El bullicio de la oficina se fue disipando a medida que el reloj avanzaba hacia el mediodía. Oriana estaba sentada frente a su computadora, afinando los últimos detalles de la presentación destinada a un importante cliente internacional. Mientras tanto, Gabriel permanecía en su oficina, aunque en esta ocasión había insistido en trabajar junto a ella, revisando cada punto con una atención casi obsesiva.
—Asegúrate de que las proyecciones se alineen con las expectativas de los inversores —indicó Gabriel, inclinándose sobre su escritorio con voz firme. Su presencia imponente siempre lograba intimidarla, aunque también despertaba en ella sentimientos difíciles de explicar.
Oriana asintió y se dedicó a ajustar algunos gráficos en su laptop. Pero a medida que revisaba los datos, una sensación extraña comenzó a recorrerla, como si algo en su interior gritara una advertencia inconfundible.
—Espera —murmuró, deteniéndose frente a una diapositiva en particular.
Gabriel alzó una ceja, intrigado.
—¿Qué sucede?
—Este cálculo está mal —dijo ella, señalando una cifra. Aunque a simple vista todo parecía correcto, Oriana no podía ignorar la intuición de que algo no encajaba.
—No es posible. Ese cálculo fue revisado por el equipo de finanzas —replicó Gabriel, cruzando los brazos.
—Lo sé, pero… —Oriana cerró los ojos por un instante, permitiendo que su intuición la guiara. Al abrirlos, volvió a mirar el documento y ajustó los números. Una fórmula errónea había desencadenado un efecto en cadena.
Gabriel se acercó para verificar y, tras recorrer la pantalla con la mirada, asintió con seriedad.
—Tienes razón. Si hubiéramos presentado esto así, habría sido un desastre.
Oriana soltó un suspiro de alivio, pero al encontrarse con la mirada de Gabriel, notó en ella una mezcla de admiración y algo más profundo.
—¿Cómo lo supiste? —preguntó él en voz baja.
Oriana se encogió de hombros.
—Simplemente lo sentí. Es difícil de explicar.
Gabriel asintió lentamente, y en sus ojos brilló una chispa de curiosidad que prometía no dejar el tema tan fácilmente.
Mientras continuaban trabajando en la presentación, una frase casual de Gabriel sobre la organización de los documentos despertó en Oriana un recuerdo lejano. Fue como si, de repente, un eco del pasado se hiciera presente.
En el recuerdo…
Era un día cualquiera en el campo. Oriana, con las manos cubiertas de tierra y el cabello recogido de forma improvisada, trabajaba en la cosecha junto a su familia. El sol brillaba intensamente y la brisa apenas lograba aliviar el calor. Desde la distancia, percibía la mirada de Gabriel fija en ella.
Durante semanas, él había recorrido los campos a caballo, siempre acompañado por dos soldados que mantenían su distancia. Aunque nunca había intercambiado palabra con ella, su presencia se hacía notar como un calor persistente en la espalda. Era intimidante y fascinante a la vez.
Todo cambió el día en que una tormenta inesperada los sorprendió. Buscando refugio, Oriana corrió hacia el granero más cercano, solo para descubrir que Gabriel ya estaba allí. Su corazón se aceleró al verlo tan cerca por primera vez.
—No te preocupes, no muerdo —dijo él con una sonrisa tentativa, intentando disipar la tensión.
Ella solo asintió, incapaz de articular palabra. El silencio entre ellos era a la vez cómodo y cargado de un significado profundo. Poco a poco, Gabriel comenzó a hablar de temas triviales: el clima, el trabajo en las tierras, y anécdotas de la región. Con cada palabra, Oriana se relajaba, respondiendo con frases breves pero sinceras.
Cuando la tormenta amainó, ambos sintieron que algo había cambiado. Aunque sus mundos parecían incompatibles, una conexión invisible se estaba forjando entre ellos.
De vuelta al presente…
El sonido del reloj en la pared devolvió a Oriana a la realidad. Tras ajustar los últimos detalles de la presentación, apagó su computadora. Gabriel, que había permanecido en silencio observándola, rompió la quietud con voz suave:
—Hiciste un gran trabajo hoy.
Su tono, más cálido de lo habitual, parecía dejar entrever una faceta distinta a la frialdad que solía mostrar.
Oriana sonrió, sintiéndose extrañamente cómoda en su compañía.
—Gracias, señor Blackwood.
—Puedes llamarme Gabriel —respondió él, sorprendiendo a Oriana con el uso de su nombre de pila, un gesto pequeño pero cargado de significado.
Esa noche, al regresar a casa, Oriana reflexionó sobre los acontecimientos del día. Sus premoniciones siempre habían sido a la vez una bendición y una carga, pero nunca habían sido tan intensas como ahora. Parecía que la cercanía a Gabriel amplificaba su poder, conectándola con algo mucho más grande.
Al cerrar los ojos, los recuerdos del granero resurgieron. Recordó cómo, en el campo, Gabriel había extendido su mano en un gesto casi protector, retirándose abruptamente al oír voces acercarse. Aquella escena, tan incompleta y fragmentada, la atormentaba: sentía que necesitaba reconstruir esos recuerdos para comprender lo que estaba sucediendo en el presente.
Por ahora, sin embargo, debía concentrarse en el hoy y en la misteriosa conexión que crecía entre ambos, una conexión que parecía tejer, poco a poco, los hilos del destino.
La oficina de Gabriel era un santuario de silencio y orden, pero aquella tarde, el ambiente estaba impregnado de tensión. En su correo personal había un mensaje que había ignorado hasta ahora,de una presencia que, implacable, siempre encontraba la forma de colarse en su vida. "Ella" había regresado.Gabriel cerró los ojos, permitiendo que su mente se sumergiera en recuerdos que había deseado olvidar. La imagen de "ella" era imborrable: su cabello oscuro como la noche, ojos penetrantes llenos de secretos y una sonrisa que prometía todo y, a la vez, lo negaba. "Ella" no había sido siempre así; en otro tiempo, algo más inocente se había atisbado en su mirada, pero el poder oscuro que la había reclamado la había transformado, alimentando una obsesión que lo perseguía desde hacía siglos.—Gabriel, mi único amor. Nadie más puede tenerte. El destino lo ha decidido, y no puedes escapar de mí —había resonado en su memoria la última vez que se enfrentaron, en un tono que oscilaba entre súplica
Gabriel se quedó en su despacho mucho después de que Oriana se fuera. La visita de "ella" había removido capas de recuerdos que había intentado enterrar. Caminó lentamente hacia la ventana, donde las luces de la ciudad brillaban como diminutas estrellas, pero no le ofrecían consuelo. Su mente estaba atrapada en el pasado.La había conocido en un baile, presentado por las familias que buscaban alianzas provechosas. Gabriel, el único heredero del ducado más poderoso de la región, era un objetivo codiciado para las jóvenes nobles. "Ella" era la hija de una familia adinerada, con un linaje impecable y una reputación intachable, al menos de puertas para afuera.Gabriel no le prestó mucha atención. Era unos años más joven que él, con ojos llenos de ensoñación que lo seguían a donde fuera, pero nunca dijo mucho en su presencia. Para Gabriel, "ella" era una figura periférica, alguien que estaba allí porque debía estarlo. Recordaba sus conversaciones superficiales, sus intentos torpes de agrad
El viento gélido azotaba la ventana de su imponente habitación, una estancia que, a pesar de los lujos acumulados durante siglos, seguía sintiéndose vacía. Ella estaba allí, sentada frente a un espejo de marco dorado que alguna vez perteneció a una reina olvidada, acariciando un anillo antiguo que destellaba con una luz inquietante. No era solo un objeto; era su ancla al poder que la definía.La herencia de su madre.Su madre, una mujer que había irrumpido en la nobleza con una ferocidad que nadie pudo desafiar, había sido su primera lección en lo que el poder podía otorgar y también arrebatar. Llegó con papeles, palabras dulces y un carisma que enmascaraba la oscuridad que realmente portaba. Con hechizos susurrados al oído de hombres influyentes, consiguió que su apellido fuera aceptado en círculos que jamás les hubieran abierto las puertas. Pero lo que los demás no sabían, y que ella entendió con el tiempo, era que cada gesto, cada caricia y cada mirada de su madre estaban impregnad
La noche envolvía la ciudad en un manto de luces intermitentes y sombras alargadas. En un bar elegante del distrito financiero, Gabriel se hallaba sentado en una mesa apartada, con un trago apenas probado en la mano. Aunque sus acompañantes intentaban entablar una conversación de negocios, su mente vagaba lejos, centrada en Oriana: en su risa tímida, en la intensidad de sus ojos, en cómo su sola presencia parecía disipar la oscuridad que habitaba en él.Ella había vuelto, reavivando la chispa de una vida que durante siglos creyó extinguida. Sin embargo, esa chispa venía acompañada de un temor profundo: el miedo a que el destino cruel volviera a interponerse entre ellos.Fue en ese preciso instante cuando la vio entrar.La figura de la mujer resultó inmediatamente llamativa. Vestida con un elegante atuendo que parecía diseñado para captar todas las miradas, su presencia contrastaba con la sobriedad del lugar. Sus pasos eran deliberados, su sonrisa, cuidadosamente ensayada. Gabriel no a
Gabriel cerró la puerta de su penthouse y se dejó caer en el sillón más cercano, exhausto no tanto por el largo día, sino por el peso de sus pensamientos. La mujer del bar... algo en ella había encendido todas las alarmas de su instinto. Su mirada, sus gestos, incluso su voz tenían un matiz inquietante, como si la sombra de un recuerdo perdido se escondiera detrás de cada palabra.Sabía que no era coincidencia. No podía serlo. Había algo oscuro y familiar en esa presencia, una conexión invisible que lo llevó a pensar en ella, la bruja que le había robado su vida siglos atrás y que ahora volvia a estar tan presente como siglos atras.Cerró los ojos e inhaló profundamente, intentando calmar la tormenta en su mente. En su interior, un presentimiento ardía con fuerza: esa mujer estaba vinculada a ella. Pero ¿cómo? ¿Era un truco más, otra de las manipulaciones de su magia? ¿O simplemente un peón en un juego más grande que no lograba comprender?No confiaba en las mujeres, no después de tan
Oriana se encontraba en su pequeño apartamento, rodeada por una mezcla de silencio y el sonido de la lluvia que golpeaba suavemente contra la ventana. Había intentado concentrarse en los informes del trabajo, pero su mente, como tantas veces desde que había conocido a Gabriel, había tomado un rumbo propio. Cerró el archivo en su laptop, se dejó caer en el sofá y permitió que sus pensamientos divagarana lo que habian sid estas ultimas semanas.Desde que él había entrado en su vida, algo en ella había cambiado. Había una conexión profunda, inexplicable, que no podía ignorar. Cuando lo miraba a los ojos, sentía que su alma reconocía algo que su mente aún no comprendía del todo. Y en la soledad de la noche, su imaginación la llevaba a un lugar donde todo lo que sentía podía tomar forma.Lo veía allí, frente a ella, exactamente como lo había visto horas atrás, con su porte elegante y esos ojos oscuros llenos de misterio. En su mente, el aire entre ellos se cargaba de tensión. No importaban
Oriana llegó temprano a la oficina, aún sumida en la confusión de sus pensamientos. Los sueños de la noche anterior la habían dejado desvelada, con la mente atrapada entre imágenes de Gabriel y la figura de un hombre, tan familiar como desconocido. En sus sueños, todo había sido tan vívido, tan real, que ahora, bajo la fría luz de la mañana, se preguntaba si había confundido la imagen de Gabriel con otro recuerdo perdido en el tiempo.El ascensor se abrió y, al llegar a la recepción, se encontró con Stephanie. La secretaria estaba de pie junto a la cafetera, sosteniendo una taza, con una expresión que no dejaba dudas sobre su desagrado.—Buenos días, Stephanie —saludó Oriana, esforzándose por sonar cortés.—Ah, tú. Buenos días —respondió Stephanie, con un tono seco que apenas intentó disimular.Oriana decidió no prestar demasiada atención. Con el tiempo había aprendido a lidiar con las actitudes hostiles; sabía bien que Stephanie no veía con buenos ojos su presencia en la empresa.—¿E
Gabriel permaneció sentado tras su escritorio, con los ojos oscuros fijos en la puerta por la que Oriana acababa de salir. La tensión en la habitación parecía haberse disipado con su partida, pero solo de forma superficial. En su interior, las preguntas seguían ardiendo: lo que había presenciado momentos antes, cuando Oriana casi inconscientemente parecía controlar su entorno, era un recordatorio inquietante de un pasado del que él no podía desprenderse.Sin embargo, no era únicamente el hecho de lo que Oriana había hecho, sino la manera en que lo había hecho: con una mezcla de desconcierto y miedo, como si ella misma no comprendiera del todo lo que sucedía. Ese matiz la diferenciaba de otras experiencias que Gabriel había vivido en épocas remotas y le ofrecía una pizca de esperanza inesperada.Incapaz de quedarse inmóvil, se levantó y caminó hacia la ventana, donde la ciudad se extendía bajo un manto de luces titilantes. El peso de los siglos recaía sobre él con fuerza, y en su mente