela levantó la vista, intrigada.—¿Qué es? —preguntó, sintiendo que su cur
—Gabriel, realmente lo siento mucho…Este le cubrió suavemente los labios con su mano, impidiendo que continuara disculpándose innecesariamente.—Yo intervine voluntariamente y te involucré en esta elaborada mentira —la observó intensamente—. ¿Deseas que continuemos manteniendo esta farsa ante todos? —Isabela tragó nerviosamente y asintió levemente con la cabeza—. Muy bien entonces, para que todos los presentes que nos están observando en este preciso momento crean que lo nuestro es completamente real, debo besarte ahora —el cuerpo de Isabela se estremeció bajo la intensa mirada de Gabriel—. Voy a besarte en este momento.Retiró su mano con delicadeza de los labios temblorosos de Isabela.Mientras la contemplaba a los ojos fue acercándose cada vez más a ella con movimientos calculados.Quedó tan próximo a su rostro que sus labios rozaron suavemente una parte de la nariz de Isabela, provocándole un cosquilleo.Debido a que era más alto que Isabela, enganchó delicadamente sus dedos en e
La noche avanzaba con un aire mágico y misterioso, como si las brillantes estrellas en el cielo aterciopelado estuvieran conspirando silenciosamente para celebrar la innegable conexión entre Isabela y Gabriel.Los faroles del parque habían sido testigos mudos de sus risas cristalinas y confidencias susurradas, mientras compartían secretos y sueños bajo la luz plateada de la luna.Después de su extenso paseo por los senderos serpenteantes del parque, donde el tiempo pareció detenerse entre conversaciones profundas y miradas cómplices, decidieron continuar su velada en un lugar más íntimo.Al llegar al moderno apartamento de Isabela, ubicado en un edificio art déco del centro de la ciudad, ella se detuvo dubitativamente un momento antes de introducir la llave en la cerradura, mientras sus pensamientos se arremolinaban como hojas en otoño.El pasillo, iluminado por elegantes apliques vintage, parecía contener el aliento ante este momento crucial.Gabriel, siempre atento a los matices más
Hizo una pausa.—Mi padre siempre se caracterizó por ser un hombre extremadamente meticuloso y cumplidor —continuó, haciendo girar el vino en su copa con movimientos elegantes mientras su mirada se perdía en los reflejos del líquido—. Si establecía una fecha de entrega, era porque estaba completamente seguro de poder cumplirla. Entonces decidió tomar las riendas del proyecto de Marcos para acelerar el proceso —hizo una pausa significativa, como reuniendo fuerzas para continuar—. Durante las inspecciones de rutina, una sección completa de la estructura colapsó repentinamente, sepultando a varios miembros del equipo, incluido mi padre —concluyó con voz quebrada por el dolor del recuerdo.—Oh, Gabriel… Lo siento tanto. Debió ser una experiencia devastadora para ti y tu familia —murmuró Isabela, su corazón contrayéndose ante el dolor reflejado en los ojos de él.—Lo fue, pero Marcos llevó la peor parte de esa tragedia —admitió, permitiendo que el silencio llenara la habitación por unos mo
La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las delicadas cortinas de gasa del apartamento de Isabela, fabricando un cálido y acogedor resplandor dorado que iluminaba cada rincón de la habitación.Isabela despertó lentamente, con esa agradable sensación de paz que solo proporcionan las mañanas perfectas, sintiendo el reconfortante calor del cuerpo de Gabriel a su lado.Se giró delicadamente para mirarlo y una sonrisa genuina se dibujó en su rostro al ver su expresión serena mientras dormía plácidamente, con su respiración acompasada y tranquila, como una suave melodía matutina.No podía creerlo, en serio ella se había atrevido a dar ese paso tan apresuradamente, algo que no había hecho con ningún otro.Sus principios siempre habían sido firmes y tradicionales, pero con Gabriel todo parecía fluir de manera natural y correcta, como si el universo hubiera conspirado para unir sus caminos en el momento preciso.Inhaló profundo mientras observaba al hombre en la cama, su mente v
Isabela mordió los labios mientras su mirada descendía desde el pecho de Gabriel, hasta su prospecto, donde detuvo la mirada y vio algo que nunca había visto, un grandioso y perfecto pene.Ninguno de sus ex podía compararse con el de Gabriel.Y pensar que lloró por esas pequeñeces cuando la vida le tenía preparado algo mucho mejor.Mientras estaba sumida en los pensamientos, Gabriel le soltó la bata, dejando el cuerpo de Isabela descubierto para deleitarse con la mirada.Las manos de Gabriel la recorrieron, abarcaron los senos y los presionaron.Ella se arqueó al sentir los labios de Gabriel en su cuello, raspando con sus dientes su piel suave.Gabriel bajó, y bajó dejando una hilera de besos en cada centímetro de la piel de Isabela. Llegó a la pelvis y la besó, colocó las manos en ambos muslos y abrió más las piernas para meterse en ella y saborearla.—¡Oh, Dios! —jadeó al sentir la lengua húmeda pasando sobre su abertura, y los dientes raspando sus labios vaginales.—¡Dios, no! —dij