Mientras preparaban el local para abrir, Helena le contó a María sobre Marcos, sobre la conexión instantánea que sintió, sobre la manera en que hablaron como si se conocieran de toda la vida.—¿Y dices que volverá hoy? —preguntó María, arreglando los pasteles en la vitrina.—Eso dijo —respondió Helena, intentando que su voz no revelara la ansiedad que sentía—. Aunque probablemente solo estaba siendo cortés. Que yo haya sentido esa conexión, no quiere decir que él también —suspiró.—Pues, lo descubriremos al finalizar el día.La mañana transcurrió con el ajetreo habitual. El café se llenó de clientes que buscaban refugiarse del frío. El aroma a pan recién horneado y chocolate caliente que flotaba en el aire los invitaba a adentrarse a ese local.Helena se mantuvo ocupada entre pedidos y preparaciones. Pero en los momentos que tenía descanso, no podía evitar mirar con ansiedad hacia la puerta en el momento que sonaba la campanilla.Cerca del mediodía, mientras Helena decoraba unas galle
—¿Vamos a entrar? ¿Es legal? —inquirió Helena, mirando a su alrededor.—Completamente legal —aseguró él, abriendo una puerta lateral—. Soy el arquitecto a cargo de la restauración.El interior del palacio era un testimonio del esplendor pasado de Madrid. Incluso en la penumbra, Helena podía distinguir los elaborados frescos en los techos y las molduras doradas que adornaban las paredes.Marcos encendió algunas luces, revelando un espacio que parecía sacado de un cuento de hadas.—Es increíble —murmuró Helena, girando sobre sí misma para absorber cada detalle—. Nunca pensé que estaría a esta hora de la noche en este lugar..—Espera a ver la mejor parte —dijo, tomándola suavemente de la mano y guiándola por una escalera.El contacto de sus manos envió un hormigueo por el brazo de Helena.Subieron hasta el último piso, donde Marcos abrió una puerta que daba acceso a una terraza. La vista que los recibió dejó a Helena sin aliento.Madrid se extendía ante ellos como un mar de luces, con la
Antes de la víspera del viaje de Marcos a Barcelona, Helena decidió preparar algo especial. Invitó a Marcos a quedarse mientras ella cocinaba.—¿Me vas a revelar finalmente los secretos de tu abuela? —preguntó Narcos, sentado en la barra de la cocina, observándola moverse entre ollas y especias.—Mejor —respondió Helena, sacando ingredientes—. Te voy a enseñar a hacerlo.—Excelente, siempre quise aprender a hacer mi propio chocolate.La cocina pronto se llenó de aromas: chocolate derritiéndose, canela, un toque de chile, y algo más que Marcos no podía identificar. Helena le explicaba cada paso con la paciencia de quien ha enseñado esta receta muchas veces antes.—El secreto —dijo mientras removía la mezcla—, no está solo en los ingredientes. Es en el tiempo que le dedicas, y la intención que pones.Marcos se acercó por detrás, mirando por encima de su hombro.—¿Y qué intención estás poniendo ahora?Helena sintió su presencia, cálida y sólida a sus espaldas.—¿Cuál crees tú? —le miró s
Al ver a su hermano observando a Helena, que los miraba con intriga, Marcos se acercó y le susurró a su hermano.—Ella es mía, la que está a su lado, está disponible —Gabriel comprendió lo que ocurría, y sonrió.—Tranquilo, que no vine a buscar una aventura, porque hay alguien que me espera allá.—¿En serio? ¿Y por qué no la trajiste? Hubiéramos salido los cuatro y pasado muy bien.—Bueno, porque ella es una mujer muy trabajadora, y no le gusta faltar a sus compromisos, además, quería que este momento solo fuera de nosotros dos —Gabriel miró de nuevo a Helena que seguía sin saber quién era quien— ¿Cuánto tiempo llevas con ella? —Marcos dirigió la mirada a Helena— Supongo que no mucho, para que no te reconozca aún.—Pues sí, en realidad la conozco desde que regresé a Madrid, solo que no me había atrevido a hablarle, ni acercarme.—¿Por qué?—La vi tronar con alguien, luego llorar y llorar, y creía que no era el momento.Gabriel sonrió y se levantó, para calmar la angustia de Helena. Es
Tomados de la mano ingresaron a la cafetería, para reunirse con Helena y Marcos. Cuando estos vieron a Gabriel e Isabel, se acercaron a recibirlos.Desde cerca, Isabela notó cuan idéntico era Marcos, a Gabriel. No podían juzgarla por creer que era su amado Gabriel, si ese hombre parado frente a ella, era el vivo retrato.—Gusto en conocerte, Isabela —Marcos la saludó con dos besos, uno en cada mejilla, por consiguiente, presentó a su novia— Ella es Helena Martínez, mi novia.—Mucho gusto en conocerte, Isabela —se saludaron, por consiguiente, se acomodaron en sus respectiva sillas.La conversación fluyó con naturalidad. El chocolate caliente se convirtió en vino caliente, y las risas llenaron la cafetería mientras discutían sobre cómo celebrar la llegada del nuevo año.—Deberíamos hacer algo especial esta noche —sugirió Helena, mirando a cada uno de ellos—Podemos ir a la Puerta del Sol y ver las campanadas.—Yo estoy pues para las que sea. Soy una visitante aquí, voy para donde me llev
La luz del día se filtró por la delgada línea de las cortinas. Primero de enero amaneció con un sol radiante en Madrid. Isabela se estiró mientras poco a poco abría los ojos.Respiró profundo al ver la espalda de Gabriel, que seguía durmiendo profundamente. Se acercó, lo abrazó afirmando su rostro en la espalda, depositando un beso en la línea de la columna espinal, y respirando de su piel.Al sentir los labios de Isabela, Gabriel se removió, elevó el brazo pasándolo sobre la cabeza de ella, mientras se giraba para abrazarla mejor.Le presionó la nariz, mientras la observaba con los ojos achicados y le daba los buenos días.—¿A qué hora sale tu vuelo?—En seis horas.—Tenemos tiempo para desayunar —depositó un beso en su frente— ¿Segura no quieres venir conmigo a Barcelona? —Isabela negó.—Los niños necesitan pronto su hogar, por lo tanto, tengo que regresar y agilizar las cosas —Gabriel le dio un beso corto, suspiró cerca de ella.—Amo tu responsabilidad por el trabajo.—Y yo amo tu
El sonido de «All I Want for Christmas Is You» se filtraba insistentemente a través de las paredes de la oficina de Isabela Montero, provocándole una mueca de disgusto. Era apenas principios de diciembre, y ya todo el edificio parecía haber sido secuestrado por el espíritu navideño. En los pasillos de Montero y Asociados ya lucían guirnaldas doradas, y el aroma a canela y ponche flotaba desde la recepción, donde Lucía, su secretaria, había instalado un pequeño difusor de aceites esenciales “para crear ambiente”, según había explicado. Isabela se masajeó las sienes mientras intentaba concentrarse en los planos desplegados sobre su escritorio de caoba. A sus 28 años, se había convertido en una de las arquitectas más respetadas de la ciudad, y su firma, heredada de su padre había crecido exponencialmente bajo su dirección. —¿Café? —La voz de Lucía interrumpió sus pensamientos. Su secretaria ingresó sosteniendo una taza humeante decorada con diseños navideños, otro recordat
La sala de juntas de Montero & Asociados bullía de actividad esa mañana. Isabela había convocado a su equipo principal para presentar el proyecto de la mansión Victoria. Los planos originales del edificio, amarillentos por el tiempo, cubrían la mesa de conferencias mientras el aroma del café recién hecho impregnaba el ambiente.—Como pueden ver —explicó Isabela, señalando diferentes secciones de los planos—, la mansión conserva elementos arquitectónicos únicos que debemos preservar. Las molduras, las vidrieras originales, incluso los picaportes de bronce son piezas de colección.Su presentación se vio interrumpida por la llegada de Gabriel Andrade, quien entró con un portafolio de cuero bajo el brazo y esa sonrisa que parecía iluminar cualquier habitación. Isabela sintió un vuelco en el estómago que prefirió atribuir al café de la mañana.—Lamento la interrupción —se disculpó Gabriel—. El tráfico era…—Imposible, como siempre —completó Isabela con ironía, recordando su encuentro