La entrada principal de Blackwood Enterprises era un monumento a la modernidad y la opulencia. Las puertas automáticas se abrían con un suave zumbido, revelando un vestíbulo amplio cuyos muros de vidrio dispersaban la luz del sol en destellos caleidoscópicos. Con techos altos, lámparas colgantes de diseño minimalista y una recepción de mármol blanco, Oriana se sintió diminuta y, por momentos, fuera de lugar.
El murmullo de teclados, las conversaciones en voz baja y el sonido de pasos sobre el piso pulido se entrelazaban en una sinfonía corporativa casi hipnotizante.
Ajustándose el bolso al hombro, Oriana se dirigió al mostrador de recepción, donde una joven de gafas y sonrisa profesional le indicó el camino hacia la sala de espera. Allí, la esperaba Anita Lane, responsable de Recursos Humanos y su contacto desde el inicio del proceso.
—¡Señorita Hart! —exclamó Anita, levantándose para estrecharle la mano con firmeza.
—Por favor, llámame Oriana —respondió ella, devolviendo la sonrisa con naturalidad.
—Entonces, Oriana, tuteémonos. No hay necesidad de tanta formalidad —dijo Anita entre risas amistosas—. Ven, te mostraré tu nuevo mundo.
Anita la condujo por largos pasillos, señalando áreas clave: la sala de innovación, el comedor —que se asemejaba más a un restaurante de lujo— y otros espacios donde se fusionaban tecnología de punta y detalles arquitectónicos clásicos, como columnas de diseño antiguo y molduras elaboradas.
—Es increíble… —murmuró Oriana, abrumada por la elegancia y el esmero con que cada detalle había sido concebido.
—El señor Blackwood tiene un gusto impecable —comentó Anita, admirada. Con un tono más bajo añadió: —Es un hombre que sabe lo que quiere y no escatima en conseguirlo.
La mención del CEO despertó la curiosidad de Oriana. Apenas sabía algo de él, salvo los datos básicos que había encontrado en internet: era joven para su posición, un visionario en tecnología y mantenía un perfil reservado, casi enigmático. La escasa información sobre su vida privada solo aumentaba el misterio en torno a su figura.
Llegaron al despacho del CEO y se encontraron con Stephanie Dickinson, la secretaria de Blackwood. Impecable en su porte, con una mirada aguda y una sonrisa que rayaba en la frialdad, evaluó a Oriana con desdén apenas disimulado.
—¿Es la nueva asistente? —preguntó, midiendo cada detalle.
—Es un proyecto especial del señor Blackwood —aclaró Anita con una sonrisa firme, sin dejarse intimidar.
Aunque la respuesta parecía aplacar momentáneamente a Stephanie, esta presionó un botón en su escritorio y la puerta se abrió con un leve zumbido. Al cruzar el umbral, Oriana notó cómo el aire en la habitación se volvía más denso, cargado de una energía sutil pero innegable.
El despacho de Gabriel era imponente: ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad y un escritorio de madera oscura, tan antiguo como majestuoso. Sin embargo, lo que realmente la impactó fue la figura que se encontraba de pie junto a la ventana.
Gabriel Blackwood era alto y de porte elegante, con el cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás. Sus rasgos afilados y ojos claros le conferían una apariencia casi irreal, como si hubiese sido esculpido a imagen de una estatua renacentista. Pero, sobre todo, fue su mirada al darse la vuelta la que hizo que el estómago de Oriana se retorciera: una mirada intensa, que parecía desnudara el alma.
—Señor Blackwood, le presento a Oriana Hart —anunció Anita con cortesía.
El CEO no respondió de inmediato. Sus ojos se posaron en ella con una intensidad que la hizo sentir expuesta, como si pudiera ver más allá de su fachada, penetrando en lo más profundo de su ser.
—Un placer conocerla, señorita Hart —dijo con voz profunda y controlada, matizando sus palabras con un eco de reconocimiento que parecía ir más allá de lo cotidiano.
Oriana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al estrechar su mano. La firmeza del apretón y el calor de su contacto la hicieron contener el aliento. Había en ese gesto algo inexplicable, un susurro de emoción que le resultaba vagamente familiar, aunque sabía que era imposible conocerlo.
—El placer es mío, señor Blackwood —respondió, tratando de mantener la compostura mientras su corazón latía con fuerza.
En ese instante, cuando sus miradas se encontraron, Oriana comprendió que, de alguna manera, no se trataba de un simple encuentro fortuito. Gabriel, a su vez, sintió que había encontrado aquello que llevaba siglos buscando.
En el sueño…El campo estaba bañado por la luz dorada del sol. La brisa suave hacía que el trigo bailara al compás del viento, mientras Oriana, con sus manos ásperas y marcadas por el trabajo, ajustaba el pañuelo que protegía su cabeza. Sus ojos verdes recorrían el horizonte, buscando distraerse de la monotonía de la cosecha.Fue entonces cuando lo vio.A caballo, con una postura regia y elegante, un hombre inspeccionaba las tierras acompañado por dos soldados que mantenían la distancia detrás de él. Su cabello rubio y corto brillaba al sol, y su semblante era serio, pero había algo en su forma de observar todo a su alrededor que lo hacía parecer diferente a otros nobles que Oriana había visto antes.Ella sintió su corazón acelerarse. Era consciente de que no debía mirarlo directamente; los hombres como él no se mezclaban con personas como ella. Sin embargo, cuando intentó apartar la vista, fue incapaz. Algo en su interior le rogaba que lo siguiera observando, aunque fuera por un segu
El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.Gabriel alzó una ceja, intrigado.
La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica
Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agrad
El viento gélido azotaba la ventana de su imponente habitación, una estancia que, a pesar de los lujos acumulados durante siglos, seguía sintiéndose vacía. Ella estaba allí, sentada frente a un espejo de marco dorado que alguna vez perteneció a una reina olvidada, acariciando un anillo antiguo que destellaba con una luz inquietante. No era solo un objeto; era su ancla al poder que la definía.La herencia de su madre.Su madre, una mujer que había irrumpido en la nobleza con una ferocidad que nadie pudo desafiar, había sido su primera lección en lo que el poder podía otorgar y también arrebatar. Llegó con papeles, palabras dulces y un carisma que enmascaraba la oscuridad que realmente portaba. Con hechizos susurrados al oído de hombres influyentes, consiguió que su apellido fuera aceptado en círculos que jamás les hubieran abierto las puertas. Pero lo que los demás no sabían, y que ella entendió con el tiempo, era que cada gesto, cada caricia y cada mirada de su madre estaban impregnad
La noche envolvía la ciudad en un manto de luces intermitentes y sombras alargadas. En un bar elegante del distrito financiero, Gabriel se hallaba sentado en una mesa apartada, con un trago apenas probado en la mano. Aunque sus acompañantes intentaban entablar una conversación de negocios, su mente vagaba lejos, centrada en Oriana: en su risa tímida, en la intensidad de sus ojos, en cómo su sola presencia parecía disipar la oscuridad que habitaba en él.Ella había vuelto, reavivando la chispa de una vida que durante siglos creyó extinguida. Sin embargo, esa chispa venía acompañada de un temor profundo: el miedo a que el destino cruel volviera a interponerse entre ellos.Fue en ese preciso instante cuando la vio entrar.La figura de la mujer resultó inmediatamente llamativa. Vestida con un elegante atuendo que parecía diseñado para captar todas las miradas, su presencia contrastaba con la sobriedad del lugar. Sus pasos eran deliberados, su sonrisa, cuidadosamente ensayada. Gabriel no a
Gabriel cerró la puerta de su penthouse y se dejó caer en el sillón más cercano, exhausto no tanto por el largo día, sino por el peso de sus pensamientos. La mujer del bar... algo en ella había encendido todas las alarmas de su instinto. Su mirada, sus gestos, incluso su voz tenían un matiz inquietante, como si la sombra de un recuerdo perdido se escondiera detrás de cada palabra.Sabía que no era coincidencia. No podía serlo. Había algo oscuro y familiar en esa presencia, una conexión invisible que lo llevó a pensar en ella, la bruja que le había robado su vida siglos atrás y que ahora volvia a estar tan presente como siglos atras.Cerró los ojos e inhaló profundamente, intentando calmar la tormenta en su mente. En su interior, un presentimiento ardía con fuerza: esa mujer estaba vinculada a ella. Pero ¿cómo? ¿Era un truco más, otra de las manipulaciones de su magia? ¿O simplemente un peón en un juego más grande que no lograba comprender?No confiaba en las mujeres, no después de tan
Oriana se encontraba en su pequeño apartamento, rodeada por una mezcla de silencio y el sonido de la lluvia que golpeaba suavemente contra la ventana. Había intentado concentrarse en los informes del trabajo, pero su mente, como tantas veces desde que había conocido a Gabriel, había tomado un rumbo propio. Cerró el archivo en su laptop, se dejó caer en el sofá y permitió que sus pensamientos divagarana lo que habian sid estas ultimas semanas.Desde que él había entrado en su vida, algo en ella había cambiado. Había una conexión profunda, inexplicable, que no podía ignorar. Cuando lo miraba a los ojos, sentía que su alma reconocía algo que su mente aún no comprendía del todo. Y en la soledad de la noche, su imaginación la llevaba a un lugar donde todo lo que sentía podía tomar forma.Lo veía allí, frente a ella, exactamente como lo había visto horas atrás, con su porte elegante y esos ojos oscuros llenos de misterio. En su mente, el aire entre ellos se cargaba de tensión. No importaban